Pensar la ciudad desde la educación ambiental

Pensar la ciudad desde la educación ambiental

En los últimos años la calidad de vida ha pasado de ser una posibilidad concreta a ser una utopía en la ciudad. Las ciudades se han convertido en un repertorio de las calamidades que la especie humana ha logrado hacer con el ambiente. Para concebir otro tipo de ciudad, en la cual se puedan aprovechar los recursos de la naturaleza y donde la vida sea digna de ser vivida, debemos cambiar el modo en que habitamos el territorio. A continuación, algunas claves para iniciar el camino.

| Por Pablo Sessano |

“Los mortales moran cuando salvan la tierra.
Salvar (retten) no es solo arrancar el peligro;
es, propiamente liberar una cosa, es decir restituirla a su propio ser.
Salvar la tierra no es un simple sacar provecho de ella, no es agotarla.
Quien salva la tierra no se convierte en el amo ni hace de ella un súbdito.
De esto a una explotación total no hay sino un paso”.
Heidegger

“…la principal misión del hombre no es conquistar la naturaleza
por la violencia, sino cooperar con ella en forma inteligente
y amarla para conseguir los fines humanos”.

Mumford

“Nuestro punto de partida será una hipótesis:
la urbanización completa de la sociedad…
Ello implica una definición: la llamaremos sociedad urbana…”
Lefebvre

“…la técnica en la contemporaneidad
no es un elemento más de la cultura urbana sino su base”.

“…existen naturalezas y culturas relacionadas tan estrechamente
que es imposible saber cuál es el límite entre unas y otras”.

Noguera

“Podemos elegir entre ser ricos en tiempo o en dinero.
De esa elección se derivará, en gran parte, nuestro modelo de vida”.
“El problema del tiempo es un problema de despilfarro:
derrochamos demasiadas horas en cosas y acciones
que no nos producen bienestar ni ayudan a los demás”.
“El tiempo nos da oportunidades.
Cuando nos quitan el tiempo nos están quitando oportunidades”.
María Novo

Una pequeña casa, PH, al fondo, como dicen, en un ya no tan tranquilo barrio de Buenos Aires, más ruidoso entre semana que en domingo; los altos edificios condominios avanzan sobre el viejo paisaje ralo de casas unifamiliares; la obra pública, que es para el automóvil no para la gente, hiere cruelmente la vista, el oído, el caminar, el paisaje, si acaso hay algo de eso; el aire viciado por los combustibles mañaneros confunde los olores de los tilos, de los escasos azahares que quedan o de las sorpresivas reinas de la noche. Vista a un también pequeño patio con lindas plantas, pero más cerca del subterráneo y del cine que de la naturaleza; escritorio, computadora portátil, mate… un pequeño lugar en el mundo, una vivienda urbana, probablemente el más común de los lugares que hoy hay en el mundo, porque actualmente bastante más de la mitad de las personas viven en ciudades y porque en las ciudades parece que, para las mayorías solo es posible vivir en pequeños espacios. Desde uno de ellos, el mío, propongo iniciar estas breves reflexiones sobre lo que significa pensar la ciudad desde la educación ambiental (EA).

Y claro, si algo es siempre posible y tal vez propio de su condición es que la ciudad suscita constantemente infinitas preguntas. Abramos pues la ventana para que entre algo de aire fresco de junio, tan cargado de extrañas sustancias como de inefables preguntas y dejemos que algunas de ellas guíen desordenadamente nuestro pensamiento.

