El consumo de la Economía Social y Solidaria en el conurbano bonaerense. ¿Batalla cultural o moda pasajera?

El consumo de la Economía Social y Solidaria en el conurbano bonaerense. ¿Batalla cultural o moda pasajera?

Indagan sobre las características del consumo y los consumidores dentro de la Economía Social y Solidaria en el conurbano bonaerense, incluyendo las representaciones que se construyen al respecto.

| Por Natalia Cabral, Pablo Stropparo, Aurelio Arnoux Narvaja, Melina Cabral y Vanesa Rodríguez |

Hay que hablar de una lucha por una nueva cultura, es decir, para una vida moral nueva que no puede dejar de estar íntimamente conectada a una nueva intuición de la vida, hasta que se convierta en una nueva forma de sentir y ver la realidad. (A. Gramsci)

Diógenes de Sínope fue un filósofo griego que mantuvo un modo de vida distinto del resto. Vivía en un tonel, hacía culto de la autosuficiencia y sostenía un tipo de vida natural, permaneciendo al margen de todo lujo. Cuenta la leyenda que, en una ocasión, Diógenes se encontró con uno de sus discípulos y este le preguntó: “¿A qué hora uno debe comer?”. La respuesta que el filósofo le brindó fue: “Depende. Si eres rico puedes comer cuando quieras; y si eres pobre, siempre que puedas”. Esta anécdota, que narra un episodio ocurrido hace aproximadamente veinticinco siglos en la antigua Atenas, podría asociarse con una escena actual. Por un lado, por hacer referencia a una problemática que tristemente caracteriza a sociedades como la nuestra, es decir, la pobreza material y su vínculo con el acceso a las necesidades mínimas de supervivencia. Por otro lado, por la posición que Diógenes enarbola respecto de un tipo de consumo consciente, no establecido por las convenciones sociales, y la búsqueda de una autosuficiencia que promueva el cuidado medioambiental.

Si dejáramos volar nuestra imaginación, podríamos pensar que Diógenes, por las características de su personalidad (el ser reflexivo, escéptico, austero) y por los principios que defendía (entre otros, el desapego a las necesidades materiales superfluas), si vivera en la actualidad podría sentirse atraído por la Economía Social y Solidaria, esto es, el conjunto de emprendimientos socioeconómicos que, buscando dar respuestas a las desigualdades, privilegian vínculos recíprocos y solidarios, la autosuficiencia –o menor dependencia– y un consumo consciente.

Ahora bien, este nuevo tipo de consumidores que cada día se multiplica más, ¿propone el consumo responsable como un cambio de paradigma o se trata solamente de una contingencia? ¿Pretende generar una transformación estructural o es una tendencia pasajera? En definitiva, ¿es una batalla cultural o una simple moda? Entendiendo que frente a esta dicotomía existen varias zonas grises, reflexionaremos sobre la dimensión del consumo en el marco de experiencias de la Economía Social y Solidaria, específicamente, en el conurbano bonaerense. Si bien nuestras afirmaciones no pretenden tener un carácter representativo, están fundamentadas en relevamientos empíricos que llevamos a cabo en el municipio de Moreno bajo una investigación dirigida por Daniel Arroyo en la Universidad Nacional de Moreno y que tiene como objetivo conocer los actores, perspectivas y características generales de la Economía Social y Solidaria en ese territorio.

La Economía Social y Solidaria en el conurbano bonaerense

Suele pensarse que las formas de producir y consumir en una economía distinta de la capitalista se encuentran lejos de los conglomerados urbanos. En estos últimos priman la impersonalidad, el anonimato y la fugacidad de las relaciones sociales, en un contexto de contaminación ambiental, sonora y visual. Pareciera que en otros lugares del país se tiene más respeto a los recursos naturales, se valoran más las costumbres de las comunidades, y puede ejercerse un consumo más consciente, justo y responsable. Lo artesanal y la cercanía de las personas son aspectos que suelen destacarse allí. Asimismo, ese tipo de economía va ligado a un modo de organización social que tiende más a la solidaridad entre pares, la cooperación y una forma de vida compartida.

