Aldo Ferrer y la integración regional en América latina

Aldo Ferrer y la integración regional en América latina

El autor propone un recorrido por la obra de Ferrer sobre la integración regional, distinguiendo entre diferentes etapas de su pensamiento, que puede resumirse en la búsqueda de un sistema en el cual se incrementase la eficiencia y se fomentase el desarrollo industrial. Objetivo que favorecería la reincorporación de América latina en la economía internacional, generando las condiciones para que la región consolide la capacidad de decidir el propio rumbo en el actual orden global.

| Por José Briceño Ruiz |

La integración regional en América fue uno de los temas de mayor interés de Aldo Ferrer durante su larga y fructífera vida académica y de funcionario público al servicio de la Nación Argentina. Desde sus trabajos iniciales en los años sesenta del siglo XX, cuando el enfoque de CEPAL sobre una integración regional al servicio de la transformación productiva era ampliamente aceptado por la región, pasando por la crisis de la integración en la década de los ochenta, su relanzamiento con el Mercado Común del Sur (Mercosur) en la década de los noventa hasta la vinculación entre integración y densidad regional, el tema estuvo presente en la extensa producción intelectual de Ferrer.

En este sentido, es válido considerar su obra sobre la integración regional como un testimonio de las distintas etapas de la integración regional en América latina desde mediados del siglo XX hasta la primera década y media del nuevo milenio. En sus diversos trabajos, la integración es analizada en el contexto y en correlación con el desarrollo económico, su visión del papel de América latina en el mundo y la búsqueda de interpretaciones propias para la región. En este aspecto, la influencia de la obra de Raúl Prebisch está presente desde sus trabajos iniciales en la década de los sesenta.

En este trabajo se examina la concepción de la integración de Aldo Ferrer, la originalidad de sus aportes y la validez que ellos tienen en la explicación del complejo proceso de unidad regional en América latina y el Caribe. A efectos de entender mejor sus aportes, se procede a evaluar la obra de Ferrer teniendo como marco histórico las diversas etapas del regionalismo latinoamericano desde los años cincuenta.

En tal sentido, en la primera sección se estudia el pensamiento de Ferrer durante la etapa que se suele describir como regionalismo cerrado, pero que el autor de este trabajo prefiere denominar “regionalismo autonómico” o “regionalismo intervencionista”. Esta etapa comprende el período que se inicia con las negociaciones de la CEPAL dirigidas a crear un mercado común latinoamericano en los años cincuenta, que derivan en la firma del Tratado de Montevideo en 1960 que crea la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Es en esta etapa cuando la influencia de la versión cepalista se evidencia en iniciativas como el Mercado Común Latinoamericano (MCCA) o el Pacto Andino. Concluye en el segundo lustro de la década de los ochenta cuando debido a la crisis de la deuda y el estancamiento económico que le siguió, la integración económica entra en un período de crisis y posterior restructuración.

La segunda etapa es la del denominado “regionalismo abierto” o “nuevo regionalismo económico”, que desarrolla en un contexto en el cual las ideas cepalistas sobre integración y desarrollo habían sido desacreditadas y sustituidas por un enfoque basado en ideas económicas neoclásicas. La síntesis del nuevo recetario económico para la región fue el Consenso de Washington y los procesos de integración fueron compatibles con esta nueva lógica económica, convirtiéndose en un mero mecanismo para una mejor inserción de las economías latinoamericanas en el mundo. Es en esta fase que proliferan estudios sobre el impacto de la globalización en América latina y la forma como esta incide en los procesos de integración económica en esta región. Es igualmente en esta etapa cuando se firma el Tratado de Asunción que establece el Mercosur, considerado en esos años el proceso de integración más exitoso en América latina. Estos temas fueron objeto de una intensa reflexión por parte de Aldo Ferrer.

Finalmente, la etapa más reciente es la del regionalismo post-hegemónico, en la cual el consenso en torno a políticas de mercado desaparece y surgen nuevas prácticas y narrativas sobre la integración económica regional y el regionalismo en su sentido más amplio. Asociado al ascenso al poder de gobiernos de izquierda y centroizquierda, en este período se cuestionan muchas de las premisas originales de iniciativas como el Mercosur y se crean nuevos esquemas como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Iniciativa Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) y la Comunidad de Naciones de América Latina y el Caribe (CELAC). Esta etapa coincide con el desarrollo por parte de Aldo Ferrer de sus ideas sobre densidad nacional y densidad regional.

