Ejes articuladores en el campo de la salud

Ejes articuladores en el campo de la salud

Una entrevista apasionante con uno de los principales pensadores de nuestro país. Reflexiones sobre el campo de la salud, pero también sobre la inseguridad como tema de la agenda sanitaria, sobre la organización de los trabajadores y de la sociedad en su conjunto, y hasta el tiempo y el sentido de la vida. De lo particular a lo general, ida y vuelta en una charla profunda sin desperdicios.

| Por Mario Testa |

Entrevista realizada y compartida por IDEPSALUD – ATEARGENTINA por medios electrónicos en noviembre de 2013 y publicada en la sección LABRADORES DE LA SALUD POPULAR de www.atesociosanitario.com.ar

1. Buenas y malas preguntas

Me parece que uno de los principales problemas que enfrenta el campo de la salud es que la temática general de la salud no está en la agenda del Estado (ni del nacional ni de la provincia de Buenos Aires, ni de la CABA, y tampoco de los otros Estados provinciales).

Y eso no es sólo responsabilidad de los respectivos gobiernos (aunque tienen mucho que ver con eso) sino también de todos/as nosotros/as, que no hemos sabido o no hemos podido (y en algunos casos tal vez no hemos querido) hacernos cargo del asunto. Voy a desglosar la cuestión. “No hemos sabido” quiere decir que muchos de nosotros ignoramos cuál es la manera como se logra introducir un tema en la agenda del Estado. Creer que eso es una decisión del gobierno es equivocarse fiero respecto del quién, el cómo, el cuándo y el porqué. Algo dije en mi artículo “Decidir en salud” publicado en Salud Colectiva. Repito la anécdota de Roosevelt cuando una delegación de la AFL-CIO fue a pedirle que tomara una determinada medida y les respondió: ¡oblíguenme! Hay toda una concepción acerca de la sociedad, el gobierno y la política detrás de esa respuesta. “No hemos podido” quiere decir que no logramos crear las condiciones para hacer posible ingresar un tema en la agenda del Estado. Y la condición (necesaria y suficiente decíamos en otra época) es que estemos constituidos como sujetos sociales (en mi definición sujeto social es el que adquiere la capacidad de incorporar un tema en la dichosa agenda, lo que no significa que ese tema se apruebe tal como lo proponemos “nosotros”, quienquiera que ese nosotros signifique).

De manera que aquí la “buena pregunta” es: ¿cómo se constituye un sujeto social? Algo acerca de esto he escrito en alguno de mis trabajos que tratan el tema del sujeto. Pero la clave fundamental es que no existe ninguna posibilidad de constitución de sujetos transformadores sin la existencia de contradicciones y conflictos que se resuelven utilizándolas creativamente, como lo demuestran las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

“No hemos querido” es una autoacusación de que transamos la defensa de la salud por otros intereses que en algún momento juzgamos prioritarios. Y me parece que este “motivo porque” es el que ha intervenido para que el tema salud no se encuentre en la agenda del Estado nacional, desplazado por intereses de tipo político.

En los otros casos (provincias y CABA) habría que hilar más fino ya que puede haber una multiplicidad de motivos para explicar cada situación particular.

En cuanto a la coyuntura histórica, me parece que estamos realmente en una situación excepcional, no porque enfrentemos un cambio estructural (en el sentido de un cambio revolucionario en la estructura de clases de nuestra nación –la desaparición de la burguesía y el triunfo del proletariado– para decirlo en términos un tanto clásicos y no menos obsoletos) sino porque hemos comenzado a formularnos las preguntas pertinentes a los problemas del desarrollo en lugar de atenernos a la inopia y el aburrimiento del pensamiento único.

Las preguntas que nos estamos formulando (algunas/os de nosotras/os) son las mismas que quienes fueron mis maestros/as en estos temas nos proponían muchos años atrás (algo así como 50): ¿Keynes o Friedman? ¿Oferta o demanda? ¿Mercado interno o externo? ¿Presidente del Banco Central o ministro de Economía? ¿Uso de reservas para pago de deuda externa e inversiones productivas o acumulación para mantener el valor de la moneda? ¿Países desarrollados o integración latinoamericana? ¿Financiamiento externo o vivir con lo nuestro? ¿Impuestos directos o indirectos? ¿Para quiénes desarrollo?

Todas estas preguntas y muchas otras de este tenor están hoy en la primera página de los diarios y habrá que agregar más que en aquella época ni siquiera se nos ocurrían pero que han tomado una fuerza, producto de las luchas de muchas y muchos: la inclusión de los excluidos, la igualdad de género, los derechos de todo tipo, comenzando con los derechos humanos, en que nuestro país ha tomado una posición que nos honra.

Las transformaciones culturales impensables unos pocos años atrás: es casi increíble pero ha renacido la noción de Patria, no como le gusta a la Sociedad Rural, sino como lo expresó el pueblo en la calle durante el fenomenal festejo del Bicentenario, donde no me avergüenza decir que acompañé cantando la Marcha de San Lorenzo con lágrimas en los ojos.

Todo esto me lleva a una conclusión que no todos comparten, ni muchísimo menos: creo que los tres últimos gobiernos nacionales (el de Néstor y los dos de Cristina) son los mejores de nuestra historia. Y esto nos lleva a la buena pregunta: ¿cómo seguimos y profundizamos?

2. El campo problemático de la salud

Creo que en mis trabajos he dado respuestas (siempre parciales) a estas cuestiones acerca de espacio, tiempo y poder, que voy a intentar sintetizar aquí.

En primer lugar, creo que estas tres categorías son lo que yo llamo categorías analíticas, es decir, aquellas que son aptas para explicar lo que ocurre en la realidad y que surgen de un proceso de abstracción a partir de la observación de esa realidad (algo así como reconocer que lo que significan esos términos existe sin que yo me tome la molestia de pensarlos, están ahí, aunque en el caso actual eso es más perceptible con las dos primeras que con la tercera).

El espacio es una de las categorías básicas de la epidemiología, como nos lo demostró John Snow hace más de 150 años en su muy famoso estudio sobre la epidemia de cólera en Londres. Pero prefiero plantearlo refiriéndome a una fotografía de la NASA sobre el cielo nocturno. En esa foto se ve todo el mundo de noche (como es obvio es una composición ya que nunca es de noche simultáneamente en todo el mundo) y lo que se ve son las enormes diferencias de iluminación en distintas partes del vasto mundo. Y esto me recordó que en las clases de geografía económica que cursé alguna vez, la docente (una francesa de muy bien ver pero no tan buen oler, creo recordar) explicaba la diferencia que existía (y existe) entre inversores residentes y no residentes, ya que los primeros pretendían que las ganancias que generaban fueran reinvertidas (en parte al menos) en el lugar donde residían ya que eso mejoraba su calidad de vida. En cambio en las zonas productivas con empresarios ausentes, la imagen era la evidencia de que eso no ocurría. Cualquier reflexión sobre nuestro territorio da para ponerse a llorar.

El otro aspecto del espacio es el que se refiere a las economías regionales, cuya consideración es, tal vez, la única manera de revertir el fenómeno de la cabeza de Goliat, que asola a los países de nuestro continente como lo puede confirmar la foto mencionada ut supra. Y una anécdota para señalar cómo a veces erramos fiero el trancazo: cuando Perón nacionalizó los ferrocarriles, hasta entonces en manos de los ingleses, el interventor –militar– nombrado al frente de la nueva administración ordenó destruir los registros donde constaba el origen y destino geográfico y la cantidad de cada bien que se transportaba por esa vía, con el argumento de que eso era de interés para los ingleses pero no para los argentinos, con lo que se perdió la posibilidad de construir una matriz de insumo producto interregional que es un instrumento clave para una mejor distribución de la producción en el territorio.

En cuanto al espacio en relación con la salud, es de sobra conocida la desigualdad existente tanto en las condiciones en que se desenvuelven los problemas (la distribución espacial de las enfermedades, que se refleja en los mapas epidemiológicos como el producido por un equipo del Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús para todo el país) como en la distribución de los recursos (lo cual es en parte necesario, siempre que se conforme como un sistema de salud, con niveles de complejidad, referencia y contrarreferencia y todas las condiciones que los sanitaristas conocen a la perfección pero que es raro ver funcionando como debiera). Y de nuevo una digresión para señalar que en muchas ocasiones se producen errores interpretativos por desconocimiento de los determinantes y condicionantes de los problemas, que con frecuencia se expresa por la inversión de las variables dependientes e independientes (para decirlo en términos tradicionales).

