¿Cuándo la desinformación se convierte en problema político?

¿Cuándo la desinformación se convierte en problema político?

El artículo analiza los procesos de desinformación en distintas regiones del continente americano, con especial énfasis en el caso de Estados Unidos y su relación con la vacunación masiva a raíz de la pandemia.

| Por Silvio Waisbord |

La pandemia del Covid encontró al mundo con nuevas formas y flujos de desinformación, producto de las posibilidades de las tecnologías digitales y tendencias políticas contemporáneas –la polarización partidaria/ideológica, la desconfianza hacia elites políticas y tecnocráticas (incluidas las instituciones de salud y medicina) y el fortalecimiento de populismos de derecha que acarrean elementos irracionales, conspirativos y antidemocráticos–. Esta confluencia forma una “tormenta perfecta” que complejiza la “infodemia” (Waisbord 2022) y dificulta considerablemente la resolución de la pandemia, más allá de factores propiamente epidemiológicos y las vicisitudes impredecibles de la evolución del virus Covid-19.

Con razón justificada, nos hemos pasado más de dos años tratando de entender la desinformación dentro de la pandemia y analizar sus efectos (nocivos). Un volumen considerable de estudios ofrece varias pistas para entender este fenómeno que refleja tendencias amplias sobre la desinformación como problema importante en la sociedad digital (Galhardi et al 2020; Grimes 2021; Lin et al 2021).

Valga aclarar que la desinformación por sí misma no es un problema nuevo. De hecho, la desinformación, ya sea como intento de engañar a públicos con falsedades y medias verdades o la presencia de públicos desinformados, tiene una trayectoria más larga, florida y complicada que la “información”. A pesar de que es un concepto fluido y ambiguo, entiendo la información como proyecto social normativo y epistemológico interesado en establecer datos certeros sobre la realidad, con la pretensión de que la veracidad existe fuera de subjetividades y cuestionamientos. La desinformación digital es un nuevo capítulo del largo debate por establecer operaciones de sentido de modo fehaciente y convincente, a la luz de formas masivas, globales, afinadas, insidiosas y arteras de propaganda –política, comercial, social y cultural–.

Sabemos que circulan importantes niveles de desinformación sobre aspectos claves de la pandemia en plataformas digitales, en medios tradicionales y, especialmente, en los “medios sociales”. Es importante reconocer que no toda desinformación es similar. Abundan ejemplos de información incorrecta, ligera, y superficial que no capta o refleja la complejidad y los consensos de la experticia científica en un momento determinado sobre varios aspectos de la pandemia –circulación del virus, prevención, tratamiento y mortalidad–. Esto es esperable no solamente considerando los problemas del periodismo en proveer información sobre temas en salud y ciencia, sino también el conocimiento (cambiante) sobre la marcha durante la pandemia que alteró las conclusiones y recomendaciones sobre prevención y tratamiento.

Otra forma de desinformación es más preocupante ya que presenta elementos negacionistas y conspirativos sobre una variedad de temas: el origen de la supuesta “plandemia”, los intereses oscuros detrás de las vacunas y otras medidas de protección y un sinnúmero de asuntos tamizados por el filtro de la sospecha vacía y la mirada cínica desprovista de evidencia. Este flujo de des/información contribuye a la confusión en públicos sobre diferentes aspectos de la pandemia, especialmente durante momentos de alto interés en información, como los primeros meses del 2020 y subsecuentes coyunturas que dispararon ansiedad e incertidumbre colectiva.

Asimismo, el movimiento antivacunas recibió un notable empujón de visibilidad y legitimidad cuando grupos anti-Covid retomaron y amplificaron varios de sus argumentos sobre cuidado individual de la salud, la soberanía corporal y la desconfianza frente a la industria biomédica y farmacéutica. En varios países, la desinformación se cristalizó en protestas callejeras y digitales contra medidas básicas de la pandemia sobre vacunación, distanciamiento, protección facial y otras.

Frente a este panorama preocupante, las respuestas llamaron a combatir la desinformación con diversas estrategias. El menú es conocido: redoblar esfuerzos de la educación y la alfabetización en salud pública, coordinar agencias públicas, privadas y el sector cívico para informar ajustándose a la evidencia existente, las decisiones de corporaciones digitales de desplataformizar conspiraciones y falsedades de diferente tipo. No está claro si tales acciones han tenido impacto suficiente para contrarrestar la desinformación o efectos similares, más allá del convencimiento de expertos en salud pública y comunicación sobre su necesidad para enfrentar la “infodemia”.

Sin embargo, no queda claro que la desinformación necesariamente alimenta problemas claves en el control de la pandemia: la negación del problema, las dudas y el rechazo de las vacunas y otras medidas como el uso de barbijo y el distanciamiento social. Es claro que la desinformación es un problema esencial para la democracia y la acción colectiva sobre problemas del bien común, como la salud pública global. Es difícil pensar que se tomen y cumplan decisiones públicas acertadas, con amplio apoyo público, mientras existan bolsones importantes de información falsa, mezclada con versiones conspirativas y creencias desprovistas de realidad.

No es obvio que la desinformación, por sí sola, se convierta en problema colectivo que obstaculice acciones efectivas para enfrentar problemas comunes como la pandemia, el escepticismo y el rechazo frente a la vacunación, o el acatamiento de medidas de prevención.

Tomemos los casos de América latina y Estados Unidos. Si bien en ambas regiones existe desinformación, mezclada con escepticismo y oposición frente a medidas para controlar la pandemia, no pareciera que su impacto haya sido similar en términos de descarrilar esfuerzos oficiales sobre vacunación, uso adecuado de barbijos y otras acciones. Los niveles de resistencia activa, alimentados por la desinformación, no son similares.

En América latina los índices de vacunación muestran un significativo crecimiento en países con una tradición de alta inmunización infantil y de otro tipo, después que los problemas iniciales de oferta y logística de inmunización fueron mínimamente resueltos (Statista 2022). De hecho, este logro es tan significativo que motivó que la región fuera considerada como líder en porcentaje de población con dos dosis de vacunas a fines del 2021. Las excepciones son países, especialmente en América Central, y regiones rurales en la región con crónicos problemas de acceso y calidad a servicios de salud.

¿Qué se puede concluir de esta tendencia? No pareciera que la desinformación aglutinada en protestas haya tenido significativo impacto negativo en los índices de inmunización. Los problemas para lograr altos índices de vacunación son los eternos déficits de los sistemas sanitarios en la región más que un movimiento antivacuna, vertebrado por la desinformación. Las normas sociales positivas (a favor de la inmunización, la biomedicina, los sistemas de salud) aparentemente contrarrestan los potenciales efectos negativos de la desinformación. Asimismo, existe una historia exitosa de programas de inmunización en sistemas de salud de atención primaria que, a pesar de recursos modestos, son creíbles, respetados y efectivos en la implementación de programas de vacunación contra el Covid. Este aumento transcurre en medio de la polarización política que podría llevar a rechazar políticas de gobierno del signo contrario. Asimismo, es posible que la persistencia de una alta percepción de riesgo de contagio, posiblemente debido al alto número de fallecimientos e infecciones durante la pandemia, haya contribuido a mitigar la desinformación. El relativo alto índice de vacunación se observa incluso en países como Brasil, con flujos significativos de desinformación, especialmente alimentados desde la presidencia (Barbosa et al 2021; Soares et al 2021).

En Estados Unidos, en cambio, la evidencia sugiere que la desinformación se cristalizó tanto en actitudes antivacunas, antibarbijos y otras medidas. No es casualidad que donde hay índices de mayor vacunación son distritos demócratas, que reflejan poblaciones presuntamente menos proclives a ser blancos de operaciones de desinformación. La oposición a la pandemia y soluciones tiene neto corte conservador-reaccionario y cataliza diferentes influencias: discursos históricos libertarios de desconfianza frente al gobierno central y reclamo simplón de la “libertad individual”, la tozuda oposición a políticas “demócratas” en medio de la polarización política, corrientes anticiencia, y convicciones conspirativas.

Esta combinación tóxica de irracionalismo, con el distintivo sello made in the USA (Waisbord 2020), ofrece terreno propicio para la desinformación y la resistencia a la vacunación y otras medidas de protección. No hay duda o vacilación frente a la vacunación, sino una enérgica movilización sostenida en diferentes pilares socioculturales, políticos y económicos (siempre se puede hacer plata aprovechando la ignorancia y el dogmatismo, vendiendo mentiras y falsos remedios).

¿Cuál es la lección para entender los peligros de la desinformación? No toda desinformación, más allá de sus características, circuitos, caudales y consumos, tiene impacto similar en acciones colectivas y políticas públicas, como el control de la pandemia. Debemos entender la desinformación en contextos políticos y sociales particulares. Hay que focalizar el análisis en fenómenos sociopolíticos más que solamente informativos. La des/información no es puramente un fenómeno des/informativo. No debe ser estudiado y discutido únicamente como un problema computacional de algoritmos y decisiones corporativas que amplifican y validan mentiras, conspiraciones y otros problemas. No puede ser visto meramente como un fenómeno de redes, plataformas digitales, y opinión errada o despegada de la realidad.

La desinformación –su desarrollo, dinámica y relevancia (en el caso de la pandemia, para la salud pública)– debe ser comprendida en términos históricos, sociológicos y políticos. Debe ser analizada en su vinculación (o no) con formas de dar sentido a la política, participación pública, identidades colectivas y percepción de gobiernos y servicios. Sin comprender estas conexiones no está claro por qué la des/información es importante y problemática.

El análisis comparativo permite entender las dinámicas de la desinformación más allá de estructuras y dinámicas de redes o contenidos particulares. Esto es posible comparando la presencia y relevancia de desinformación en diferentes comunidades, países o regiones. Ligar el análisis de la des/información con estructuras y dinámicas sociales y políticas permite identificar la factibilidad de posibles respuestas. La desinformación engarzada con identidades políticas, fanatismo político, puro subjetivismo pueril, y fuertes convicciones sobre temas públicos como la pandemia, plantea desafíos particulares, que son distintos de situaciones donde la desinformación no desemboca en movimientos políticos o adquiere una poderosa valencia identitaria. Cuando la desinformación se convierte en fabulismo totémico de movilización social-política, el problema es profundamente diferente a situaciones donde los públicos sostienen ideas falsas de forma superficial y casual. Este es un problema, pero no del mismo tipo cuando vacunas, personal de salud, expertos en virología y epidemiología o barbijos se convierten en objetos politizados y polarizados –signos de odio, ridículo y rabia–. Pierden su potencial de ser percibidos como objetos y saberes neutrales o ligados al bien común o el saber científico y técnico por encima de reyertas políticas e identidades sociales.

Por lo tanto, es errado diagramar respuestas idénticas cuando los problemas de la desinformación son diferentes, aunque superficialmente parezcan similares. El menú sabido de estrategias –inocular previamente con información correcta, fact-checking, y desenmascarar falsedades– puede funcionar en ciertos contextos cuando existe información falsa o descabellada, pero no necesariamente cuando el problema son movimientos identitarios-políticos empecinados en lograr objetivos contrarios al bien común. Contextualizar el análisis y las respuestas es importante para evitar depositar esperanzas injustificadas en acciones de información que no pueden resolver problemas políticos.

Referencias bibliográficas

Barbosa, M.D.S., Croda, M.G., & Simionatto, S. (2021). “Vaccination against Covid-19 in the Brazilian indigenous population: Has science been defeated by fake news?”. Revista da Sociedade Brasileira de Medicina Tropical, 54.
Galhardi, C.P., Freire, N.P., Minayo, M.C.D.S., & Fagundes, M.C.M. (2020). “Fact or fake? An analysis of disinformation regarding the Covid-19 pandemic in Brazil”. Ciencia & saude coletiva, 25, 4201-4210.
Grimes, D.R. (2021). “Medical disinformation and the unviable nature of Covid-19 conspiracy theories”. PLoS One, 16(3), e0245900.
Lin, T.H., Chang, M.C., Chang, C.C., & Chou, Y.H. (2022). “Government-sponsored disinformation and the severity of respiratory infection epidemics including Covid-19: A global analysis, 2001-2020”. Social Science & Medicine, 114744.
Mayo Clinic (2022) Rastreador de vacunas contra la Covid-19 en Estados Unidos, https://www.mayoclinic.org/es-es/coronavirus-covid-19/vaccine-tracker
Soares, F.B., Recuero, R., Volcan, T., Fagundes, G., & Sodré, G. (2021). “Research note: Bolsonaro’s firehose: How Covid-19 disinformation on WhatsApp was used to fight a government political crisis in Brazil”. The Harvard Kennedy School Misinformation Review.
Statista Research Department (2022) https://es.statista.com/estadisticas/1258801/porcentaje-y-numero-vacunados-contra-covid-19-en-latinoamerica-por-pais/
Waisbord, S. (2020). El Imperio de la Utopía: Mitos y realidades de la sociedad estadounidense. Barcelona: Planeta.
Waisbord, S. (2022) “Más que infodemia: pandemia, posverdad y el peligro del irracionalismo”, InMediaciones de la Comunicación, https://revistas.ort.edu.uy/inmediaciones-de-la-comunicacion/article/view/3227

Autorxs


Silvio Waisbord:

Licenciado en Sociología en la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Sociología por la Universidad de California, San Diego y Profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos en George Washington University, Estados Unidos.