¿Qué nos indica la prospectiva gerontológica?

¿Qué nos indica la prospectiva gerontológica?

En las próximas décadas se incrementará notoriamente el número de adultos mayores que demandarán atención integral. Para estar a la altura de esta necesidad no alcanza solo con aumentar el presupuesto que se destina a la atención de la salud de esta franja poblacional, sino también desarrollar programas de capacitación e incorporar el enfoque preventivo a fin de que el proceso de envejecimiento transcurra de un modo óptimo.

| Por Graciela Zarebski |

“Contemplando el futuro
se transforma el presente”
Gastón Berger
“Sciences Humaines et prévision”. Review des Deux Mondes

La prospectiva, según Godet, constituye una anticipación para iluminar las acciones presentes con la luz de los futuros posibles y deseables.

A fin de diseñar una prospectiva gerontológica, partiremos de analizar la realidad presente, remontándonos al 2012, año en el cual la Organización Mundial de la Salud (OMS) instituyó como lema del Día Mundial de la Salud que se celebra el 7 de abril: Promover el Envejecimiento Saludable.

Lo decidió a partir de la evidencia de que para el 2017 los mayores de 65 años serán más que los menores de 5 y que para el 2050 una de cada cuatro personas tendrá más de 60 años.

La mayor longevidad (tomando en cuenta, además, que la franja de mayores de 80 años es la que más crece), anticipa, como perspectiva sanitaria:
• Pérdida de la autonomía: se habrá cuadruplicado el porcentaje de personas dependientes.
• Personas de edad muy avanzada que no puedan vivir solas (problemas de salud física o mental)
Enfermedades puntuales que harán sentir más su presencia, como ser las demencias, entre ellas la enfermedad de Alzheimer.

¿Cuáles son los desafíos que esta prospectiva plantea al sistema de salud?
• Necesidad de atender a más gente
• Aumento de la atención y cuidados de forma prolongada:
• Atención domiciliaria,
• Atención comunitaria,
• Vivienda asistida,
• Atención residencial
• Estancias hospitalarias prolongadas
• Ayudas públicas a familias para la asistencia a domicilio

Vemos que se justifica ampliamente la concientización que promueve este organismo internacional de salud. Se deduce con claridad que la primera estrategia será incrementar el presupuesto en políticas públicas destinadas a atender estos requerimientos.

Sin embargo –y por eso la importancia de la fecha a la que aludimos− unos días después, coincidentemente entre el 20 y el 22 de abril de ese mismo año, celebraba en Washington su reunión otro organismo internacional, el Fondo Monetario Internacional (FMI), en la que su directora gerente, Christine Lagarde, se refería al “riesgo de la longevidad”, ubicando a los jubilados como objetivo del ajuste fiscal global. Se planteó que la reunión debía alentar a los gobiernos a definir una estrategia a partir del reconocimiento de que el envejecimiento les puede crear un serio problema en el futuro y que es un riesgo.

En efecto, según el FMI es “esencial” permitir que la edad de jubilación aumente tanto como la longevidad esperada, a causa del riesgo financiero que supone el envejecimiento de la población. El organismo multilateral apunta a que los gobiernos deberían imponer la medida: “Si no es posible incrementar las contribuciones o subir la edad de jubilación, posiblemente haya que recortar las prestaciones”.

De este modo, quienes trabajaron toda su vida pasan a la categoría de enemigos de la estabilidad económica: resultan una carga para la sociedad a cuyo sustento contribuyeron durante todo su curso vital.

En este contexto político–económico, lo que debería ser una conquista de la humanidad y la concreción del deseo de larga y fecunda vida, se va transformando en un problema. Uno de cuyos efectos dramáticos es el suicidio de jubilados en diversos países europeos, de lo cual no estuvimos exentos en Argentina en similares circunstancias, en décadas pasadas.