Ejemplo: a las mujeres en las zonas rurales periféricas ¿se les mueren muchos hijos porque tienen muchos hijos o tienen muchos hijos porque se les mueren muchos hijos? Si se piensa que en esas zonas los hijos numerosos son fuerza de trabajo, la respuesta surge por sí sola, contraria a lo que piensa la gente “bienpensante” (o sea de derecha).

El tiempo es, junto con el espacio, la otra característica apriorística (en mi nomenclatura analítica) kantiana que abre la posibilidad de la explicación a los fenómenos de la sociedad. Pero hay que diferenciar: los tiempos técnicos no son analíticos sino operativos y pueden ser (de hecho lo han sido) considerados mediante algoritmos altamente formalizados (programas PERT, CPM y otros), lo que quiere decir que esos tiempos deben ser respetados para lograr que se alcancen los objetivos planteados. Estos tiempos técnicos se basan en lo que se tarda en hacer alguna cosa definida, y son los que están implicados en lo que llamo lógica de programación, a la que dedico la segunda parte de mi libro Pensamiento estratégico y lógica de programación.

En cuanto a los tiempos políticos, son los que corresponden a las categorías analíticas y, en consecuencia, a las relaciones estratégicas del campo de salud (y de cualquier otro); relaciones que crean o destruyen poder entre los distintos grupos que lo disputan.

Pero aquí hay que diferenciar los plazos en que ejercen su acción las propuestas que se formulan o se ejecutan, ya que no es lo mismo (no genera el mismo efecto) el anuncio de una medida que su ejecución y puesta en marcha.

Creo que los tiempos políticos son otra fuente de errores cuando no se entiende el dinamismo que implican (se toma la película como fotografía), lo que lleva a calificar como voluntaristas ciertas acciones porque no es posible realizarlas ahora, pero eso no significa que no sea posible realizarlas después, una vez creadas las famosas condiciones necesarias para ello. De eso se trata la política. En la tercera parte de mi Pensamiento estratégico y lógica de programación incluyo una reflexión más extensa sobre el voluntarismo.

En cuanto al poder debo reconocer que es la idea más importante de toda mi obra, desde que la identifiqué como la categoría analítica central de mi pensamiento. Y esto amerita alguna consideración, en cuanto al proceso que lleva a identificarla. Digo que esto ocurre como una iluminación, es decir, como algo que se aparece no en base a un razonamiento lógico (deductivo, inductivo o abductivo) sino como una revelación (a la manera pascaliana de la revelación religiosa) que ilumina interpretativamente un campo de conocimiento (el ¡eureka! de Arquímedes). Es decir, no hay algoritmo para la identificación de las categorías analíticas. Pero una vez recibido este regalo de los dioses comienza el pensamiento a desarrollar sus consecuencias.

Sintetizo: definición de política (en mi caso a través de un proceso abductivo): si Pinochet hace extensión de cobertura y Fidel Castro también, la Organización Mundial de la Salud no puede definir la extensión de cobertura como una política. Algo anda mal. Entonces utilizo el saber recién adquirido y defino política como propuesta de distribución de poder.

A su vez, poder lo trato según diferentes puntos de vista para extraer todas las posibles consecuencias de su utilización: mirarlo como capacidad, como relación, como cotidiano, como histórico, como individual o como societal, como de corto, mediano o largo plazo, es decir, en su relación con el tiempo, como institucional o extrainstitucional, como central o periférico, como saber o como práctica y muchos etcéteras.

Muchas de estas consideraciones se encuentran explicitadas en la primera parte de mi Pensamiento estratégico y lógica de programación.

Para resumir, diría que el espacio del campo de la salud y los tiempos técnicos de sus procesos generan el significado del campo (lo que se puede hacer con él, diría Piaget), en tanto que los tiempos políticos son constructores de sentido a través del manejo del poder. La forma explícita de su articulación se encuentra en los diagnósticos de salud, en especial la síntesis diagnóstica en la tercera parte de mi libro reiteradamente citado.

3. ¿Quién, cómo, por qué y para qué nos organizamos?

La pregunta que me hicieron es si tienen vigencia hoy estas preguntas. La voy a entender como una pregunta retórica, ya que la respuesta es obvia. Por supuesto que tienen vigencia, pero voy a abundar en la misma ya que para eso se hacen las preguntas retóricas.

En alguno de mis trabajos hablo del sujeto organizado o caótico y su presencia en varios niveles de la vida social: el individual, el comunitario, el institucional, el político y el estatal. Las preguntas iniciales se aplican de manera selectiva a cada uno de esos niveles, es decir que el quién, el cómo, el porqué y el para qué difieren en cada caso.

El organizador del individuo es él mismo, a través del uso positivo de sus propias contradicciones y conflictos (este tema está tratado en mi libro Saber en salud), el porqué y el para qué habrá que revisar a Freud, pero supongo que alcanza con mencionar la pulsión erótica y el intento de escapar a la neurosis y la psicosis (el bombardeo camuflado con vapores de consumo e indiferencia). Pero como referencia personal puedo recordar mi “motivo porque” en las reuniones en casa de mis abuelos paternos los domingos después de los ravioles, cuando mi papá y mis tíos varones (las mujeres no hacían esas cosas, lavaban los platos) jugaban a las cartas (calabrecela, tresiete, cinquín) y después cantaban “La Internacional” o “Hijo del Pueblo” (no asustarse, eran socialistas de Américo Ghioldi) y terminaban diciendo que en tal o cual oportunidad no se había podido hacer la revolución porque no estaban dadas las condiciones.

Desde entonces las estoy buscando. En el siguiente nivel, mejor expresado como masa que comunidad, el organizador viene de afuera. En el libro Perón o muerte, de Eliseo Verón (defensor de Clarín, ¡o tempora, o mores!) y Silvia Sigal, los autores hacen un sesudo análisis de los discursos de Perón y señalan que era el que venía de afuera (primero del Ejército, después de España) para organizar a las masas que iban a conformar su base de apoyo, el resto (¿cómo?) es historia conocida.

Para las instituciones creo que la mejor identificación del elemento organizador (yo diferencio institución de organización, en uno de mis trabajos hablo de instituciones con “alma”) es la que hace René Lourau en El análisis institucional, donde llama analizador a alguien de la institución que la desafía mediante una crítica que la provoca y la obliga a hablar de sí misma, y a partir de allí se transforma.

Cuando una institución se transforma en una organización (con el compromiso y la responsabilidad que implica) entonces adquiere plenamente lo que se ha dado en llamar “calidad institucional”, tan traída y llevada en nuestro país en estos tiempos, sin especificar nunca de qué se trata la tal calidad.

Por fin, en los dos últimos niveles, política y Estado, no existen organizadores internos, externos o analizadores, sino que el paso del votante al militante, o del ciudadano al decisor, requiere el paso previo en algunos de los otros niveles.

Vuelvo a insistir: no hay procesos transformadores sin sujetos organizados en todos los niveles mencionados.

4. La inseguridad como tema de la agenda sanitaria

En su libro Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos, Georges Duby nos cuenta que a lo largo de esos diez siglos algunos de nuestros miedos han permanecido intactos. Cita la miseria, el miedo al otro, el miedo a las epidemias, el miedo a la violencia y el miedo al más allá como los que permanecen hoy como ayer, aunque con algunas características cambiadas. Tal vez sea redundante hablar al mismo tiempo de epidemias y violencia, ya que esta puede ser considerada dentro de aquellas siendo un fenómeno mundial, por lo que puede ser considerada una pandemia prolongada en el tiempo. Por lo tanto la seguridad, esto es la prevención de la violencia en cualquiera de sus formas, es un tema de salud, sólo que no siempre forma parte de la agenda sanitaria. De modo que, volviendo al principio, la buena pregunta en este momento es: ¿cómo se construye la agenda sanitaria? Pero antes de intentar responder a esa pregunta es menester aclarar el tema de agenda, cosa que ya hemos hecho, en parte. La insistencia se corresponde con enfatizar todo lo posible la enorme e insoslayable importancia de esta cuestión, ya que puede afirmarse sin temor a la equivocación (por otra parte me he equivocado tantas veces en mi vida que ya no me preocupo por eso) que si un tema no está en la agenda no existe. Bueno, en realidad sí existe pero no tiene importancia.