Sin embargo, el conurbano bonaerense ha sido un territorio fértil de diversas experiencias asociativas, entre otras, las englobadas dentro de la Economía Social y Solidaria. Esto no quiere decir que la región deje de incluir comportamientos propios de los centros urbanos, pero por su diversidad, también en la provincia de Buenos Aires, afloran vivencias que pretenden romper con valores como la competencia y el individualismo que propicia el modo de producción capitalista, sobre todo en su faceta neoliberal. Esta situación puede deberse a diversos factores. Desde el punto de vista económico, por ser una caja de resonancia de las crisis económicas que condujeron a buscar alternativas de producción y consumo por fuera del mercado formal capitalista. Desde el punto de vista social, por contar con una gran cantidad de habitantes, preponderantemente de sectores medios y populares, usualmente más cercanos a nuevas formas de emprendedurismo en épocas de mayor desempleo y desigualdad. En cuanto a lo cultural, por tratarse de experiencias que recuperan las costumbres, hábitos e identidades provenientes de otras zonas del país y de otros países, reivindicando saberes de comunidades que por mucho tiempo fueron dejadas de lado o que han perdido sus raíces.

Consideramos interesante –y necesario– indagar sobre los consumidores de la Economía Social y Solidaria en el conurbano bonaerense y las representaciones que construyen al respecto, al menos, por dos factores. Por un lado, para pensar sobre cómo se forjan alternativas de resistencia ante un panorama con problemáticas muy difíciles de resolver (desigualdad, pobreza, inseguridad, narcotráfico, miseria, vulnerabilidad, entre otros problemas). Por el otro, porque nos permite aprender de estas experiencias e interpelar nuestras prácticas de consumo, más aún en tiempos neoliberales donde, entre otras cosas, la automatización, el estímulo constante al consumo y las nuevas tecnologías aíslan cada vez más a las personas.

El consumo como espacio de disputa

Hablar de consumo en una sociedad que gira en torno a la imposición desenfrenada del mismo, implica detenerse en la comprensión del concepto. ¿De qué hablamos cuando hablamos de consumir? Desde tiempos pretéritos, el ser humano para su reproducción ha tenido no solo que interactuar con otras personas sino con la naturaleza misma. Este proceso era directo, sin intermediación más que la energía humana, y la división del trabajo era prácticamente nula. A medida que las sociedades se fueron complejizando y los hombres despojando de los medios de producción, el consumo comenzó a estar diseccionado y a incorporar otras necesidades más allá de las básicas.

En tal sentido, el capitalismo instrumentalizó las relaciones sociales, políticas, culturales y, especialmente, económicas, generando una necesidad constante de consumir. Este hecho –consumir– supone que cada persona debe cubrir todo lo que precisa para seguir viviendo a través de la compra. Para tener los recursos que permitan hacerlo, cada individuo (o la mayoría de ellos) debe obtener dinero trabajando en un empleo remunerado, situación que se dificulta si el contexto es de implementación de un modelo neoliberal, modelo que –parafraseando a Michel Foucault– trae consigo un rediseño de la sociedad donde cada persona debe ser un individuo-empresa. A su vez, con el correr de los años el capitalismo profundiza la exacerbación del consumo de cada vez más productos. ¿Hasta qué punto uno trabaja para cubrir las necesidades esenciales de la vida? ¿En qué medida queremos ganar más dinero para seguir consumiendo, aun cosas no realmente necesarias? ¿Qué deseos se satisfacen? Estos interrogantes en la actualidad interpelan nuestra práctica como consumidores.

Frente a este escenario, la Economía Social y Solidaria constituye una posible alternativa en la Argentina. En particular, el consumo plantea un terreno de disputa. Y es que desde la perspectiva de la Economía Social el consumo no es una variable más de la economía. Comprende elecciones distintas de cómo algunos modelos económicos ven el consumo, con la idea de determinar su incidencia sobre otras variables. Bajo el capitalismo neoliberal suele verse al ser humano como maximizador, como a un homo economicus que en sus elecciones solo se tiene en cuenta a sí mismo, sin consideración por los demás y el medioambiente. Ante ello, existen otras posibilidades y otro tipo de economía, aun en tiempos en que todo parece ser diagramado desde unas pocas usinas de poder, de pensamiento y de gobierno, basándose en el modelo de una planilla de Excel que deja de lado comportamientos humanos y de consumo que no se restrinjan al marco de variables como la única búsqueda de la ganancia. De modo que cabe pensar que la voz de los propios actores, los consumidores de la Economía Social y Solidaria, pueden brindarnos pistas sobre marcos explicativos más comprensivos.

