Trabajo femenino, una historia de desigualdades persistentes

Trabajo femenino, una historia de desigualdades persistentes

La autora da cuenta de las características del mercado de trabajo que colocan a las mujeres y disidencias en posiciones de desigualdad objetivas y subjetivas.

| Por Nora Goren |

Desde dónde partimos

A esta altura de la historia no hay dudas respecto de que la economía monetaria está masculinizada y que la no monetaria sigue siendo principalmente feminizada, aun cuando las mujeres hoy sean buena parte de la fuerza laboral. Pero lo que está claro es que en ambos casos se realiza trabajo, si por trabajo entendemos la generación de valor. Así que cuando hablamos de mercado de trabajo podemos decir que es un concepto anclado en la cultura científico-social y en la vida económico-política; sin embargo, al dar cuenta de un segmento de la realidad, siempre resulta incompleto. Si nos remontamos a la historia –que, como sabemos, fue relatada desde el universal masculino–, observamos cómo se invisibilizó la temprana presencia de la mano de obra femenina en el trabajo, así como las acciones de resistencia presentes ante su incorporación. Heidi Hartmann, en su clásico texto El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo, describe el modo en que los trabajadores se opusieron a la entrada de las mujeres y lxs niñxs al mercado del trabajo y trataron de excluirlxs, tanto de este como de los sindicatos; en lo que constituye un claro ejemplo de la articulación entre los intereses del capital y los del patriarcado en desmedro del trabajo realizado por las mujeres, buscaron que ellas permanecieran limitadas al espacio doméstico. Claramente, fue necesario que el feminismo como disciplina repusiera las voces y acciones de las mujeres, quienes, como señala Silvia Federici (2010), en plena Revolución Industrial y frente a la introducción de la maquinaria en las fábricas, fueran arrojadas junto con lxs otrxs integrantes de la familia obrera al mercado de trabajo, lo que obligó a contratar a quienes pudieran reemplazarlas en mayor o menor medida en las funciones de reproducción, insustituibles para la reproducción de la vida.

Si bien a lo largo de la historia la conformación del mercado de trabajo se ha ido modificando, las categorías empleo, desempleo, actividad e inactividad son los supuestos que se mantienen implícitos en los enfoques tradicionales, y responden a la figura de un trabajador masculino que tiene un empleo estable, seguro y a tiempo completo. Como es de suponer, esa no es la forma de participación laboral de la mayoría de la población en América latina, donde los niveles de informalidad son elevados, y menos aún de las mujeres y disidencias que, además de enfrentarse a un mercado de trabajo segmentado por sexos y sector social de pertenencia, asumen el trabajo familiar, con las restricciones de espacio y tiempo que ello significa.

Distintos enfoques y perspectivas teóricas, como la neoclásica, la institucionalista y la marxista clásica, señalan la existencia de una división sexual del trabajo, en tanto mecanismo que se refleja en diferencias en la participación laboral y explica la variación salarial entre varones y mujeres. No obstante, si bien las explicaciones esgrimidas para alumbrar estas inequidades pueden ser útiles en tanto brindan elementos para predecir el efecto de la división sexual del trabajo sobre el acceso, demanda, la dinámica del mercado de trabajo y los condicionantes relativos a la estructura ocupacional y sectorial, suelen proporcionar evidencias de los aspectos individuales y familiares y de las preferencias laborales, dejando por fuera los factores estructurales que dan lugar a esas desigualdades y que actúan en su reproducción.

Así, la división sexual del trabajo, entendida como el reparto social de actividades según sexo/género –que implica la existencia de procesos de sexualización en la división social y técnica del trabajo y una inserción diferenciada de feminidades, masculinidades y disidencias en los espacios de la reproducción y en los de la producción social– es, junto con el racismo, uno de los dispositivos mediante los cuales se producen y reproducen diferencias y desigualdades en la participación laboral y en las remuneraciones de la fuerza de trabajo.

