Unasur y la defensa estratégica regional

Unasur y la defensa estratégica regional

La competencia por los recursos naturales a escala global y la estrategia que se han dado las mayores potencias mundiales para obtenerlos, es una realidad incuestionable. Los pueblos de la Unasur deben prepararse para asegurar la defensa de su gente, su patrimonio y sus identidades, y esto sólo es posible a partir de un trabajo mancomunado.

| Por Carlos de la Vega |

Las opiniones expuestas por el autor son personales y no representan una postura oficial al respecto.

El 23 de mayo de 2008, en la ciudad de Brasilia, doce naciones de América latina (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela) firmaban el tratado constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). El hecho de que tantos países, con tradiciones y situaciones históricas y presentes tan disímiles, se pusieran de acuerdo para plantar esta piedra liminar no puede pasar desapercibido y se torna, indudablemente, en uno de los hechos políticos más importantes de la época en la que vivimos, con implicancias inconmensurables para el futuro. Por primera vez desde la independencia de los países suramericanos, mayormente alcanzadas durante la primera mitad del siglo XIX, el siempre presente sueño de la Patria Grande comienza a hacer su transición desde el ideario lejano hacia la condensación en formas concretas de la vida de los pueblos de la región.

El lado promisorio de los acontecimientos y el estado de situación al que da origen la creación de la Unasur es opacado por la constatación de que ese sueño de la Patria Grande que debía incluir a todos los pueblos latinoamericanos y caribeños, desde el punto más norteño de México al más austral de la Patagonia, proyectándose incluso a la Antártida, se encuentra por ahora escindido a la altura de Panamá.

La Unasur se ha impuesto objetivos ambiciosos, pero perfectamente coherentes con el deseo de avanzar hacia un proceso de integración real y profundo entre sus miembros. En el preámbulo de su tratado constitutivo se afirma la “…determinación de construir una identidad y ciudadanía suramericanas y desarrollar un espacio regional integrado en lo político, económico, social, cultural, ambiental, energético y de infraestructura, para contribuir al fortalecimiento de la unidad de América Latina y el Caribe”, todo ello con el propósito de avanzar “…en el desarrollo sostenido y el bienestar de nuestros pueblos…”, fundados en los principios rectores de irrestricto respeto a las soberanías nacionales, autodeterminación de los pueblos, solidaridad, paz, democracia, participación ciudadana y pluralismo, derechos humanos universales, reducción de las asimetrías y armonía con la naturaleza; considerando que una integración basada en estos ejes ético-políticos es decisiva para el fortalecimiento del multilateralismo y el derecho a nivel internacional, con el propósito de lograr un mundo multipolar, equilibrado y justo, cimentado en una cultura de paz y libre de armas nucleares y de destrucción masiva.

Surge entonces con claridad cómo los miembros de la Unasur se están planteando un programa de constitución de una sociedad política regional integral, aunque no se establezca fecha para la concreción de ello, bien conscientes de la diversidad de realidades nacionales de las que se parte, lo que lleva también a establecer la flexibilidad y la gradualidad como los principios metodológicos fundamentales de dicho proceso.

La construcción de una sociedad política integral remite inexorablemente a la consideración de la totalidad de las responsabilidades intrínsecas de la conducción de dicha sociedad; en primer e irrenunciable lugar, la generación y adecuada distribución de los bienes públicos esenciales, entre los que se encuentra la preservación y reproducción de la sociedad a lo largo del tiempo. Esta responsabilidad primaria del poder político posee varias dimensiones, la salud, la educación y la seguridad ciudadana son partes de ella, así como, en el orden internacional, lo son la diplomacia y la defensa. Esta última cobra especial relevancia cuando se toma cabal conciencia de que el orden jurídico y político internacional no ha logrado conformar un sistema de monopolio de la violencia basado en una justicia de carácter imparcial y de alcance universal como, al menos teóricamente, sí ocurre al interior de los Estados nacionales civilizados. Muy por el contrario, la imposición por parte de las principales potencias mundiales de sus intereses particulares mediante recursos arbitrarios y violentos, empleando apenas una cobertura legal para ello, es alarmantemente frecuente. Tal situación a nivel internacional, sumada al hecho de que el incremento demográfico mundial y el crecimiento de nuevos países, algunos conteniendo porcentajes relevantes de la población total del planeta, haciendo de la competencia por los recursos naturales una lucha cada vez más acuciante; justifican plenamente la preocupación por la defensa dado que no es posible garantizar en todos los casos la resolución pacífica de los conflictos, independientemente de los deseos o actitudes propias al respecto.

El solo planteo de una identidad regional como la que se mencionaba párrafos precedentes, con lineamientos que fijan en el horizonte un paradigma diferente al neoliberalismo dominante en los grandes centros de decisión globales, es un potencial flanco de enfrentamiento con poderes extrarregionales que, acostumbrados a forzar las situaciones de discrepancias de intereses en el plano internacional hasta llegar al empleo abierto de la fuerza, se pueden ver tentados a recurrir a la violencia para imponer sus voluntades. Brasil, como el actor más importante de la región, tiene perfectamente en claro esta situación. Sus máximos responsables de la defensa nacional suelen explicitar categóricamente cuál es el posicionamiento estratégico que ellos asumen como país y que desean compartir con el resto de Suramérica. El 13 de abril de 2011, en el anuncio oficial de la participación argentina en el proyecto de avión de transporte militar KC-390 de la empresa Embraer, realizado en la exposición de defensa y seguridad, LAAD, en Río de Janeiro, el entonces ministro de Defensa de Brasil, Nelson Jobim, ante los cambios doctrinarios de la OTAN habilitando a dicha organización a intervenir en cualquier lugar del planeta donde los intereses de sus socios se vieran afectados, sentó posición en su discurso en relación a que el Atlántico Sur era un espacio que debía estar bajo control de sus Estados ribereños, y que de ningún modo se podía permitir la injerencia de países de otras latitudes. Asimismo, señaló que la concepción defensiva de Brasil era disuasoria en relación a los actores extrarregionales, y cooperativa con los Estados latinoamericanos, a quienes considera sus socios estratégicos.

Una defensa común

La idea de avanzar hacia la construcción de un sistema de defensa regional es precisamente lo que subyace a la creación, el 16 de diciembre de 2008 en la ciudad de Salvador de Bahía, Brasil, del Consejo de Defensa Suramericano (CDS), institución especializada de la Unasur integrada por los ministros y viceministros de Defensa de la región. El CDS se apoya en principios ya reconocidos en el tratado constitutivo de la Unión, a los que da vigencia concreta en el ámbito de la defensa, incorporando algunos otros propios de esta dimensión de la cosa pública, como la búsqueda de una reducción de las asimetrías existentes entre los sistemas de defensa de los Estados de la región en orden a fortalecer la capacidad común de responder a las potenciales amenazas.

El CDS es el comienzo del final definitivo de una concepción de la defensa en Suramérica que tenía como paradigma la búsqueda de hipótesis de conflictos en los vecinos, invisibilizando el hecho de que las amenazas mayores provenían de fuera de la región. Caso paradigmático es el argentino, que desde su constitución como Estado y hasta después de la Guerra de Malvinas tenía como principal destinatario de sus aprestos militares la eventualidad de un conflicto bélico con alguno de sus países limítrofes, siendo que el menoscabo más concreto a su soberanía, materializado en una amputación real de parte de su territorio, provenía de un país europeo. El CDS representa el inicio de un esfuerzo concreto para abandonar modos de pensar impuestos desde las potencias del norte para ir construyendo una identidad regional en materia de defensa. Asimismo, la creación de este consejo es el reconocimiento de que los desafíos futuros a la defensa no podrán ser enfrentados por los Estados individualmente, sino que se precisará del trabajo mancomunado de todos.

Ahora bien, la construcción de una identidad política, para ser efectiva, nunca debe quedarse en el plano discursivo, sino que debe concretarse en hechos, actores y situaciones que configuren una nueva realidad, acorde con lo deseado. Para ello se debe partir ineludiblemente del estado de situación existente. En el caso de la defensa hay varios aspectos a considerar, pero primariamente pueden abordarse dos cuestiones: ¿de qué amenazas concretas estamos hablando a futuro? y ¿cuál es el peso relativo de la región en el ámbito considerado?

Las amenazas

Las amenazas militares al futuro, la paz y la prosperidad de Suramérica no provienen de virtuales conflictos entre sus miembros, ni deben confundirse con cuestiones de seguridad ciudadana como el narcotráfico, la delincuencia o el terrorismo. Las acechanzas a las que debe prestar atención la defensa regional están determinadas mayormente por la competencia por los recursos naturales a escala global y la estrategia que se han dado las mayores potencias mundiales para obtenerlos. No ha de olvidarse que el propio descubrimiento y colonización de América latina estuvo motivado por la necesidad de obtener materias primas por parte de los grandes imperios de la época. Incluso, mucho de los conflictos intranacionales y entre países de la región, posteriores a los procesos independentistas del siglo XIX, estuvieron condicionados, o directamente generados, por las disputas entre potencias extrarregionales por los recursos suramericanos. Más cerca en el tiempo, la proyección de la Guerra Fría hacia este subcontinente, con su trágico saldo de dictaduras, asesinatos, desapariciones y desastre socioeconómico, también fue producto de la traslación de un conflicto de otros al suelo latinoamericano.

Ya se ha mencionado la gravedad que va tomando el acceso a recursos naturales en el mundo contemporáneo. América latina toda, y especialmente Suramérica, tienen una dotación singularmente relevante de ellos. La zona del Orinoco en Venezuela es una de las mayores cuencas petroleras del mundo; el Amazonas que abarca principalmente Brasil, pero también partes de Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia y Venezuela, posee el mayor patrimonio de biodiversidad del globo; el Acuífero Guaraní que incluye desde regiones del sureste paraguayo hasta las provincias del noreste argentino, pasando por el oeste uruguayo y el sur de Brasil, es de los más grandes reservorios continentales de agua dulce, junto al Campo de Hielos Patagónico Sur en la Argentina y Chile. La enumeración es meramente ejemplificativa pero muestra claramente la magnitud de las riquezas de la región, índice de la codicia que puede provocar en otros.

No se trata sólo de proteger la naturaleza, está también la gente de Suramérica, rica en talentos y en diversidad. Igualmente importante es el hecho de ser la única región de la Tierra en donde no se han perdido las utopías sociales, y con sus errores y aciertos, sus marchas y contramarchas, hace más de una década que en varias de sus sociedades se están haciendo esfuerzos denodados por volver a elaborar un modelo político, social y económico que aúne justicia con equidad, desarrollo con ecología, crecimiento con bienestar. Todo esto amerita ser defendido.

La magnitud del desafío

Partiendo de la asunción de que los pueblos de la Unasur deben prepararse para asegurar la defensa de su gente, su patrimonio y sus identidades, y que tal actitud deberá desplegarse en un mundo de creciente incertidumbre y conflictividad, contra potencias de magnitud global, vale la pena analizar por un instante cuál es la posición relativa en materia de defensa de los países que integran el CDS. Para ello se tomarán dos indicadores, el gasto general en el rubro en relación con las primeras potencias mundiales, y el nivel estimado de autonomía tecnológica en este ámbito. Hay, por supuesto, otros parámetros, y los elegidos pueden escrutarse de modo más completo y refinado, pero una somera aproximación a ellos nos dará una idea clara de la magnitud del desafío.

Tabla 1. Los 9 países con mayores gastos en defensa
+ UNASUR (moneda: Dólares estadounidenses)

Fuente: Población, PBI y INB/Per Capita: Banco Mundial a precios actuales
para el 2010 y 2011. Superficie: CIA – The World Factbook. Pobreza:
Resto del mundo, CIA – The World Factbook para el periodo 2004-2010
según país; UNASUR, CE PAL Gastos en defensa y Gastos de Defensa
Porcentaje sobre PBI: SIPRI a precios corrientes para el 2011.

Tomando datos elaborados por el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI por sus siglas en inglés) sobre la inversión en defensa de los primeros nueve países del mundo en cuanto a erogaciones en este rubro, e introduciendo en ellos a la Unasur en forma completa, se constata que esta quedaría en el cuarto lugar con poco más de 66.000 millones de dólares estadounidenses (U$D), pero con un solo actor, Estados Unidos, cuyo gasto en defensa asciende al 53% de la sumatoria de los diez mayores presupuestos de defensa del mundo (incluyendo Unasur), con U$D 711.421 millones. Los porcentajes de gastos sobre el PBI de cada uno de los países considerados también albergan sustanciales diferencias, mientras Estados Unidos emplea en defensa el 4,71% del PBI, Unasur sólo llega al 1,58%. El desbalance en el poder mundial es abrumador: el segundo país en gastos de defensa, China, apenas supera el 20% del de Estados Unidos. Las asimetrías sociales también son por demás relevantes, únicamente la India se acerca a los valores de pobreza de la Unasur (30%), y aunque la población de esta es un 27% mayor que la de Estados Unidos, su PBI regional es menos de un tercio. Por otro lado, la superficie de la Unasur es la mayor de todos los actores comparados, superando incluso a Rusia.

Gráfico 1. Participación por país en el gasto en defensa
entre los 9 mayores Estados + UNASUR

Fuente: elaboración propia en base a datos del SIPRI.

Tabla 2. Indicadores generales y gastos en defensa de países de UNASUR
(moneda: Dólares estadounidenses)

Fuente: Población, PBI y INB/Per Capita: Banco Mundial a precios actuales
para el 2010 y 2011. Superficie: CIA – The World Factbook.
Pobreza: CEPAL para 2010 excepto Brasil (2009), Chile (2009), Bolivia (2007).
Gastos en defensa y Gastos de Defensa Porcentaje sobre PBI: SIPRI.