Lo nuevo del consumo en la Economía Social y Solidaria

En sociedades como la nuestra, que han sido caracterizadas hace algunas décadas como atrasadas y dependientes, no es de extrañar que las relaciones sociales de cercanía de los ámbitos locales nunca hayan dejado de ser cruciales para la reproducción y la subsistencia. Al mismo tiempo, y sin ahondar en detalles históricos, en nuestro país hubo procesos políticos excluyentes que no priorizaron la integración social mediante el consumo de la gran mayoría mientras que eso fue lo destacable, entre otras cosas, bajo gobiernos que aplicaron políticas económicas keynesianas de incentivo al consumo, entre otros mecanismos.

En el contexto internacional de un capitalismo neoliberal cada vez más tecnologizado y concentrado, y un gobierno que aplica medidas económicas excluyentes con el apoyo de organismos como el FMI, en la Argentina se activan memorias históricas diversas que convergen en el amplio universo de la Economía Social y Solidaria, proponiendo formas de pensar y actuar que escapan a moldes que parecen ser hegemónicos. Por una parte, alejándose de las concepciones fomentadas por el neoliberalismo y su homo economicus calculador. Por otra, escapándose de los modelos inclusivos históricos que integraron socialmente a las mayorías, en gran medida, desde el Estado fomentando la industrialización. Una consecuencia no deseada fue que, más allá de todos los efectos positivos, se afectaba al medioambiente. Las grandes empresas, de capital nacional o transnacional, se desentendían, en general, de consecuencias nocivas como la contaminación.

Paradójicamente, hoy muchas grandes empresas se muestran como organizaciones responsables respecto del medioambiente, de ayuda a los más necesitados o promotoras del bien común. Del mismo modo, dado que su principal objetivo es la maximización de sus ganancias a partir de la venta de productos en diversos sectores, han incluido como estrategia de marketing el ofrecer distintos productos “ecológicos”, “orgánicos” o “biodegradables”. Aun cuando en muchos casos no lo sean, ni en los materiales que se utilizan ni en el proceso de producción, estos comportamientos evidencian la necesidad de reconocer que en el capitalismo se valora –al menos en términos discursivos– el cuidado de los recursos naturales.

Teniendo en cuenta lo anterior, a continuación reflexionaremos sobre algunos puntos relevantes del consumo de la Economía Social y Solidaria, preguntándonos si forma parte de una batalla cultural o, más bien, de una moda del momento.

¿Por qué consumir en la Economía Social y Solidaria?

Indagando sobre las motivaciones que llevan a las personas a consumir en experiencias de la Economía Social y buscando no caer en explicaciones simplistas ni idealizadas, intentaremos dar pie a un análisis sobre las representaciones de los consumidores en el conurbano bonaerense.

En primer lugar, si tenemos en cuenta las pretensiones de calidad de los productos, suele pensarse que aquellos bienes producidos bajo la Economía Social y Solidaria son de una mejor calidad en comparación con los productos industriales. Al estar hechos con una dedicación más personal y en una mayor cantidad de tiempo, se cree que este trabajo minucioso se traduce en mejor calidad.

El tema de la salud es una característica sobresaliente en este tipo de consumo. En el caso de los alimentos, por ejemplo, suele creerse que son productos más saludables, frescos, naturales, sin agregados innecesarios y hasta controlados del uso de elementos nocivos tanto para las personas como para el medioambiente, como los agrotóxicos. Mejorar la alimentación va de la mano, entonces, de optar por hábitos y conductas que mejoren nuestro estado de salud y con la prevención de posibles enfermedades.

