Turquía en Medio Oriente: los límites a su posicionamiento como potencia central

Turquía en Medio Oriente: los límites a su posicionamiento como potencia central

A comienzos del siglo XXI se comenzó a implementar en Turquía la doctrina de Profundidad Estratégica, que remarcaba el lugar central que debía ocupar el país en la región y en el mundo, en base a su posición estratégica y su legado cultural e histórico. Tras unos primeros años exitosos en cuanto a la consecución de los objetivos programados, en el último lustro se produjo un viraje hacia una posición de creciente aislamiento en la región. Sin embargo, al día de hoy continúa ocupando un lugar de ineludible importancia en Medio Oriente.

| Por Nahir Isaac |

A comienzos del siglo XXI, el agotamiento del modelo orientado a Occidente, ideado en la época de Mustafá Kemal “Atatürk”, derivó en el triunfo del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) a cargo del nuevo primer ministro Recep Tayyip Erdogan. La política exterior de este nuevo gobierno se apoyó en la doctrina de Profundidad Estratégica, desarrollada por Ahmet Davutoglu, quien ocupó sucesivamente los cargos de asesor en política exterior, ministro de Relaciones Exteriores y luego primer ministro de Turquía, cuando Erdogan asumió la presidencia del país en agosto de 2014. Esta nueva visión remarcaba el lugar central que debía ocupar Turquía en la región y en el mundo, en base a su posición estratégica y su legado cultural e histórico.

La Profundidad Estratégica

En su libro de 2001, La Profundidad Estratégica, Ahmet Davutoglu afirmó que, alejándose de sus lazos históricos con Medio Oriente, Turquía había perdido muchas oportunidades políticas y económicas. Esta nueva visión puso el acento fundamentalmente en la profundidad histórica y geográfica de Turquía, dos componentes que hacen al legado turco y establecen la posición que debe ocupar dicho país en el escenario internacional.

A nivel geográfico, Turquía ocupaba un lugar de centralidad estratégica al ubicarse entre los continentes asiático y europeo. Al mismo tiempo, se encontraba cercana al continente africano, y poseía el control de pasos estratégicos como el Bósforo y Dardanelos. Por todas estas características, se trataba de un país que conjugaba diversas identidades culturales y étnicas, por lo cual no podía ser identificada sólo con una región. En cuanto a su legado histórico, Turquía podía ser considerada heredera del Imperio Otomano, y por lo tanto llamada a desempeñar un papel de potencia regional, generando lazos con los países que antiguamente formaron parte de los territorios del imperio, y proveyendo seguridad y estabilidad para las regiones aledañas.

De acuerdo con esta línea de pensamiento, Turquía estaba llamada a ser un actor estratégico de las relaciones internacionales, sobre la base de sus características geográficas, su historia y su identidad. Estos rasgos privilegiados llamaban a terminar con el aislacionismo, a emprender una política exterior activa, independiente y comprometida con la zona de influencia turca, asumiendo un papel de referente regional.

Esta doctrina se basó en una serie de principios: el de cero problemas con los vecinos, basado en la idea de que la paz en el vecindario se traduciría en una situación de paz y estabilidad a nivel doméstico, retomando la idea de Atatürk de “paz en casa, paz en el mundo”; balance entre seguridad y libertad, en directa relación con la promoción de la democracia y los derechos humanos; diplomacia proactiva y preventiva de paz, con el fin de evitar situaciones de conflicto y, si esto no fuera posible, contribuir a su resolución; política exterior multidimensional, entablando vínculos complementarios con diversos actores y en torno a diferentes temas; diplomacia rítmica, es decir, poseer una rica actividad diplomática e involucrarse en las diferentes instituciones internacionales; y soft power, basado en elementos como cooperación económica, cultura y diplomacia, y planteado en términos de influencia y atracción; entre otros.

En base a estos elementos, se volvió la mirada a las zonas de influencia tradicionales de Turquía, es decir, las que antiguamente eran abarcadas por el Imperio Otomano: Medio Oriente, el Cáucaso, los Balcanes y el Mar Negro. Son justamente aquellas regiones que habían sido dejadas en un segundo plano por la política exterior de los primeros años de la República. Dentro del vasto territorio del antiguo imperio, la zona de Medio Oriente cobraba especial importancia en el nuevo esquema, ya que se trata no solo de países que comparten frontera con Turquía, sino también de una región que ha sufrido durante años la existencia de diversos conflictos que constituyen una amenaza para el área en su conjunto y una cuestión de sumo interés para el gobierno turco.