Aldo Ferrer y la integración autonómica y el desarrollo industrial

Aunque la idea de integración y cooperación regional está presente en América latina desde el siglo XIX, es a mediados de la década de los cincuenta del siglo XX cuando bajo la égida de la CEPAL y Raúl Prebisch se inicia la etapa moderna de regionalismo económico en esta parte del mundo. Sin embargo, el enfoque prebischiano sobre el asunto era distinto de los planteamientos neoclásicos de la teoría vineriana de las uniones aduaneras. Este enfoque prebischiano tuvo una enorme influencia en los trabajos iniciales de Aldo Ferrer, por lo que es conveniente explicarlo aunque sea brevemente. La integración económica para Prebisch estaba vinculada con su visión del desarrollo y las estrategias que los países de América latina debían adoptar para superar su situación de subdesarrollo. Como es bien sabido, en el enfoque prebischiano la economía mundial está dividida en centro y periferia, la primera en la cual se ha producido una difusión del progreso técnico que ha permitido que los países desarrollados se hayan especializado en manufacturas, mientras que en la periferia los países no han logrado superar su especialización en materias primas, situación que deriva de la escasa difusión del progreso técnico. Por ello, en sus diversos estudios, Prebisch y la CEPAL proponían la transformación productiva en la región, lo que se debía hacer mediante un proceso de industrialización con sustitución de importaciones. No obstante, debido a la estrechez de muchos de los mercados de los países latinoamericanos, existía el riesgo de que las nuevas industrias se desarrollasen en un contexto poco competitivo y sin el tamaño adecuado, lo que les impediría alcanzar economías de escala y mejorar su competitividad.

En este marco explicativo, la integración económica regional se convertía en un mecanismo para superar las limitaciones de la industrialización limitada en estrechos mercados nacionales. Para Prebisch y la CEPAL, el centro del mercado común era la industrialización regional eficiente. Sin embargo, Prebisch no partía de un rechazo al libre comercio, sino que consideraba que este debía ser funcional al objetivo mayor de promover el desarrollo industrial. En este sentido, el mercado común latinoamericano debía ser un mecanismo para otorgar libre comercio a las producciones industriales de las industrias regionales nacientes, que aprenderían a competir en el mercado regional, para que luego, una vez maduras, pudiesen intentar competir en los mercados globales. El resto de los productos, es decir, aquellos no provenientes de las industrias regionales, entraría solo gradualmente en el programa de liberalización industrial. En este sentido, para Prebisch, en América latina el factor principal para proponer el desarrollo de esquemas de integración no eran los efectos estáticos de estos sobre el bienestar mundial, en la lógica vineriana de desviación y creación de comercio, sino la ventaja de iniciar un proceso de sustitución de importaciones en un ámbito regional como alternativa a la industrialización en estrechos mercados nacionales.

Aldo Ferrer estuvo fuertemente influenciado por este enfoque de la integración económica y su vinculación con el desarrollo económico. En un artículo publicado en la Revista de la CEPAL, Ferrer cuenta su experiencia como estudiante de Prebisch en 1948 y la posterior relación que tuvo con el economista argentino. Es válido argumentar que una de las mayores influencias de Prebisch sobre Ferrer fue su visión de la integración desde una perspectiva latinoamericana. Al respecto señala:

“El mayor aporte de Prebisch fue su decisión de comprender estos problemas [el desarrollo o la integración] desde nuestras perspectivas. Es decir, desde la realidad de lo que poco después definiría como los países periféricos. Tradicionalmente se había observado el universo económico con las teorías gestadas en los centros del sistema internacional. Esto impedía comprender la propia realidad y, consecuentemente, encontrar respuestas válidas a los problemas del crecimiento y la estabilidad”.

Esta búsqueda de explicar la realidad latinoamericana desde una perspectiva propia es clara en la interpretación prebischiana sobre la integración económica, que tuvo influencia directa en Ferrer. Este enfoque implicaba superar el enfoque simplemente comercialista de la integración regional. Para Ferrer, la sola liberalización comercial era “un instrumento demasiado débil para promover la complementación económica”. Su argumento era que incluso en un escenario de ausencia total de tarifas aduaneras era posible que no existiese un comercio intralatinoamericano activo en muchos rubros, ya fuese porque no se produjesen en la región (como sería el caso de los bienes industriales), y para otros porque aun sin aranceles, sus costos de producción no los hacían competitivos frente al resto del mundo, en parte debido a los altos costos de transporte. Ferrer comenzaba a observar estos problemas en el modelo excesivamente comercialista de la ALALC, cuando señaló: “La experiencia del esfuerzo de integración latinoamericano en el seno de la ALALC permite advertir las limitaciones de un proceso integrador exclusivamente apoyado en la liberación comercial”. La posterior evolución de la ALALC confirmaría esta especie de premonición que Ferrer manifestó en 1964.