¿Es la ciudad sustentable? ¿Existe una ciudad sustentable? ¿Existió alguna vez? ¿Cabe pensar en ello como posibilidad cierta? ¿Qué implicaría una ciudad sustentable? ¿Qué es lo sustentable? ¿Es la ciudad que tenemos un producto natural, quiero decir el resultado “natural” del desarrollo o evolución de la sociedad o podríamos haber creado otra? ¿Son las únicas posibles o son el correlato de un modelo de (hacer) sociedad? ¿Se conocen otros modelos? ¿Es la ciudad el lugar excluyente de la cultura? ¿Es la ciudad un lugar humano? ¿Es el humano un ser urbano? ¿La ciudad actual es un lugar que favorece el encuentro, la convivencia, el disfrute, la belleza, la solidaridad, la cooperación, o se está convirtiendo en “no lugar” como propuso Marc Auge para ciertos sitios emblemáticos que nos legó la era neoliberal? ¿Lugares carentes de identidad donde se realizan practicas rutinarias que nos mal igualan a todos, reduciéndonos a autómatas esencialmente alienados, que en lugar de vivir pacífica y pausadamente la riqueza de confrontar las diferencias, vivimos frenéticamente la violencia de resistir la homologación? ¿Será cierto que como decía Mumford, la ciudad del pasado hacía aparecer como conjunta la vida toda de la comunidad, y hoy cierto rígido orden mecánico ha suplantado a la diversidad social? ¿La ciudad es un lugar público o privado? ¿Que implicancias tiene que la ciudad y los que en ella habitan, sean del todo dependientes en el abastecimiento de cosas tan básicas como energía, agua, alimentos? ¿Puede la ciudad autoabastecerse? ¿Se puede hablar de ecosistema urbano? ¿Puede la ciudad existir sin el resto del territorio que la rodea? ¿Las megaciudades son la forma ineludible del derrotero urbano? ¿Son gobernables? ¿Qué es más importante hoy, los países o las ciudades? ¿Es la ciudad un lugar liberador o esa es una ilusión que contribuye al sometimiento? ¿Puede la ciudad ser educadora? ¿Qué es ser un ciudadano? ¿Y un ciudadano ambiental? Podríamos seguir, pero debemos intentar, si no responder estas preguntas puntualmente –pues algunas no tienen respuesta–, al menos reflexionar sobre todas ellas en conjunto, pues si algo surge claro de esta formulación es que la ciudad no es un tema resuelto, ni dado, ni siquiera comprendido. Estudiado sistemáticamente desde hace al menos 100 años desde diferentes perspectivas científicas, filosóficas y empíricas, es a la vez el lugar del éxito y el fracaso de la humanidad. Insuficientemente pensado desde la educación, mucho menos desde la EA, sigue siendo un territorio fértil para reflexionar la condición humana, sobre todo cuando el 70% de la población mundial vive en ellas –casi 90% en la Argentina–, y pese a tanto prolífico trabajo, no hay ciudades sustentables salvo excepcionales casos que podrían ir en ese camino; y en cambio las ciudades se han convertido en la más acabada muestra de las calamidades que la especie humana ha logrado hacer con el ambiente.

Sin embargo pensar la ciudad únicamente como un lugar calamitoso nos aleja de la posibilidad de comprender su condición real, su proyección posible y sus potencialidades de cambio. Intentaremos en este corto artículo puntualizar algunos aspectos que a nuestro juicio caracterizan la ciudad del presente y a la vez pueden ser puntos de partida para pensarla desde la perspectiva que adoptaría la educación ambiental que suscribimos.

Los epígrafes elegidos dan cuenta de cuatro aspectos clave que marcan la ciudad en su historia, su devenir y actualidad, en tanto espacio hegemónico del hábitat humano, que no debemos perder de vista y que también son referencias obligadas para pensarla desde la EA: el insoslayable reconocimiento de que, al menos hasta ahora, seguimos encaminados hacia una sociedad del todo urbana y el de la ciudad como una construcción –artefacto– esencialmente técnico, propio de nuestra era que, convertido en nuestra forma excluyente de habitar –morar–, lejos de cuidar y cooperar con la tierra, la ha sometido y reducido a fuente de recursos, y aún así, sin lograr convertir la ciudad en ese espacio de vida ideal y confortable que el racionalismo se propuso, alejándose en cambio cada vez más de los procesos y paisajes naturales. Y la constatación, inquietante, de la imposibilidad de establecer un límite preciso en ella, entre naturaleza y cultura, una noción del todo anticartesiana. De donde, si asumimos que el ambiente es la resultante de las interacciones entre los sistemas ecológicos y los sistemas socioculturales, la ciudad sería así un “ambiente” híbrido, naturalmente impreciso e incierto, que resume material y culturalmente ambos universos como de alguna manera vaticinara Lefebvre. O una “segunda naturaleza”, a partir de la ampliación del concepto de utilización capitalista del espacio a los fenómenos urbanos tal y como se planteara desde el marxismo para la “primera naturaleza”, por lo cual la ciudad se convierte principalmente en un espacio de reproducción ampliada de la renta: “…una utilización-construcción del espacio físico, donde desaparece el origen de la ganancia y la diferencia entre capital constante y variable, una forma superior de realización del capital”. Uno de los puntos de partida para el análisis que realiza la ecología política. Y de hecho así ocurre.