En los primeros años de su implementación, la política de Profundidad Estratégica cultivó una serie de éxitos. El cambio más emblemático en este sentido tuvo que ver con la relación turco-siria. El vínculo entre ambos países había estado caracterizado en años anteriores por una marcada tensión y una escalada de violencia que estuvo cercana a culminar en un conflicto bélico en 1998. Bajo el gobierno de Erdogan, la relación se fortaleció a través de visitas de alto nivel, firmas de acuerdos bilaterales y el rápido desarrollo de un proceso de integración económica.

El gobierno turco demostró asimismo su autonomía al oponerse a la intervención militar norteamericana en Irak de 2003, ante el temor a las consecuencias de una posible fragmentación del territorio iraquí, lo cual hubiera podido derivar en el surgimiento de un Estado kurdo independiente que generaría movimientos separatistas en la frontera. Esta inquietud de Ankara era compartida por Irán y Siria, países en los cuales también existe una importante presencia de minorías kurdas, razón por la cual este contexto ayudó al establecimiento de alianzas basadas en intereses comunes, y a un cambio en la percepción de los países de Medio Oriente hacia Turquía.

Ankara dio nuevamente un ejemplo de política proactiva e independiente al presentar junto a Brasil una iniciativa en relación al plan nuclear iraní en 2010, oponiéndose desde su banca del Consejo de Seguridad a las sanciones impuestas a dicho país. Al mismo tiempo que estrechaba vínculos con Teherán y Damasco, Ankara buscó fortalecer las relaciones con Bagdad, con la esperanza de que la existencia de una autoridad central fuerte en el país constituyera un freno a las pretensiones separatistas kurdas. Con el objetivo de fomentar la unidad territorial iraquí, Turquía se involucró en la política electoral de este país.

En cuanto a la diplomacia de paz, las iniciativas fueron numerosas. De esta manera, Turquía ofició de mediadora entre Siria e Israel por la región de los Altos del Golán en 2008, así como también entre los dos bandos de la Autoridad Nacional Palestina, Hamas en la Franja de Gaza y Al Fatah en Cisjordania. De la misma manera, buscó mediar entre los bandos chiita y sunita al interior de Irak, y lo mismo hizo en ocasión del conflicto por el programa nuclear de Irán, en las negociaciones entre este último país y el grupo 5+1 (miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania).

La nueva estrategia en política exterior tuvo también un trasfondo en el plano doméstico. A nivel interno, se buscó la estabilidad política y económica del país, basada en un sistema político democrático y una economía de mercado, sobre cuya base Turquía se proyectaba hacia el exterior. De esta manera, un contexto doméstico pacífico se establecía como prioridad, ya que constituía un requisito para construir una política exterior proactiva.

A los ojos de los países de la región y gran parte de la comunidad internacional, el gobierno turco era un caso exitoso de convivencia entre islam y democracia, esto es, la presencia de un partido de base islámica en el gobierno surgido de las urnas, en el marco de reglas institucionalmente laicas. A nivel económico, Turquía formaba parte del grupo de las llamadas “potencias emergentes”.

Estas características fueron elementos de un proceso de restauración más amplio, que tuvo como objetivo la adaptación a las nuevas circunstancias del escenario internacional. Según Davutoglu, este proceso se sustentaba en tres pilares: democracia fuerte, economía dinámica y diplomacia activa. El desarrollo de la libertad y la democracia era visto como precondición para una economía dinámica que garantice la autosuficiencia y una diplomacia activa en múltiples direcciones que fortalezca la posición de Turquía a nivel internacional.

La Primavera Árabe y los límites del ascenso turco

Lo que se calificó como un éxito inicial de la política de Profundidad Estratégica comenzó a sufrir una reversión en los años siguientes. Las relaciones construidas en la primera etapa del gobierno de Erdogan empezaron a tambalear ante los cambios de circunstancias en los países vecinos. Dos acontecimientos en 2011 cambiaron profundamente el panorama regional: el retiro de las tropas estadounidenses de Irak, y el estallido de la Primavera Árabe. El retiro de las fuerzas norteamericanas en 2011 hizo desaparecer gran parte de los intereses comunes en los cuales se basaba la relación con Irán y Siria, a la vez que causó una modificación en el equilibrio interno de Irak que aumentó la capacidad de influencia de Irán en la región. Por su parte, la ola de revueltas que se expandió por efecto dominó en la región de Medio Oriente tuvo un profundo impacto en la forma en que se fue desarrollando la política exterior turca.

