América latina en busca de su autonomía

América latina en busca de su autonomía

La experiencia de los gobiernos populares en Sudamérica da cuenta de cómo, en un incipiente escenario internacional multipolar, la intervención estatal, lejos de perjudicar la integración regional, la potencia, logrando crecientes niveles de autonomía y recuperación de soberanía.

| Por Carlos Raimundi |

Breve repaso del contexto mundial

Para contextualizar el presente proceso de integración sudamericana conviene hacer un previo repaso del marco internacional.

En vísperas de nuevos comicios presidenciales, los Estados Unidos conservan su liderazgo planetario en términos de su PBI, el dólar sigue siendo la principal moneda de intercambio internacional, son los primeros inversores a nivel mundial y, en términos de defensa, concentran un presupuesto superior a la suma de los presupuestos de defensa del resto de los países. Más allá de quién resulte triunfador en las elecciones del primer martes de noviembre, su vocación imperialista está intacta, lo que no es un dato menor para la realidad sudamericana.

No obstante, los últimos años deparan la aparición de nuevos actores globales, como China, que se debate entre su enfrentamiento geopolítico y comercial con los Estados Unidos, y su interdependencia financiera.

Rusia, por su parte, consolida su recuperación económica bajo las reglas del capitalismo, pero retorna a posiciones francamente contrarias a los Estados Unidos en el tablero internacional, revigorizando, así, su histórica tradición hegemónica, sostenida por su poderío militar y energético. En el marco de los Acuerdos de Shanghai que tiene rubricados con China, Rusia confronta con las posiciones de los Estados Unidos y sus aliados en el Consejo de Seguridad de la ONU, respecto de la situación de África y Medio Oriente.

Es precisamente en Oriente Medio donde los Estados Unidos no logran un predominio definitivo de la mano de sus acuerdos con Israel y Arabia Saudita. Los cambios de régimen en importantes países como Egipto y Libia no han pacificado a la región, ni se ha logrado suplantar al gobierno sirio de Bashar al-Assad, como corolario de la falsamente denominada “primavera árabe”, como si se tratara de grandes rebeliones populares democráticas, cuando en realidad constituyen un intento de desalojar a los actuales regímenes nacionalistas para apropiarse del petróleo y los gasoductos que se dirigen a Europa.

He dejado para el último tramo de este rápido repaso una referencia breve a la situación de Europa. La crisis que atraviesa el viejo continente, y que se expresa en fuertes recortes a los derechos sociales ganados en el esplendor del Estado de Bienestar, habla claramente de cómo el paroxismo inherente al capitalismo financiero, en su lógica extrema de maximización de la renta, ya no sólo hace pagar la crisis a los pueblos subdesarrollados, sino que se ensaña con las áreas más desarrolladas del globo. Esto, junto con los daños ambientales al planeta y la escasez de energía, pone al capitalismo financiero, vencedor en la década de los setenta de la disputa por el excedente económico de posguerra y el diseño de los modelos de ajuste sobrevinientes, en un punto cercano a su agotamiento histórico.

En este contexto, América del Sur aparece como la única región del planeta, tal vez asimilable a Australia, capaz de encarar una agenda positiva, dotada de cambios, que, de consolidarse, podrían adquirir el rango de estructurales, en términos de recuperación del Estado en manos de líderes y militancia de fuerte arraigo popular, y compromiso con las mayorías históricamente sumergidas del continente. En términos de políticas económicas, estas se orientan hacia una creciente autonomía financiera respecto de los organismos internacionales de crédito, un crecimiento basado en el mercado interno y la incorporación de franjas sociales históricamente empobrecidas a los distintos niveles de consumo, en el marco de una mayor integración productiva, en infraestructura y comercial.

También sobresale la posición sudamericana respecto de los daños ambientales, en rechazo a la intención del norte desarrollado de compensar económicamente la depredación ambiental que ejercen y la no reducción de sus emanaciones tóxicas. Es decir, América del Sur no ha convalidado el modelo de la depredación, ni la acumulación financiera que supone el acopio de dólares para cumplir con las compensaciones prometidas.

La decisión estratégica de la paz

Y aquí se inscribe la decisión estratégica de la paz. Otras regiones comparten con América latina la tenencia de recursos estratégicos. Tal el caso de África subecuatorial en materia de biodiversidad o de Medio Oriente en términos de petróleo. La diferencia reside en que la primera carece del necesario poder estatal para organizar a sus sociedades, que se debaten entre las empresas depredadoras de metales preciosos y las guerras intertribales, y Oriente Medio padece conflictos étnicos, religiosos y políticos, en tanto América del Sur resuelve sus conflictos en términos de autonomía política y de paz. La paz adquiere un valor no únicamente ético, sino estratégico y político, en tanto le permite priorizar la integración en defensa de sus recursos naturales, y no disipar sus divisas en guerras que sólo benefician al imperio y a quienes fabrican y comercian las armas.