Como sea, más allá de las posibles conceptualizaciones concomitantes sobre la ciudad, los aprioris, supuestos y modelos preestablecidos y todos los intentos de prever el derrotero de la urbanización como totalidad, parecen estar más cerca de la ficción que de la realidad.

Como sabemos, la ciudad no es una totalidad cerrada y autosuficiente, sino un sistema abierto que consume y degrada casi la totalidad de los aportes que demanda de afuera de sí misma, aportes cuyo circuito de origen ha sido progresivamente invisibilizado. Así la ciudad aparece ilusoriamente como una isla, en el mejor de los casos, que existe por sí y para sí. Lo cual es del todo falso. Esta falacia contribuye a mantener la creencia de que este es el mejor o el único o lógico lugar donde vivir y que sus problemas son el resultado de que todos, naturalmente, queremos vivir en ellas.

Hasta tal punto está internalizada la idea de lo urbano como expresión “natural” del progreso técnico, la reproducción de la riqueza material y el bienestar identificado con el consumo que ha sido bloqueada la facultad de imaginar otras opciones. La ciudad opera así como una forma de dominación técnica que se sostiene sobre la base de una abrumadora eficacia de los resultados alcanzados por el “progreso”, y un adoctrinamiento promovido por las mejorías del nivel de vida.

Así, ciudades intermedias, incluso pueblos que por la densidad de habitantes y su propia dinámica están en condiciones de encaminarse hacia otro horizonte en su desarrollo, van contagiándose tristemente uno a uno los problemas de las grandes ciudades. Como si en el camino del desarrollo el problema urbano fuese una etapa ineludible.

Es un hecho que la ciudad es gestionable y gobernable efectiva y eficazmente (que no justa y éticamente) en sus fragmentos, pero como totalidad es ingobernable, al menos bajo las razones y los valores del capitalismo y a partir de cierta escala. Este aparente e ingobernable desorden, sin embargo, puede verse como expresión de una complejidad: “Nunca antes los patrones de ciudad mostraron tan claramente la existencia del caos como momento del orden como en la ciudad contemporánea”. Tal constatación no supone un simple desorden extremo e insoluble, sino una complejidad susceptible de interpretarse, frente a lo cual “el paradigma del orden que ha imperado en la planificación y gestión urbanas se manifiesta insuficiente y es tarea prioritaria transformar radicalmente, y desde las teorías del caos, de la complejidad y la autopoiésis, los métodos y enfoques de la planeación urbana”.

Asimismo, la emergencia de las subjetividades como categoría viva y activa en la configuración de lo urbano disloca el intento de objetivación máxima en la visión de lo urbano. Las múltiples ciudades que existen en los imaginarios de sus habitantes son tan verdaderas y complejas como lo ha demostrado Armando Silva en sus trabajos, como las que tradicional y jerárquicamente piensan los especialistas.

La ilusión racionalista carece ya de sustento, la razón no alcanza a explicar la ciudad y lejos del horizonte que motivaba en su práctica, pública sobre todo, un afán socializante, su ejercicio ha devenido casi exclusivamente irracional herramienta al servicio de la apropiación privada del espacio público urbano, carente de estrategia que no sea “orientada” por el mercado o las modas rentables económica o políticamente, lo que se ve notoriamente en Buenos Aires.

