El Cordobazo como expresión de las luchas de emancipación del Tercer Mundo

El Cordobazo como expresión de las luchas de emancipación del Tercer Mundo

Muchos entienden al 29 de mayo de 1969 como un momento de quiebre en la historia de nuestro país; sin embargo, es un hecho dentro de una línea histórica que podría periodizarse a partir del golpe de Estado de 1955. En las páginas que siguen, un recorrido por el contexto en el cual se generó la primera comunión entre estudiantes universitarios y los sectores obreros.

| Por Emmanuel Bonforti |

Generalmente cuando se habla de Cordobazo surge la palabra parteaguas, es decir, un momento de quiebre, como si la historia de la lucha de los pueblos tuviese un antes y después del 29 de mayo, como si los sucesos de Córdoba fueran tan sólo una imagen que detiene el conflicto social. Pero el Cordobazo implica uno de los puntos más álgidos del período que ya cercano a los ’70 se conoció como “el auge de masas”, con lo cual es un hecho dentro de una línea histórica que podría periodizarse a partir del golpe de Estado de 1955. Esto implica que no debe ser considerado como un hecho aislado. Muy por el contrario, debe entenderse en un contexto de emergencia determinado y debe analizarse como parte de un proceso donde las masas, como en otros momentos, han sido sujetos de cambio frente al poder imperial y a los personeros locales con pretensión de disciplinar a aquellos.

La estructura productiva argentina se había modificado a mediados de los ’30 y avanzaba hacia un proceso incipiente de sustitución de importaciones. En la década de los ’40 se reforzaba esa tendencia y se sumaba una serie de derechos sociales impartidos desde el Estado de los cuales hasta el momento carecían aquellos quienes conformaban la fuerza de trabajo que motorizaba ese proceso de industrialización. Se asistía además a un proceso de sindicalización amplio que atravesó al nuevo mundo industrial.

El golpe de Estado de 1955 tiene entonces como motivación desmontar algunos de los elementos del mundo laboral construidos durante la década peronista, entre ellos el poder de los sindicatos. Pero esta fase sustitutiva no logra pasar de sus primeras etapas de industrialización liviana, un cuello de botella generado al calor de una economía dependiente desde un doble plano: por un lado, un sector agrario que le permite generar divisas necesarias y, por el otro, la necesidad de importación de los insumos necesarios y la energía suficiente para sostener el proceso productivo obligan a su replanteo. Si se pretendía avanzar en el proceso de industrialización, debía modificarse el rumbo de la misma.

Dentro de esta línea surge la utopía de la fracción política de hombres que llega al poder en 1958, quienes si bien tienen a Arturo Frondizi como su principal figura, encuentran en Rogelio Frigerio a su ideólogo. Para este grupo, la única salida posible la expresa el “desarrollismo”, que considera al capital extranjero como elemento central para alcanzar el verdadero despliegue de la industria. Frigerio veía al imperialismo inglés como necesario para alentar el crecimiento del país agroexportador aunque no promoviese el desarrollo industrial; en cambio, el ingreso del capital estadounidense en inversiones incentivaba el desarrollo industrial. El plano ideal respecto del desarrollo que planteaba el frondizismo pronto se topó con la realidad: el desarrollismo que implicaba acudir al protectorado económico de Estados Unidos no era más que otra cara del imperialismo, caracterizado por soltar la mano a quienes confían en él, sin reparos. Déficit en la balanza de pago y presión por parte de los sectores de la oligarquía tradicional empujaron rápidamente a la devaluación y a la transferencia del ingreso hacia los sectores más concentrados de la economía. Mientras tanto Frondizi, al igual que Aramburu o Illia, pudo contener la organización de la clase obrera que instaura para estos años el proceso de Resistencia.

La llegada de Onganía al gobierno debe verse en esa clave: el aumento de la extranjerización de la economía y una tendencia hacia el disciplinamiento de los sectores populares que cuentan cada vez con mayores niveles de organización. De hecho, el general católico, como se lo conocía en los pasillos de los cuarteles, llegaba al poder luego del golpe de Estado propiciado contra el radical Illia. Onganía consideraba que el principal problema de la Argentina era de índole política –este diagnóstico toma como punto de partida al surgimiento del peronismo como fenómeno político y social, pero también a 1955, cuando el peronismo había sido proscripto–. De hecho, Onganía surge luego del enfrentamiento de dos fracciones del ejército, azules y colorados, siendo miembro de los azules. Desde lo formal, Onganía tenía una mirada más benévola del peronismo en comparación con la que cultivaban los colorados. Sin embargo, sostener que el problema de la Argentina era político lo posicionaba en un lugar poco conciliador con el justicialismo y, a decir verdad, con todo el arco partidario.