Así como el desendeudamiento de la región puso en discusión el mito fundante de que quien se aparta del sistema financiero globalizado está condenado a desaparecer, así también estamos quebrantando otro mito fundador: el que dice que la integración sólo es posible a partir de la pura liberalización de los mercados. Con la actual experiencia de los gobiernos populares en Sudamérica, se demuestra que la creciente intervención estatal en los procesos económicos no sólo no perjudica la integración sino que la fortalece en términos políticos y de diversificación productiva.

Un tema pendiente es, que, a partir de la importancia de China como desafiante de los Estados Unidos, no se reproduzca con ese país la relación centro-periferia que tuvimos respecto de España, Gran Bretaña y los Estados Unidos a lo largo de los dos últimos siglos. Para ello, una integración basada en la diversificación de nuestras matrices de producción, comercialización y exportaciones, constituye un pilar para no hacer depender nuestro crecimiento sólo de los altos precios internacionales de nuestros productos primarios, de modo de no repetir nuestra condición de meros proveedores de materias primas, en una nueva edición de la división internacional del trabajo.

Unidad y autonomía para la defensa de los recursos naturales

América latina está felizmente dotada de aquellos recursos estratégicos que en el planeta resultan insuficientes: energía y combustibles tradicionales y alternativos, agua potable, biodiversidad. Pero con un extra sobre otras regiones que también los poseen: no estamos en presencia –hasta ahora– de conflictos étnicos, religiosos o sociales de tal radicalidad que distorsionen el carácter prioritario de aquellos recursos. Para preservarnos de ello la Unasur es una herramienta fundamental, no sólo por concretar simbólicamente la aspiración bolivariana, sino por su potencial político. El Banco del Sur; el Consejo Regional de Defensa, direccionado hacia áreas estratégicas como la Amazonia (biodiversidad), la Andina (minerales), la Platina (agua dulce) y la Atlántica (petróleo); las cumbres presidenciales y, como está visto, las mediaciones personales e institucionales, constituyen pilares esenciales para la unidad y la autonomía de la región.

Desde el momento en que Unasur (incluyo el proyecto CELAC –Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe sin los Estados Unidos y Canadá–) salvaguardó a Evo Morales del golpismo, resistió la instalación de las bases militares estadounidenses y cuestiona la presencia de la Cuarta Flota, se erige como un freno a la incursión neocolonialista: ergo, la pretensión original del ex presidente Uribe, cabeza de playa de los Estados Unidos en el continente, intentó hacer todo lo posible para que las gestiones de Unasur aparecieran como un fracaso. Y no pocos actores internos de la Argentina apostaron a ello a través de sus presagios apocalípticos. A la consigna histórica “dividir para reinar”, América del Sur está respondiendo con unidad y autonomía.

Con inteligencia y decisión política, y no sin dificultades, cada uno de nuestros pueblos está sorteando la abrumadora presión a la que las corporaciones estuvieron hasta ahora tan habituadas, se trate de cúpulas financieras, terratenientes, mediáticas o eclesiásticas. Con la misma decisión, la unión de esos mismos pueblos acaba de dar un valorable paso frente al ancestral acoso del colonialismo: eligiendo la paz frente al señuelo de una posible intervención militar, y la unidad en autonomía, frente al tutelaje histórico de la superpotencia.

De aquí la importancia de que los gobiernos constitucionales del subcontinente hayan encarado con un éxito, al menos ponderable, los retos a la democracia y a la paz en Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela. Porque en el caso de no sortearlos en términos políticos, es decir, pacíficamente, facilitaría la injerencia militar de potencias extrarregionales. Y eso es lo que algunos factores de poder están buscando, como un renovado instrumento de control y disciplinamiento de sesgo colonial.

Imaginemos cuál sería la situación actual del subcontinente si nuestras economías hubieran quedado atadas a las economías centrales a través del ALCA, en lugar de habernos negado a su constitución en nombre de una política soberana en la cumbre hemisférica de Mar del Plata, en noviembre de 2005.

Imaginemos qué hubiera pasado en la Argentina si en lugar de haberse recuperado los recursos previsionales como herramienta de financiación de políticas públicas, ellos permanecieran aún en manos de los grupos financieros internacionales que acaban de desplomarse.

