América latina y el Caribe en la mira del imperialismo estadounidense y europeo

América latina y el Caribe en la mira del imperialismo estadounidense y europeo

El sistema internacional ha experimentado importantes cambios en los últimos años. En nuestra región, las oligarquías locales aliadas del imperialismo estadounidense y europeo fueron desplazadas de gran parte de los gobiernos. Mientras resta definir si el próximo será un sistema internacional pluripolar y multicéntrico, o un sistema unipolar donde la hegemonía estadounidense sea sustituida por otra hegemonía imperial no occidental, en América latina avanza la construcción de una geopolítica contrahegemónica.

| Por Aránzazu Tirado Sánchez |

El sistema internacional viene experimentando una serie de cambios acelerados desde que, en 1989, con la caída del muro de Berlín, se iniciara un proceso de implosión del bloque del Este que concluyó en 1991 con la disolución de la Unión Soviética. Estas fechas pusieron fin oficial al período de confrontación bipolar entre este país y los Estados Unidos que se conoció como Guerra Fría. El capitalismo y sus ideólogos fueron raudos en declarar el triunfo del capitalismo en su forma neoliberal y hasta el “fin de la historia”.

Sin embargo, tras más de una década de confusión ideológica y retroceso político, una región en el planeta comenzó a levantarse contra el neoliberalismo: América latina y el Caribe. Una región dependiente en lo económico, a la que las potencias mundiales habían tratado con cierta displicencia pese a su gran importancia como “retaguardia estratégica” para el imperialismo, en palabras del Che Guevara, así como reserva invaluable de recursos naturales. Pero los pueblos de América latina y el Caribe comenzaron a andar, iniciando un período de luchas que cristalizó en la llegada al gobierno de presidentes de un amplio espectro dentro de la izquierda, dispuestos en mayor o menor medida a revertir la “década perdida” del Consenso de Washington. La Venezuela bolivariana marcó el camino y de manos del presidente Chávez no sólo se recuperó para el siglo XXI la palabra socialismo en el debate político, sino que también comenzó una nueva ola de integración y concertación política en la región que ha tenido un impacto que trasciende las fronteras del subcontinente.

La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) son muestra de esta efervescencia, que ha logrado dejar en un segundo plano, cuando no mostrar su obsolescencia, los mecanismos regionales panamericanos, como la Organización de Estados Americanos (OEA) o las iniciativas extrarregionales y claramente neocoloniales, como son las Cumbres Iberoamericanas.

Los imperialismos estadounidense y europeo son conscientes de este desplazamiento de su influencia política en los países que fueron en algún momento sus colonias o sus áreas “naturales” de dominio. Asimismo, la crisis económica mundial, que ha afectado en mayor medida a las economías de Estados Unidos y a la de los países del sur de la Unión Europea (UE), sojuzgados a los intereses de la oligarquía alemana, ha revitalizado el interés por el control de los ingentes recursos naturales estratégicos con los que cuenta América latina y el Caribe.

La Unión Europea como proyecto imperial de clase subordinado a Estados Unidos

Con frecuencia, desde América latina y el Caribe se analiza, por vecindad geográfica y proximidad histórica, el papel del imperialismo de los Estados Unidos hacia la región, pero pocas veces se hace lo propio con el rol de la Europa actual. Mucho menos se utiliza el término imperialismo para calificar la acción como bloque de la UE a través de distintas instituciones. Ello se debe a que Estados Unidos es visto como el hard power, la fuerza bruta, frente al soft power, la fuerza suave o “inteligente”, que representaría la UE. Sin embargo, sea ejercido con puño de hierro en guante de seda o directamente sin guante, power is power. Y el imperialismo es imperialismo, aunque se vista con ropajes más democráticos y busque la hegemonía por la vía del consenso, dejando la coerción para situaciones extremas.