La política para hombres formados en el integralismo católico era la expresión deformada de intereses sectoriales que apuntaban a debilitar y a desordenar una sociedad que debía estructurarse con respeto a las jerarquías. Además, esta posición veía en la actividad política, sobre todo en el peronismo, el anuncio de promesas demagógicas, y sobre todo, el caldo de cultivo del desorden y la subversión. La política debía estar a cargo de administradores y técnicos ajenos a las tentaciones y las deformaciones que ofrecían las estructuras partidarias. En ese esquema, decide avanzar no sólo sobre las autoridades municipales sino también sobre la Corte Suprema, junto a la eliminación a la impugnación del régimen democrático político y la anulación de dos derechos elementales de la ciudadanía: los derechos civiles y políticos.

El plan que Onganía había trazado consistía en tres tiempos: el económico –este era el más importante dentro del plan y debía conducir hacia una Argentina desarrollada y moderna–, el tiempo social –destinado a distribuir los frutos del primero– y por último el político, que implicaba la apertura democrática, que era tan sólo declamativo, pues no había plazos estimados. Estaba claro que dentro de la concepción modernizadora que otorgaba prioridad a tecnócratas para manejar las riendas del Estado el tiempo económico era primordial. Pero por el otro lado, esta mirada pone de relieve parte del plan de Onganía, esto es, su característica bifronte, no ya en el sentido que planteaba Guillermo O’Donnell sino que, parafraseando a Mario Rapoport, el plan era antiliberal en lo político y liberal en lo económico.

¿Por qué liberal en lo económico? Tras un breve paso de Néstor Salimei como ministro de Economía, visto con expectativas por ciertos sectores del nacionalismo económico, Onganía decide profundizar la impronta liberal del rumbo económico de su gobierno convocando como responsable de la cartera económica a un hombre vinculados al establishment del momento, Adalberto Krieger Vasena, quien prefería ser llamado Adalbert. Sin ánimo de caer sobre su linaje, se debe mencionar que su padre había financiado el golpe de Estado de Uriburu en 1930 y su madre era hermana de Pedro Vasena, uno de los dueños de los Talleres Vasena, donde un reclamo obrero en 1919 originó lo que se conoció como la Semana Trágica. La orientación económica del plan consistía en ordenamiento y eficiencia; estos vocablos que suenan neutrales para las ciencias económicas liberales han continuamente implicado un claro impacto social para nuestro pueblo. El desarrollismo siempre demanda una primera etapa de sacrificio por parte de los sectores populares mediante un paquete de medidas que son un guiño para generar mejores condiciones de inversión para el capital extranjero. Sucede que el desarrollismo, como otros programas orientados en virtud de las necesidades del capital transnacionalizado, nunca transformó el esfuerzo en cosecha o, si lo hizo, la cosecha siempre tuvo una sola dirección: la de las empresas multinacionales. En ese esquema se aplicó una batería de medidas orientadas a la devaluación del peso, al congelamiento de salarios, aperturistas, reducción de aranceles aduaneros y fomento sin restricción a la inversión extranjera. Un esquema ideal para que en 1969 surjan las primeras denuncias de José Ber Gelbard, quien sostenía que de las cien principales empresas del país, ochenta y tres eran extranjeras.

El mismo Perón, en pleno exilio, sostenía en un reportaje realizado por Bernardo Neustadt en Madrid: “Está el FMI en la Casa de Gobierno, en el Ministerio de Defensa hay un cartel grande que dice US-Army, están los Boinas Verdes en el norte (….) mientras la nación siga bajo la férula del imperialismo yanqui, no tiene solución, ni social, ni política, ni económica”.

El estadio económico debía afectar al mundo laboral, y así fue que en este caso se lanzó una serie de medidas que apuntaban a recortar beneficios sociales, entre ellas, la modificación de los regímenes de trabajo en el sector ferroviario y portuario, y el cierre de ingenios azucareros en Tucumán, que generaron un clima social espeso para el gobierno de Onganía. Estas medidas en Córdoba, junto a la derogación de los regímenes especiales y la anulación de la jornada del sábado inglés, disparan el conflicto que se origina en Corrientes, pasa por Rosario, se instala en Córdoba y luego recorre el país. Para las ciencias sociales y los estudios sobre conflicto social, surge una nueva categoría, la de los “azos”. El país asiste a puebladas y manifestaciones populares contra el ajuste y el disciplinamiento económico.