Más allá de estas presiones globales, nuestra clase dirigente demuestra, en áreas de salud y de desarrollo social, tener conciencia de este futuro demográfico, pero en su mayor parte esto se trasunta en acciones más que nada declamatorias: es escaso el presupuesto, cuando no inexistente, que se destina a contener los requerimientos que no solo se avecinan, sino que ya son hoy un hecho, especialmente en nuestro país, uno de los más envejecidos de la región.

Si bien se plantea la necesidad de contar con programas adecuados desde las políticas públicas o desde la iniciativa social, la inmensa mayoría de las personas que los necesitan reciben los cuidados a través del sistema informal de atención y, dentro de éste, de la familia, con un peso abrumador sobre las mujeres, que siguen siendo las cuidadoras principales. Las políticas públicas dan por supuesto que las familias deben asumir la provisión de los cuidados.

Sin embargo, al tiempo que se incrementa el porcentaje de personas mayores de 80 años, creciendo así de manera exponencial la demanda de cuidados, disminuye la posibilidad real de atenderlos dentro del contexto familiar, debido a la caída de la fecundidad (menos hijas e hijos por cada persona mayor) y a la progresiva incorporación de las mujeres al mundo del trabajo. En un futuro muchas menos mujeres tendrán que cuidar a muchos más ancianos.

Por otra parte, está ampliamente demostrado que el cuidado de una persona mayor, sobre todo si tiene enfermedades o trastornos cuya atención es compleja (demencias, por ejemplo) exige contar con conocimientos adecuados para hacerlo de manera correcta. No sólo eso, sino que también se requiere entrenamiento en habilidades para el autocuidado (“cuidar al cuidador/a”). Es que están muy estudiados los efectos negativos que el hecho de cuidar comporta para los familiares: sobre su propia salud, sobre su vida afectiva y vincular, en su desempeño laboral.

Se debe considerar además, que un 20% de la población cuidadora de ancianos tiene más de 65 años. Se trata muchas veces de personas muy mayores que se ven forzadas a asumir una carga desmedida para sus posibilidades reales. También hay casos en los que la calidad de los cuidados realizados por las familias no está garantizada e, incluso, se detectan malos tratos debidos, unas veces, a las malas relaciones familiares preexistentes y, otras, al estrés y sobrecarga del cuidador.

Es por todo esto que, a la hora de diseñar programas de intervención, se deberán tener en cuenta los requerimientos de la población cuidadora y disponer servicios de soporte para complementar el esfuerzo familiar, priorizando los servicios que permitan a las personas permanecer en su domicilio y en su entorno, mediante una planificación individualizada de los casos: ayudas técnicas, intervenciones en la vivienda, ayuda a domicilio, centros de día, programas de formación y de apoyo a familiares.

De ahí que debemos cuestionar, no solo el presupuesto que se destina a la atención de la salud de esta franja poblacional, sino también el presupuesto que se destina a programas de capacitación. La preparación para el envejecimiento es transversal a todos los niveles educativos, desde la niñez, hasta la vejez, pasando por la formación de técnicos y especialistas.

Además de preparar profesionales para atender a esta franja etaria -según lo que nos indica la prospectiva gerontológica− es imperioso que se incorpore el enfoque preventivo para ayudar a las personas, desde edades jóvenes, a prepararse para una vida longeva a fin de que el proceso transcurra de un modo óptimo.

Es que también hay una prospectiva respecto al propio curso de vida: el carácter amenazante que adquiere en algunos el propio envejecer reclama encarar preventivamente el desarrollo de los factores protectores que posibiliten el trabajo de elaboración anticipada del proceso de envejecimiento y la construcción y renovación de los proyectos vitales.

La medicina actual, con la visión holística que se va instalando desde la convergencia interdisciplinaria, destaca cada vez más el valor de las intervenciones preventivas.