Cabe recordar que desde su propio nacimiento en la forma de Comunidad Europea del Carbón y del Acero, posteriormente Comunidad Económica Europea (CEE), el proyecto de integración europea fue una iniciativa tutelada por los Estados Unidos. El contexto de Guerra Fría, la victoria de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, su intento de hegemonizar el poder internacional, su voluntad de neutralizar a Alemania y, sobre todo, el desafío de un socialismo soviético que amenazaba con extenderse entre las clases trabajadoras europeas, llevaron a Estados Unidos a apostar por una reconstrucción europea, funcional a los intereses hegemónicos de la naciente potencia, que sirviera de bloque de contención al bloque soviético. Con la disolución del poder soviético llegó el paso de la CEE a la UE y la actitud de Estados Unidos cambió, empezó a ver con recelo la posibilidad de una Europa unida. Pero, para fortuna de los Estados Unidos, la UE no ha supuesto un gran desafío a sus intereses estratégicos. Esto no implica afirmar que exista una absoluta lógica de dependencia y subordinación de las elites europeas a los dictados estadounidenses. Más bien, se puede calificar la relación entre las elites de los diversos países de la UE y los Estados Unidos como “cooperación antagónica”, término que Ruy Mauro Marini acuñó para definir la cooperación, no exenta de conflictividad, entre la burguesía del Brasil de su época y la de los Estados Unidos.

Los vínculos de clase no excluyen el conflicto intraelites, que se puede dar tanto entre la burguesía estadounidense y la europea como entre las distintas burguesías europeas. Cualquier observador atento puede percatarse de que en el proyecto de la UE no existe un bloque homogéneo de intereses. Es bien conocida la divergencia entre los propios países europeos, que se ha exacerbado a raíz de la crisis económica. Su expresión más sangrante es la reacción europea a la elección de Syriza en Grecia como respuesta a las políticas de austeridad impuestas por Alemania. También es conocida la pugna que se da en su seno entre unas elites con sensibilidad y visión más europeísta, como pueden ser las francesas, y otras más alineadas con el proyecto proatlantista, con el Reino Unido a la cabeza, pero seguido por muchos de los países del ex bloque del Este. Una pugna que se resuelve en función de la correlación de fuerzas que otorga el signo ideológico de los gobiernos que presiden los Estados miembros. Como ya explicó Lenin a principios del siglo XX, la unión europea bajo el capitalismo no pasa de ser una utopía reaccionaria que cada día más da la espalda a los intereses de los pueblos europeos y demuestra su carácter antidemocrático, del que ya se tuvo buena prueba cuando se impuso la Constitución Europea pese al voto en contra en muchos de los países.

En su política hacia América latina la UE ha tratado de desmarcarse de Estados Unidos y generar su propia influencia estableciendo espacios de diálogo político como la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana (EuroLat) en la que participan diputados de ambos lados del Atlántico; o firmando en 1999 una Asociación Estratégica Birregional con el conjunto de la región que pretendía construir una especie de ALCA a la europea, un “ALCA con alma”, en palabras de un entusiasta eurodiputado español. La autopercepción europea como referente moral y político llevó a la UE a incluir cláusulas de respeto a los derechos humanos en sus distintos tratados de libre comercio con América latina y el Caribe. Una completa hipocresía habida cuenta, en primer lugar, de la violación a los derechos humanos por los propios países de la UE, tanto dentro como fuera de sus fronteras, y, en segundo lugar, al observar que dichas cláusulas pueden ser muy laxas cuando los intereses políticos, y sobre todo económicos, así lo requieren. Dejamos en manos del lector la reflexión acerca de cuál ha sido la situación de los derechos humanos en Colombia y en Cuba en las últimas décadas y el distinto trato dispensado a ambos países por las autoridades europeas.

En lo fundamental, la UE ha demostrado hasta la fecha estar alineada con los intereses de los distintos gobiernos de Estados Unidos. Muestra de ello es la ausencia de una política exterior y de defensa independiente de los lineamientos generales de la política exterior estadounidense. Ahora bien, la subordinación del proyecto europeo a los intereses de Estados Unidos no significa que la UE renuncie a tener su propio lugar en el sistema internacional. Un rol que puede llegar a ser altamente injerencista e igual de imperialista que el estadounidense. Como dos caras de una misma moneda, el imperialismo estadounidense y el imperialismo europeo se complementan. La invasión a Libia y el posterior asesinato del presidente Muammar al-Gaddafi en 2011 ejemplifican a la perfección esa doble cara imperial: Europa opera y aplaude, a veces en la sombra, mientras Estados Unidos ríe y se jacta públicamente de sus crímenes, como lo hizo Hillary Clinton inspirada en el Imperio Romano.

Asimismo, los recientes hechos en Ucrania demuestran que la UE está más preocupada por cercar y debilitar a Rusia, algo que beneficia a Estados Unidos y la OTAN, que por tener una política de defensa soberana de sus propios intereses. En una pura lógica geopolítica, a la UE le convendría llevarse bien con la Federación de Rusia, pues es una de las potencias que puede ejercer de contrapeso a la hegemonía estadounidense, además de ser uno de sus principales proveedores energéticos. Sin embargo, los hechos de la diplomacia europea parecen conducir al camino opuesto. Los intereses de Europa empiezan a confundirse de manera peligrosa con los intereses de los Estados Unidos, entrando en un momento histórico donde la soberanía europea está más cuestionada que nunca.

La proyección global del poder de Estados Unidos: los acuerdos de Asociación Transatlántica y Transpacífica

Si hay un tema que va a sellar definitivamente la subordinación de Europa a Estados Unidos, este es la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ACTI o TTIP por sus siglas en inglés) que ambos están negociando en el más absoluto de los secretismos en la actualidad. Y no es solamente que los pueblos y las organizaciones sociales europeas no tengan acceso al contenido de las negociaciones, sino que los propios eurodiputados no pueden tener copia del documento, solamente pueden consultar su contenido por unos minutos en una sala en la que están desprovistos de cualquier medio electrónico que pueda registrar la información. Semejante ataque al poder soberano sólo ha sido denunciado por unos pocos eurodiputados de la izquierda europea. Es curioso el concepto de transparencia democrática y respeto institucional que tiene el resto de los eurodiputados. Por cierto, son los mismos diputados que se llenan la boca con estos términos para intervenir en los asuntos de terceros países que cuestionan la hegemonía imperial, como Venezuela o Cuba, pero se quedan mudos e inermes cuando el imperialismo estadounidense atenta contra los derechos de sus pueblos.

Pero la contraofensiva económica de Estados Unidos está diseñada a escala planetaria y no se circunscribe a someter a la UE a la ACTI. En paralelo, Estados Unidos está negociando una gran área de libre comercio en la zona Asia-Pacífico vía el Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP o TPP) en el que participan sus principales socios en América latina así como otros países del área del Pacífico. Esa gran área tiene su correlación en el ámbito político con la Alianza del Pacífico, que se creó en 2011 pocos meses antes del lanzamiento del la CELAC, en la que México, Colombia, Chile y Perú se encuentran a la vanguardia de la defensa de la agenda estadounidense en la región.

El “vínculo trilateral”: ¿una nueva era para América latina, Estados Unidos y Europa o colonialismo del siglo XXI?

¿Cuál es entonces el papel que el bloque occidental le reserva a América latina y el Caribe en estos tiempos en que el liderazgo político y económico de Estados Unidos y Europa está en declive? Podemos obtener alguna respuesta en la producción de los think tanks estadounidenses. Por ejemplo, el Atlantic Council, ente que representa los intereses de la clase dominante de Estados Unidos, encargó a su Transatlantic Task Force on Latin America un documento que “alumbrara” las relaciones entre Estados Unidos, América latina y Europa en esta supuesta nueva era. Como anécdota significativa, cabe destacar que la supervisión quedó a cargo de una de las principales mentes preclaras que ha dado la política española, José María Aznar (entiéndase la ironía). Un personaje que pasó de gris inspector de hacienda a presidente mediocre con ínfulas de estadista internacional, reconvertido en lobbista empresarial y operador político de la derecha republicana, no tanto por sus dotes intelectuales o diplomáticas sino como generoso pago a sus servicios al imperialismo yanqui.

