China: un gigante con pies de barro

China: un gigante con pies de barro

China está viviendo una revolución económica y social que modificó su paisaje urbano en pocas décadas e inundó el mundo con productos. Sin embargo, oscuros nubarrones empezaron a distinguirse en el horizonte del gigante asiático desde 2014. A continuación, un mapa de la turbulenta actualidad económica y el posible impacto que podría tener en la economía mundial, los desafíos de su modelo de acumulación y los posibles escenarios futuros.

| Por Martín Burgos |

El que quisiera revivir la revolución industrial del siglo XIX, con el humo de las fábricas, la sobreexplotación obrera, el movimiento de insumos y materias primas, el hacinamiento de la población, el hormigueo de la gente, sin dudas encontraría en una gran ciudad de la costa china muchas similitudes con las primeras fotografías tomadas en las estaciones de trenes de Londres o las fábricas de Manchester.

Es que China está viviendo una revolución económica y social, que modificó su paisaje urbano en pocas décadas, y que llegó hasta nuestra cotidianeidad con las baratijas que se acumulaban en los “Todos por dos pesos” con un único sello de fabricación: “Made in China”.

De a poco lo que las estadísticas venían anunciando fue dando lugar a un ascenso en el comercio y las inversiones mundiales que, a ritmo rápido y constante, hizo de China el primer exportador y el segundo PBI mundial. Incluso el gigante asiático pareció inmune a la crisis internacional de 2008 que golpeó de lleno a las tradicionales potencias europeas y norteamericanas, por lo que varios autores empezaron a augurar que pronto sería la principal potencia mundial, mientras otros ya se atrevieron a reubicarla entre los países más desarrollados del mundo.

No obstante, oscuros nubarrones empezaron a diseñarse en el horizonte de China desde 2014, entre los cuales se pueden nombrar la reducción del nivel de crecimiento que impactó en los precios de los commodities, las repetidas caída de la bolsa de Shanghai que dejó al descubierto burbujas inmobiliarias en las principales ciudades chinas, o la reducción de las exportaciones industriales por la recesión europea. Resulta evidente, a esta altura, que el desarrollo no es un largo río tranquilo y rectilíneo, como los que podríamos estimar proyectando las curvas del pasado hacia el futuro.

El sentido de esta nota es la de poner en perspectiva la turbulenta actualidad económica de China y el posible impacto que podría tener en la economía mundial, haciendo hincapié en los desafíos de su modelo de acumulación y evaluando posibles escenarios prospectivos.

Modificación en el taller del mundo

China es un país industrializado porque su industria se ubica entre las más competitivas del mundo, pero eso no significa que sea un país desarrollado. Si bien esta afirmación suena polémica tomando en cuenta las teorías económicas del desarrollo acumuladas durante el siglo XX, a la vista del desenvolvimiento del capitalismo de los últimos 40 años, en el cual surgieron fenómenos de industrialización “pobre” como fueron los casos de las maquilas en Centroamérica o las economías asiáticas de los años ’60, no puede resultar sorprendente. El desarrollo de las cadenas de valor globales hizo que las empresas transnacionales buscaran mano de obra barata para ensamblar partes industriales donde la tecnología utilizada es mínima. En última instancia, los países receptores de esas inversiones utilizaban también su ventaja comparativa estática: la abundancia de trabajadores y los bajos salarios.

China es el caso del ensamble por excelencia, dado que sus importaciones se componen principalmente de bienes industriales, y solo 25% de recursos naturales (sumando petróleo, minerales y soja). En particular, las importaciones de partes y accesorios de productos de tecnología de comunicación (televisores, teléfonos, computadoras, etc.) representaron 28% del total de las importaciones hasta 2010, las que se reexportaban hacia el mundo como producto final ensamblado.

Esta situación fue cambiando con la crisis económica y China está llevando a cabo una reconversión industrial en la cual está incorporando cada vez más tecnología y sustituyendo las partes que antes importaba. Estas modificaciones productivas se reflejan en la composición de su estructura de comercio, en la cual se nota una sensible reducción de importación de partes y accesorios mientras que aumenta la proporción de circuitos integrados en el total importado.

Si miramos del lado de las exportaciones, donde los productos tecnológicos de consumo masivo siguen prevaleciendo en el total, aparece un cambio notable en el cual cae la proporción de bienes de consumo como prendas de vestir, calzado, juguetes o manufacturas de cuero, y aumenta la exportación de máquinas eléctricas y mecánicas, así como los automóviles y la fundición de hierro y acero.

Estos cambios que señalábamos en el Documento Nº 77 del Cefidar junto a Gustavo Girado (“Veinte años de relaciones comerciales entre China y Argentina”) implican el interés de que China se oriente hacia relaciones con países de desarrollo industrial incompleto, en los cuales el gigante asiático puede convertirse en proveedor de bienes de capital y de tecnología propia y, de esa manera, ganar espacio en esos mercados que son fundamentales para su propio proceso de acumulación.