Las asimetrías también son grandes al interior de la propia región. Sólo tres países, Chile, Colombia y Ecuador, tienen inversiones en defensa superiores al 3% de sus respectivos PBI. Únicamente Brasil, con U$D 35.360 millones de gasto en defensa en 2011, posee un presupuesto relevante en términos globales. Esto representa el 1,43% de su PBI. En contraposición, la Argentina, siendo la segunda economía de la región y con la segunda superficie más extensa, en el mismo período sólo alcanzó el 0,74% de su PBI en gasto para la defensa. No obstante ello, la asimetría más significativa es que no hay una correlación homogénea entre el porcentaje de aporte por país al PBI regional total, con el porcentaje por país del gasto para la defensa sobre el total regional. En Brasil la correlación es muy próxima, con el 59,47% del PBI regional, y el 53,57% del gasto total en defensa; pero en el caso de la Argentina su aporte al PBI regional es del 10,71%, en tanto que en el gasto total para la defensa es del 4,99%. En el otro extremo, Ecuador tiene una participación en el total del gasto de defensa regional casi tres veces superior a su aporte en PBI (3,50% y 1,61%, respectivamente). Hay varias razones para explicar estas variaciones en la relación entre PBI y gastos de defensa, una de ellas es la prioridad dada por algunos Estados a la inversión social. Ello se refleja nítidamente cuando se toma conciencia de que la Argentina es, junto a Uruguay, el país con menos pobreza de la región (8,6%), mientras que Brasil ostenta un 24,9%, y Colombia, la segunda nación que más invierte en defensa en términos absolutos (U$D 10.957 millones) y relativos (3,30% del PBI), posee 44,3% de pobreza. Otro motivo de las diferencias observadas son las realidades o perspectivas concretas que vive o asume cada país. Colombia se encuentra en un conflicto interno permanente, Ecuador se halla en medio de los dos mayores productores de cocaína del mundo y Brasil se interpreta a sí mismo como un actor global con intereses crecientes que proteger.

Gráfico 2. Participación por país en el PBI total de UNASUR

Fuente: elaboración propia en base a datos del Banco Mundial.

Gráfico 3. Participación por país en los gastos totales en defensa en UNASUR

Fuente: elaboración propia en base a datos del SIPRI.

El otro parámetro que debemos analizar para acercarnos a una perspectiva más acabada del presente y las necesidades a futuro de la Unasur en materia de defensa, es el grado de autonomía tecnológica que se tiene en el rubro. La gravitación de la investigación científica y el desarrollo tecnológico se ha vuelto crecientemente importante en cuestiones de defensa. Dentro de la Unasur el único país que lleva adelante un programa amplio y sistemático de desarrollo tecnológico en el ámbito de la defensa es Brasil; en el resto, sólo se encuentran ejemplos individuales, como es el muy relevante caso de la empresa INVAP S.E. en la Argentina con su desarrollo y producción de radares primarios tridimensionales de uso militar, o los astilleros ASMAR en Chile, pero en general nos enfrentamos a países más bien consumidores de tecnología militar, condicionamiento grave para alcanzar uno de los pilares básicos de una defensa efectiva, como es un adecuado grado de autonomía tecnológica e industrial en la materia.

El punto de partida

La creación de Unasur y del CDS representa, sin lugar a dudas, un hito cuyos antecedentes se remontan a los anhelos de los libertadores del subcontinente. Es, sin embargo, más un punto de partida que de llegada. La formalización de la intención de integración deberá ir tomando cuerpo en una unidad progresiva de identidad de pensamiento y acción. La diversidad debe ser una riqueza a partir de la cual se estructure un vivir común con recursos materiales, intelectuales, espirituales y simbólicos propios. En este contexto la defensa representa uno de los escenarios en donde la unidad deberá edificar su propia respuesta a los desafíos del presente y del futuro. Subestimar su importancia, o errar en su manejo, es arriesgarse a abrir un flanco de debilidad que suele pagarse caro en la historia de los pueblos.

Cuando haya avances y éxitos concretos en la unión suramericana, podrá plantearse seriamente el rescate de las naciones hermanas que han quedado, por ahora, bajo la influencia de otras realidades.

En ese porvenir promisorio que se plantean los pueblos latinoamericanos del sur, la voluntad concreta de construir una paz profunda y duradera basada en una justicia sólida y omnicomprensiva debe ser uno de sus más profundos tributos a la humanidad toda. En el camino, la mano generosa y extendida deberá guardar en la retaguardia un escudo fuerte y presto para contener cualquier pretensión foránea que no se avenga a estos valores.

Autorxs


Carlos de la Vega:

Abogado y Licenciado en Filosofía – UNC. Asesor de la Subsecretaría de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, Ministerio de Defensa de la Nación