¿Qué actores confluyen en este reclamo?

El conflicto es motorizado por una multiplicidad de actores que lo enriquecen pero que a la hora de analizarlo lo complejizan. Lo importante es que esta confluencia da muestras de una cultura política en transición, progresiva en sus consignas y con niveles de organización cada vez más desarrollados. El Cordobazo permite poner a la luz uno de los fenómenos que el mundo peronista estaba atravesando, la discusión con la vieja guardia sindical que para este período comenzaba a ser criticada hasta por el propio Perón. Numerosas agrupaciones peronistas adquieren empatía con los diferentes movimientos de liberación tercermundistas, esto las obliga a modificar sus estrategias llegando al caso de considerar la lucha armada como medio para solucionar los conflictos; influenciada por los ideales humanísticos del guevarismo y por los aportes teóricos de Cooke, la Resistencia peronista va mutando. Desde el plano sindical, la crítica es aún más dura al interior del gobierno; surge un despertar sindical que condena la traición burocrática de varios dirigentes del período, lo que lleva al nacimiento de la CGT de los Argentinos, en oposición a la CGT colaboracionista del régimen. Las jornadas de Córdoba pueden dar muestra de este fenómeno, la misma provincia que había sido testigo de los programas de Huerta Grande y La Falda.

Junto con la condena a la guardia sindical del peronismo, surgirá el nacimiento de una nueva izquierda que condenaba la praxis anquilosada del partido comunista y su estatismo sugerido desde Moscú. Las nuevas lecturas de la realidad argentina bajo el prisma de Gramsci modificaron la mirada de los marxistas de esa generación impregnándola de un marcado antiimperialismo. Córdoba fue testigo del trabajo editorial de los hombres de Pasado y Presente. Pancho Aricó y Oscar del Barco, luego de las discusiones con la cúpula del PC, tomarán contacto cada vez más intenso con la Federación Universitaria Cordobesa; en el Cordobazo esta tradición también está presente.

La Docta, como se conoce a la ciudad de la Reforma, fue testigo de la multiplicación de parroquias en las cuales se profesaba la teología de la liberación; la palabra era acción para estos hombres, en las parroquias funcionaban cooperativas de trabajo que además fomentaban la necesidad de participación en los diferentes acontecimientos de la sociedad civil cordobesa. Con el tiempo, confluirán jóvenes universitarios y otras organizaciones sociales que les darán más dinamismo a los reclamos. Todos estos actores confluyeron el 29 de mayo en Córdoba.

Los sucesos del 29 se extendieron hasta el 31 de mayo y tuvieron como resultado catorce muertos, doscientos heridos y trescientos cincuenta detenidos, entre ellos Agustín Tosco. A diferencia de otros levantamientos de masas históricos, el Cordobazo carece de nombres que trascendieron en el futuro de la vida política argentina, a excepción de Tosco, pero significó un cambio importantísimo en comparación con otros alzamientos populares: el vínculo de los estudiantes con los sectores obreros. Por primera vez en mucho tiempo, las federaciones universitarias dejaban de ser funcionales a los intereses de la reacción. Vale recordar que en el golpe del ’30 apoyaron a Uriburu, como en el ’55 coquetearon con la “Fusiladora”. Durante el Cordobazo el aporte de los estudiantes fue vital, y junto con la contribución destacada de los sectores medios, asistimos a un frente de masas contra el poder del imperialismo.

Pero el Cordobazo implicó asimismo uno de los momentos de mayor diálogo entre la izquierda y el peronismo bajo el dialecto marxista, un intento de acercamiento entre los sectores más lúcidos del peronismo y la izquierda vernácula. Las ideas de Cooke, Hernández Arregui o Puiggrós comenzaban a influenciar en el peronismo, y las figuras de Aricó, Portantiero, Tosco y Salamanca, dentro del marxismo. Ambas fracciones comienzan a identificar las contradicciones de las naciones del Tercer Mundo cuyo camino al socialismo debe ser paralelo con la ruptura del lazo imperialista.

Autorxs


Emmanuel Bonforti:

Sociólogo. Docente de Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano, UNLA.