“Vivir con lo nuestro”: coyuntura y vigencia

“Vivir con lo nuestro”: coyuntura y vigencia

En momentos en los cuales el financiamiento externo es visto desde la gestión gubernamental como la única panacea, cobra más vigencia que nunca esta obra de Aldo Ferrer. Desde una concepción ideológica de centroizquierda moderada, se enfatiza que la Argentina tiene un gran potencial ante sí para resolver la cuestión del desarrollo inclusivo, la cual no ha encontrado todavía su camino.

| Por Alberto Müller |

Vivir con lo nuestro fue probablemente el título más popular que publicó Aldo Ferrer. Acierta en sintetizar una de las ideas centrales de su pensamiento, la noción de que la Argentina cuenta con recursos suficientes para pararse sobre sus propios pies.

Vivir con lo nuestro se tornó de hecho en una suerte de consigna difundida, que le dio gran visibilidad a su autor. Contribuyó a esto el que su publicación ocurriera en una de las circunstancias más particulares de la historia argentina. Fue a mediados de 1983, cuando coexistía la agonía de la peor dictadura militar que sufrió la Argentina, con una profunda crisis económica, la segunda luego de siete años. Un cuadro sombrío, solo iluminado por la esperanza y la alegría que producía la apertura y distensión política.

No se trata, sin embargo, de un libro de divulgación. Es el esbozo de un programa económico de tres años, pensado para la primera mitad del futuro gobierno constitucional. Es, sí, un libro “de batalla”, pero no por eso carente de rigor. Su lectura demanda conocimiento previo, y como tal se dirige a un público en algún grado especializado. No es del estilo de Aldo Ferrer, por otra parte, la simplificación excesiva o el discurso que busca la simpatía del lector. En lo que también es un reflejo de su personalidad amena y poco dada a la confrontación –algo que quienes lo conocimos personalmente pudimos constatar y apreciar–, evita polemizar con otras visiones alternativas, más allá de su oposición a lo que denomina “bloque pre-industrialista”.

Como producto de una línea de pensamiento mantenida sin cortapisas, Vivir con lo nuestro refleja cabalmente la perspectiva con que Aldo Ferrer siempre trató la cuestión del desarrollo en la Argentina. Se asienta en una concepción ideológica que podríamos calificar como de centroizquierda moderada: economía mixta, un rol asegurado para el sector privado, activismo estatal sin prejuicios, y una visión crítica del monetarismo, en especial cuando deriva en el endeudamiento con fines especulativos. En la coyuntura particular en la que escribe este libro, y en función del impacto de la deuda y del sistema financiero sobre las finanzas públicas, preconiza una mayor expansión del sector privado.

Ferrer es ante todo, e invariablemente, un gran optimista. Piensa que la Argentina tiene un gran potencial ante sí, fruto de su dilatada geografía y consecuente disponibilidad de recursos, y de la capacidad de su población. Enfatiza que se trata de uno de los pocos países que es a la vez excedentario en alimentos y virtualmente autoabastecido en energía. Los obstáculos para lograr la concreción de este potencial residen sobre todo en malas políticas económicas; pero menciona también la existencia de un bloque de intereses contrario a la industrialización, que fue el que estuvo en el poder durante la dictadura militar.

Este optimismo se aplica también al principal obstáculo que enfrentaba la economía de entonces, el estrangulamiento externo. Dada la actualidad de esta cuestión, conviene detenerse en su argumentación y propuesta, que es en parte sintetizada por el título del libro.

Señala que el estrangulamiento de entonces es atribuible a las políticas llevadas adelante por el gobierno militar, a la imprudencia de la banca internacional y al alza de las tasas de interés. El que el centro de la cuestión se haya desplazado desde lo comercial –los déficits en cuenta corriente que periódicamente limitaban el crecimiento– a la cuenta capital es un dato crucial del escenario. En sus palabras “(en los años ’50 y ’60), se trataba de déficits de coyuntura que podían corregirse con planes de corto plazo, tendientes a generar un superávit en los pagos internacionales. El compromiso que se asumía con el FMI vinculaba la política económica nacional por un período breve de tiempo, sin sujetar, indefinidamente, el rumbo de la economía y su inserción internacional. El problema se plantea actualmente en términos esencialmente distintos. Las deudas son de tal tamaño que será indispensable mantener las operaciones de refinanciación y los compromisos de los países con el FMI por mucho tiempo”. Agrega algo con mucha resonancia en el día de hoy: “Lo que se está debatiendo es el derecho de los países deudores a decidir su propio destino, vale decir, su estrategia de desarrollo e inserción internacional. La vieja pretensión hegemónica de los centros de poder internacional vuelve a aparecer enmascarada, ahora en el grave problema de la deuda externa”, y destaca: “Esta es la irrazonabilidad central del FMI y la comunidad financiera internacional: pretender hacer recaer todo el peso del ajuste en los países deudores que, en definitiva, solo son parte del problema”.

De todas maneras, rechaza una declaración de moratoria, y más aún un repudio de la deuda. Se trata entonces de negociar desde una postura firme, y aprovechando las debilidades de la otra parte: “La razonabilidad de la posición argentina y la propia vulnerabilidad de los bancos acreedores ante la declaración de falencia de cualquiera de sus principales deudores, seguramente evitará decisiones intempestivas. Los préstamos soberanos, es decir, los realizados a jurisdicciones nacionales independientes, tienen grandes ventajas pero, al mismo tiempo, no pueden ser ejecutados en el caso de incumplimiento del deudor”.

