A 45 años del Cordobazo

A 45 años del Cordobazo

El 29 de mayo de 1969 perdura en nuestra memoria como un verdadero hito de lucha de las masas trabajadoras. Ese día, los trabajadores organizados se levantaron contra el retroceso ocurrido en los diez años anteriores y decretaron el principio del fin para el régimen dictatorial en el gobierno.

| Por Salvador Treber |

El siglo XX ha sido, a nivel mundial, muy intenso y conflictivo. La primera mitad se caracterizó por las dos guerras mundiales con la secuela de 70 millones de muertos, principalmente debido a la introducción de la aviación como arma de combate; bombardeando a las ciudades como una forma de incidir sobre el frente interno de sus respectivos contendientes. La sistemática destrucción de Londres y varios puertos de ultramar en las Islas Británicas, o de numerosas ciudades alemanas, dejó terribles huellas que al término del conflicto, en mayo de 1945, requirieron casi toda la siguiente década para borrar los trágicos rastros y proveer de viviendas a millones de personas que habían quedado sin ellas.

La mayor “novedad” fue la irrupción de la Unión Soviética en el escenario ecuménico y su rol decisivo en la derrota de Alemania, lo cual le permitió ocupar la mitad oriental de esta y coadyuvar a que Polonia, Hungría, Bulgaria y Yugoslavia se convirtieran en lo que se dio en llamar “democracias populares”. Del otro lado del Océano Atlántico, Estados Unidos, lejos de los campos de batalla, afianzó su indiscutida condición de primera potencia; pero temerosos de que los rusos se vieran tentados a avanzar sobre Europa occidental, implementaron un amplio Plan de Préstamos y Arriendo.

El líder británico Winston Churchill abogó insistentemente para que se continúe la contienda contra la Unión Soviética –aliado clave hasta el 5 de mayo de 1945–, a cuyo frente estaba el mariscal José Stalin. El presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt rechazó esa propuesta e impuso su propia determinación que consistía en reconstruir con la mayor rapidez posible a los países aliados devastados, poniendo además coto al “peligro rojo” mediante la instalación de 74 bases militares en el Viejo Continente. Salvo el período iniciado en 1950 que correspondió al sitio soviético de Berlín, ciudad que estaba dividida en cuatro áreas con activa presencia de los ejércitos de los tres triunfadores occidentales y las tropas rusas, los tan temidos choques abiertos no se llegaron a producir y se circunscribieron a incidentes menores.

La posición argentina y sus derivaciones

A diferencia de Brasil, que se unió a los aliados y envió tropas al frente abierto tras el desembarco en Italia, la Argentina se mantuvo formalmente neutral, pero el gobierno encabezado por el doctor Ramón S. Castillo, el vicepresidente en ejercicio dada la enfermedad mortal que aquejó al titular del Poder Ejecutivo doctor Ricardo M. Ortiz, no disimulaba su simpatía por “el Eje” constituido por Alemania e Italia a cuyo frente estaban, respectivamente, los dictadores Adolfo Hitler y Benito Mussolini.

La principal actividad económica consistía en la producción de excedentes agropecuarios que tenían a Inglaterra como principal destino y a la correlativa importación de bienes elaborados; lo cual retrasó bastante la industrialización, salvo la referida a alimentos y sólo parcialmente la de textiles o vestimenta. Al estallar la guerra, los submarinos alemanes procuraron cortar las vías habituales de aprovisionamiento marítimo de sus enemigos.

La respuesta fue la organización colectiva en buques “convoyes”, custodiados por barcos de guerra que procuraron preservar expeditas las rutas intercontinentales. Nuestro país carecía de marina mercante y recién en 1941 el gobierno resolvió incautar 14 naves extranjeras que debían permanecer internadas hasta que finalizaran las hostilidades.

Los envíos de manufacturas europeas habían cesado y poco después hizo lo propio Estados Unidos; siendo esa situación la que impulsó internamente un proceso incipiente de “sustitución de importaciones” que, con el pasar de los años, se fue intensificando. Nuestro país no fue invitado en 1944 a la Conferencia de Bretton Woods, en que se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (actualmente Banco Mundial) por considerarlo incluido bajo el estatus excluyente de “país enemigo”.