Finalmente, otro factor que gravita sensiblemente en la actual visión de toda la realidad cultural-territorial del mundo y lo hace muy especialmente en la ciudad, es la categoría de “otredad” que se ha instalado modal y necesaria para comprender los procesos de configuración del espacio socio ambiental, una noción reconocida al pensamiento posmoderno, que sin embargo tiene historia y recorrido propio en América latina. El reconocimiento de la multiculturalidad, la fragmentación y la desterritorialización que también, al decir de Noguera, operan como eventos rizomáticos, insoslayables de la vida urbana contemporánea, tiene directa relación con el asumir que la diferencia y no la homogeneidad son no solo condición inherente de lo urbano, sino base de toda igualdad y justicia posible. El correlato de este reconocimiento es, o debería ser, la apertura a la participación, a la co-gobernanza.

Y un aspecto más nos queda para terminar de trazar esta especie de mapa de nociones que, en mi opinión, pueden orientar hoy el pensar la ciudad desde la EA.

Hacer extensiva la idea de otredad a lo no urbano pensado desde lo urbano como un territorio “otro” susceptible de ser considerado. En esta línea, desde una mirada ambiental parece discutible la dilución de la contradicción campo ciudad, ya que por una parte se reafirma la hegemonía de la sociedad urbana pero por otra se afirma el surgimiento de una nueva ruralidad, un campo resignificado, reemergente y diverso, en el cual colectivos humanos revalorizan la construcción de vida social, más allá de la ciudad. Pero también por el hecho de representar el espacio capaz de producir alimentos sanos, agua pura, paisaje conservado y hasta aire limpio, todos bienes, servicios y valores que la ciudad no solo no produce sino que degrada. De manera tal que, ahora contradiciendo la sentencia lefebvriana que subsume irremisiblemente el campo al proceso urbano, sin dejar de reconocer que la división social del trabajo y el desarrollo de las fuerzas productivas y la técnica determinan en buena medida la pervivencia de la vieja formulación dicotómica, es necesario reconocer que la representación de lo natural y de la relación sociedad naturaleza generada por la cultura occidental capitalista es un elemento clave que está siendo poco a poco socavado por la propia ficción del bienestar urbano y es necesario subvertir para abrir el camino a una representación totalmente diferente de lo urbano integrado a lo rural, es decir, reintegrado a la naturaleza.

Aceptar definitivamente la hegemonía de lo urbano y postular que, pese a lo paradójico del asunto, solo de la ciudad podrán surgir las soluciones a la crisis ambiental, como se ha derivado de la sobrevaloración –positiva o negativa– de la ciudad como modelo de hábitat humano, es condenar al campo a su rol de almacén y negarse a ver que en ese “otro” territorial se cuecen ideas y experiencias diferentes acerca del habitar y mucho más equilibradas en términos de calidad de vida que las surgidas hasta ahora en las ciudades, al menos en América latina.

Pero las ciudades hoy deben repensarse además bajo las condiciones extraordinarias del cambio climático, lo que equivale a reflexionarlas en un escenario casi de emergencia, terminal e inédito que fue creado en buena medida por el impacto de las mismas ciudades y por lo cual las estrategias necesarias para enfrentarlo, lejos de restringirse a planear resiliencia y adaptación y proyectar desarrollos tecnológicos e infraestructura para la mitigación, en una fuga hacia adelante como ha sido habitual, deben apuntar prioritariamente a combatir sus causas, revisando la naturaleza del proceso urbano que el modelo social del presente ha generado, pero enfatizando aún más la reflexión sobre la condición urbana en tanto ambiente socialmente construido, a partir de la condición humana real de las mayorías que lo habitan y del contraste/complementación con aquel “otro” capaz de proporcionar todo de lo que la ciudad carece.