Cuando comenzaron a desarrollarse los levantamientos en los países árabes, Turquía dio su visto bueno, interpretando dichos cambios como un movimiento democratizador que podía seguir los pasos de su propio proceso de reformas. Buscó presentarse así como modelo democrático a seguir por los nuevos regímenes y como un ejemplo regional de nación exitosa. El hincapié en la transformación democrática de los países de Medio Oriente afectó, sin embargo, la relación de Turquía con el régimen sirio: luego de que fuera rechazado el pedido de reformas del gobierno turco por parte del régimen de Assad, Erdogan manifestó su apoyo al grupo opositor, ante el temor de que la guerra civil que comenzaba a gestarse en dicho país traspasara las fronteras y desembocara en una ola de violencia en el territorio turco.

La guerra civil en Siria afectó profundamente a Turquía, que comparte una amplia frontera con dicho país y posee una significativa población kurda en su territorio. El conflicto en el país vecino reavivó la actividad armada del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en suelo turco. Por otro lado, el recrudecimiento del conflicto sirio y la aparición del grupo denominado Estado Islámico dificultaron aún más la posición de Turquía, que fue acusada en un principio de tratar con indulgencia a los miembros de este último grupo y de no controlar su paso a través de su frontera. Más adelante, Ankara finalmente endureció su posición, uniéndose a la coalición internacional liderada por Estados Unidos contra dicha organización. A partir de entonces se convirtió en blanco de ataques dentro de su territorio, que afectaron su estabilidad política y económica.

La posición de Turquía ante la crisis siria modificó asimismo las relaciones con el aliado tradicional de Damasco: Irán. Este último manifestó su apoyo al mantenimiento de Bashar al Assad, ya que su histórica alianza con dicho gobierno era un pilar fundamental de su posición de influencia en Medio Oriente, y consideraba que quedaría aislado en la región si llegara a Siria un gobierno prooccidental.

Mientras tanto, en Egipto, luego de que el fervor democrático llevara al gobierno a un partido proislamista que fue visto con buenos ojos por el gobierno turco, el golpe de Estado de 2013 marcó el comienzo de tensiones entre ambos países. El nuevo gobierno egipcio fue considerado ilegítimo por Ankara, que condenó el golpe de Estado al gobierno de Mohamed Mursi. A fines de 2013, el gobierno egipcio declaró persona non grata al embajador turco en El Cairo y lo instó a abandonar el país denunciando la interferencia de Ankara en los asuntos internos de Egipto.

Por otro lado, las relaciones con Israel fueron sufriendo un constante deterioro desde la asunción del nuevo gobierno turco, particularmente a partir de la Guerra de Gaza de 2008, y luego en 2010 con el incidente del Mavi Marmara, un barco turco que en el contexto de la guerra fue asaltado en altamar por soldados israelíes, dejando un saldo de diez muertos y culminando en la interrupción de las relaciones diplomáticas entre ambos países.

Todas estas circunstancias llevaron a Turquía a una posición de creciente aislamiento en la región de Medio Oriente, lo cual fue dificultando cada vez más llevar a la práctica los lineamientos de la Profundidad Estratégica. El papel de potencia mediadora capaz de dialogar con todas las partes, que Turquía buscó detentar en los primeros años del gobierno del AKP, se vio sobrepasado por los hechos, y de esta manera comenzó a acercarse nuevamente a Estados Unidos.

La crisis del principio de cero problemas vino a demostrar que las buenas relaciones entabladas con los países de la región estaban en gran medida condicionadas por las circunstancias. En el caso de Irán y Siria, la presencia estadounidense en Irak constituyó un aliciente para mejorar los vínculos con Ankara, el cual desapareció luego del retiro de las tropas en 2011. Las modificaciones en el escenario regional luego de la Primavera Árabe llevaron a Turquía a ver afectados sus vínculos no solo con Damasco y Teherán, sino también con Bagdad y El Cairo.

Otro de los principios que encontró dificultades en su aplicación fue el de diplomacia proactiva y preventiva de paz. Fueron muchas las iniciativas de Turquía de mediar en diferentes conflictos entre países o grupos dentro de la región, sin embargo fueron escasos los resultados obtenidos. Ankara pudo brindar su apoyo en los procesos de negociación, pero estos no se tradujeron en acuerdos concretos. Esta tendencia pudo observarse, por ejemplo, en la mediación entre Israel y Siria. Respecto del conflicto entre Al Fatah y Hamas, pese a los esfuerzos de Turquía, fue finalmente Egipto quien fue reconocido como principal artífice del acuerdo final. De la misma manera, el futuro acuerdo respecto del plan nuclear iraní dependería casi exclusivamente de las negociaciones entre este país y las potencias occidentales, dejando a Turquía con escaso protagonismo en la cuestión.

Todos estos elementos pusieron en jaque las expectativas turcas respecto de su lugar central en la región, y de su influencia en el devenir de los acontecimientos a nivel internacional. Sin embargo, las características que llevaron al país a reclamar para sí ese lugar central, como su tradición histórica y su posición geográfica estratégica, continúan jugando un papel primordial en la política exterior del país y en sus relaciones con los demás actores internacionales. Es por ello que Turquía continúa gozando de una cierta autonomía y ejerciendo una influencia considerable frente a los escenarios de conflicto que atraviesan la región de Medio Oriente.

A nivel interno, las reformas democratizadoras impulsadas por la candidatura de Turquía a la Unión Europea se frenaron ante el estancamiento de las negociaciones para su incorporación como país miembro. A su vez, principalmente luego de las manifestaciones que tuvieron lugar en Estambul en 2013, que derivaron en una concentración de miles de personas pidiendo por la renuncia de Erdogan, el AKP comenzó a mostrar una tendencia hacia una restricción de la libertad de expresión y otros derechos civiles, reflejada en constantes censuras en los medios de comunicación, principalmente en el ámbito periodístico. Sumado a esto, el crecimiento económico experimentó también una ralentización desde la crisis de 2008, viéndose afectado asimismo por la inestabilidad regional y los reiterados ataques terroristas en territorio turco, los cuales dañaron principalmente a la industria del turismo, sector fundamental de la economía turca. Todos estos elementos constituyeron limitaciones al proceso de restauración sobre cuya base se constituyó la estrategia de política exterior del AKP.

Consideraciones finales

En mayo de este año, luego de que salieran a la luz tensiones dentro del partido gobernante turco, Ahmet Davutoglu se retiró de su cargo de primer ministro y fue reemplazado por Binali Yildirim, quien hasta entonces se había desempeñado como ministro de Transportes. Yildirim es considerado un leal aliado de Erdogan, por lo cual el cambio fue visto como una consecuencia de la ambición del presidente, que busca sustituir el actual régimen parlamentario turco por un sistema presidencialista, para dotarse de mayores poderes.

Bajo el mandato de Yildirim se emprendió una campaña para normalizar las relaciones bilaterales con Israel, Egipto y Rusia. Con Israel, los vínculos interrumpidos desde el incidente del Mavi Marmara de 2010 fueron restablecidos a través de un acuerdo entre ambos países. En cuanto a Rusia, el presidente Erdogan expresó sus disculpas luego de que las fuerzas turcas derribaran un avión ruso en noviembre pasado.

A lo largo del último año, Estambul, Ankara y otras ciudades turcas han sufrido diversos ataques de gran magnitud, atribuidos tanto al Estado Islámico como a grupos ligados al nacionalismo kurdo. Actualmente, Turquía participa en operaciones contra grupos separatistas kurdos, y contra militantes del Estado Islámico en su frontera con Siria. Sumado a esto, Turquía ha recibido miles de refugiados sirios a través de sus fronteras, lo cual conlleva una gran responsabilidad humanitaria y económica.

El 15 de julio de este año, un intento de golpe de Estado por parte de una facción del sector militar turco sorprendió tanto a los habitantes de este país como a millones de espectadores alrededor del mundo. Luego del fracaso de esta maniobra, el gobierno turco emprendió una serie de medidas que incluyeron la declaración del estado de emergencia, la detención de cerca de 11.000 personas, el cierre de instituciones educativas, organizaciones y sindicatos, y despidos masivos en diversos sectores. Frente a este escenario, resulta imperativo seguir con atención los sucesos que involucran a este país que, pese a las limitaciones encontradas por sus expectativas en política exterior, continúa ocupando un lugar de ineludible importancia en la región de Medio Oriente.

Autorxs


Nahir Isaac:

Licenciada en Relaciones Internacionales. Asistente técnica en el Instituto de Cooperación Latinoamericana (ICLA) de la UNR. Adscripta de la cátedra Problemática de las Relaciones Internacionales. Miembro joven investigador del IREMAI y del PEAB (PRECSUR).