Esta visión crítica es confirmada en un trabajo publicado en 1969, en el cual insiste en las limitaciones de la integración comercialista, pero añade como un elemento adicional de su análisis otro resultado que estaba siendo observado de la experiencia de la ALALC: la integración comercial en vez de contribuir a incrementar la interdependencia regional estaba beneficiando principalmente a las empresas multinacionales. Al respecto aseveró:

“La liberalización del comercio intralatinoamericano y la conexión del espacio físico constituyen parte fundamental de todo proceso de integración regional. Sin embargo, limitada a estos dos aspectos, la integración puede servir tanto a un desarrollo independiente como a uno dependiente. En ausencia de otros elementos de acción y orientación, las corporaciones internacionales serían las principales beneficiarias de la liberación del comercio regional y la integración del espacio físico”.

En su artículo “Modernización, Desarrollo Industrial e Integración Latinoamericana”, publicado en la revista Desarrollo Económico en 1964, Ferrer, denotando una clara influencia cepalista, señala que “el desarrollo de una región atrasada y la ‘modernización’ de sus estructuras económicas y sociales depende fundamentalmente de su industrialización, incluyendo las manufacturas de crecimiento más dinámico y tecnología más compleja”. De inmediato vincula ese objetivo a la integración al aseverar que “la integración latinoamericana es un requisito fundamental para que el ritmo de industrialización sea lo suficientemente rápido como para permitir una transformación acelerada de las estructuras productivas”. Para Ferrer, la formación de un gran mercado latinoamericano, que para la época comprendía más de 200 millones de habitantes, era una “condición indispensable para la expansión de las industrias dinámicas que requieren operar con plantas de gran dimensión”. Esto se consideraba especialmente válido para los países de menor tamaño económico relativo, cuya industrialización estaba en gran medida condicionada por sus muy estrechos mercados nacionales. Para ellos, la formación de un mercado regional amplio que conlleve la movilización de recursos financieros era una condición importante para desarrollar sus industrias.

Ferrer criticó la forma como se estaba desarrollando la estrategia de desarrollo hacia adentro al señalar que esta había “dejado de proporcionar una respuesta idónea a las necesidades de transformación estructural de las economías nacionales, de aceleración de su expansión y de mantenimiento de transacciones equilibradas con el resto del mundo”. Este colapso de las políticas de crecimiento hacia adentro convertía a la promoción de exportaciones en un elemento a ser considerado por los países latinoamericanos, lo que confería a la integración económica un papel crucial en la estrategia de desarrollo de la región. En este aspecto Ferrer señala: “La integración latinoamericana proporciona, pues, una respuesta idónea a dos problemas claves del desarrollo de la mayor parte de nuestros países: la aceleración y profundización del crecimiento industrial y la superación del desequilibrio en las transacciones con el exterior”.

En este sentido, Ferrer se sumó a la crítica que ya desde la década de los sesenta se hacía por la CEPAL a una estrategia de desarrollo que había hecho un uso excesivo de políticas de protección a industrias nacientes. Como es bien sabido, estas críticas fueron soslayadas por la literatura asociada con el pensamiento neoliberal que planteó que el “pensamiento propio” sobre desarrollo en América latina era intrínsecamente proteccionista y buscaba aislarse de la economía mundial. Varios trabajos demuestran que esto no era cierto en el caso de Prebisch y la CEPAL. Tampoco lo es en el caso de Ferrer, como lo demuestra su siguiente afirmación:

“Tampoco debería dejarse de lado el hecho de que la integración latinoamericana y su aporte al desarrollo y madurez de las economías latinoamericanas debe concebirse como una etapa de transición hacia una participación más activa de nuestros países en un mundo al cual el avance técnico y científico vincula día a día más estrechamente. La integración regional no significa extrapolar al nivel latinoamericano el modelo de desarrollo ‘hacia adentro’ que se ha seguido en cada país. Por el contrario, ella es un instrumento clave para habilitar a nuestros países a participar en el plano mundial en condiciones de naciones maduras estrechamente unidas en el contexto regional”.

También influenciado por el enfoque cepalista, la transformación productiva no se alcanzaba simplemente mediante la promoción de una industrialización más racional a través de la integración regional. Se requería la transformación de las estructuras sociales y políticas vigentes, lo que implicaba, por ejemplo, la realización de reformas profundas en lo que denominaba “la estructura de la empresa agraria” y su modernización. También se requería un cambio en el aparato administrativo para adoptarlo a las funciones de una política desarrollista. Esta estrategia de modernización dependía en mucho de medidas que debían ser adoptadas por los Estados nacionales.