Así nos encontramos con distintas lógicas que organizan la oferta y demanda de mano de obra. El hecho de que existan ramas de actividad ocupadas por tal o cual sexo asignado nos habla del carácter no universal y desigual de la distribución de tareas y puestos de trabajo –que parecen tener sexo, clase y raza–, así como de la condición no homogénea de la fuerza de trabajo.

Desigualdades sexogenéricas y caminos hacia la igualdad

La pandemia del Covid-19 trajo serias consecuencias a nivel global en las distintas dimensiones de la vida humana. Entre ellas, las posibilidades y formas de trabajar de millones de personas. Así, los impactos en la economía y el mercado de trabajo han sido heterogéneos tanto a nivel internacional como en la Argentina, en función de las características de las distintas actividades y ocupaciones, signadas por diversos niveles de informalidad y desprotección social y laboral. Ejemplo de ello es lo que nos han mostrado los datos de la EPH para el segundo trimestre de 2020, cuando las restricciones a la circulación fueron las más estrictas y el mercado de trabajo se vio fuertemente contraído. En términos generales, los/as trabajadores/as más afectados fueron aquellos que se desempeñaban en actividades consideradas “no esenciales”, quienes tenían menores credenciales educativas, los/as más jóvenes y aquellos/as que se encontraban bajo una relación de empleo informal, y en todos estos segmentos las mujeres se vieron más afectadas que los varones (Goren, Dzembrowski, Maldovan, 2020).

En el presente, cuando la pandemia de Covid-19 parece encaminarse hacia una nueva etapa en la cual se habla de la recuperación de la “normalidad” en los distintos órdenes de la vida, se avizora cómo este retorno acarrea la emergencia de nuevas problemáticas y el agravamiento de otras, especialmente en lo que refiere a las desigualdades laborales y de género que ya signaban a nuestro país antes de la aparición del virus.

Podemos señalar que hacia finales de 2020 se observaron claros signos de recuperación, alcanzando niveles en la tasa de actividad y de empleo similares a los del primer trimestre. Sin embargo, el incremento del trabajo por cuenta propia, de la subocupación horaria y del trabajo informal, junto con la ampliación en las brechas de ocupación entre varones y mujeres, colocan la necesidad de reflexionar sobre la tendencia que signó al proceso de recomposición del mercado laboral. Así, a abril del 2022 las desigualdades preexistentes se agudizaron y si bien los niveles de empleo y de desempleo se encuentran respectivamente en claro aumento y disminución, también es cierto que las brechas sexogenéricas siguen siendo importantes. Cuando hablamos de brechas estamos haciendo referencia a qué es lo que sucede ante una misma situación para dos colectivos, en nuestro caso el de varones y el de mujeres, sin perder de vista que el mercado laboral es uno de los espacios que han mostrado mayor dificultad para ser modificados.

Según datos de la EPH correspondientes a los terceros trimestres de los años 2019, 2020 y 2021 se evidencia una recuperación desigual del empleo registrado y del trabajo informal según género. Para el cuarto trimestre de 2021 el empleo creció en relación con el nivel que había dejado el macrismo y previos a la pandemia, creciendo tanto el empleo masculino como el femenino; no obstante, el de los varones creció en mayor magnitud (3,9 vs. 2,5). Por su parte, la tasa de empleo de mujeres del IV trimestre de 2021 está dos puntos por encima del nivel del IV trimestre de 2019 y la tasa de desocupación también registra un nivel de 2 puntos más baja que en el IV trimestre de 2019. En primer lugar, la tasa de actividad de las mujeres es la más alta de, al menos, los últimos 10 años (50,3%). De todas formas, sigue siendo significativamente más baja que la tasa de actividad de varones. En este punto no debemos perder de vista que la brecha de participación laboral entre las mujeres y varones según el nivel socioeconómico es del orden del 23% entre quienes se sitúan en los deciles más bajos y más altos de ingresos.