El argumento de Ferrer se funda en un argumento en definitiva de racionalidad: un default no les conviene a ambas partes, por lo que el único camino es la solución negociada. Esto no quiere decir que no se avecinen tiempos complejos, en los que será necesario, en sus palabras, “vivir al contado”. Pero la solución deberá llegar de la mano de una negociación firme, que haga centro en la cuestión esencial, que no es pagar la deuda sino lograr el desarrollo.

¡Encomiable optimismo! La historia nos muestra que sin duda jugó fuerte la pretensión hegemónica: la solución llegó de la mano del Plan Brady sólo diez años después, e incluyó la concreción de las reformas económicas que hoy llamamos neoliberales. Y esto, debemos admitirlo, no fue obra de una dictadura militar sino de gobiernos democráticamente elegidos. Pero hay un aspecto en el que Ferrer acierta plenamente. En un pasaje que merece destacarse, señala lo siguiente: “La mayor dificultad en la negociación (de la deuda) no la plantearán los acreedores externos (…). Las mayores amenazas serán planteadas por los grupos internos que manejaron el país en los últimos años y que harán todo lo posible para desestabilizar el orden democrático e impedir el éxito de una política responsable de afirmación nacional y desarrollo económico. Para los herederos de la Argentina preindustrial, los intermediarios del crédito internacional y los manipuladores del poder autoritario, el esquema ortodoxo de ajuste y la subordinación del país es la única vía posible para consolidar su poder, con o sin deuda externa, con o sin Fondo Monetario Internacional”. Esta contundente afirmación cobra más fuerza cuando viene de una mente por naturaleza moderada.

La historia mostró que el orden democrático resistió las crisis más severas, en medida no menor por la forma en que la Argentina revisó el pasado de represión. Pero el “golpe de mercado” producido en 1989 –y recordemos que esta designación fue propuesta por el periodismo de las finanzas– se tradujo en el más amplio programa de reformas neoliberales, de la mano del estrangulamiento externo y la hiperinflación. El “enemigo de adentro” triunfó, y este triunfo desembocó en una aciaga crisis doce años más tarde.

El mismo optimismo lleva a Ferrer, siempre en Vivir con lo nuestro, a pensar en la posibilidad de una concertación, un acuerdo económico y social que permita sostener un programa económico coherente, evitando también lo que denomina el “desborde” del poder popular. Entiende que existe un amplio espacio de intereses que pueda quedar involucrado; excluye solamente a la ya mencionada elite “preindustrial”. La experiencia no acompañó este optimismo; los intentos en este sentido fueron pocos, y no generaron la amalgama necesaria para pactos de esta naturaleza. El fracaso del Pacto Social de 1973 pareció proyectarse hacia adelante, y en definitiva la puja distributiva se dirimió por otras vías. Pero esto no quita validez a este planteo, en una sociedad caracterizada por tensiones conflictivas en torno de la distribución.

Podemos concluir esta breve reflexión mencionando algunas ausencias en Vivir con lo nuestro, que podrían en principio sorprender, si tenemos en cuenta el pensamiento y protagonismo de Aldo Ferrer.

En primer lugar, no hay una evaluación explícita del período desarrollista que concluye con la dictadura militar, y que lo vio en posiciones de elevada responsabilidad. Solo hay una mención en tono peyorativo: “La evolución económica hasta 1975 informa de la inviabilidad de políticas redistributivas no asentadas en el crecimiento sostenido de la producción y el empleo, en el equilibrio externo y en una estabilidad razonable de precios”. Sin duda, hace referencia al ciclo que desemboca en la hiperinflación de 1975-76 (el “Rodrigazo”). Pero creemos que este juicio no puede extenderse sin más a la década anterior, caracterizada por un crecimiento que, sin ser “milagroso”, fue sostenido, y habilitó logros en las áreas agrícola e industrial, y en el desarrollo de infraestructura, con efectos que se propagaron en el tiempo; hay en el propio discurso inicial del ministro José A. Martínez de Hoz un reconocimiento de esta trayectoria. Dicho sea de paso, ella fue desconocida sistemáticamente por las conducciones económicas del período democrático; ni aun en el período posneoliberal se escucharon reflexiones en este sentido. En 1983, cuando Vivir con lo nuestro fue escrito, quizás estaba muy fresco el recuerdo del fracaso de 1975. Hoy día, con la perspectiva que nos da la historia, deberíamos poder ver las cosas con mayor claridad. No reconocer el logro del decenio desarrollista anterior a 1975 llevó a asentir a las “reformas” que solo nos llevaron al fracaso.

En segundo lugar, no encontramos menciones a la necesidad de delinear un Plan, algo que fue característico también del período desarrollista. Esto puede deberse a la percepción de fracaso en la implementación de los ejercicios de planificación. Lo cierto es que el último ejercicio publicado de planificación, en 1985, fue en realidad la oración fúnebre del modelo industrializador sustitutivo, y la gradual apertura al programa neoliberal. Es un tema pendiente hoy día el rol y alcance de la planificación para el desarrollo, una práctica que ha desaparecido en la Argentina, pero que subsiste en otros países de América latina (e incluso en algunas provincias de nuestro país).

Vivir con lo nuestro es entonces una apelación a la confianza en las capacidades de la Argentina, algo que parece más que urgente hoy día, cuando la entrada del financiamiento externo es vista desde la gestión gubernamental como la única panacea, pese a que la experiencia de la Convertibilidad debería haber sido aleccionadora respecto de esta vía. Además, no está de más recordarlo, las panaceas no existen.

La profundidad y persistencia del pensamiento de Ferrer mantienen a Vivir con lo nuestro aún vigente, a más de 30 años de su publicación. Fundamentalmente, porque la cuestión del desarrollo inclusivo en la Argentina no ha encontrado todavía su camino.

Autorxs


Alberto Müller:

CESPA-FCE-UBA-Plan Fénix.