Finalmente, en sus trabajos de la década de los sesenta estaba ya presente la visión política que Ferrer tenía sobre la integración regional. Esta era entendida como un proceso que se proponía crear un subsistema de la economía internacional que modificaba la estructura de ventajas comparativas dentro de cual se desarrollaba el comercio exterior de América latina. Esto otorgaba a la integración dos funciones principales. Por un lado, facilitaba la integración de los perfiles industriales de los países de la región en condiciones de eficiencia y demandas más dinámicas, como lo planteaba la CEPAL desde los años cincuenta en sus diversos documentos. Por otro lado, ayudaba a reducir la brecha comercial. En este aspecto se observaba de nuevo la influencia prebischiana, pues este concepto de brecha comercial había sido propuesto por Prebisch durante su gestión como primer secretario de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo (UNTAD) entre 1964 y 1969. Esta idea de “brecha comercial”, aunque vaga, se adaptaba perfectamente con los preceptos prebischianos de deterioro de los términos de intercambio y estrangulamiento interno. Prebisch describió esta brecha comercial como un proceso que ocurría porque “mientras las exportaciones de productos primarios en general –salvo algunas excepciones– aumentan con relativa lentitud, la demanda de importaciones de productos manufacturados tiende a crecer con celeridad, con tanto más celeridad cuanto mayor sea el ritmo de desarrollo. El desequilibrio que así resulta constituye un factor de estrangulamiento exterior del desarrollo”. La solución que propuso era una “nueva política comercial para el desarrollo”, que aunque no se aplicó completamente, al menos tuvo como resultado la creación del sistema generalizado de preferencias. Ferrer asumía la validez de ese concepto y planteaba que la creación de un sistema regional en el cual se incrementase la eficiencia y se fomentase el desarrollo industrial facilitaría la reincorporación de América latina en la economía internacional en condiciones distintas de las actuales”. Para Ferrer el esquema de relaciones internacionales de América Latina estaba en crisis por el comportamiento del comercio mundial. La región estaba atrapada por la crisis del tradicional sistema de división internacional del trabajo y carecía de posibilidades de participar en las corrientes de interdependencia abiertas en el campo de intercambio de manufacturas. La integración regional “cumpliría no sólo la función de facilitar el desarrollo de cada país, también la de viabilizar su inserción en la expansión del comercio mundial”.

Ahora bien, esta mirada positiva que Ferrer mostraba sobre la integración económica en América latina no le impedía tener al mismo tiempo un enfoque realista y crítico sobre los límites de aquella para contribuir al desarrollo de la región. Esta forma de pensar la mantendría durante toda su trayectoria académica en las décadas posteriores. Para Ferrer, en consecuencia, la integración podía convertirse en una herramienta clave en el desarrollo de la región, pero advertía que no era “una solución mágica que pueda responder a todos los problemas y mucho menos, que pueda ser eficaz en ausencia de políticas globales y orgánicas de desarrollo”.

Cuando esquemas como la ALALC y el Pacto Andino entran en un período de estancamiento en la década de los setenta, Ferrer no deja de señalar sus críticas y para evitar acudir al argumento fácil del “externalismo”, señala que “no son presiones exógenas, gestadas en los centros de poder mundial las que traban los avances de la interdependencia regional. El origen de los obstáculos debe buscarse en el propio comportamiento político de los países del área”. Al respecto señala tres factores: el primero de ellos es que los tres Estados latinoamericanos de mayor tamaño (Argentina, Brasil y México) nunca han realmente incorporado a la integración como un elemento de su desarrollo interno e inserción internacional. En segundo lugar, el comportamiento de las economías principales de la región había debilitado el impulso integracionista y limitado el avance de la complementación económica. Y finalmente, el proceso de toma de decisiones era muy complicado. A estos factores, su sumaría a partir del año 1982 la crisis de la deuda y el enorme impacto que tuvo en la región que casi en su totalidad entró en un período de estancamiento económico. Fue la década pérdida, frase acuñada por la CEPAL, no solo en términos de desarrollo económico sino también en cuanto al avance de las iniciativas de integración regional.

En efecto, los procesos de integración colapsaron de facto en los años ochenta. La Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), creada en 1980, sustituta de la ALALC, sufrió desde sus inicios las consecuencias de un contexto regional desfavorable que impidió que iniciativas como el establecimiento de una preferencia arancelaria regional fuese aprobada. El MCCA, que durante sus primeras décadas había mostrado señales de éxitos, retrocede en los años ochenta, en parte debido a las guerras civiles que existían en algunos países y las tensiones regionales que surgieron después del triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 1979 y el ascenso al poder de Ronald Reagan en Estados Unidos en 1981, que reactivó el intervencionismo en la región. El Pacto Andino entró en una profunda crisis que condujo incluso a su reformulación en 1986 mediante el Protocolo de Quito, a pesar de lo cual no pudo superar su estancamiento. Evidentemente, la crisis económica regional derivada de la crisis de la deuda tuvo un impacto en iniciativas regionales que ya sufrían un estancamiento desde mediados de la década anterior. En el fondo, entonces, se trataba de un cuestionamiento de los modelos de desarrollo que se habían aplicado en la región, y usamos la expresión modelos pues se tiende a señalar solo el modelo de crecimiento hacia adentro propuesto por la CEPAL y aplicado en muchos países de la región, pero se suele olvidar que, por ejemplo, las dictaduras en la Argentina y Chile optaron por modelos económicos neoliberales a mediados de los años setenta y de igual forma fueron severamente afectadas por la crisis de la deuda. Ferrer entendió esto cuando afirmó que “la deuda es un aspecto de la crisis de tales modelos de desarrollo, pero solo uno. Está en tela de juicio todo el proceso de acumulación, de cambio tecnológico, de integración de las economías regionales, de participación del sector público en el proceso económico”. A pesar de ello, Ferrer creía que los desafíos planteados por la deuda externa, las tendencias que se observaban en el sistema internacional y las entonces perspectivas abiertas por el proceso de democratización podían contribuir “a fortalecer los esfuerzos integracionistas y, con esto, a generar nuevas oportunidades para todos los países de la región”.