Por su parte, en términos de empleo, se observa una brecha entre mujeres y varones que cuentan con estudios universitarios completos del orden del 8%, la cual aumenta significativamente entre quienes tienen bajos niveles de instrucción, lo que nos lleva a reflexionar acerca de cuáles son los puestos de trabajo en los cuales son demandados/as unos y otras. Lo mismo sucede ante la presencia de menores en el hogar: cuanto menor es la cantidad de menores en las unidades residenciales, la tasa de empleo es mayor, pero aún sin menores en el hogar la brecha entre mujeres y varones es del orden del 16% frente a un 24% cuando hay una presencia de dos o más menores.

En cuanto al trabajo informal, podemos señalar que el mismo disminuyó durante la pandemia, pero por no poder realizar esas actividades, vinculadas a las medidas de no circular y habilitación e inhabilitación de ciertas actividades. Así y en base a datos de la EPH, se observa que a fines de 2021 las mujeres volvieron a los niveles de participación de 2019, situándose en el 36%, mientras que la informalidad para los varones disminuyó dos puntos porcentuales, 36 vs. 31. Esto se vincula con que hubo generación de empleo, que para los varones se relaciona con la formalidad, más específicamente con la industria, recuperando valores previos a la pandemia y a la gestión macrista, pudiendo ser esto explicado en parte por la segmentación laboral y la rigidez de los territorios femeninos y masculinos presentes en el ámbito informal.

En los aglomerados cubiertos por la EPH, entre el tercer trimestre del 2020 y 2021, se crearon más de 800 empleos ocupados por mujeres, la ocupación femenina se expandió a mayor velocidad que la masculina. En efecto, en este período la ocupación femenina se expandió un 18% y la masculina un 15%. Por este comportamiento del mercado de trabajo, en el tercer trimestre de 2021, la cantidad de mujeres ocupadas superó en un 6% al registro del tercer trimestre de 2019 (previo a la pandemia).

Los sectores que más contribuyeron al crecimiento de la ocupación de las mujeres fueron los siguientes en orden de importancia: comercio (26%), administración pública (16%), servicio doméstico (13%) y salud (12%). Si bien el empleo del servicio doméstico creció considerablemente con respecto al tercer trimestre de 2020, aún se encuentra un 10% por debajo de los niveles del tercer trimestre de 2019.

Por otra parte, cuando hablamos de desocupación observamos que para el tercer trimestre del 2021 fue de 8,2% para las mujeres y de 7,7% para los varones y que la misma es mayor cuando mayor es la cantidad de menores en el hogar y los niveles de instrucción y de ingresos son más bajos.

Algunas pistas para seguir pensando

Si nos focalizamos en los mercados laborales, hay un grupo de factores que pueden explicar la persistencia de la división sexual del trabajo y las desigualdades que esta implica: son las normas inscriptas en las instituciones laborales en cuanto a su contribución a la definición de la estructura de las remuneraciones y a su incidencia sobre las brechas, esto es, sobre los diferenciales de ingresos y la distribución generizada de tareas y sectores de actividad. Para ello es importante analizar e intervenir sobre las discriminaciones directas e indirectas presentes en la legislación laboral y en los convenios colectivos de trabajo, tanto aquellas que están en la propia letra de la norma como las que, por el modelo patriarcal vigente, se concretan en forma de discriminación (Goren y Trajtemberg, 2018).

Es de destacar que, en esta conformación histórica, más allá de los cambios acaecidos –“marea verde” mediante–, siguen vigentes las territorializaciones diferenciadas entre las tareas consideradas como típicamente femeninas o masculinas, las cuales se replican al interior de los mercados de trabajo, y que dan cuenta de la eficacia de los estereotipos de género. Así, trabajadorxs con ciertos perfiles, en términos de las “oportunidades” que ofrece el “mercado”, son “demandadxs” y/o se “ofrecen” en determinados segmentos y, a su vez, estos segmentos se van consolidando a partir de los perfiles de lxs trabajadorxs que se desempeñan allí. De esta manera, se van configurando territorios laborales femeninos y masculinos, con demarcaciones que raramente se desdibujan.