Son estos caminos de autonomía política los que representan un impulso para afrontar con esperanza y con soberanía los desafíos de la etapa. No ya sólo por los parlamentos, sino básicamente por nuestros pueblos. O, más bien, llenando de pueblo a nuestros parlamentos.

Para continuar en defensa de la riqueza de este momento sudamericano, tomemos el ejemplo de algunas instituciones impulsadas por la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), como el Banco del Sur, la coordinación de políticas monetarias y cambiarias, la integración energética, el Consejo de Defensa Regional que tiene como principal “hipótesis de conflicto” la preservación de nuestro patrimonio ambiental.

El Banco del Sur, al cual acaba de adherir por ley la Argentina, expresa este proceso de autonomía y descolonización. A diferencia de otros momentos, no se trata de un acto voluntarista reducido a expresar nuestro histórico “sueño bolivariano”, sino que forma parte de un conjunto de decisiones políticas, económicas y culturales que le dan consistencia. Consecuentes con su reclamo de cambio en los organismos financieros multilaterales como el FMI y el Banco Mundial, los países de la Unasur han organizado el Banco del Sur bajo tres parámetros tan novedosos como democratizadores. La integración de capital será directamente proporcional a la riqueza del aportante; el acceso al crédito será, en cambio, inversamente proporcional a esa riqueza, y “un país, un voto”, sin tener en cuenta su tamaño.

Las sucesivas posturas de la Unasur para defender los gobiernos populares de Bolivia y Ecuador de sendos intentos de golpe. Para encauzar pacíficamente un grave conflicto, como el que tuvo lugar cuando el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, violó la soberanía aérea de Ecuador.

Un conjunto de decisiones económicas como el desendeudamiento, la acumulación de reservas, la coordinación de políticas monetarias, el alejamiento progresivo del dólar como moneda central de nuestras transacciones intrazona. En definitiva, un conjunto de decisiones históricas, como el Consejo de Defensa Regional, que en lugar de situar a nuestras fuerzas armadas en el tradicional plano del despliegue de armamentos, las involucra en la protección de nuestros recursos naturales en áreas estratégicas como la Amazonia para la biodiversidad, la zona andina para los minerales, el área del Plata para el agua potable, y el Atlántico para el petróleo. O como el desarrollo de obras de infraestructura para el aprovechamiento de esos mismos recursos para nuestro progreso, en reemplazo de largos siglos de depredación.

Repensar nuestro sistema institucional

América latina está dando pasos históricos en dirección a su autonomía. Ayudan a ello su situación económica y la voluntad política, aun con matices, de la mayoría de sus gobernantes. Por eso no hay que permitir que se instale como problema central la falsa división entre presuntos “institucionalistas prolijos” dignos de todo elogio por los bienpensantes de siempre, como podrían ser Lula o Mujica (o Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en su momento), y “populistas anacrónicos” como Chávez y Evo Morales, entre quienes les conviene incluir también a Cristina Kirchner y Correa.

América del Sur afronta una oportunidad inmejorable de ir rompiendo ciertas cadenas históricas de colonialismo, y para ello es necesario pensar, además, en el rediseño de todo nuestro sistema institucional.

Lejos de ser una conclusión cerrada, el debate acerca de los desafíos de la región está abierto. Es importante partir de la base de que provenimos de una sociología muy particular, con una fuerte impronta hispana, pero también indígena, y una marcada influencia de los intereses británicos; y a esa sociología fuertemente impregnada de mestizaje, indigenismo y multiculturalidad, dominada y sojuzgada, se le impuso una religión, se le saquearon grandes riquezas, se le pretendieron arrasar ciudades, costumbres, culturas autóctonas, y se le injertó, hace dos siglos, un sistema de instituciones liberales de origen eurocéntrico y anglosajón.

En nuestros tiempos, los sudamericanos estamos notando que en enormes tramos de nuestra historia esas instituciones liberales intermediaron mucho más a favor de los poderes establecidos que de los sectores populares. El reciente golpe parlamentario del Paraguay patentiza esta reflexión. Y por eso hemos comenzado a repensarlas.

Incluso, en los últimos tiempos, esta interpretación de las instituciones liberales puras también podría resultar válida para algunas sociedades europeas, más desarrolladas, con mayor grado de cohesión social. Casos donde, aun contando con sistemas políticos “estables”, parlamentos activos y partidos consolidados, la mediación institucional no pudo evitar la aplicación de fuertes ajustes sin brindar a los pueblos que los padecen ninguna instancia de consulta, mucho menos de decisión.