A fines de la década de los ochenta se dan los primeros pasos para relanzar la integración regional, especialmente en América del Sur. Por un lado, el proceso de integración bilateral entre la Argentina y Brasil, que se había iniciado en 1985, sufre un giro comercialista con la firma del Tratado de Integración, Cooperación y Desarrollo en 1988 y, por otro lado, el Pacto Andino es relanzado como un mecanismo para fortalecer la inserción en la economía mundial en el denominado Diseño Estratégico de Galápagos, suscrito en 1989. Era el inicio de una nueva etapa que surgía en un contexto de colapso del comunismo real y el descrédito de cualquier política económica que se alejase de la ortodoxia económica neoclásica. Ese movimiento sería denominado luego regionalismo abierto, intento de la CEPAL de adoptar para América latina un enfoque de integración y cooperación regional impulsado originalmente en la región Asia-Pacífico, o “nuevo regionalismo”, como se describía el nuevo enfoque en los documentos del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

Globalización, integración abierta y el Mercosur

En un trabajo publicado en 1989, cuando la hegemonía del denominado neoliberalismo se comenzaba a proyectar en la región, Ferrer plantea el concepto de “desarrollo integral”, un esfuerzo por mantener viva la heterodoxia económica en América latina. Su planteamiento inicial era que la región estaba obligada a transformar su estilo de inserción en la economía mundial. Rechazando la narrativa que comenzaba a ser hegemónica, Ferrer objeta que se abandone la estrategia de sustitución de importaciones y que se proceda a un desmantelamiento abrupto del mecanismo de protección, pues ello provocaría un desempleo masivo y destruiría “instalaciones donde se materializa el ahorro acumulado de muchas generaciones”. En su opinión, “todos los casos verdaderamente exitosos de estrategias exportadoras se han apoyado en la formación previa o paralela de una base industrial sólida –que se apoya en el mercado interno– y en programas selectivos y de largo plazo de activa promoción estatal”. Esto era parte de un desarrollo integral, en el cual el desarrollo económico se combinaba con la justicia social y la libertad.

Para Ferrer, “el desarrollo integral es un fenómeno esencialmente endógeno, afirmativo de la identidad cultural de cada pueblo, asentado en la confianza entre gobernantes y gobernados, en la autonomía nacional, donde las relaciones internacionales resultan compatibles con el ejercicio de la soberanía”. Esta afirmación significaba un claro distanciamiento con el planteamiento de que en un mundo crecientemente globalizado, el desarrollo pasaba por la adopción de una estrategia de crecimiento “hacia afuera”, lo cual era reforzado por la incapacidad del Estado como agente soberano en el manejo de la economía en un mundo interdependiente. Según Ferrer, “la caracterización central de la estrategia de desarrollo integral no depende de que se la oriente a la sustitución de importaciones o hacia las exportaciones. Descansa más bien en la existencia de políticas generadas al interior de cada país, esto es, depende de los impulsos internos a la transformación, de la vocación de cada sociedad de crecer y afirmar su identidad”. Sin embargo, esto no significaba apoyar la autarquía de los países de la región o el aislamiento del sistema económico internacional, sino recordar que los casos exitosos de desarrollo económico sucedidos después de la posguerra fueron aquellos en los cuales la vinculación al sistema económico mundial estuvo precedida por procesos endógenos de transformación y crecimiento. Es válido argumentar que estas propuestas de desarrollo integral suponían una cercanía con las ideas de la corriente neoestructuralista que se estaba desarrollando en la CEPAL, en particular con la propuesta de transformación productiva con equidad de Fernando Fanjzyberg y de crecimiento desde dentro de Osvaldo Sunkel. Ferrer incluso reconoce el valor del documento “Transformación productiva con equidad”, publicado por la CEPAL en 1990. En especial. Ferrer destaca tres aspectos: 1) la coherencia en el funcionamiento de los regímenes democráticos y en la aplicación de las reglas de la economía de mercado; 2) el fortalecimiento de los factores endógenos del desarrollo y la ampliación de la capacidad de cada país para decidir sobre su propio destino, y 3) la apertura a la economía mundial se debe originar dentro de cada economía, no puede ser impuesta desde afuera.