Pese al postulado antes mencionado y naturalizado, creemos que la ciudad no se soluciona a sí misma, no se salva sola, el saber urbanístico es fragmentario e insuficiente porque su objeto es autorreferente. Y ni siquiera aquellos enfoques que asimilan la ciudad a un ecosistema, los más desarrollistas, desde la idea de que la ciudad, como la tecnología, es el resultado del derrotero propio y natural de la evolución humana, ni otros más ecologicistas, presuponiendo que esa asimilación contribuirá a naturalizarla y comprender sus procesos para administrarlos eficazmente, y hacer de ella un lugar más amigable, y desde luego ninguno que aborde lo urbano desde un fragmento de su complejidad y sin considerar la centralidad adquirida por la cuestión de la degradación eco-ambiental de la vida en ellas, logra conjurar la evidente necesidad de volver sobre el fenómeno urbano, a partir de dos reconocimientos básicos: como una configuración injusta que es parte del esquema expansivo (concentrador, acumulador y depredador) del capitalismo de esta época, esencialmente regido por lógicas de mercado, y que tiene como correlato y complemento la transformación igualmente traumática del espacio no urbano. En el contexto de estos escenarios, la administración y gestión urbanas sustentables, las únicas que podrían ser socialmente justas, son imposibles, porque nunca alcanzarán el ritmo de crecimiento y la expansión que se rige por determinaciones económicas y de mayor escala y se relacionan dependientemente con el modelo productivo del país-región, global en definitiva, y el modelo cultural de la sociedad de consumo. Consecuentemente la gobernabilidad es también, en buena medida, una ficción. Y la sustentabilidad urbana solo puede pensarse a partir de la completa transformación de estas determinaciones; lo cual solo podrá lograrse transformando, resignificando, recuperando representaciones de una relación sociedad/naturaleza, más armoniosamente articulada, tejida, complementada y en un marco de reflexión que trascienda los límites reales e imaginarios de la mancha urbana.

En los últimos 60 años la calidad de vida ha pasado de ser una posibilidad concreta a ser una utopía en la ciudad en proporción directa al crecimiento, ni hablar de las megalópolis. El escenario urbano actual, más allá de sus peculiaridades culturales que siempre serán materia antropológicamente rica y diversa, es el que conviene a las fuerzas del capitalismo en esta fase caracterizada por el extractivismo y la acumulación por desposesión y que se manifiesta dramáticamente en el territorio urbano, como lo ha propuesto E. Viale para Buenos Aires.

En esta línea de pensamiento, dado el escenario crítico que se presenta, ampliando como dijimos el horizonte de reflexión sobre la ciudad más allá de sus límites territoriales y conceptuales, en nuestra región, desde la EA es pertinente preguntarse hoy si la ciudad tal cual es tiene sentido o cuál sería un otro sentido posible, toda vez que ha dejado de ser el lugar del buen vivir y esta noción en cambio emerge en América latina sobre la base de otras tradiciones y otros paradigmas ofreciendo otras alternativas para habitar –morar– la tierra, estrechamente ligadas al mundo rural.

No es posible, pues, arreglar la ciudad sin refundarla en sus fundamentos, o hacerlo implica destruirla y reinventarla. Desde luego no es literal, al menos no del todo. Me refiero a que la ciudad solo puede ser repensada en el marco o en tránsito hacia otro paradigma civilizatorio y en ese marco, carece de sentido hacerlo si no se piensa la totalidad del territorio y además no del territorio jurídicamente delimitado, sino ecológicamente delimitado y culturalmente referenciado. Hay que hacer explotar la ciudad y volver a conectarla primero con su hinterland, su entorno ecosistémico no urbano más cercano, y luego con la extensión mayor y a partir de allí con otras ciudades. Esto ya lo percibía Mumford cuando decía que “para lograr el necesario modelo que lo abarque todo, no solo debe haber planeamientos efectivos de las ciudades y regiones [sino] un adecuado sistema de organización metropolitana y confederada, mientras no estén tales herramientas, la mayor parte de nuestro planeamiento resultará empírico y disparatado y cuanto más insistamos en él obcecados en nuestra premisas actuales […] más desastrosas serán las consecuencias finales. Y la primera lección que en este sentido tenemos que aprender es que la ciudad existe no para el fácil deambular de los automóviles, sino para proporcionar a las personas cuidados mejores y mayor cultura”.