Creo que la respuesta está contenida en la segunda pregunta formulada en el punto 4 de los ejes articuladores, es decir, en los aportes que puede hacer el pensamiento estratégico en esa materia, ya que es mediante el mismo como se puede afrontar la cuestión de la constitución de los sujetos sociales y son estos los que introducirán el tema en la agenda de debate del Estado que corresponde. Pienso que las soluciones a los tipos de violencia mencionados (estructural, simbólica, institucional, cotidiana) son de muy diversa índole ya que van desde la modificación de la estratificación social, pasando por el cambio cultural (estético, ético, religioso, ideológico, comunicativo, legislativo), la organización de las instituciones (como se describe más arriba) y la modificación de comportamientos individuales.

Nada de esto es sencillo, como lo muestran los sucesivos fracasos de las propuestas que periódicamente surgen en todos estos terrenos.

Pero no todo está perdido, porque en todos estos terrenos se han logrado avances, temporarios a veces, más duraderos en otros casos, como se puede verificar en las batallas de género protagonizadas por las mujeres (y también muchos hombres), que sin duda han puesto en la agenda la cuestión del femicidio y también la del aborto, o el “destape” (con el significado de sacar a la luz) respecto de la homosexualidad, con sus secuelas como el matrimonio igualitario y la adopción por parejas del mismo sexo, todas ellas cuestiones impensables hace sólo una década o poco más. Y está claro que muchos casos de violencia estructural ya no se la llevan tan fácil frente a las marchas del silencio, los “escraches” u otras formas de protesta y reclamo, como se puede comprobar con nombres y apellidos en todo el país. Y esto es altamente significativo por otra razón, que afecta a uno de los aspectos más importantes del funcionamiento social, como es el aproximarse a formas de democracia directa, es decir a que la población ya no “delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” (Raúl Alfonsín et al dixit) sino que frente a estas cuestiones que la afectan profundamente delibera (nos falta el “y gobierna”) de manera directa. Lo cual tiene en correlato (en el que no vamos a entrar) otra cuestión en apariencia alejada como es el caso de las empresas vaciadas por sus dueños y recuperadas por sus trabajadores.

5. El espacio público y el espacio personal

Hace unos días sonó el timbre de mi casa y al atender a la puerta un hombre de aspecto distinguido y bien vestido me preguntó si yo era el propietario de esta casa. Ante mi respuesta afirmativa me dijo si no estaba interesado en venderla (no es la primera vez que me sucede; mi casa es muy vieja –casi tanto como yo– y está en el barrio de Recoleta) y mi respuesta fue que yo quería morirme en esta casa, ante lo que dijo que no tenía argumentos para aducir a su favor pero –mirando al edificio– comentó: ¡qué desperdicio de capital!

Relato esta conversación porque me parece que simboliza perfectamente bien la relación entre el espacio público y el espacio personal, en cuanto hay una doble visión de para qué sirve el espacio urbano. Por un lado está la visión “macriana” que visualiza el espacio urbano como un lugar para hacer negocios, obviamente compartida por el señor del cuento (que no es un cuento), en tanto que por otra parte existe una visión que comparte la idea de que el espacio urbano sirve tanto para la producción como para la reproducción, y que hay una permanente disputa en torno a estos dos usos posibles. Esta disputa “es cruel y es mucha” y en la actualidad constituye uno de los terrenos donde se manifiesta con más crudeza la clase dominante que, a mi juicio, ha pasado a estar constituida mayoritariamente por lo que los gringos llaman “urban developers” (ante cualquier duda consultar a Macri sobre este asunto).

Creo que en este terreno, como en muchos otros, lo más importante para tomar una posición es conocer el problema, comenzando por entender la dinámica que liga las nociones de producción y reproducción que sintetizo a continuación: en la fase productiva del ciclo económico se producen los bienes y servicios que se utilizan –consumo mediante– en la reproducción de la población, pero también se producen objetos que no se consumen sino que cumplen una función reproductiva al formar parte de nuevo capital (las máquinas herramientas por ejemplo). A su vez, en la fase reproductiva hay una función productiva de sujetos o, lo que es lo mismo, productora de sentido y también una función reproductora de sujetos trabajadores que son quienes continuarán el ciclo en la fase productiva. En esta explicación, la producción de sentido como función productiva de la fase reproductiva no interesa a la ideología del capitalismo (la vigencia insolente de la mirada globalizadora) y no es necesaria para su funcionamiento. Esa función sólo puede realizarse en el espacio público que es el espacio de construcción de la historia; sin ella la vida no tiene sentido. Cuando estas ideas se hacen carne en nosotros, están dadas las condiciones ¡por fin! para que emerjan los sujetos que pueden trascender los espacios individuales y los núcleos de reconocimientos corporativos sectoriales para dar lugar a miradas y acciones que integren a los otros, los distintos o los que el sistema deja por fuera.

6. Crítica a los positivismos

Esta es fácil. El principal mérito es la introducción del rigor en la reflexión. La principal crítica es la introducción del rigor en la reflexión con exclusión de todo lo demás.

Voy a recurrir a tres autores muy queridos por mí en mi apoyo: Juan Samaja escribió El lado oscuro de la razón, donde nuestro brillante epistemólogo introduce la necesidad de ese “lado oscuro” para que la ciencia –epítome de racionalidad– exprese su máxima capacidad creativa. Por su parte, León Rozitchner, en su último libro Materialismo ensoñado (sic) argumenta que la lengua que hablamos no es la lengua materna sino la paterna, con su total carga de racionalidad positivista, pero que también preexiste una lengua materna, aunque sin palabras sino con besos, abrazos, caricias y cuidados, componentes básicos para el desarrollo infantil (y el no tan infantil también agregaría yo).

Por fin, este argumento tiene una inesperada confirmación en su también último (por ahora) libro de Marcelino Cereijido, Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, donde el muy distinguido científico relata la historia de un gobernante de aquellos (Frederick II, del Sacro Imperio Romano Germánico) que teorizaba que el lenguaje era de aparición espontánea durante el desarrollo infantil y para comprobarlo ordenó a un grupo de mujeres madres recientes que aislaran a sus hijos con prohibición absoluta de tocarlos, hablarles, etc. Se murieron todos y así quedó confirmado ese caso de hijoputez en la historia. Por estas razones me gusta completar la definición de “hombre nuevo” del comandante Ernesto “Che” Guevara como “hombre que hace lo que dice y dice lo que piensa” con “piensa lo que siente”.

Ocurre con este tema algo similar a lo del acápite anterior: si se privilegia en términos absolutos el significado sobre el sentido entramos en problemas que en general son generadores de prolongadas y confusas discusiones que no llegan a buen puerto, aunque a veces tienen consecuencias prácticas. En nuestro caso, el de la salud, la consecuencia ha sido la introducción de la medicina de la evidencia que simplemente niega o descarta el poder curativo de la palabra para centrarse sólo en las demostraciones rigurosas de los hechos empíricos. Borra así de un plumazo a Freud y al materialismo ensoñado entregándonos en brazos del sueño de la razón que, como es de sobra conocido, produce monstruos.

7. El nudo borromeo

En alguna oportunidad de los años pasados hice leer a mis alumnos mi texto Enseñar medicina. Uno de esos alumnos era un docente de la Facultad de Medicina de la UBA y jefe de servicio en el Hospital Garrahan y cuando tuvo la oportunidad le contó a Hugo Spinelli (no a mí) que a medida que leía se iba enojando conmigo, hasta que se dio cuenta de que en realidad con quien estaba enojado era con él porque ¿cómo no había pensado él eso que leía si él enseñaba medicina?