Ya avanzados los años noventa, Ferrer inicia su profunda reflexión sobre el tema de la globalización y la forma como esta se articula con el proceso de integración. En 1996 Ferrer publica su clásico Historia de la Globalización. Orígenes del orden económico global, un estudio histórico del desarrollo y la construcción del orden económico global, en el cual evidencia que la creciente interdependencia entre las economías nacionales no es un proceso nuevo sino de larga data, que se inicia con la expansión marítima europea en el siglo XV. En obras posteriores Ferrer plantea una visión crítica al globalismo imperante en muchos estudios y discursos políticos de la época que se basaban en una narrativa en la cual América latina no tenía otra opción sino insertarse en los mercados mundiales si quería alcanzar el desarrollo. En lugar de ello, Ferrer desnudaba las debilidades del discurso globalizador.

En primer término, argumentaba que existía una globalización selectiva en la que predominaban los intereses de los Estados más poderosos y que estaba enmarcada por reglas establecidas por los centros de poder mundial. Esto explica por qué en el discurso globalizador se suele olvidar las políticas proteccionistas de sectores como el textil, agrícola y del acero, que son sensibles para algunos países desarrollados. Ferrer no desconocía que la globalización es un proceso que refleja cambios tecnológicos y transformaciones en los patrones de producción y las finanzas mundiales, pero insistía en señalar que también es “un proceso político dentro de la esfera de decisión de los Estados nacionales más poderosos y de las organizaciones económicas y financieras multilaterales (OMC, FMI y Banco Mundial) en cuyo seno aquellos países tienen una influencia decisiva”. Por ello, para Ferrer se trata de una globalización selectiva, que en verdad es “el nuevo nombre del nacionalismo de los países avanzados e implica un desnivel en el campo de juego en el cual operan los actores del sistema internacional”.

En segundo lugar, objetaba lo que describía como la versión fundamentalista de la globalización, es decir, “una imagen de un mundo sin fronteras, gobernado por fuerzas fuera del control de los Estados y de los actores sociales”. Esta visión fundamentalista se basaría en algunas premisas básicas. La primera de ellas es que la mayor parte de las transacciones se realizan en el mercado mundial y no en los mercados nacionales. La segunda es que las decisiones económicas más importantes en materia de inversión, cambio tecnológico y asignación de recursos son tomadas por agentes que operan a escala global, en concreto, los mercados financieros y las empresas transnacionales. La consecuencia de estas premisas sería la irrelevancia de los mercados nacionales y la desaparición del dilema del desarrollo ante la imposibilidad de los agentes económicos nacionales de contradecir las expectativas de los operadores económicos transnacionales.

Ferrer objeta estas premisas. En primer lugar, para Ferrer “la globalización coexiste con espacios nacionales en los cuales se realizan la mayor parte de las transacciones económicas”. En su opinión, “el desarrollo no puede delegarse en el liderazgo de actores transnacionales ni en fuerzas que operan en el orden global. No existe ninguna experiencia histórica significativa que pruebe lo contrario”. Para Ferrer las “condiciones fundacionales del desarrollo no pueden copiarse de manuales adquiridos en Washington, Londres o Fráncfort. En pocas palabras, el desarrollo es siempre un proceso gestado desde adentro de la realidad de cada país y resulta de su capacidad de insertarse en el escenario mundial, consolidando la capacidad de decidir el propio rumbo en un orden global. El desarrollo no se importa”. En consecuencia, se requería consolidar un “punto de vista autocentrado del desarrollo en un mundo globalizado” como condición necesaria a ser incluida en las estrategias nacionales realistas, lo que implicaba impulsar “políticas que conciban la inserción internacional como un instrumento decisivo de la movilización del potencial disponible de recursos internos y del desarrollo humano sustentable”.

Estas premisas también eran válidas para la integración económica regional. Esta es ciertamente un mecanismo de inserción internacional y por ello consideraba Ferrer que utilizar la integración para crear “fortalezas” era inviable en el mundo globalizado. Incluso llega a reconocer el valor de la propuesta del regionalismo abierto. Sin embargo, entiende que la integración (y en particular el caso del Mercosur) “implica la formación de un espacio dentro del cual se fortalecen las fuerzas endógenas del crecimiento asentadas en los recursos, los mercados y los acervos científico-tecnológicos propios. La estrategia de la integración reclama, también, una visión autocentrada del desarrollo en un mundo global”.