En este sentido la mirada biorregionalista representa una forma fértil de concebir la ciudad en su posibilidad de integración dinámica y orgánica al territorio que la contiene ya que parte del hecho de que no sólo vivimos en ciudades, pueblos o países, sino también en cuencas fluviales, ecosistemas y ecorregiones, y que ser consciente de estas conexiones con la tierra es fundamental cuando estamos creando un contexto en el que desarrollar nuestras vidas y crecer como personas nos permite explorar formas de vida más sostenibles para los asentamientos humanos, a la vez que nos hace ser conscientes de la necesidad de cuidar y restaurar la comunidad de vida que nos rodea y de la que dependemos de tantas maneras.

Esta amplísima hermenéutica que apenas esbozamos aquí, incluye recuperar experiencias urbanas históricas regionales y visiones urbanísticas de otras tradiciones culturales no occidentales, que supieron imaginar límites al crecimiento urbano y proponer esquemas diferentes de ocupación del territorio.

¿Entonces cómo ver la ciudad desde la EA?

Si asumimos que la EA es apenas el proceso de información, educación y capacitación para gestionar socialmente los problemas ambientales que se van presentando en el discurrir del desarrollo, adaptarse a los cambios consecuentes y minimizar los impactos posibles, probablemente será suficiente ver la ciudad y sus problemas como un momento de ese proceso susceptible de organizarse de alguna manera, gestionarse y mejorarse aplicando estrategias de ordenamiento y funcionalización de aquellos flujos de materiales y poblaciones en función del modelo que de ella se proponga, así como promoviendo hábitos y costumbres tendientes a prevenir la generación de problemas, pero asumiendo, implícita o explícitamente, que una parte de los problemas será siempre insoluble, igual que la condición degradada de buena parte de la población. Este enfoque se corresponde con el paradigma de la gestión ambiental y no reconoce la ineludible tarea de poner en duda toda la lógica del habitar que sostiene la ciudad actual. Es, no obstante, el tipo de enfoque más generalizado en las prácticas de EA tanto dentro como fuera de las instituciones, que aunque logre complejizar el análisis de las problemáticas urbano ambientales, tiene alcances limitados en cuanto al horizonte de transformación de la visión de la ciudad.

Si en cambio concebimos la EA como dispositivo tendiente a revelar las claves socio-históricas y económico-materiales de la relación sociedad-naturaleza y sus fundamentos epistémicos y filosóficos y verlos en su configuración actual, en el marco de la modernidad capitalista contemporánea, contexto en el cual se inscribe la ciudad como paradigma, la condición urbana tal cual lo hemos descrito renglones arriba, aparecerá como un objeto de estudio y aprendizaje mucho más complejo, pero sobre todo íntimamente ligado a la posibilidad de evaluar, juzgar, poner en valor o desmitificar las bondades y los perjuicios del modelo de habitar que esta sociedad ha promovido e iniciar un camino de reflexión hermenéutico no sobre la ciudad sino sobre “el habitar” que habilite imaginar otras formas y en ese marco repensar la ciudad. La ciudad no es un hecho dado; del mismo modo que el sistema económico y social que vivimos, ha sido socialmente construida y por ello no ha dejado de ser socialmente transformable. Esta es una perspectiva del todo ausente en la reflexión sobre los problemas urbanos en las instituciones, especialmente las educativas, donde abordar el fenómeno urbano como totalidad es lo menos habitual.

¿Cuáles serían las claves para encaminar la EA en la ciudad en este último sentido?

En principio no habrá que perder de vista los aspectos antes mencionados en tanto caracterizan críticamente la ciudad real que habitamos y constituyen las referencias (que habremos de tender a convalidar o a deconstruir) del marco en el cual hay que pensar la ciudad en perspectiva ambiental, a saber:

Seguimos encaminados hacia una sociedad del todo urbana.

La ciudad es una construcción tan esencialmente técnica como cultural y es imposible establecer en ella un límite preciso entre naturaleza y cultura.

Fue, tal vez, pero ha dejado de ser un espacio de vida ideal y confortable.

Los patrones de la ciudad contemporánea son la prueba del caos como momento de un orden, una complejidad.

La emergencia de las subjetividades como categoría viva y activa configura lo social urbano, tanto como la idea de otredad, que ha devenido central.

La idea de otredad extensiva a lo no urbano abre una línea de revinculación de la ciudad con su entorno natural y humano.

La realidad del cambio climático constituye un escenario terminal en muchos aspectos y para mucha gente, frente al cual no cabe solo adaptarse, debe motivar las energías hacia la transformación profunda de los patrones de producción, consumo y convivencia.

Y además:

Hemos de asumir que la EA no debe ser solo educación de niños o jóvenes y hacia el futuro, sino de todos los ciudadanos en el presente y no solo en las instituciones educativas.

Hemos de concebir la posibilidad de combinar los dos enfoques planteados rescatando la perspectiva analítica y crítica del segundo para abrir amplios debates sociales sobre la ciudad que deseamos e imaginamos y democratizando la toma de decisiones. Y simultáneamente poniendo en práctica todas las estrategias funcionales posibles para conducir, desde ahora mismo, la ciudad hacia una escala humana.

Para ello, desde esta perspectiva y escalas planteadas, que trascienden necesariamente lo específico o meramente urbano para conectarse con el territorio/naturaleza que le preexiste y soporta, rodea, enmarca y provee –abierta a ella en una articulación armoniosa equitativa y consciente–, las fuerzas urbanas no podrán todavía por sí mismas conseguir la transformación que se plantea, pues ello supone resignificar la noción misma del habitar y del habitar la ciudad, y eso solo será posible en articulación con actores sociales no urbanos que tienen necesidades y visiones complementarias y representan al “otro” territorio, ese de donde proviene todo lo que la ciudad requiere para existir. Se trata de promover una dinámica que vaya socavando los supuestos instalados que ponderan como indispensables en la ciudad, nociones tales como las economías de escala, la concentración, el gigantismo, las (falsas) necesidades que justifican la permanente realización de obras y provisión de materiales e incluso innecesarios flujos energéticos y alimentarios que bien podrían sustituirse por producciones de cercanías o incluso intraurbanas; todas funcionales a la lógica de la reproducción ampliada del capital y en modo alguno a la de la reproducción ampliada de la vida, que es hacia donde hay que encaminarse. Una dinámica que propicie una tendencia a la descentralización, la emigración inversa y el repoblamiento del territorio, con base en una redistribución del acceso a la tierra. Solo en un marco de replanteamiento paradigmático acerca de nuestra forma de habitar, ocupar el territorio y aprovechar los recursos que la (madre tierra) naturaleza nos ofrece, que suponga una nueva ética del habitar-ser en el mundo, podremos concebir y conducirnos hacia otra ciudad.

Así debe ser pensada la ciudad desde la educación ambiental.

Finalmente, podríamos proponer que algunos temas son especialmente claves y estratégicos en la tarea de deconstruir mitos funcionales a la lógica de la reproducción de ciudad/sociedad insostenible, por la fuerza simbólica que tienen en el mantenimiento de esos imaginarios y por la potencia contraria que podrían adquirir. No casualmente varios son temas referidos a la condición subsidiaria de la ciudad respecto de los flujos provenientes de otros territorios, otros refieren a la condición de sometimiento que la dinámica urbana impone a los ciudadanos en el manejo y elección de su manera de moverse y el uso de su tiempo, otras refieren a modelos aceptada y definitivamente insostenibles en el uso y provisión de servicios y bienes.

Por ejemplo:
El conflicto por los hábitos y la calidad alimentaria.
El conflicto por el uso del tiempo vital.
El conflicto por el modelo energético insustentable e insostenible.
El conflicto por el modelo insustentable de la movilidad.
El conflicto por la apropiación del espacio público.
El conflicto por la re-emergencia del espacio natural.
El conflicto por la insostenible demanda y provisión de materiales primarios.
El conflicto por la irracional forma de consumir.
El conflicto por la irracional generación de desechos.

Estos temas así formulados podrían formar parte de un programa educativo específico destinado a reflexionar la ciudad que habitamos y construimos y ser incluido en el proyecto educativo nacional como parte de los contenidos orientados a la construcción de ciudadanía, que todo habitante de la ciudad debe transitar alguna vez. Ese sería el mejor modo de instalar un debate ciudadano acerca de la ciudad. Pero mientras eso no sea posible, cada educador es libre y autónomo de llevar adelante esta reflexión en los espacios y momentos que considere necesario.

La formulación de cada uno de ellos tampoco es una elección trivial, todo lo contrario, en ella reside precisamente la diferencia de perspectiva que hace la posibilidad de una propuesta educativa de sentido diferente. Por eso conceptualizar estos temas como conflictos, conflictos socioambientales, es el principio mínimo necesario.

Se trataría desde la educación de re-visualizar y analizar críticamente los circuitos invisibilizados e insustentabilizados que conforman el complejo de la vida urbana hoy insustentablemente tejido, sin olvidar en todo momento las personas en tanto actores individuales y sujetos colectivos, que son actores de estos y los otros territorios. Y plantearse el ejercicio de imaginar para hoy y para el futuro otros órdenes posibles. Este ejercicio nos lleva al plano de la construcción de una noción de ciudadanía ambiental. Y efectivamente, la visión de la ciudad desde la EA debe incluirse en “el debate [actual] sobre la ciudadanía [que] plantea, por un lado, los problemas de este concepto liberal en relación con las cuestiones ecológicas y, por otro, la elaboración de una teoría de la ciudadanía compatible con los principios teóricos del ecologismo”. Este es un debate en proceso que no abordaremos en esta nota; al respecto solo cabe decir que existen consensos en el sentido de que una cultura de la sostenibilidad se relaciona dialécticamente con la noción y construcción de una ciudadanía ecológica [y que esta] tiene como efecto global la desestabilización de las nociones establecidas de la ciudadanía.

Como sea pues que resulte el derrotero de la vida de y en las ciudades, resulta insoslayable que “el derecho a la ciudad”, definido por Henri Lefebvre en 1967 como el derecho de los habitantes urbanos a construir, decidir y crear la ciudad, y hacer de esta un espacio privilegiado de lucha anticapitalista, se encuentra [plenamente vigente y] de nuevo en el centro del debate político. Este resurgimiento se debe especialmente a la explosión de nuevas luchas urbanas contra las expresiones espaciales del dominio del capital financiero, como la gentrificación o la degradación ambiental, pero también al esfuerzo de los habitantes por lograr una mayor injerencia en la definición de las políticas urbanas. Lefebvre lo definió como un derecho a construir una ciudad y una sociedad no capitalista, y en ese sentido debe ser defendido de la apropiación burguesa, que quiere reducirlo a un cómodo proyecto liberal. Jordi Borja plantea que la ciudad se dirime en la resolución dialéctica de la relación entre ciudad espacio público y ciudadanía. Y es cierto, a condición de que el estatuto de ciudadanía deje de corresponderse a la lógica liberal y se cargue de valores ecológicos. Visto desde la EA y asumiendo que no habrá justicia social sin justicia ecológica, tampoco en la ciudad, el proyecto de democratización de la misma incluye ahora necesariamente el de ecologización de la vida urbana como parte de la construcción de ciudadanía ambiental.

Autorxs


Pablo Sessano:

Especialista en Planificación del Medio Ambiente (IIE-UICIN), en Gestión y Análisis de Políticas Ambientales (INAP-México) y en Gestión Ambiental Metropolitana (FADU-UBA). Asesor de la Comisión de Cambio Climático de la Legislatura de la CABA.