Por otra parte, en relación al precio, los consumidores piensan que estos tienden a ser iguales o, inclusive, en la mayoría de los casos más bajos en relación a los de las grandes marcas que se encuentran en las góndolas. La intención del productor suele ser establecer precios justos y, en algún sentido, cooperativos. Esto es así porque quienes venden no buscan solo obtener un rédito económico sino aportar a una sociedad más justa. Así, los precios están centrados en la solidaridad, dejando de lado el fin de lucro.

La creatividad y la originalidad del producto artesanal es otro elemento considerado como importante en los consumidores. Esto es algo claro en comparación con la producción en serie que se maneja en el ámbito industrial y capitalista. El poder desarrollar el trabajo de modo creativo hace que los productos terminen plasmando instancias de resistencia hacia lo establecido y remarquen luchas culturales que de otra forma no serían visibilizadas.

Por otra parte, el contacto directo con el productor es valorado por quien consume en la Economía Social y Solidaria. Se privilegia el hecho de no tener intermediarios entre productor y consumidor y, en el caso de tener puntos de venta, estos son escasos. Por ejemplo, en los productos en el rubro alimentación la idea suele ser que se utilizan menos químicos y conservantes, manteniendo así el sabor original de los alimentos. Además, se utilizan menos recursos para el empaquetado y presentación del producto, lo que implica una menor contaminación a través de materiales no renovables o imposibles de reciclar. En el caso de los productos textiles muchas veces se observa que se usan hasta retazos o telas que la producción industrial hubiese desechado.

De manera recurrente encontramos que entre las principales motivaciones de los consumidores se encuentra la idea de que al comprar estos productos se incentiva a que los pequeños productores crezcan y se promueva un tipo de economía local. Se contrapone a los monopolios y aporta a la diversidad de oferta y emprendedores. Aquí se trata de grupos reducidos de personas, muchas veces familias, que son fácilmente localizables. Asimismo, una creencia interesante es que los productores trabajan a la par y, en general, los emprendedores con mayor responsabilidad –si no es una cooperativa– trabajan, incluso, más que el resto de los integrantes del emprendimiento.

El consumo responsable suele hacer referencia al poder tomar conciencia de lo que se consume, saber de dónde proviene el producto, tener más seguridad sobre su procedencia, entre otros elementos. El consumo contemplado de esta manera no solo ayuda al productor sino a la propia persona que consume buscando mejorar la calidad de su vida. En este sentido, la mayoría de las veces se considera que el consumo en la Economía Social es motivado por un cuidado ecológico mayor al que se puede pensar en la industria capitalista.

Respecto de la tecnología, es poco frecuente el uso de los consumidores al obtener productos de la Economía Social y, cuando existe, suelen referirse al uso de teléfonos y a internet. De todas formas, el mismo conurbano bonaerense ha sido cuna de la creación de nuevas tecnologías que pueden aportar a una mejora en la producción y, sobre todo, en la comercialización de los productos en la Economía Social. Para mencionar un ejemplo destacado, la Universidad Nacional de Quilmes ha desarrollado una aplicación móvil para georreferenciar estas experiencias y vincular a compradores y productores.

De acuerdo a la población objetivo podemos preguntarnos si existe una correlación entre determinados estratos sociales y el consumo de los productos de la Economía Social y Solidaria. Encontramos dos posturas opuestas entre sí. Por un lado, a veces se asocia que este tipo de economía es útil y está pensada para solo las clases más necesitadas y vulnerables, que estos sectores no logran tener acceso a la economía formal –sobre todo en momentos de crisis– y ven una salida transitoria para poder satisfacer consumos básicos. Las salidas no solo serían momentáneas, sino que despejan la idea de modelo alternativo al capitalista, al pensarlas como condición necesaria para sostener una economía de pobres para pobres. Esta suele ser la postura que nos podría hacer pensar que el consumo solidario es temporal y producto de la emergencia social, a la vez que se la relaciona con la informalidad y la precariedad.