Lo que ocurre es que somos (los trabajadores de salud y los docentes que nos forman) un nudo borromeo trucho, es decir, tenemos uno de los aros cortado y por ahí se escapan los otros dos. La formación del médico es –como se dice habitualmente para este y otros temas– demasiado seria para dejarla en manos de médicos, pero es de imaginarse la que se armaría si se dejara –que es lo que corresponde– en manos de algún humanista de por ahí. No quiero ni pensarlo. Al fin y al cabo, yo dejé la medicina ¡gracias a dios! (en quien no creo) porque como he contado muchas veces, no tenía vocación (o capacidades) ni para santo ni para demonio, únicas alternativas posibles para ejercer la profesión. O sea que se trata de una profesión imposible (de integración recíproca entre ideología, técnica e implicación).

En consecuencia, como el nudo se corta por lo más delgado, sacamos la implicación y lo que podemos de ideología (aunque no mucho) y nos quedamos con la técnica (y una ideología de mierda).

8. Organización y repetición

A lo largo de mi vida me tocó, como a todo el mundo, conocer varias instituciones (difícil concebir una vida que no transcurra dentro de esos aparatos) y algunas de ellas fueron muy educativas para mí, aunque ninguna cuyo propósito declarado era la educación formal en los niveles primario, secundario o universitario. Cumplí con todas sus formalidades pero en ningún caso percibí esas instituciones como “instigantes” (diría alguno de mis amigos brasileños). Tampoco el (los) hospital(es) donde trabajé una vez graduado (salvo la guardia del Fiorito que es otra historia por su condición de espacio de militancia). La formación real provino de actividades extracurriculares en la familia, el club de barrio, la participación en el movimiento estudiantil. Después fue el primer exilio (por razones económicas ya que había abandonado la medicina asistencial y otros laburitos changas) y ahí sí: el CENDES fue un lugar de aprendizaje y estudio (nunca leí tanto en mi vida, casi un libro por día, domingos y feriados incluidos), pero también la amistad y la fiesta eran componentes que tuvieron un impacto fuerte en mí (eso del sentido, ¿viste?). Creo que esa es la raíz que me enseñó a diferenciar institución de organización. Y después fue el trabajo en OPS (casi un año en Washington y tres en Chile) donde entendí un principio básico de las instituciones: el doble comando técnico político de las mismas (desde Washington bajaban las órdenes políticas (en muchos casos originadas en el edificio de enfrente que era el Departamento de Estado de USA o directamente de la Casa Blanca, después del Banco Mundial o algo así) y en los países nosotros nos encargábamos de poner en marcha los programas. Algo más tarde, viendo la película El Padrino, me di cuenta de que ese principio es el mismo de la mafia con sede central en Sicilia y las “familias” como ejecutores “técnicos”. Cualquier similitud entre asesinos y funcionarios no es mera coincidencia (como es fácil de comprobar con las acciones y recomendaciones del FMI).

Cuando regresé al país después de mi primer exilio recalé en la Facultad de Medicina por obra y gracia de Rodolfo Puiggrós (estoy leyendo ahora su libro La época de Mariano Moreno, de una lucidez asombrosa) y en ese momento desarrollamos una actividad que fue enormemente enriquecedora para lo que vendría después.

Todos los días nos reuníamos el equipo de conducción de la facultad (unas veinte personas) y se presentaban todos los problemas en sus aspectos técnicos, políticos, ideológicos y de recursos y organización. La decisión era por consenso o por desempate del decano y se asignaba la responsabilidad a uno de los implicados con cuenta al decano. Ese “modelo” sirvió para reformular muchas cosas en los años siguientes.

Después fue el nuevo exilio, ahora por razones políticas y el comienzo de otra historia.

Desde Venezuela, donde transcurrió mi segundo exilio, trabé una relación muy estrecha con Brasil, adonde concurría todos los años para dictar cursos, principalmente en la Escola Nacional de Saúde sita en la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), pero también en Campinas, San Pablo, Rio Grande do Sul y Salvador de Bahia. Lo más importante de este período ocurría en la Fiocruz, donde se desarrollaban todos los años congresos en los que el debate principal (no explícito pero perceptible para cualquier observador con sensibilidad suficiente) era sobre el compromiso de los funcionarios que formaban parte de la institución. Y eso la transformaba en una organización, de lo que hablaré más adelante.

En base a estas experiencias trataré de dar respuestas, con gran temor a equivocarme, a la pregunta de si todas las organizaciones guardan una tendencia tanática al encierro dentro de sus límites y de sus integrantes.

No dudo de que por lo menos en algunos casos esto es así, es decir que la tendencia tanática es real.

Durante mi primer período en CENDES, que he calificado como uno de los más formativos de mi vida, hubo un momento de crisis y agitación en el que todo se cuestionaba. En aquel momento yo era director de estudios (o algo así) y escribí en el boletín interno del instituto una nota que se llamaba “Otra vez viajando a Ithaca o Cómo hacer para que mis tías tuvieran razón”, que reproduje parcialmente en la presentación del libro autobiográfico de Mario Hamilton Vida de sanitarista; ahí relato brevemente la odisea de Ulises y termino diciendo: Ulises pudo terminar su viaje, ¿podremos hacerlo nosotros?

Creo que esa tendencia tanática de CENDES se ha acentuado porque cuando era el momento de recibir el apoyo merecido por su indudable contribución al desarrollo venezolano, la mayoría de sus trabajadores se manifestaron masivamente contra el líder de la revolución bolivariana, llegando uno de sus dirigentes a calificarlo como “führer de Sabaneta” (lugar de nacimiento del comandante Chávez).

Pero no estoy seguro de que todas las organizaciones participen de esa tendencia, nunca la percibí en el caso de la Fiocruz. Claro que me estoy refiriendo a instituciones que son también organizaciones. De todos modos, creo que esa tendencia no existe en las instituciones (no organizadas) sino que, por el contrario, tratan de sobrevivir aunque hayan perdido todo propósito o toda misión. Y tal vez la mejor caracterización de las diferencias entre institución y organización es la descripción de una organización que hace Fernando Flores como una red de conversaciones. En una organización sus miembros conversan, en una institución sus funcionarios intercambian providencias en expedientes.

9. El camino de situaciones duales a situaciones triádicas

Una vez, hace mucho tiempo (estaba en Chile, adonde no voy hace décadas) alguien me contó que otra persona había estado especulando sobre cómo hacían el amor distintas parejas de nuestra amistad. Y yo le contesté sin vacilar: “Eso lo dijo fulana”. ¿Cómo lo sabes?, fue su respuesta, y la mía; “Porque eso es conocer a la gente”.

También en otra ocasión, esta vez en una clase en CENDES, un compañero se entretenía en medio de una discusión general acerca de no me acuerdo qué (tal vez fuera sobre qué hacer con las reservas del Banco Central) diciendo “ahora fulano/a va a decir tal o cual cosa”, y acertaba casi siempre. Yo no diría que esto es anticipar o disciplinar a la gente.

En mi libro Saber en salud está el esquema de las relaciones entre las ciencias (fácticas y sociales) y la vida cotidiana. Esta última comienza con uno de esos pasajes de superación de etapas previas especulares (religiosas o ceñidas a creencias rígidas) que en mi caso van de los mitos a las religiones y de ahí a la historia (y vuelta a empezar), y cada uno de esos componentes es una raíz de la ideología que ayuda a conformar. Son, podríamos decir, determinantes indeterminados.

A pesar de que no creo que ningún esquema pueda representar fielmente a la realidad, sí creo que un esquema flexible y dinámico (o con circularidad sistémica si se prefiere) puede ayudar a entender esos procesos. Una de las cuestiones que se derivan del esquema mencionado son las transformaciones recurrentes del sujeto (lo cual no figura en el esquema pero sí en el texto que lo acompaña), que van del sujeto de la vida al sujeto epistémico, al sujeto evaluador, al sujeto militante social y por fin de regreso al sujeto de la vida, ahora transformado por esos sucesivos pasajes que también implican un cambio en el lenguaje utilizado (coloquial, científico, retórico, político).