Esta visión de integración económica permea los diversos trabajos sobre el Mercosur, un proceso que tuvo una especial consideración en la obra de Ferrer. En uno de sus mejores trabajos sobre el tema publicado en 1997, Ferrer describió el Mercosur como un proceso en el que convivían dos tendencias ideológicas: en la primera de ellas, el bloque regional era una expresión del modelo neoliberal, hegemónico en América latina en esos años, en el cual la integración era un mecanismo para promover una mayor inserción de la región en la economía mundial. Se puede argumentar que en este enfoque el Mercosur era una expresión de la visión fundamentalista de la globalización. La segunda tendencia planteaba que se debía defender algunas políticas promovidas por la Argentina y Brasil en el marco de un proceso de integración bilateral iniciado en 1985, que se basaban en muchos aspectos en las propuestas de integración al servicio de la transformación productiva impulsada por Prebisch desde la década de los cincuenta. Para Ferrer, la primera tendencia asimilaba el Mercosur al enfoque neoliberal del Consenso de Washington: en este caso el bloque sería “un área de preferencias transitorias de intercambios, dentro de la cual los mercados reflejan, sin interferencias del Estado, las fuerzas centrípetas de la geografía y la globalización del orden mundial”. La segunda tendencia, descrita por Ferrer como “integración sostenible”, considera en cambio al Mercosur como un “esfuerzo integrador, como una zona preferente de comercio en la que los gobiernos y los agentes económicos y sociales conciertan estrategias y políticas activas. El objetivo es lograr metas de desarrollo y equilibrio intrarregional inalcanzables solamente con el libre juego de los mercados”.

Evidentemente, Ferrer era favorable al enfoque de la integración sustentable. En trabajos posteriores complementa su enfoque en el cual reconocía la importancia de insertarse en el mundo globalizado a través de esquemas de integración regional, pero insistía en que esto no implicaba una inserción pasiva. En lugar de ello, los procesos de integración, y en particular el Mercosur, debían ser parte de una estrategia de transformación económica y social. En su enfoque, la integración exitosa requería más que una simple apertura comercial, se requerían condiciones como la autodeterminación de los Estados miembros, la existencia de equilibrios sociales, la convergencia de las estrategias nacionales y las afinidades en su visión del mundo por parte de los países interesados en el proceso de integración.

Aunque Ferrer apoyó siempre la idea del Mercosur y la integración argentino-brasileña como centrales en el proceso de construcción del regionalismo en América latina, nunca dejó de tener una mirada crítica a las deficiencias del modelo de integración que se adoptó en el Tratado de Asunción. Su argumento de los cuatro pecados capitales en la formación del Mercosur (la dependencia, la pobreza y la exclusión social, las asimetrías en las estrategias nacionales y las divergencias en las estrategias de inserción de sus países miembros) aún tiene un valor explicativo para interpretar las vicisitudes el Mercosur. Desde sus inicios, mostró su preocupación por temas como la débil coordinación de políticas en el bloque, sus crisis iniciales, o las posibles salidas a estas crisis.

Con el ascenso al poder de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y Néstor Kirchner en la Argentina, en 2003, se inicia un giro a la izquierda o centroizquierda en el bloque regional que va ir acompañado por una superación del enfoque fundamentalista de la integración y del enfoque excesivamente comercialista que, con sus logros y fracasos, había caracterizado al Mercosur en su primera década de integración. Las ideas de Aldo Ferrer encuentran mejor recepción y el autor no cesa en seguir planteando propuestas originales para interpretar la compleja realidad regional.

Integración económica y densidad nacional en América latina en la fase post-hegemónica

En la última parte de su vida intelectual, Ferrer desarrolló el concepto de densidad nacional, que es “la capacidad de un país de dar respuestas positivas a los desafíos y oportunidades de la globalización conducentes a la puesta en marcha de un proceso de acumulación en sentido amplio”. La densidad nacional incluye una serie de factores que Ferrer considera vitales para que una sociedad logre el desarrollo económico y enfrente de forma exitosa la globalización. En base a un análisis histórico, el autor argumenta que estos factores están presentes en todas las sociedades que han respondido de forma exitosa a los retos que les ha planteado la globalización. El autor considera que estos elementos son “la integración de la sociedad, los liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y la movilización de los recursos disponibles dentro del espacio nacional, y la estabilidad institucional y política de largo plazo”. Para Ferrer, estas condiciones pueden agruparse en tres categorías: básicas, derivadas e instrumentales. Las condiciones básicas incluyen la cohesión, la movilidad social y la calidad de los liderazgos y se consideran básicas porque son fundacionales de las otras. Las derivadas son la estabilidad institucional y el pensamiento crítico que, a su vez, sirven de sustento a la política económica como un instrumento de los equilibrios macroeconómicos y los incentivos al proceso de desarrollo.