Por otro lado, existe otro posicionamiento que sostienen algunos consumidores al creer que el consumir este tipo de productos constituye una elección de los estratos sociales más altos y pudientes. Aquellos más necesitados no se fijarán en quién ni en cómo se produce sino en poder acceder a lo necesario para subsistir. En cambio, las personas que pueden elegir con mayor detalle qué consumir, se piensa que tienen posibilidades para hacerlo, tanto en tiempo como en dinero. No es casual que el mercado en el capitalismo neoliberal sea quien en mayor medida reproduzca esta idea. Aun cuando hicimos hincapié en que los productos de la Economía Social suelen ser más baratos que los industriales, solo a modo de ejemplo, cabe preguntarnos: ¿por qué pensamos que para comer saludablemente tenemos que consumir productos más costosos? ¿Solo los ricos pueden planificar qué comer y consumir de manera más responsable? Es evidente que las empresas, la publicidad, el propio modo de producción capitalista, propician que termine impregnando este pensamiento en nuestras cabezas y sentires.

Comentarios finales

A lo largo de este trabajo intentamos reflexionar sobre un fenómeno cada vez más instalado en las sociedades actuales –y en el conurbano bonaerense en particular– como es la Economía Social y Solidaria.

Si tenemos en cuenta que este tipo de consumo va sumando granitos de arena a un proceso más amplio, a veces aportes más grandes y otras veces más pequeños, estamos haciendo referencia a cambios que se dan a largo plazo ya que suponen modificaciones en hábitos instituidos socialmente desde hace siglos y que se encuentran arraigados en todos los ámbitos de nuestras vidas.

Más allá de que la idea de batalla cultural está presente en la mentalidad de estos consumidores, en general refleja un objetivo deseado antes que una intención clara y consciente. No obstante, se plantea como una alternativa válida y viable de consumo, considerada como una mejora en la calidad de vida, en el cuidado del medioambiente y en alcanzar una sociedad distinta. Al mismo tiempo, intenta incluir lógicas de responsabilidad tanto en el productor como en el consumidor. Y la idea de moda termina siendo en algunos casos cierta, como todo mito o frase hecha tiene parte de verdad, creemos que no hay que desmerecer el sentido común sino más bien interpelar nuestras acciones de la vida cotidiana.

Dado que estamos en un momento incipiente, sería prematuro hablar de batalla cultural como conclusión. Por lo tanto, en esta instancia, nos podemos aventurar a pensar que si bien el consumo cada vez más masivo de productos de la Economía Social y Solidaria surgió tanto como respuesta a diferentes factores coyunturales (económicos, ecológicos, ideológicos) como a modas contingentes, se ha sostenido y multiplicado a pasos agigantados sosteniéndose en el tiempo, siendo la diversidad otra de sus características. Habrá que esperar algunos años más –o hasta décadas– para ver si, realmente, se efectivizan nuevas formas de consumir que tengan como trasfondo una nueva moral y un nuevo modo de vida.

Autorxs


Natalia Cabral:

Licenciada en Ciencia Política, maestranda de Políticas Sociales y especialización en planificación y gestión de políticas sociales en curso (FSOC-UBA). Docente y funcionaria Secretaría de Salud de Moreno.

Pablo Stropparo:
Licenciado en Sociología (UBA), Mg. en Ciencia Política (UNSAM), Dr. en Sociología (UBA). Docente Epistemología de las Ciencias Sociales (FSOC-UBA) e Historia del Pensamiento Social y Político (DEYA-UNM).

Aurelio Arnoux Narvaja:
Profesor en Ciencias Antropológicas (FFyL-UBA), Mg. en Historia (IDAES-UNSAM). Docente de las asignaturas Historia Social General (DCS-UNM) y Antropología (CBC-UBA).

Melina Cabral:
Estudiante Contador Público Nacional (UNM). Becaria proyecto “La Economía Social y Solidaria”, municipio de Moreno. Auxiliar estudiante Historia del Pensamiento Social y Político (UNM).

Vanesa Rodríguez:
Estudiante Administración (UNM). Becaria proyecto “La Economía Social y Solidaria”, municipio de Moreno. Auxiliar estudiante Historia del Pensamiento Social y Político (UNM).