En mi opinión, la región debe profundizar las actuales experiencias de inclusión social y multiculturalidad, de cambio de patrón distributivo y de inversión, e inclusive revisar la utilidad o no que le han deparado las instituciones liberales anglosajonas y eurocéntricas. Pero en paz. Los odios y las consecuencias de un enfrentamiento que vaya más allá de lo político pueden ser irreparables por décadas y dilapidar la presente oportunidad.

El golpe institucional en Paraguay

El golpe perpetrado por la corporación política de Paraguay, en connivencia con los grupos de poder oligárquico, fundamentalmente terratenientes, se inscribe en esta disputa de hegemonía regional. Los gobiernos populares del Mercosur y la Unasur suspendieron transitoriamente la participación del Paraguay en esos organismos, hasta que se repare la anomalía institucional. Sin embargo, los Estados Unidos, el Vaticano, el gobierno de derecha español y la Alemania de Angela Merkel fueron los primeros en reconocer al nuevo e ilegítimo gobierno.

En el caso del Mercosur, de fuerte sello comercial, Paraguay se siente desobligado de sus compromisos, y liberado, por lo tanto, no sólo para establecer con los Estados Unidos acuerdos de libre comercio, sino también para permitir la instalación de bases, el ingreso del Comando Sur o de equipamiento militar, además de ejercer una tolerancia mucho mayor respecto de sus operaciones de inteligencia. En estas condiciones, Paraguay se reafirma como un territorio apto para todas las políticas que los Estados Unidos quieran hacer sobre la región. Qué coincidencia, además, que la corporación política que propinó el golpe al presidente Lugo es la misma que venía impidiendo el ingreso de Venezuela al Mercosur.

Por eso, había que responder con una medida política y simbólica muy fuerte y muy autónoma, como fue la incorporación de Venezuela. En estos procesos no se puede andar con medias tintas.

Un cambio significativo en la ecuación política de la integración sudamericana: Venezuela, con todo su potencial energético y político, accede al bloque del Cono Sur y nos conecta a este con el Caribe.

A su vez, los Estados Unidos y los grupos de derecha de la región encuentran en la nueva situación paraguaya el canal de entrada al Cono Sur, la cuña al proceso de integración, que no habían logrado con otros gobiernos afines.

Está demostrado que la vocación de cambio, expresada por los pueblos sudamericanos en la última década, ha permitido el surgimiento de los liderazgos presidenciales con mucha más celeridad que lo que tardan sus sistemas de partidos e instituciones demoliberales en adecuarse a los nuevos paradigmas. Y esto, sumado a las sucesivas intentonas destituyentes que atraviesan nuestros países, no hace más que ratificar la dimensión de la batalla cultural que aún tenemos pendiente.

La consistencia entre Unasur y las políticas domésticas

El camino de la autonomía regional requiere a la vez de medidas domésticas que le den base y sustento. Durante el mes de junio, la Presidenta de mi país, Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, participó de tres cumbres internacionales –G-20, Comité de Descolonización y Cumbre Ambiental– que fueron la ocasión para vertebrar en los respectivos discursos las sólidas posiciones internacionales con recientes medidas de política doméstica –la regulación del mercado de divisas, la administración del comercio exterior, la recuperación de autoridad monetaria del Banco Central, la recuperación de YPF y el programa de construcción masiva de viviendas–. Nos encontramos con una consistencia notable de la filosofía de un proyecto global que es, entre otras cosas, lo que le ha dado a Cristina Fernández de Kirchner un alto predicamento entre los líderes políticos de la región y del mundo.

Frente a esto, nuestro principal desafío como región es preservar y profundizar nuestra autonomía de criterio y acción. Lo hicimos con la negación del ALCA, la creación de Unasur, el rechazo a los intentos de golpe de Estado, la solución pacífica de nuestros conflictos limítrofes, la defensa de nuestros recursos naturales, la integración energética, la coordinación de políticas macroeconómicas y el proceso de desdolarización regional.

El hecho de ser contemporáneos de una etapa como la que vive América latina nos tienta, a primera vista, a perder la perspectiva de su dimensión histórica. No perdamos dicha perspectiva, defendamos este presente, para que los derechos ciudadanos que derivan de él, transformen estas construcciones en irreversibles.

Autorxs


Carlos Raimundi:

Diputado Nacional, Nuevo Encuentro. Miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores y Parlamentario del Mercosur.