Los primeros años de posguerra coincidieron con el comienzo de la presidencia inicial del general Perón y fueron prósperos, pues la Europa hambrienta adquiría a muy buenos precios nuestros excedentes agropecuarios; aunque a partir de 1949 los requerimientos y las cotizaciones bajaron drásticamente. Mientras tanto, con el mercado interno a disposición y beneficiado por la obligada aceptación de muy buenos precios, la denominada “industria liviana” se convirtió en receptora de un sostenido éxodo de trabajadores rurales que emigraron masivamente hacia las ciudades, con el objetivo de convertirse en obreros industriales, categoría con la cual mejoraban en medida muy considerable su situación económica. El Banco Industrial de la Nación creado en 1946 y el Banco Hipotecario Nacional –este último mediante el financiamiento masivo de nuevos barrios de viviendas– fueron firmes pilares del progreso alcanzado. No obstante, durante el período 1946/52 se acentuó el alza en el índice del costo de vida, lo cual también afectó los precios internos en general; sumándose a ello la pérdida de la cosecha 1952/54 por causas climáticas.

Cabe señalar que alrededor del año 1950 se había llegado al virtual autoabastecimiento en bienes de consumo familiar, tanto inmediato como durables; pero a la par se agudizaron las carencias de insumos de cierta sofisticación técnica y, en particular, los de capital que provenían de países que estaban a la vanguardia de las diversas ramas y especialidades. La limitada llegada de empresas extranjeras logró ampliar muy poco el espectro productivo, ya que la mayoría optó por adquirir paquetes accionarios de las nacionales que ofrecían mejores perspectivas y una ascendente rentabilidad real o potencial.

El año 1952, al darse el “pico recesivo”, se caracterizó por una profunda y generalizada baja de las actividades industriales, razón por la cual se dictó una ley de inversiones extranjeras muy favorable a estas, pese a lo cual no pudo evitarse una aguda carencia de divisas. En búsqueda de otros factores de reactivación coadyuvantes, resolvieron ofrecer una serie de beneficios al lograr la radicación de la empresa estadounidense fabricante de automotores Kaiser y la italiana Fiat para encarar la elaboración de tractores, pero se les impuso la obligación de instalarse en los alrededores de la ciudad de Córdoba cedidos gratuitamente.

Esta decisión estratégica apuntaba a extender el desarrollo del sector secundario al interior y fuera de la tradicional “franja litoral atlántico”, cuya expansión excluyente era símbolo y consecuencia de la vigencia irrestricta del régimen del librecambio. Kaiser estaba especializada en producción de aluminio pero no era reconocida en la rama de automotores, pues apenas cubría el 1% de la demanda interna de su país de origen y los modelos estaban siendo ya superados. Sólo el mantenimiento de la prohibición de importarlos que regía le permitió colocar esos bienes en un mercado sediento y muy mal atendido. En cuanto a Fiat, que inicialmente sólo estaba autorizada a elaborar tractores –lo que cumplió, pues llegó a un máximo de 12.000 flamantes unidades por año–, obtuvo la venia oficial para extender su actividad a la automotriz y comenzó a lanzar con éxito sus productos.

En Córdoba, desde 1927, operaba la Fábrica Militar de Aviones con señalada eficiencia, pues llegó a posicionar al país como quinto fabricante aviones a nivel mundial. Este emprendimiento decidió entonces ampliar su línea de montaje, lo cual se concretó a través de un vehículo liviano de carga que denominó Rastrojero, el cual muy pronto recibió una generalizada aceptación de los consumidores. Más conflictivas fueron las radicaciones para la explotación petrolífera que se pactaron con las firmas estadounidenses Atlas Corporation (1954) para operar yacimientos en Neuquén y, muy especialmente, la Standard Oil Co, de California, para la extracción en un área exclusiva de 50.000 km2 en Santa Cruz. En tal escenario harto negativo, Córdoba era una excepción pues sus nuevas plantas se expandían y ofrecían los más altos salarios para atraer a personal con cierta formación en dichos rubros.

Paralelamente, el comercio exterior se tornó cada vez más deficitario y ello llevó a anunciar que estábamos ante lo que se denominó “un callejón sin salida”. Esto provocó un gran debilitamiento del gobierno nacional y se convirtió en un ámbito propicio para impulsar un tercer “golpe de Estado” destituyente, situación que se verificó en septiembre de 1955 expulsando al presidente constitucional, general Perón. Luego de casi cuatro años de gobierno “de facto”, el llamado a elecciones promovió a presidente al doctor Arturo Frondizi en un clima de gran expectativa y esperanzas.