En efecto, en pos de favorecer la resiliencia se ofrecen propuestas socio-recreativas desde distintas disciplinas y en diversos ámbitos comunitarios, que buscan poner en movimiento físico y psíquico a las personas, al tiempo que crean las condiciones para detenerse y darse tiempo para pensar en grupo los temas que se comparten en esta etapa vital. A través de diversas propuestas, como la creación artística, el humor, las actividades recreativas, los relatos autobiográficos, el voluntariado, etc., se crean las condiciones que llevan a revisar los recursos presentes, armando la propia hoja de ruta, que irá guiando hacia el futuro deseable.

Es así como, enlazando el pasado con el presente y proyectando al futuro, contribuyen al logro de la continuidad de la propia identidad, condición definitoria para la construcción activa de un envejecimiento normal y saludable.

Las transformaciones corporales por el paso del tiempo, la edad del climaterio y el período de la pre-jubilación, son temas que requieren cada vez más el asesoramiento profesional. La inquietud por la pérdida de la memoria y la superación de las pérdidas suelen interrogar a las personas acerca del carácter normal o patológico del envejecimiento propio o de algún familiar o allegado. Estos temas dieron lugar en las últimas décadas al desarrollo de programas de prevención en los cuales se trabajan grupalmente, mediante talleres y disertaciones, los diferentes puntos de preocupación.

Además de requerirse capacitación para coordinar estos programas y talleres en hospitales, centros de salud, hogares de día y centros universitarios y comunitarios de todo tipo, hay otras situaciones que, por el grado de dependencia que implican, amplían la demanda de personal formado. Desde la dirección de una residencia hasta la supervisión de los cuidadores, pasando por la coordinación del equipo interdisciplinario y el asesoramiento a los familiares, se requiere de profesionales con visión gerontológica interdisciplinaria.

Se cumplirá así con las recomendaciones de la Revisión del Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento (MIPAA, 2004), según las cuales: “Es imprescindible que la formación de profesionales incorpore nuevos componentes orientados a la existencia y desarrollo de las habilidades y aptitudes que faciliten la creación, y en su caso la transformación, de los sistemas de atención para dar respuestas al reto que supone el envejecimiento en el conjunto de los países.”

Esta referencia da cuenta del consenso mundial acerca de la necesidad de diversificar y ampliar la formación de profesionales en el tema.

El resultado será: mejor preparación para el envejecimiento desde los gobiernos, desde las instituciones, desde las familias; una comprensión más integral de los problemas y herramientas más eficaces de intervención.

Conclusiones

Teniendo en cuenta los compromisos contraídos en los acuerdos internacionales en la materia, se sugieren propuestas de acción posibles de implementar en nuestros países:
• Destinar recursos que el envejecimiento poblacional está reclamando.
• Diseñar políticas públicas y fomentar investigaciones gerontológicas.
• Programar acciones preventivas que enfrenten la preparación y acompañamiento al sujeto y su familia para esa perspectiva de vida longeva, a fin de que el proceso transcurra de un modo óptimo.
• Capacitar técnicos y profesionales para atender a esa franja etaria.
• Fortalecer las redes de apoyo y encarar acciones compartidas con las organizaciones de la sociedad civil.

Desde nuestra prospectiva gerontológica, si no hacemos nada, también estaremos construyendo nuestro futuro, esta vez por inacción.

La buena noticia es que, más allá de los problemas económicos y sanitarios que se anticipan a nivel global, e incluso del carácter amenazante que para algunos representa el propio envejecimiento, todo es solucionable si se lo encara a tiempo. La anticipación de los cambios permitirá destinar los recursos preventivos que posibilitarán que la mayor longevidad constituya un premio que nos regala la vida.

“En esencia, según Balbi, se trata de entender los nuevos paradigmas, utilizar otras herramientas, con estrategias claras, flexibles, innovadoras y creativas”.

Autorxs


Graciela Zarebski:

Directora de la Especialización y Maestría en Psicogerontología y Directora de la Licenciatura en Gerontología de la Escuela de Ciencias del Envejecimiento. Universidad Maimónides. Argentina.