A su vez, al interior de estos espacios, la mayoría de ellas desarrollan tareas atribuidas de manera estereotipada a lo femenino, es decir, aquellas con menor reconocimiento y valor social y económico. De este modo, los distintos segmentos que estructuran el “mercado laboral” y en los que se agrupan distintos perfiles de trabajadorxs se caracterizan por condiciones laborales desiguales y remuneraciones fuertemente diferenciadas. En el marco de dicha segmentación, y con independencia de los niveles educativos alcanzados, se registran diferencias en cuanto a la inserción laboral vinculadas con la calificación de las actividades a desarrollar; por ejemplo, se observa que las mujeres asalariadas trabajan principalmente efectuando tareas no calificadas y operativas, al tiempo que se encuentran subrepresentadas en posiciones jerárquicas, de liderazgo y conducción –fenómeno conocido como techo de cristal–.

Asimismo, la segregación laboral sexogenérica conlleva efectos negativos no solo en un plano objetivo, sino también subjetivo: esta valoración diferencial se traduce en relaciones sociales desiguales, con una fuerte impronta en términos de falta de reconocimiento, y produce y recrea asignaciones identitarias que colocan a las mujeres y disidencias en posiciones minusvaloradas, en el marco de un ejercicio de poder que pondera de manera privilegiada determinadas tareas en función de su asociación con ideas de productividad y supuesto aporte social, ligadas al modelo de masculinidad.

Entonces, al abordar los mercados de trabajo con perspectiva de género se tornan evidentes sus desigualdades y segmentaciones, lo cual nos lleva a indagar las articulaciones con el trabajo reproductivo, doméstico y de cuidados. De modo inverso, al poner el foco en este último, se vuelve central el análisis del trabajo considerado como productivo. Esto se da en un contexto en el cual la evidencia histórica indica que la incorporación de la mano de obra femenina al trabajo asalariado no ha redundado en un cambio profundo de los roles estereotipados asimétricos de género, ni en el mercado de trabajo, ni en las tareas reproductivas y de cuidados, sino que más bien reforzó la carga laboral de las mujeres.

Referencias bibliográficas

Andújar, A. (2017). “Historia social del trabajo y género en la Argentina del siglo XX: balance y perspectivas”, Revista Electrónica de Fuentes y Archivos (REFA), 8 (8).
Goren, N. y L. Prieto (2020). “Desigualdades sexo-genéricas en el trabajo. Las agendas sindicales feministas”, en Feminismos y Sindicatos en Iberoamérica. Buenos Aires: Edunpaz, CLACSO. Recuperado de https://edunpaz.unpaz.edu.ar/OMP/index.php/edunpaz/catalog/book/50
Goren, Nora; Madovan Bonelli, J., Dzembrowski, N. y Ferrón, G. (2021). La situación de los/as trabajadores/as ocupados/as de la Provincia de Buenos Aires ante las medidas de ASPO, segundo trimestre de 2020: Informe 2, Proyecto “Covid-19: Trabajo, Género y Desigualdades en la Provincia de Buenos Aires”. Nora Goren (coord.). José C. Paz: Edunpaz, 2020. Disponible en: https://edunpaz.unpaz.edu.ar/OMP/index.php/edunpaz/catalog/book/60
Goren, Nora (2021). “Mercado de trabajo”, en Nuevo diccionario de estudios de género y feminismos/coordinación Susana Gamba y Tania Diz. Ed. Biblos, Buenos Aires. Págs.: 412-416.
Goren, N. y D. Trajtemberg (2018). “Brecha salarial según género. Una mirada desde las instituciones laborales”, Análisis, 32.
Federici, S. (2010). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de Sueños.

Autorxs


Nora Goren:

Licenciada en Sociología (UBA). Magíster en Ciencias Sociales del Trabajo (UBA). Doctora por la Universidad Nacional de Buenos Aires. Dirige el Instituto de Estudios Sociales en Contextos de Desigualdades –IESCODE– y la Maestría de Políticas Públicas y Feminismos en la Universidad Nacional de José C. Paz.