Quienquiera haya participado en alguna investigación científica sabe del desprendimiento de los sentimientos habituales de la vida cotidiana cuando se entra al laboratorio o a la reflexión o el análisis de la data científica. Y también están los ejemplos históricos (Ramón y Cajal observando cortes de cerebro en su laboratorio mientras en la habitación vecina su hijo agonizaba). O el chiste del profesor que se encuentra con un alumno en el pasillo y después de conversar un momento le pregunta: “Cuando nos encontramos, ¿yo iba o venía?”, y ante la respuesta confirma: “Entonces ya almorcé”.

Pero a ver si entiendo bien la pregunta, ya que una cosa es decir en qué momento preciso va a ocurrir una transformación y otra es una cierta imprecisión respecto no sólo del momento sino y sobre todo de la causa de la misma. Alain Badiou nos ha ilustrado sobre la importancia que tiene el acontecimiento en el desencadenamiento de situaciones de cambio más o menos radical (el 17 de octubre de 1945, la muerte de Kirchner).

Pienso que sentarse a esperar “acontecimientos” como esos para avanzar en la historia es algo frustrante.

Si a esto se llama anticipar o disciplinar al sujeto prefiero ser algo pretencioso.

10. Principio de coherencia

Cada vez que cuento cómo empecé con este cuento de la planificación, cuento que mi encuentro inicial con el que después consideré mi maestro (el chileno Jorge Ahumada) se hizo durante una fiesta de año nuevo el 31 de diciembre de 1960 y que inmediatamente nos caímos mutuamente bien porque a los dos nos gustaban (mucho) el vino y las mujeres (que me siguen gustando aunque de ellas no me acuerdo bien por qué). Además me encantaría pasear en mi yate por el Mediterráneo, pero… De manera que nada de desprendimiento de las cosas terrenales sino más bien todo lo contrario.

En cuanto a mi capacidad para analizar lo que estaba ocurriendo, recuerdo, por ejemplo, que voté por Fernando de la Rúa para presidente y que posteriormente hice campaña (de baja intensidad pero campaña al fin) por la inicial Elisa Carrió a quien también voté en su momento, de modo que por este lado tampoco. Y mejor no hablar de lo que debe ocurrir en una sociedad porque temo que las consecuencias serían peor que un tsunami en Japón.

De manera que de cínico no llego ni a la c. Entonces la buena pregunta, para volver a volver al comienzo, sería: ¿por qué corno se me considera como se me considera? Tal vez la repuesta sea precisamente por el principio (que yo llamo postulado) de coherencia, formulado inicialmente durante una investigación en Venezuela sobre lo que llamábamos (fue un trabajo de equipo) “Estructura de poder en el sector salud” que nunca fue publicado y sus más de setecientas páginas condenadas a un merecido olvido, aunque el postulado sobrevivió y tuvo buena acogida por parte de algunos serios investigadores como la economista cubano venezolana Lourdes Yero, quien lo llamaba “Testa’s coherence principle” (porque dicho en inglés es más científico) y lo enseñaba en sus clases.

También se popularizó en Brasil, donde varios trabajadores de salud lo utilizaron para analizar situaciones locales produciendo informes muy interesantes. Lo que hace aparecer una contradicción entre mi baja capacidad analítica y mi capacidad para producir instrumentos que facilitan la capacidad analítica de otros trabajadores. Cosas que pasan.

11. Pequeño mundo, gran mundo

Cada vez más pequeño para mí, que ya casi no salgo de mi casa donde está lleno de pasado (libros, cuadros, recuerdos, fotos, papeles que inundan todo, músicas alguna vez oídas, flores en el jardín que Asia mantiene en la terraza, y siempre Asia) y con muy poco futuro (acostumbro decir que sólo me falta un trámite importante que realizar, pero que alguien me va a tener que ayudar para terminarlo). Este es mi (actual) pequeño mundo que entiendo, quiero, extraño cuando por alguna circunstancia salgo de él, donde los sillones tienen la forma de mi cuerpo y la ropa es como una segunda piel.

Sé que hay por ahí un gran mundo que alguna vez soñé con conocer; cuando era adolescente estaba suscripto a la revista inglesa New Stateman and Nations (con gran información sobre África, muy difícil de conseguir en otros medios) donde escribían personajes como Bernard Shaw, Winston Churchill, Perry Anderson, Edward Thompson, Isaac Deutscher, Edmund Wilson, Gilbert Keith Chesterton y tantos otros, donde las polémicas eran de un nivel insuperable; recuerdo una en que se discutía si la educación tenía que ser humanista o técnica y que cada semana cambiaba (yo) de opinión porque me convencían los argumentos del articulista de turno. Pero después crecí y ahora me entero de que Amira Osman Hamed fue detenida en Sudán porque se negó a cubrir su cabello. El castigo puede llegar a que la flagelen con 40 latigazos, pero esa noticia, atroz si las hay, no llega a conmoverme como sí me conmueve el sufrimiento de Susana Trimarco. ¿Qué significa esto? ¿Una pérdida de sensibilidad? Tal vez, pero no lo creo.

Lo que sí creo es que lo que llamamos gran mundo es diferente para cada uno de nosotros.

Si miramos las cosas que el gran Carlos Marx escribió sobre América latina (para un periódico de Estados Unidos) veremos que trató a Simón Bolívar como un aventurero y algunas otras barbaridades por el estilo como señaló en su momento José Aricó. En mi caso, yo me defino como “nacionalista de América latina” y por eso hablo de nosotros los argentinos, nosotros los brasileños, nosotros los uruguayos, nosotros los venezolanos y así siguiendo.

Ese es mi gran mundo, en el que pienso, desde el que pienso, por el que estoy dispuesto a quebrar algunas lanzas.

Y respecto de esto último destaco la palabra subrayada en el párrafo anterior, ya que más que responder a sí las personas que impactan un mundo perdurable en los otros están atentos al mundo social y al gran tiempo, la ¡otra vez! buena pregunta es: ¿desde dónde se piensa lo que se piensa? Porque si no es desde aquí, entonces caemos en la trampa de la dependencia cultural, que es la peor de estos tiempos tramposos.

12. Tiempos técnicos y tiempos políticos

Sobre este tema podría explayarme largamente porque escribí un libro intentando aclarar sus relaciones. En Pensamiento estratégico y lógica de programación la primera parte se refiere a los tiempos políticos y la segunda a los tiempos técnicos, que se juntan en la tercera parte para tratar de dar respuestas a los conflictos que se generan entre ellos.

Voy a exagerar definiendo a los tiempos técnicos como absolutos; no lo son, pero en algunos casos casi, con lo cual quiero decir que se definen como problemas simples bien definidos. Los tiempos políticos, en cambio, son sin duda complejos y mal definidos, con la cual la compatibilización entre ambos es imposible. Para decirlo de otra manera: hay que respetar los tiempos técnicos y manejar los tiempos políticos.

Si esto es así (y mi opinión es que lo es) hay lo que Thomas Khun llamaría una inconmensurabilidad entre ambos: no están en el mismo universo del discurso por lo que no puede haber un conflicto inevitable ni recurrente entre ellos. Corren por carriles separados.

Hay más. Habría que aclarar qué significa intereses políticos secundarios o coyunturales, porque creo que lo que es secundario para algunos es principal para otros. Viene a cuento otro cuento (que no lo es, pero tanto da): la discusión es entre dos mujeres que hablan de lo que preocupa a sus respectivos maridos y llegan a la conclusión de que sus temas son muy superiores a los suyos: ellos hablan de las posibilidades de otra guerra mundial, del descongelamiento de los polos, del hambre y el sida en África, de la sobrepoblación mundial, del futuro de la humanidad, de la exploración espacial por la posibilidad de descubrir otros planetas habitados; en cambio nosotras nos ocupamos de la comida, el lavado de la ropa, el cuidado de los chicos, en fin…

Recuerdo el año 1973. El gran Rolando García dirigía en aquella época una –no sé cómo llamarla– agrupación, rejunte tal vez, que llamaba “equipos político técnicos” y que estaba destinada a preparar temas para tratar de influenciar al peronismo de la época (porque el peronismo es epocal, ¿vio?) haciendo planes que orientaran las decisiones del líder en la dirección correcta (es decir, la que nos gustaba a nosotros). Preparamos entonces un plan de salud (entre Mario Hamilton y yo, más algún otro cuyo nombre se me escapa) y ahí proponíamos algo así como el control poblacional –comunitario diríamos hoy– sobre los hospitales, conformando comités de trato, de higiene, de cocina y no sé cuántas cosas más cuya intención era aproximarse un poquito a eso que se conoce como democracia directa.