El documento resultante, “El vínculo trilateral: mapeando una nueva era para América latina, los Estados Unidos y Europa”, fue publicado en 2013 y despeja las dudas. Estados Unidos y Europa deben volver a tener la hegemonía sobre los mercados latinoamericanos, de los que han sido desplazados en los últimos años por los acuerdos de los gobiernos latinoamericanos y caribeños con China y otros actores extrarregionales. De igual modo, América latina es la aliada elegida para que el “mundo occidental” pueda seguir ejerciendo su función hegemónica en el que, pese a los llamados trilaterales, podemos imaginar que Estados Unidos guarda para sí el papel de hegemon incuestionable. La justificación, como no podía ser menos, se basa en argumentaciones neocoloniales. Para los autores, las raíces “históricas, ideológicas y políticas” compartidas entre Estados Unidos, Europa y América latina ubican a esta en una misma “comunidad de valores” de la tradición occidental. Poco importa si este ingreso fue forzado o se hizo en contra de la voluntad de amplios sectores sociales que fueron masacrados cuando se opusieron a la conquista y colonización, así como al neoliberalismo posterior.

No obstante, se agradece la claridad del imperialismo estadounidense, mucho menos eufemístico y con menos remilgos morales que el europeo, a la hora de expresar claramente sus objetivos de control geoeconómico y geopolítico sobre las riquezas naturales y humanas de América latina y el Caribe.

Conclusiones

Estos documentos, así como otras acciones de la política exterior estadounidense y europea, demuestran que más allá de los discursos que restan importancia a América latina y el Caribe, esta región sigue siendo una de las más relevantes del mundo en términos geoestratégicos. De hecho, para el imperialismo estadounidense al menos, es la más importante, como nos recuerda Atilio Boron en su imprescindible libro América Latina en la geopolítica del imperialismo.

A pesar de que la mayoría de gobiernos de América latina y el Caribe están lejos de ser el actor subordinado que quisieran los Estados Unidos y Europa, las clases dominantes de estos países siguen empeñándose en ejercer su rol imperial. Ignoran que los tiempos han cambiado y que las oligarquías latinoamericanas aliadas del imperialismo estadounidense y europeo fueron desplazadas de gran parte de los gobiernos en los últimos años. A pesar de sus deshonrosas excepciones, América latina y el Caribe ya no es más el patio trasero de Estados Unidos, tampoco un área de influencia colonial para Europa, ni mucho menos se conforma con ser un actor pasivo en el sistema internacional.

La región tiene su propia agenda en este siglo XXI y sus propias alianzas, que no pasan necesariamente por el bloque occidental. Muestra de ello es la participación de Brasil en los BRICS, los numerosos acuerdos comerciales de China con varios países latinoamericanos, las alianzas estratégicas con Rusia o los acuerdos de transferencia tecnológica que algunos países han suscrito con Irán. La nueva era está signada, además, por mecanismos de cooperación Sur-Sur y no por alianzas trilaterales neocoloniales.

Hoy América latina y el Caribe es un bloque político que rechaza de manera contundente los intentos de injerencia imperialista a los que Estados Unidos quiere someter a Venezuela, como se ha demostrado con el respaldo unánime de la CELAC a Venezuela en su denuncia del decreto de Obama contra ese país, y opera al unísono para que Cuba sea incorporada en el sistema interamericano y pueda participar por primera vez en la Cumbre de las Américas, como sucedió el 10 y 11 de abril en Panamá.

Pese a la capacidad de reacción que han tenido las fuerzas de derecha de América latina y el Caribe recuperando espacios de poder en algunos países, existe un liderazgo latinoamericano encabezado por Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, miembros todos ellos del ALBA-TCP, con el acompañamiento de terceros países gobernados por el progresismo, que está construyendo una geopolítica alternativa a la geopolítica del imperialismo. Esos países latinoamericanos y caribeños han puesto a América latina y el Caribe en un lugar destacado del sistema internacional, haciendo que la región esté coadyuvando, como pocas zonas del planeta, hacia la consolidación de la transición geopolítica en curso. Si esta transición dará como resultado un sistema internacional pluripolar y multicéntrico, o un sistema unipolar donde la hegemonía estadounidense sea sustituida por otra hegemonía imperial no occidental, es todavía una incógnita. Lo que sí parece claro es que en el siglo XXI no asistiremos a un “nuevo siglo americano” –esto es estadounidense– ni europeo. Y ello tendrá mucho que ver con la construcción geopolítica contrahegemónica que está teniendo lugar en América latina y el Caribe mientras se escriben estas líneas.

Autorxs


Aránzazu Tirado Sánchez:

Politóloga especializada en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Maestra en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctorante en el Posgrado en Estudios Latinoamericanos, UNAM.