Esto explica seguramente que, mientras sus exportaciones hacia Estados Unidos y Japón declinan en términos relativos, países como Vietnam, India, Indonesia, México, Brasil o Filipinas vayan creciendo como clientes industriales de China. Por otra parte, dado que sus vecinos asiáticos (Corea de Sur, Japón, Taiwán) siguen siendo sus principales proveedores industriales, se va configurando un mapa productivo que podría convertirse en la base estructural de un cambio de eje en la economía mundial, suponiendo que China siga en camino a convertirse en la principal economía mundial.

La disputa por los recursos naturales

No obstante, para convertirse en la principal economía mundial, China necesita evitar que los problemas ligados a sus desequilibrios regionales, a la gestión de las minorías étnicas o la relación tensa con sus vecinos no terminen de quebrar la unidad estatal difícilmente lograda en 1949. Pero sin lugar a dudas los problemas sociales que genera esta revolución industrial son los más acuciantes y la situación que se vive en las grandes ciudades de la costa son dantescas: hacinamiento, contaminación, bajos salarios y sobrepoblación para las cuales los recursos públicos en hospitales, jubilación o escuelas resultan escasos. Esta situación podría empeorar si se profundiza el éxodo rural, situación que el gobierno chino siempre tuvo en cuenta entre sus prioridades, desde el apoyo al minifundio como forma de arraigar el campesino a su tierra hasta la necesidad de generar trabajo y valor agregado en los territorios rurales.

Por lo tanto, una vez logrado el autoabastecimiento en trigo, arroz y maíz, el gobierno chino logró un aumento de la producción de carne, frutas y hortalizas –productos agropecuarios con elevado valor agregado– que permitía sostener trabajadores en las zonas rurales y abastecer un consumo urbano de alimentos que se diversificaba a medida que crecía la clase media. El único producto importante que quedó fuera de esos objetivos es el que menos trabajo rural incorporaba: el de la soja, por el cual se empezó a importar desde Argentina, Brasil y Estados Unidos. La soja, por lo tanto, se convirtió en una provisión estratégica para el gigante asiático, así como las materias primas necesarias a su crecimiento industrial: el cobre, el aluminio, el mineral de hierro o el petróleo, cuyos precios fueron creciendo a niveles históricos. La escasa oferta de esos bienes y los altos precios de la última década generaron, a su vez, nuevas tecnologías para la extracción de los minerales y los hidrocarburos con impactos ambientales críticos.

En todas esas mercancías globales (o commodities), China tuvo que adaptarse a un sistema preexistente, en el cual el mercado, las instituciones, las empresas, y los precios de los recursos naturales eran controlados por la Unión Europea y Estados Unidos. Así, la infraestructura de exportación de África y América latina se encuentra preparada para cargar y transportar sus productos a través del Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo por puertos orientados hacia “el occidente”.

China necesita modificar ese sistema para poder controlar esas mercancías y reducir sus costos de abastecimiento. Por eso, sus empresas públicas están teniendo una incidencia notable en la compra de empresas comercializadoras (como Noble o Nidera en la Argentina), en inversiones públicas, en aperturas de nuevas rutas bioceánicas en América latina, en el cual se destaca el proyecto del Canal de Nicaragua, pero también los que unen la pampa argentina con los puertos chilenos y las minas de Brasil con la costa peruana. Como lo vemos, el auge de China implica un cambio geográfico en los flujos del comercio hacia los océanos Pacífico e Índico que involucran transformaciones físicas perdurables en el paisaje que irán desde la sustitución de cultivos, la destrucción de relieves montañosos, la deforestación, los desplazamientos poblacionales y las consecuencias ambientales que generan este tipo de obras a gran escala.

El financiamiento de estas obras, a su vez, aparece a toda luz como un capítulo reciente en las etapas de la economía china que le permite superar su dependencia de la divisa estadounidense sin crear un shock financiero global.

El nuevo banquero del mundo

En efecto, la política de acumulación de reservas a la cual se lanzó desenfrenadamente China para lograr cierta autonomía del ciclo económico global tuvo dos fuentes principales: el superávit en la balanza comercial y las inversiones extranjeras directas. Pero la crisis desatada en 2008 dejó al descubierto una debilidad fundamental de China, que por su posición en activos del Tesoro estadounidense, se convirtió en el financista del rescate bancario realizado por la potencia mundial.

Desde entonces, la política china parece orientada a reducir su exposición a la deuda norteamericana y respaldar sus reservas con activos reales a través de inversiones en infraestructura en otros países periféricos o de la compra de empresas multinacionales. En cumplimiento de este objetivo, se deben agregar las ofertas de financiamiento a socios estratégicos a través de swaps de moneda o el proyecto del Banco de Desarrollo de los BRICS que, para varios países, implica conseguir liquidez sin estar condicionados por Estados Unidos.