No sorteaba la disfunción, como dice la pregunta, pero todavía sigo creyendo que era un avance respecto de la incalificable situación actual. Tiempo después, conversando con un italiano cuyo nombre se me ha perdido pero que era amigo de Giovanni Berlinguer (por lo que supongo era un comunista italiano), me contó que habían creado tribunales para hacer juicios a los médicos/as que maltrataban a los pacientes en los hospitales. Pensé que era una coincidencia afortunada y que andábamos por el buen camino.

13. El alma institucional

El neurofisiólogo australiano y Premio Nobel de fisiología y medicina sir John Carew Eccles afirmó en una conferencia en una universidad inglesa que Dios insuflaba el alma en el feto después de la división del óvulo fecundado pues de hacerlo antes podía ocurrir (si se desarrollaban gemelos idénticos) que dos personas tuvieran una sola alma (cito de memoria porque no tengo el libro –La psique humana, editorial Labor– a la mano, pero aseguro que dice eso).

En mi caso la idea de “alma institucional” no nace de esa manera sino como consecuencia de un trabajo encargado por la Fundación Oswaldo Cruz para examinar los aspectos sociales de esa institución. Produje un informe publicado con el título de “Análisis de instituciones hipercomplejas”, en el que uno de sus capítulos se llama “Marco teórico para la creación del alma institucional”. Cuando lo presenté en una reunión del personal superior de la fundación pensé que se iban a reír de ese título pero para mi sorpresa nadie se rió. Ahí me di cuenta de que ellos sabían que esa institución tenía alma.

En efecto, la idea remite a un ideal (el contribuir al desarrollo de la salud del pueblo –brasileño en primer lugar, pero también de los otros países de América latina–) y al mismo tiempo un sentimiento (de identidad) colectivo de los trabajadores, que yo había percibido a lo largo de varias asambleas que todos los años se hacían para discutir problemas de la institución y fortalecer el compromiso y los lazos de solidaridad que era fácil percibir entre sus trabajadores.

Ya hablé, en este mismo texto, de la diferencia entre institución y organización, ahora señalo la similitud de institución organizada e institución con alma, donde la red de diálogos internos que según Fernando Flores caracteriza a las instituciones se desarrolla en su máxima expresión. Y esto es lo que garantiza y consolida lo que en nuestro país se ha dado en llamar calidad institucional. De modo que creo que sería de buena práctica la búsqueda de esa situación, lo que no significa un riesgo para otras experiencias sino, tal vez, un estímulo para avanzar en esa dirección. Los buenos ejemplos nunca están de más.

14. Los liderazgos

Paul Samuelson, Premio Nobel de Economía (me encanta citar a premios Nobel, si sigo así voy a citar a Barack Obama), decía que había cuatro tipos de países: los desarrollados, los no desarrollados, Japón y Argentina (el año que yo nací el gran campeón Shorton se pagó en el remate de la benemérita SRA 125.000 pesos y el dólar se cambiaba a 2,20 pesos de la época). No sorprende el asombro que muestra esa opinión, cuando Japón creó una de las industrias siderúrgicas más importantes del mundo sin tener en su territorio ni carbón ni hierro, los dos insumos fundamentales y que por su volumen y peso la teoría económica (de la que Samuelson era en ese momento un referente imprescindible) decía que determinaban la localización de la industria a la que abastecían (por el costo de su transporte). Lo que vuelve a poner en cuestión aquello de lo que se puede y lo que no se puede. De modo que la técnica (y una ética política que relaciona estrechamente a cada japonés con el emperador, que es el representante directo de dios) es definitoria de la hegemonía en ese caso.

¿Qué pasa en nuestro país? Recorriendo algo la historia de nuestra actividad universitaria, pienso que hemos atravesado (otra vez los atravesamientos) por lo menos tres fases del acontecer universitario: un momento inicial en que la universidad estaba regida por la idea del desarrollo de las fuerzas productivas (el liderazgo en ese momento tenía su epicentro en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la UBA y una larga lista de nombres avala esa identidad; para citar sólo algunos que fueron mis amigos: Rolando García, Manuel Sadosky, Oscar Varsavsky y Boris Spivacow). Recuerdo que en aquel entonces el ingeniero Humberto Ciancaglini estaba desarrollando materiales y lógicas para la construcción de una computadora.

En aquel momento se desencadenó una feroz batalla entre la laica y la libre, es decir, entre la universidad pública y la universidad privada, protagonizada por los hermanos Arturo Frondizi, presidente de la Nación, y Risieri Frondizi, rector de la UBA, quien llegó a decir: “Hay quienes tienen la conciencia moral de vacaciones”, en referencia a su hermano.

Perdimos, la consecuencia fue que el eje de la actividad universitaria pasara a ser, en lugar de ocuparse de las fuerzas productivas, lo que podía ayudar al desarrollo del país, a fortalecer las relaciones sociales de producción, lo que garantizaba la tranquilidad social dependiente.

Hay un después, en el que la universidad no se ocupa ni de una cosa ni de otra (ni de las fuerzas productivas ni de las relaciones sociales de producción) sino de mantener a los jóvenes fuera de las calles y formarlos profesionalmente acentuando el individualismo y la insolidaridad que atraviesa los años terribles de la dictadura asesina y del menemismo.

Hoy, la técnica me parece que ha recuperado algo del “estatus” perdido, a partir de la definición política de querer reindustrializar al país, de un ministerio de industrias activo, de un ministerio de tecnología con recursos y con apelación a la población (Tecnópolis), en fin, de una serie de actividades que –me parece– apuntan en esa dirección.

En cuanto a la política no me cabe duda de que se ha recuperado de una manera que en algún momento parecía impensable y que merece una reflexión en profundidad, porque es uno de los temas más polemizados por la oposición mediática, que revela lo que –a mi juicio– es uno de los errores (para ser generoso) fundamentales de esa oposición.

La Argentina está dividida (todos hemos visto esa estupidez de Argen Tina y sus múltiples variantes). ¿Cómo es posible pensar que en cualquier sociedad no existan contradicciones o conflictos? ¿Quién conoce alguna sociedad en la historia sin intereses contrastantes? ¿Cuál es la explicación del desarrollo social en base al consenso? ¿Consenso de quiénes? Quiero verla a Amalita de Fortabat en La Matanza dialogando con los vecinos.

Enterémonos de una vez, la política es conflicto y bienvenido sea, ya que no hay otra manera de avanzar. Existe un paralelismo entre lo que estoy diciendo y la formulación que hace Jean Piaget respecto del desarrollo infantil, que él observó en sus propios hijos: su teoría habla de que el desarrollo se hace a partir de lo que llama desequilibración y reequilibración, que consiste en que el infante tiene una estructura innata (el reflejo chupador) por el que cuando le ponen algo en la boca chupa. Afortunadamente lo que le ponen en la boca es un pezón y así se alimenta y crece. Pero si la madre en lugar de poner su pezón en la boca le coloca la cabeza sobre el pecho, lo desequilibra y desencadena un proceso de búsqueda hasta encontrar el pezón, etc. El infante se transforma, ya no es sólo chupador, ahora es buscador chupador.

No hay crecimiento sin conflicto.

Claro que el conflicto puede terminar mal, como planteo en mi libro Pensar en salud cuando hablo de “usos de contradicciones y conflictos”. El identificar cuál es la condición de la resolución virtuosa es una tarea pendiente. Se escuchan ideas.

Nos queda la ética, fundamento de la existencia de la desacreditación de cualquier gobierno que no nos guste. El robo por parte de los funcionarios y la corrupción son moneda corriente de la oposición en cualquier país del mundo. La traición a los principios y valores de todos y cada uno de los políticos corre por vías paralelas. Esto es lo que siempre se dice, otra cosa es demostrarlo. A veces es verdad, otras es propaganda malintencionada. Pero ya lo sabemos: la mujer del César no sólo debe ser honesta sino parecerlo.