El análisis comparado evidencia, según Ferrer, que la integración social ayudó a crear liderazgos que acumularon poder dentro del propio espacio nacional, conservando el dominio de las actividades principales e incorporando al conjunto o la mayor parte de la sociedad al proceso de desarrollo. De igual manera, la participación de la sociedad en las nuevas oportunidades permitió lograr una estabilidad institucional y política que afianzó los derechos de propiedad y la adhesión de los grupos sociales dominantes a las reglas del juego político e institucional.

Para Ferrer la integración es un mecanismo que ayuda al fortalecimiento de la densidad nacional, al tiempo que permite construir una densidad regional. En su opinión, “los procesos de integración de un espacio que abarca varios países, como el Mercosur, pueden abordarse desde la perspectiva de la densidad regional. Vale decir, de la capacidad del sistema de integración de viabilizar y promover el desarrollo de sus países miembros y el fortalecimiento de su posición conjunta en la economía mundial”. La densidad regional resulta de la convergencia de dos factores. Por un lado, las reglas del juego del sistema de integración que deben reflejar la efectiva voluntad política de integrarse y, por lo tanto, viabilizar las políticas comunitarias en beneficio de todos los países miembros y resolver de manera equitativa los conflictos de intereses. Por otro lado, la fortaleza de la densidad nacional de cada uno de los países miembros, pues mientras más fuerte sea esta, más factibles son las posibilidades de establecer acuerdos que sean mutuamente convenientes y construir políticas comunitarias. En otras palabras, “cuanto mayor es la fortaleza de nuestras densidades nacionales, mayores serán los lazos entre nuestros países, más sólidas serán las instituciones de integración capaces de ejecutar políticas comunitarias”.

Sin embargo, también puede suceder que la ausencia de densidad nacional afecte a la densidad regional. En su opinión este es el caso del Mercosur, pues los dos países que constituyen su núcleo duro, Argentina y Brasil, adolecen debilidades en sus respectivas densidades nacionales debido a factores como su frágil cohesión social, concentración de la riqueza, débiles liderazgos nacionales y problemático funcionamiento de las instituciones. En opinión de Ferrer, “estas insuficiencias de la densidad nacional de la Argentina y Brasil debilitaron su desarrollo económico y social y su capacidad de autonomía en la formulación de sus respectivas políticas. Consecuentemente, debilitaron también la posibilidad de ejecutar políticas comunitarias. Estos hechos constituyen los pecados originales del Mercosur y limitan las fronteras de la integración regional”.

A pesar de reconocer esos problemas, Ferrer sostenía que la cooperación e integración en América del Sur es un instrumento importante para fortalecer las densidades nacionales de los países de esta región, ayudando así a responder a los dilemas del desarrollo en un contexto global. En cualquier caso, “para poder pensar en una densidad regional, tenemos que pensar en conocimientos propios con visiones adecuadas a las realidades, sin la necesidad de reproducir el modelo de integración de la Unión Europea”.

Conclusión

En este breve ensayo se hace un esfuerzo de sintetizar casi cincuenta años de reflexión sobre la integración regional por parte de Aldo Ferrer. Se evidencia que para este autor el tema de la unidad regional de los países de América latina constituyó una de las mayores preocupaciones en su extensa obra académica. Su manera de entender el asunto estuvo en gran medida influenciada por obra de Prebisch y la CEPAL, en la cual la integración regional es un mecanismo para promover la transformación productiva de la región. Esta visión está presente desde sus trabajos iniciales de la década de los sesenta, en los cuales apoyaba la idea de utilizar la integración como un mecanismo para superar las limitaciones de una industrialización desarrollada en estrechos mercados nacionales, hasta su visión de la integración como instrumento para fomentar la densidad regional y así responder de forma más eficiente a los retos de la globalización.

Muchos de sus aportes fueron originales, como las ideas de densidad nacional y densidad regional o sus planteamientos sobre la existencia de una visión fundamentalista de la globalización; otros fueron expresión de una escuela pensamiento de la cual formaba parte, como sus enfoques iniciales sobre la integración en los años sesenta, que se correspondían con los planteamientos del estructuralismo latinoamericano sobre el tema. No obstante, lo que sí es claro es su coherencia en la interpretación de la integración latinoamericana, pues durante cinco décadas la concibió no como un mero instrumento para la promoción del comercio sino como elemento que puede contribuir de forma significativa en el desarrollo económico y la transformación productiva de la región.

Por ello, no cabe duda de que Ferrer está en la misma categoría que figuras como Raúl Prebisch, Celso Furtado, Juan Carlos Puig, o Alberto Methol Ferré, quienes desde sus diversas disciplinas contribuyeron al desarrollo de un pensamiento propio en la explicación y comprensión del regionalismo latinoamericano.

Autorxs


José Briceño Ruiz:

Doctor en Ciencia Política del Instituto de Estudios de Aix-en-Provence, Francia. Profesor asociado de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela.