Atravesar la pandemia como periodista, sin ser del star system

Atravesar la pandemia como periodista, sin ser del star system

Los impactos inmediatos de la crisis sanitaria por Covid-19 fueron transversales en el mundo del trabajo, con condiciones laborales más flexibles y un aumento en las desigualdades. La autora reflexiona sobre el particular escenario que atravesaron los y las periodistas desde que se anunció el aislamiento obligatorio por Covid-19.

| Por Lorena Retegui |

En este texto hay spoiler: la pandemia por Covid-19 trastocó la actividad periodística a partir de una reconfiguración de la organización laboral, arrimó condiciones de trabajo más flexibles y dejó un mayor pesimismo sobre el futuro laboral y un aumento en las desigualdades de género. Sin analizar los efectos a nivel macro, y teniendo en cuenta que las asimetrías en nuestro país son ubicuas y diversas, pondremos el ojo en las consecuencias sociolaborales que tuvieron lugar en redacciones de medios digitales, reconocidos y de gestión privada, es decir, empresas con estructura grande (en su propiedad y en la plantilla de periodistas), que lideran en el ranking de consumos y con diferentes contrato de lectura. Hay matices, que expondremos en las próximas líneas, pero si hay algo que exponen las crisis es que el hilo se corta por lo más delgado: sus trabajadores y trabajadoras.

¿Antes de la irrupción de la pandemia todo eso no ocurría? Sí, incluso el pasado inmediato de los cuatro años de macrismo (2015-2019) bien merece un capítulo aparte y extendido por los resultados nocivos que las políticas de Cambiemos generaron en el mercado laboral en general, y periodístico en particular, y en la subjetividad de los y las trabajadoras de prensa. Sobre llovido, mojado.

El trabajo remoto o la doble jornada

En el primer año de pandemia, la modalidad de trabajo a la distancia se convirtió en una alternativa para las empresas de medios (y para otros sectores económicos), pero una obligación para sus trabajadores, en un escenario de vacío regulatorio sobre sus derechos laborales, y en tanto el periodismo fue considerado una actividad esencial, exenta de las restricciones a la circulación, que el gobierno decretó para hacer frente a los contagios por Covid-19, en marzo de 2020.

En la Argentina no está normativizada la labor de los y las periodistas digitales, lo cual oscurece la situación de profesionales que, aun estando en relación de dependencia con la empresa, realizan tareas por fuera de la jornada laboral sin remuneración. Tampoco el trabajo a distancia, en general, estaba legislado hasta que la situación de Covid-19 habilitó el debate y la aprobación en julio de 2020 de la ley 27.555 (Ley de Teletrabajo). De ese modo, puntos vinculados a la extensión de la jornada, el derecho a la desconexión, la obligación de proveer los medios de producción por parte del empleador, el pago de gastos referidos a servicios como luz e Internet, o derechos en torno a tareas de cuidados no estaban normados durante la etapa más crítica de la pandemia.

Desde algunos medios de comunicación, sus periodistas denunciaron esa situación, al no cubrir gastos extraordinarios y, más grave aún, quitar algunos servicios con la excusa de que sus trabajadores ya no asistían al lugar de trabajo, como ocurrió en La Nación, cuya gerencia dispuso el quite del compensatorio por comedor, y eso implicó un descuento indirecto del salario. Tras el reclamo público de los y las trabajadoras, algunas situaciones se revirtieron, aunque de modo insuficiente, tardío y desigual. Por conceptos de gastos por conectividad, desde fines de 2021, se les brindó un remunerativo y, hace apenas unos meses, equipamiento para trabajar de modo remoto (notebooks, auriculares con micrófono, mochilas para transportar la computadora). Diferente fue lo que ocurrió con el plus por comedor. Con la vuelta gradual a la presencialidad, el servicio reabrió, pero la empresa no aceptó pagar compensatorio para quienes todavía hacen home office, la mayoría de la categoría redactor, la más baja de la escala salarial.

En Infobae, al cierre de este artículo, solo volvieron físicamente a la redacción los editores y la “mesa chica”. Esta metodología de sectorialización espacial revela un rasgo que va más allá del ahorro inmediato de costos, en tanto la masa más voluminosa de trabajadores se encuentra dispersa y el trabajo remoto puede dificultar el desarrollo de la actividad gremial. Ya en el 2020, cuando la pandemia irrumpió como evento crítico y excepcional, desde la gerencia del medio que comanda Daniel Hadad hicieron gala del discurso de las “bondades” del teletrabajo y adelantaron a los jefes de sección que ese escenario llegaba para quedarse. El malestar fue generalizado: sin rumbo preciso, asumiendo gastos de conectividad y con jornadas extensas y horarios flexibles.

El Grupo Clarín no dio el ejemplo por ser el más grande. Al contrario. “No fuimos compensados ni para trabajar en nuestras casas, ni ahora para volver. Logramos sostener el vale de comida, pero nunca nos pagaron por la conectividad ni ningún tipo de compensación económica por los gastos que nos generó trabajar en nuestras casas, y tampoco equipamiento”, señala una de las fuentes consultadas para esta nota. En Página/12 recién en 2021 se pagó un humilde plus en concepto de gastos por teletrabajo.

Ahora bien, el home office no es un trabajo nuevo; es una modalidad que no escapa de las tendencias generales de control de la fuerza de trabajo y de precarización. De hecho, en el periodismo implicó, según datos del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA), en una encuesta realizada entre mayo y junio de 2021, un incremento de las jornadas de trabajo y la “doble jornada” para las mujeres. La extensión horaria en las redacciones, y la consecuente sobrecarga laboral, sin remuneración correspondiente, no es original en la industria mediática. La frase de cabecera es que “el diario es como un casino. No sabés a qué hora salís”. Sin embargo, durante el aislamiento ese escenario tendió a agravarse y los horarios se hicieron más flexibles. Una de las formas de control del tiempo de trabajo se da mediante la continua disponibilidad hacia el supervisor inmediato y los cambios de horarios prescriptos por las empresas que, en pandemia, se volvieron una constante.

Si bien este escenario –de solapamiento con las tareas en los hogares– es común para hombres y mujeres, son las periodistas quienes más padecen el home office, poniendo de manifiesto una ruptura con la correspondencia dada entre cuidado y esfera privada. En el diario La Nación la empresa no solo evitó medidas positivas para conciliar la vida laboral y privada, sino que promovió políticas regresivas: en medio del aislamiento obligatorio, y con todos los establecimientos educativos y de cuidado cerrados, quitó el compensatorio en concepto de “guardería” que se les da a las trabajadoras de prensa, con hijos menores a cargo.

Esta situación debe leerse en clave más panorámica: a nivel global, existe una distribución inequitativa de las responsabilidades de cuidado, tanto en términos socioeconómicos como de género. Y la situación de pandemia no solo desnudó esa asimetría; la acentuó. Según datos del Foro Económico Mundial (FEM), la pérdida de empleo durante el 2020 fue más alta en mujeres que en varones, y a medida que el mercado laboral se recupera, los datos muestran que las mujeres son contratadas a un ritmo más lento en distintas industrias, con menor probabilidad de que sean ocupadas para puestos de liderazgo. Hay un retroceso en materia de igualdad de género que, estiman desde el FEM, costará años revertir.

#ElSueldoNoAlcanza

En la encuesta mencionada, sobre 900 trabajadores y trabajadoras de prensa de medios de ciudad de Buenos Aires, más del 55% gana por debajo de la canasta básica total del INDEC. Si se recorta el universo hacia el sector de redactores y redactoras de la prensa gráfica, como categoría testigo, ese porcentaje asciende al 80 por ciento.

En la misma encuesta surgen otros datos que dan indicios de la situación precaria del sector: el 76% señaló que la empresa no les pagó las horas extras, realizadas durante el periodo de pandemia. Más perjudicado aún fue el sector no asalariado, los llamados “colaboradores” o freelance. En ese universo, el 86% cobró por debajo de la línea de pobreza, de los cuales un 20% cobró de modo tardío, entre dos y cuatro meses más tarde.

El salario pobre tampoco es original en las industrias periodísticas, pero en los últimos años se vio más resentido. Durante el gobierno de Cambiemos, la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (el sindicato de prensa con personería gremial en CABA) negoció paritarias siempre por debajo de la inflación. Es decir, los y las periodistas perdieron un 41,6% de poder adquisitivo acumulado entre 2016 y 2019.

En Página/12 es historia repetida el reclamo para que paguen salarios dignos. En el transcurso de los dos años de pandemia sus trabajadores y trabajadoras acudieron al cese de tareas, quite de firmas y al paro. Al Grupo Octubre le exigen (porque hasta el cierre de este artículo seguían con medidas de fuerza gremiales) que respete las paritarias, la recategorización de los colaboradores y la regularización de quienes se desempeñan en distintas áreas de la web del diario, ya que, al estar por fuera del convenio de prensa, deriva en perjuicios económicos concretos. Vale señalar que este escenario se repitió en muchas redacciones, tal como lo expuso la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPREN) que acompañó el paro que hicieron en Clarín, Olé, Ámbito Financiero, Diario Popular, El Cronista y Perfil, en diciembre de 2020, bajo las consignas comunes #ElSueldoNoAlcanza” y #NoHayPeriodismoEsencial sin salarios dignos.

En La Nación las tensiones salariales son de vieja data, pero se acrecentaron desde la pandemia y sus periodistas denunciaron en las redes sociales (@ComisionLN) flexibilización laboral y sueldos por debajo de la canasta básica. La bronca aumentó tras filtrarse que algunas de las estrellas de la señal de noticias LN+ tienen contratos millonarios, mientras que en la redacción del diario los ingresos básicos no superan la línea de la pobreza. No es coincidencia la sangría de periodistas del lujoso edificio de Vicente López, aunque esta situación también es previa a la crisis sanitaria. Desde 2017, con los cambios en la cúpula directiva y de modelos de negocios, hubo despidos (que incluyen a los setenta operarios por el cierre de la planta de impresión en 2019), pre-jubilaciones y retiros voluntarios. Es como la privatización de los ferrocarriles en los noventa, dicen desde adentro: “Ramal que cierra, ramal que no abre”.

Una de las consecuencias de la pauperización salarial en los últimos años es la modalidad del pluriempleo. Según la encuesta de SiPreBA, más de la mitad de las y los periodistas encuestados, pertenecientes al sector de prensa escrita y oral, reconoció tener más de un empleo y el principal motivo que dieron fue que el sueldo no les alcanzaba.

Inseguridad(es)

Los conceptos incertidumbre, riesgo e inseguridad denotan características diferentes del mundo social, pero estrechamente vinculadas. De modo resumido, la incertidumbre es un concepto sociológico más amplio que supone la falta de certezas respecto de un evento; mientras tanto, el riesgo implica la probabilidad de un daño. La inseguridad laboral es más observable (que el sueldo esté por debajo de la línea de pobreza es un ejemplo concreto y tangible). En los últimos dos años, con la irrupción del Covid-19, estas nociones tomaron mayor protagonismo, desde el nivel sanitario y laboral (también afectivo, claro).

Si en un primer momento (allá por el 2020), el riesgo para muchos y muchas periodistas se vinculaba con el posible contagio, en tanto el periodismo fue una de las actividades excluidas de la cuarentena obligatoria, acto seguido aparecieron las incertidumbres y riesgos en torno al trabajo: la reconfiguración en las redacciones con el trabajo remoto; el riesgo de la pérdida de la fuente laboral y las diversas inseguridades laborales que operan en condiciones flexibles y precarias, algunas de las cuales describimos en los párrafos anteriores. Hay pesimismo, al menos entre quienes integran la base de la pirámide, y eso atraviesa a todas las redacciones, porque a pesar de contar con trayectorias seguras y ser asalariados, perciben en general un profundo desánimo respecto de su vida laboral. Esto último se vincula, también, con los cambios que el ecosistema mediático ha sufrido en las últimas décadas: cambios en el tamaño, composición y rasgos físicos de sus redacciones, transformaciones en el modelo de negocio, en la organización de los procesos productivos y rutinas de trabajo, en los usos y consumos (la migración de audiencias a otros formatos) y, en definitiva, en la forma de sentir y transitar la profesión.

“En Clarín ya teníamos una agenda de maltrato y precarización y la pandemia lo que hizo fue profundizarla y sumar una incertidumbre: la de no saber cuál es el rumbo empresarial, el rumbo para que nuestro oficio siga siendo sustentable, que es la mayor dificultad que atraviesa el gremio. La muestra es el exilio de las redacciones, no solo de Clarín. Compañeros que dejan el periodismo para ir a otros sectores, como el marketing”, resume una de las periodistas consultadas para esta nota.

Si bien es prematuro reflexionar sobre la aplicación de la ley 27.555, y al margen de que el trabajo a distancia encuentra legitimidad en algunos sectores, en el caso de los y las periodistas encontró, especialmente en el primer año de pandemia, una mayor intensificación laboral, por la extensión de la jornada, pero también por pequeños momentos de conectividad que hacen que el flujo de trabajo sea intermitente pero acumulativo.

A eso se suman las desigualdades de género, porque fueron las mujeres las que asumieron mayormente el rol de cuidadoras y trabajadoras al mismo tiempo. Aquí, entendemos que en la organización social del cuidado confluyen distintos actores sociales que son responsables y participan de la provisión de servicios de cuidado, en la regulación de los tiempos para cuidar o en el otorgamiento del dinero para el cuidado y que tienen la potencialidad de incidir y modificar la distribución actual de esos cuidados: el Estado y las instituciones públicas, los sindicatos y las empresas, en este caso, de medios.

Que los trabajadores y trabajadoras se encuentren inmersos en procesos más acentuados de incertidumbre laboral que en el pasado, como los estudios contemporáneos de trabajo confirman, no es atributo de nuestra región ni de la actividad periodística. Sin embargo, la estabilidad y condiciones laborales adecuadas en el periodismo argentino son un bien cada vez más escaso y selectivo, donde unos pocos ganan mucho y muchos están por debajo de la línea de pobreza. En todo caso, la pandemia lo que hizo fue profundizar contextos más flexibles y un aumento en las desigualdades.

Autorxs


Lorena Retegui:

Doctora en Ciencias Sociales y Humanas (UNQ) y Lic. en Comunicación Social, orientación periodismo (UNLP). Integra el Centro de Industrias Culturales, Políticas de Comunicación y Espacio Público (ICEP), de la Universidad Nacional de Quilmes.