En nuestro país han proliferado caudalosamente las acusaciones sin ningún fundamento, en las que se ha especializado el periodista Jorge Lanata, con casos tan escandalosos como el del vicepresidente Amado Boudou, de quien se dijo que había viajado a Uruguay con bolsas se supone cargadas de billetes (o dólares, euros, barras de oro o diamantes, tanto da), en el mismo momento que recibía en el Congreso de la Nación al ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva. Pero no importa, la consigna es clara: mientan que algo queda.

Tampoco tengo dudas de que debe haber funcionarios corruptos, ¿qué gobierno está libre de ello?, pero no en la forma generalizada que afirman los grandes medios y buena parte de la oposición.

En síntesis, creo que la construcción política actual del liderazgo kirchnerista en nuestro país es una mezcla virtuosa de componentes técnicos, políticos y éticos que van en camino de transformar nuestra sociedad en algo más vivible que lo experimentado hasta ahora.

15. El dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces

Me impresionó mucho esa frase que dice Anthony Hopkins en la película Tierra de sombras, y más todavía cuando supe que el relato se basa en hechos reales. La utilizo con frecuencia para mostrar la continuidad de la vida (el presente es el futuro del pasado y el pasado del futuro, dice Walter Benjamin), y también para mostrar cómo la muerte no es lo otro de la vida sino parte de la misma.

En una oportunidad a una colega se le ocurrió preguntar a un grupo de alumnos qué animal les gustaría ser; pulularon águilas, leones, algunos caballos y sorpresivamente hasta un chivo (obviamente un brasileño nordestino). Después, al margen del público me lo preguntó a mí luego de confesar que ella era de las águilas y yo dije que prefería ser un animal social: una hormiga o una abeja, para sentir que lo importante era el trabajo colectivo y solidario. Sigo pensando así, por eso mi último libro está dedicado “a los otros que soy” y ese es el sentimiento que más me emociona, sentir el afecto de muchas personas que me quieren.

Por eso, al despedirme alguna vez de Venezuela alguien me preguntó ¿qué te llevás de aquí?

Le contesté: quise a alguna gente y alguna gente me quiso.

La contrapartida es que muchos y muchas que quise y me quisieron ya no están (geográfica o definitivamente). Casi no me queda ningún amigo de mi edad. El amor que no encuentra el sostén del encuentro y el abrazo se va diluyendo lentamente hasta perderse en una tierra de sombras.

16. Guerra de trincheras y asalto al poder

Elaboré este tema, siguiendo obviamente las ideas de Gramsci, en la primera parte de mi libro Pensamiento estratégico y lógica de programación y una de las cuestiones que enfatizo allí es la diferencia entre episodio histórico e historia. El episodio histórico es un hecho descontextualizado y por lo tanto contribuye eficazmente a producir errores interpretativos (mira la fotografía, no la película).

Cuando hablamos de guerra de trincheras y asalto al poder, al nombrar de esa manera las cosas de la historia aparecen (es decir presentan una apariencia) como si fueran cuestiones separadas, excluyentes y aun opuestas. En el texto citado en el párrafo anterior intenté describir esto como formando parte una de otro, es decir que hay continuidad y alternancia entre ambos “episodios”.

Por otra parte la historia real (de este país y de cualquier otro) muestra cómo ante cualquier avance que ponga en riesgo la estructura de poder vigente, la derecha no vacila en utilizar todos los recursos de fuerza que puede movilizar para detenerlo, aun cuando ese avance se haya realizado respetando las reglas del juego “democrático” (¿hace falta poner ejemplos?, si sí: bombardeo de Plaza de Mayo el año 1955 y Chile 1971).

Sin llegar tan lejos, en la tercera parte de mi libro citado se habla de cómo se piensa que hay que consolidar un programa de cambios; se dan dos alternativas: si el avance no cambia la estructura de poder entonces la oposición que puede levantar (por razones circunstanciales, no de fondo) es negociable y el avance se consolida mediante su institucionalización; de lo contrario, es decir, si el cambio (por ejemplo de la organización sectorial de salud) afecta la estructura de poder de la sociedad, entonces no se puede negociar y hay que derrotar a un adversario (no necesariamente mediante la violencia), para lo que hay que generar una base social de apoyo al proyecto transformador. Y tampoco alcanza con la institucionalización, hay que mantener activa esa base social porque de lo contrario el avance se revierte a las primeras de cambio.

Se demostró con la reforma italiana como lo relata el libro de Giovanni Berlinguer Gli anni difficili della riforma sanitaria y también el caso de Brasil con la reforma constitucional de 1988: “Art. 196. Asaúde é direito de todos e dever do Estado, garantido mediante políticas sociais e econômicas que visem à redução do risco de doença e de outros agravos e ao acesso universal e igualitário à sações e serviços para sua promoção, proteção e recuperação”. En ambos casos, una vez realizada la reforma y aprobada la Constitución, se desmantelaron los grupos que la habían apoyado y todo volvió a la situación previa. No se asaltó el poder, ni factual ni metafóricamente, y la consecuencia fue que se generaron condiciones para la vuelta a lo mismo.

17. Sobre lo inevitable de la guerra

Me parece que uno de nuestros deberes en cuanto intelectuales (en el significado gramsciano del término) es examinar en forma reiterada si las respuestas dadas en alguna oportunidad a las preguntas que nos formulamos frente a determinadas situaciones históricas, siguen siendo válidas en otras circunstancias, o sea, otra vez el contexto. Por eso sería necesario examinar la situación frente a la que Gramsci hizo la afirmación del título de este párrafo, aunque me parece que este punto es, en cierta forma, continuación del anterior. Pero además la producción de Gramsci fue hecha en las circunstancias conocidas, preso en la cárcel de Mussolini, sin acceso a biblioteca ni archivos y sometido –afirma Perry Anderson en su extraordinario Las antinomias de Antonio Gramsci– a la doble censura de sus carceleros y de sus compañeros de la Internacional Comunista.

Una segunda consideración tiene que ver con las connotaciones del término “cultura”. Alguna vez escribí sobre el tema un pequeño texto donde diferenciaba “cultura técnica” de “cultura sin apellidos” y definía la primera como la manera en que un pueblo se gana la vida y a la segunda como lo que se hace con la vida que uno se gana, para señalar que la primera es relativamente fácil de modificar, en tanto que la segunda presenta dificultades en ocasiones insuperables (otra vez el tiempo como categoría analítica).

Y esto crea contradicciones dentro mismo de la cultura que hacen más complejo el tema. Intenté mostrar algunas de esas complejidades en la primera parte de mi Pensamiento estratégico y lógica de programación, pero de cualquier modo, reconozco que para lograr algunos objetivos difíciles de alcanzar los cambios culturales son inevitables.

Tercer punto: ¿contribuir a la cultura –supongo que aquí nos referimos a la cultura con el segundo significado mencionado más arriba– es un modo de practicar el pacifismo? Recurro a Hannah Arendt y su concepto de banalidad del mal, referido a una de las poblaciones reputadas más cultas en la faz de la tierra: Alemania siglo XX. Los torturadores y asesinos que “trabajaban” en los campos de Auschwitz, Buchenwald y otras instalaciones por el estilo volvían a sus casas a jugar con sus hijos a los que amaban como buenos padres (y madres), escuchaban los “quator” de Beethoven, las partitas de Bach, las óperas de Wagner y los quintetos de Mozart y tenían la conciencia tranquila. Y para no ir tan lejos, estoy seguro de que el cura Von Wernich es un hombre culto, entonces dudo de que la cultura sin más contribuya al pacifismo.

En cuanto a mis contribuciones, si alguna, no estoy muy seguro de en qué dirección van. En más de una oportunidad alguno de mis jefes circunstanciales me preguntó: ¿Mario, qué estamos haciendo?

18. Organizaciones de los trabajadores

En alguno de mis trabajos hablo de la organización de los trabajadores y digo que eso puede ocurrir como clase o como grupo, distinguiendo que en un caso se trata de una categoría analítica (clase) y en otro de un concepto operacional (grupo); también afirmo que para que una organización de trabajadores como clase participe en acciones o discusiones, tiene que hacerlo como grupo (por ejemplo cuando discute salarios).