De esa forma, China apareció como el país que sostenía el crecimiento mundial en el medio de la crisis, y que además permitía financiar a socios en dificultad. Esta perspectiva de una China creciendo, indemne a la recesión mundial, sorteando las múltiples dificultades que se le ofrecían, empezó a agrietarse con los cracks bursátiles de Shanghai de agosto 2015 y enero 2016, que arrastraron al conjunto de las bolsas mundiales. Las principales causas enumeradas en ese momento fueron el tamaño del shadow banking en China, la burbuja inmobiliaria en las ciudades sobrepobladas, el grado de ineficiencia del sistema bancario público y el excesivo intervencionismo estatal en las bolsas de valores.

En opinión de Michel Aglietta, la devaluación del yuan ocurrida durante el verano boreal 2015 no influyó en la economía real y por lo tanto su objetivo fue esencialmente simbólico: mostrar que la moneda china se va a desacoplar del dólar para convertirla en una moneda de reserva. En La chine vers la superpuissance de 2007 o el más reciente La voie chinoise, de 2012, el autor viene insistiendo sobre la distancia existente entre la práctica financiera china, con alto nivel de morosidad y de relaciones “no mercantiles”, y las normativas de Occidente que son las que priman a la hora de pretender convertir el yuan en una moneda de reserva.

Esta práctica financiera china se asienta sobre un sistema bancario y un mercado de capitales liderados por las empresas estatales, en el cual los bonos del gobierno son el principal activo financiero del mercado y que estos se encuentran principalmente en manos de los bancos públicos, que a su vez representan una gran porción del sistema bancario. Este régimen, que permite financiar proyectos privados que un banco privado no podría asignar, implica para el sistema altas tasas de morosidad pero a la vez asegura un elevado nivel de inversiones. Estas inversiones son las que posibilitaron las “tasas de crecimiento chino”, la acumulación de capital industrial y su penetración en el mercado mundial.

Por lo tanto el debate actual para el futuro de la acumulación de capital en China es si la reforma financiera como condición necesaria para convertir el yuan en una moneda de reserva no puede terminar en una crisis de sobreinversión. En efecto, obligar a las instituciones financieras chinas a evaluar correctamente los riesgos podría implicar por un lado una financiarización de su aparato productivo que lo desvíe del objetivo de desarrollo, así como bruscos eventos de quiebras de empresas sobreendeudadas que lleven a una crisis interna con repercusiones internas disruptivas (tensión social en medios urbanos y rurales), con sus corolarios externos (caída de los precios de los commodities, crisis del sector externo generalizada).

Conclusiones

Vimos que el modelo de acumulación chino tiene varias situaciones críticas que deberá sortear para poder convertirse en potencia mundial. En primer lugar la dependencia china de la demanda externa es consecuencia del lugar que tiene en la cadena de valor global, como proveedor de mano de obra barata. Resulta evidente a esta altura que la política industrial de China tiene el desafío de romper algunas lógicas del modo en que se produce hoy en día en el mundo, lo que lo lleva a sustituir importaciones de partes y piezas y a lograr un importante upgrading tecnológico. Pero más allá del cambio en la composición del comercio, es esperable que se modifiquen también los socios comerciales, dado que ya no interesa tanto colocar bienes de bajo valor agregado sino vender bienes con tecnología china incorporada. En ese sentido, las economías semiindustrializadas que producen bienes de consumo para su mercado interno partiendo de bienes de capital importados pueden verse favorecidas por las necesidades chinas de buscar socios que compren su tecnología.

Por otro lado, la provisión de materia prima estratégica para su producción industrial y para su consumo interno se está realizando a un costo muy elevado para China, dando lugar a una prolongada situación de altos precios de los commodities que, si bien vivieron en 2014/2015 una importante reducción, hoy tienen pronósticos divididos. No obstante, asegurarse una buena relación con los proveedores y mejorar su control sobre esos bienes implicará continuas inversiones en infraestructura y modificación en la actual estructura del mercado de esas mercancías globales.

Estos dos primeros desafíos tienen por consecuencia la constitución de una base económica en la cual la búsqueda de socios estratégicos puede configurar una geopolítica distinta. Esta puede ser el sustento de una futura hegemonía china, y también estos territorios pueden ser objeto de disputa con las potencias occidentales, que se dirimirán de forma implícita o explícita.

Por último, la posibilidad de una crisis financiera sistémica con epicentro en China empezó a preocupar a los analistas desde los cracks bursátiles del año pasado. En esos temores subyace una pregunta de orden práctico y teórico: la acumulación de capitales en China, que se realizó con una fuerte impronta del Estado, tanto en la regulación de los mercados como en la propiedad de la tierra y en la producción de bienes y servicios, ¿encuentra un límite en la presencia del Estado en el sistema bancario y financiero? Dicho de otra manera: ¿es necesario liberalizar el mercado de capitales, privatizar la banca pública china y levantar los controles de capitales para lograr que el yuan sea una moneda de reserva? Sin dudas en este terreno también podremos esperar que la política económica de China logre respuestas atípicas para poder proseguir con su desarrollo atípico.

Autorxs


Martín Burgos:

Economista UBA. Master en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS-París, Francia). Coordinador del Departamento de Economía Política del CCC.