Las nuevas medidas y su incidencia sobre Córdoba

La primera fue la introducción del artículo 28 en la ley que regía la educación universitaria (había sólo cinco de estas casas de altos estudios del país, todas estatales) y dentro de ellas, la de Córdoba mantenía la tradición por su histórica actitud revolucionaria con que impuso en 1918 la Reforma Universitaria; cuyos nuevos principios democratizaron su actividad, introdujeron el gobierno tripartito y marcaron el rumbo en todas las naciones latinoamericanas.

La segunda medida que encendió la mecha latente fue la autorización a las empresas privadas extranjeras para su radicación con sendas fábricas de automotores en cualquier lugar del país, eliminando el esquema de exclusividad espacial que favorecía a Córdoba. Nada menos que 23 fueron las propuestas presentadas, pero hasta 1963 sólo 13 concretaron esa iniciativa y eligieron como área al tradicional “cordón litoral atlántico”, con epicentro en la Capital Federal. Como era de suponer, hubo un marcado retroceso de las plantas originales y la economía cordobesa sufrió un creciente deterioro. El incremento poblacional del período 1950/70 impulsó el paralelo avance de la producción de alimentos, aunque fueron un débil aliciente para paliar los numerosos despidos y, mucho más aún, el “congelamiento” de salarios vigentes para los que venían protagonizando hasta entones la modernización y expansión en nuestra provincia mediterránea.

A nivel mundial, el estallido del llamado “mayo francés” ocurrido en 1968, el día 29 de dicho mes, obligó a convocar al héroe militar, el general Charles de Gaulle, para conjurar el amplio movimiento popular que pretendía profundizar los cambios sociales. Dichos acontecimientos sembraron nuevas inquietudes y alentaron reclamos, en los que la Argentina no fue la excepción. En Córdoba, el secretario general del gremio de trabajadores de la Empresa Provincial de Energía (EPEC), Agustín Tosco, se convirtió en líder indiscutido.

Se había generalizado la modalidad de hacer planteos apoyados en las bases, y los trabajadores de las plantas ubicadas en la zona de Ferreira, colindante con la ciudad capital, tomaron como esquema de acción dejar sus puestos a las 10 horas de la mañana y, en caravana, converger hacia el centro de la ciudad para hacer conocer sus reivindicaciones. Durante el mes de abril precedente se había concretado una manifestación en una ciudad litoraleña tradicionalmente muy tranquila, Corrientes, pero esa actitud tuvo eco con un multitudinario apoyo en Rosario.

El 29 de mayo de 1969 los gremios combativos de Sitrac y Sitram, que reunían a los obreros de las dos automotrices de Córdoba, decidieron encabezar una movilización general a la que se sumaron los sindicalistas dirigidos por Agustín Tosco y las franjas más avanzadas de estudiantes que militaban en la Federación Universitaria. Casi nadie supuso entonces que ese día pasaría a ser un símbolo histórico, perdurando en nuestra memoria como un verdadero hito de lucha de las masas trabajadoras, que sentían en carne propia el retroceso ocurrido en los últimos anteriores diez años y pretendieron decir en alta voz ¡basta! a los esbirros de la dictadura.

El autoritario gobernante de facto general Onganía, que se había propuesto permanecer veinte años en el poder, ordenó al ejército que sustituyera a la policía debido a que esta había sido rebasada. Las tropas del Tercer Cuerpo, armadas hasta los dientes, no se animaron a penetrar hasta el tercer día posterior al barrio del Hospital de Clínicas, bastión de los estudiantes, y nunca de noche en esa zona.

Ese fue el principio del fin para el régimen despótico y el inicio del período preparatorio que antecedió a las elecciones de 1973. El ministro de Economía, el ultraliberal Krieger Vasena, admitía no entender que los obreros mejor pagos del país fueran los principales protagonistas, porque no tomaba en cuenta que también eran los políticamente más esclarecidos.

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Salvador Treber:

Contador. Profesor de grado y postgrado-FCE-UNC.