A mi entender, la organización como clase explica y justifica su accionar (o, alternativamente, su política), en tanto que la organización como grupo habilita las formas de su comportamiento (o sea su estrategia).

De todos modos, no soy ni de lejos un experto ni un conocedor profundo del movimiento obrero argentino aunque he tenido algunos contactos, sobre todo con CTA antes de que afloraran sus conflictos internos. Me resulta difícil entonces responder una pregunta formulada sobre los trabajadores organizados porque me surgen dudas, ¿a cuál o cuáles de los –creo que cinco– grupos se refiere? E insisto en usar el término “grupo” porque pienso que ninguno de ellos está organizado en cuanto clase, en consecuencia mi respuesta tiende a ser negativa, o sea, no creo que ningún grupo de trabajadores organizados en este momento se mueva como factor de cambios en el actual panorama de la salud y menos de la salud pública.

19. Sistemas integrados o desintegrados de salud

Varias de las cosas dichas hasta aquí (me refiero en este texto que estamos escribiendo leyendo) son pertinentes para contestar esta inquietud. Una primera respuesta franca es que sigo sosteniendo lo central de la propuesta SNIS, e incluso iría un poco más allá para postular un SUS o Sistema Único de Salud. Y esto pone a mi posición en el terreno del voluntarismo, porque es obvio que no existe ni la más mínima posibilidad de plantear esa política hoy en la Argentina. Pero ya hablé de voluntarismo y entonces acentúo el hoy de la frase anterior, convencido de que la propuesta de SUS podría llegar a ser el paso inicial de un camino largo y difícil pero, diría, necesario si queremos realmente una salud solidaria, equitativa e igualitaria.

El campo de la salud se encuentra, en efecto, enormemente fragmentado y todos los intentos de revertir esa situación han chocado con resistencias feroces y han terminado por agravarla en lugar de resolverla. Pienso (y digo) que los sanitaristas somos el grupo profesional más frustrado de América latina porque sabemos a la perfección lo que hay que hacer y jamás hemos podido hacerlo (ni siquiera de manera parcial, como era la propuesta del SNIS) en ningún país del continente salvo Cuba. Y cuando hablo de resistencia feroz es fácil demostrarlo: cuando en 1973 el ministro de Salud Dr. Domingo Liotta envió el proyecto a la Legislatura nacional, la CGT anunció que si ese proyecto se aprobaba declaraban una huelga general (¡a Perón!). Esa misma CGT declara permanentemente que promueve un modelo de organización asistencial solidario. Me parece que tengo un concepto algo distinto de la solidaridad.

No creo que sea posible modificar la organización asistencial sin el acuerdo de los trabajadores (todos, no sólo los de salud), para lo cual y tomando en cuenta lo que afirmo en el punto anterior (18) habría que comenzar introduciendo el tema en el debate interno de las organizaciones de trabajadores, para lo que no creo que ninguno de los grupos existentes tenga la más mínima vocación. Si alguna vez se logra hacerlo podremos seguir conversando. Hasta entonces tal vez se pueda discutir la cuestión en otras organizaciones políticas que no tengan intereses tan parciales respecto del tema (algo de eso hay en los CICs y otras organizaciones de base política). Ya lo dije: largo y difícil, pero no imposible.

20. Tiempo y sentido de la vida

Me gusta la fórmula que utiliza el fenomenólogo Alfred Schütz cuando menciona los motivos “porque” y “para”, el primero como individual, histórico e intransferible y el segundo como colectivo, dirigido al futuro y compartido. Creo que el primero nos prepara para la vida (para un cierto tipo de vida; es el que nos facilita las elecciones que hacemos) y el segundo el que le confiere sentido.

Muchas veces he contado (a esta altura no tengo más remedio que repetirme, porque ya no me da el pinet para pensar cosas nuevas) que mi “motivo porque” nació en las reuniones que se hacían en la casa de mis abuelos paternos los domingos con la familia (era una familia ampliada) donde se discutía política y se terminaba afirmando que no se había podido hacer la revolución (eran todos socialistas) porque no estaban dadas las condiciones (no estoy seguro de que las cosas fueran así en la realidad, pero son así en mi recuerdo). Y desde entonces deambulo con esa deuda en mi conciencia (¿cuáles son las condiciones que tienen que estar dadas para que se pueda hacer la revolución? Creo que para responder a esa pregunta escribí los libros que escribí).

En cuanto al sentido de mi vida es (lo dije antes) transformarme en hormiga (o abeja tal vez) y para eso me junté con los compañeros (de este y otros países) y ver si podemos construir el hormiguero (o el panal) que necesitamos, como condición que tiene que estar dada, para hacer el Sistema Único de Salud.

No, no creo que el saber de la muerte le dé el sentido a la vida.

21. Vidas brillantes

Siempre (y todavía) la literatura: primero la literatura francesa sobre todo durante mi paso por el colegio secundario, luego la inglesa (mucho más que la norteamericana) durante los años universitarios y de pronto llegó mi primera migración hacia Venezuela; entonces para saber qué país era ese leí todo Rómulo Gallegos que pinta, como Balzac en la Comédie Humaine, un amplio panorama de su país (el paisaje urbano intelectual en Reinaldo Solar, el llano en Doña Bárbara, el campo petrolero en Pobre negro, la selva en Canaima, lo popular en Cantaclaro). Y eso me desencadenó la lectura de los escritores de este continente, primero en castellano y después también en el portugués de Brasil. Y sigue. Y teatro, y poesía, y seguramente moriré repitiendo algún verso de mi admirado García Lorca: compadre quiero morir, decentemente en mi cama…

La literatura filosófica, sociológica, económica y política comenzó en el primer exilio (antes había estudiado matemáticas, análisis y álgebra para ser más preciso) para no detenerse más.

Recorrí con fervor militante los ocho volúmenes de El Capital en la edición de Siglo XXI y luego el resto de la obra de Marx y junto a eso muchos autores de los que elegiré un par por el enorme riesgo de injusticia (y olvido) que conlleva una selección semejante: Ágnes Heller, Jean Piaget, Jürgen Habermas, Ludovico Silva, Carlo Ginzburg, pero me detengo porque la lista completa sería interminable (creo que ya dije que durante meses, si no años, leía casi un libro por día. Las razones de mi apego a estos autores es que cada uno de ellos me mostraba una manera diferente y apasionante de mirar el mundo (y por ahí debían estar escondidas las condiciones de marras).

En cuanto a si me considero un referente en el campo de la salud latinoamericana no sabría cómo responder, porque ¿cómo no ser indebidamente modesto sin aparecer como mandándome la parte? o ¿cómo aceptar que lo soy cuando en realidad creo realmente que los referentes de la salud latinoamericana son el grupo de trabajadores/as de salud que nos hemos roto el culo en miles de reuniones, discusiones, trabajos publicados o no, investigaciones buenas, regulares o malas, cursos de docencia en varios niveles, manifestaciones callejeras, funciones ejecutivas (no en mi caso) o deliberativas (no en mi caso)?

Y lo mismo vale para la pregunta sobre la influencia en el accionar de muchos/as trabajadores/as de este campo problemático. Tengo que decir tal vez, pero recuerdo que ante mis dudas y ambivalencias alguien en algún momento ya perdido de la memoria me dijo que yo hacía del relativismo un absoluto. Pero claro, recordando que los militares de este país decían que la duda es una jactancia de los intelectuales, me declaro definitivamente jactancioso.

22. Mensaje para los trabajadores argentinos

Y vamos de nuevo: creo que el mensaje está dado y si no es así, habrá que leer entrelíneas para encontrarlo.

Les mando un fuerte abrazo solidario.

Autorxs


Mario Testa:

Médico. Ex Decano de la Facultad de Medicina. Especialista en Pensamiento y Planificación Estratégica en Salud. Docente del Departamento de Salud Colectiva y Profesor Titular de la Maestría en Epidemiología, Gestión y Políticas de Salud de la Universidad Nacional de Lanús. Doctor Honoris Causa por la Universidad Federal de Bahía, Brasil. Distinguido por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires como Personalidad Destacada de la Ciencia.