Tradición e innovación en la política exterior rusa

Tradición e innovación en la política exterior rusa

Tras unos primeros años de reacomodamiento luego de la disolución de la URSS, Rusia vuelve a ser un actor imposible de ignorar para cualquier decisión importante en el mundo y en particular en el Medio Oriente. La nueva política exterior, caracterizada por la intervención militar lejos de sus fronteras y sin haber sido agredida, mueve una vez más el tablero mundial y abre un interrogante sobre los escenarios futuros.

| Por Claudio Ingerflom y Martín Baña |

La recuperación de la gobernabilidad en Rusia y la influencia decisiva del complejo militar y de seguridad en el poder después de los caóticos primeros años que siguieron la disolución de la URSS se acompañan por una política exterior que, por un lado y sin sorpresas, asegura algunas continuidades y, por el otro, puso imprevistamente en evidencia varias novedades de primera importancia.

Comencemos por las continuidades. Si efectuamos un rápido y muy general pantallazo del pasado observamos una preocupación recurrente del Kremlin en cuanto a su entorno geográfico inmediato. Recordemos que aproximadamente desde la segunda mitad del siglo XV y luego de la liberación del yugo mongol que pesaba sobre los eslavos orientales, los distintos principados y ducados de la región reconocieron o tuvieron que aceptar la supremacía de Moscú. A partir de ese momento la expansión moscovita se hizo realidad en varias direcciones: hacia el este con la colonización de Siberia; hacia el sur con las incesantes guerras contra distintos pueblos y en particular contra la Puerta por la costa norte del Mar Negro; al sureste con la conquista del Cáucaso; al oeste y noroeste a través de continuas guerras con lo que hoy es Moldavia, Ucrania occidental, Bielorrusia, los tres países bálticos (Lituania, Estonia, Letonia) y Polonia; al norte para ocupar Finlandia. Doscientos años más tarde, hacia mediados del siglo XVIII, el resultado fue el Imperio ruso.

A inicios del siglo XX y como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y de la revolución de octubre 1917, Polonia recuperó su independencia por las armas, mientras que, paralelamente, los bolcheviques otorgaron la independencia a Finlandia y al Báltico (aunque recuperando una parte de Polonia gracias al acuerdo Hitler-Stalin en 1939). Más tarde, uno de los objetivos que Stalin siempre tuvo en mente durante la Segunda Guerra Mundial fue establecer alrededor de la URSS un bloque de países subordinados a Moscú del cual solo Finlandia se salvó (aunque para 1939-1940, y como resultado de la invasión soviética, ese país había perdido un tercio de su territorio).

Observamos entonces que: a) todos estos acontecimientos tuvieron lugar en una zona fronteriza o muy cercana a Rusia propiamente dicha; b) los ejércitos rusos, salvo como consecuencia de las invasiones napoleónica y nazi, o en otras circunstancias puntuales (por ejemplo, el ciclo revolucionario europeo de 1848), no se aventuraron lejos de las fronteras del imperio; c) la casi excepción que confirma la regla: la penosa aventura en Afganistán (1979-1989), cuyas secuelas político-militares todavía se están sufriendo.

Sintetizando: Rusia pretendió y consiguió ser un gran imperio terrestre. Los pueblos y países vecinos parecen tener la función de constituir un cinturón que: a) garantice una relativa seguridad a la nación rusa y b) fortalezca por su existencia misma una ideología imperial –muy difundida en la población y en las elites– fundada en la convicción que Rusia debe ser una gran potencia mundial y jugar un rol político e histórico decisivo. El actual poder ruso es un perfecto heredero de la tradición que acabamos de resumir.

Señalemos tres ejemplos de esta herencia. Desde 1991 los conflictos en Osetia del Sur y Abjasia provocaron un enfrentamiento entre Moscú, que alentó la fiebre independentista o prorrusa, y Tbilisi que intentó conservar esas zonas dentro de la república de Georgia. En el 2008 estalló la segunda guerra (la primera tuvo lugar en 1991-1992 cuando Osetia del Sur decidió separarse de Georgia) que incluyó el bombardeo ruso de ciudades georgianas. Fue corta y terminó con el reconocimiento de la independencia de Osetia de Sur y de Abjasia por parte de Rusia, una independencia que se parece mucho a una anexión de facto. Los Estados Unidos y una buena parte de los gobiernos europeos declararon su apoyo a la posición georgiana. Los motivos económicos de estos conflictos no faltaron, pero es interesante señalar que si durante la guerra Rusia utilizó el argumento de la defensa de los habitantes rusos y otros compatriotas de estas regiones, la retórica humanista se desvaneció cuando en el 2011 el presidente Dmitri Medvedev aseguró que las operaciones militares rusas en Georgia debían enseñar a Occidente que antes de pensar en la expansión de la OTAN tenían que pensar en la estabilidad geopolítica. Y lo cierto es que, por lo menos desde el año 2000, los Estados Unidos se propusieron expandir la influencia de la OTAN en el espacio post-soviético.

El segundo ejemplo tuvo como actor principal a Ucrania. De nuevo pueden ser evocadas razones económicas como oleoductos, petróleo, gas, etc. En realidad, el presidente Vladimir Putin ya había advertido que Polonia era el último país donde la OTAN podía establecerse. Ir más allá, o sea involucrar a Ucrania y a Bielorrusia, no sería aceptado. El carácter genuino de la protesta social y política ucraniana contra el régimen corrupto y oligárquico prorruso que cayó en la llamada rebelión de Maidan (nombre de la plaza de Kiev donde se concentró el pueblo) no se puede poner en duda. Pero la orientación de los nuevos líderes ucranianos hacia una integración con Europa y la política occidental que iba a su encuentro también fueron reales. Moscú reaccionó según la tradición: anexionó a Crimea (suerte de eslabón débil en Ucrania que le fue regalado por Nikita Jrushchev en 1954 pero que pertenecía al imperio ruso desde 1783), donde se encuentra Sebastopol, principal sede de la flota de guerra rusa en el Mar Negro, y mantiene en jaque al gobierno de Kiev. Los líderes de Estados Unidos y Europa parecen haber comprendido que la frontera occidental ucraniana es una línea roja intocable.

El tercer ejemplo es más reciente: el 30 de junio de 2015 la fiscalía general rusa abrió una investigación para verificar la legalidad de la decisión tomada en 1991 por las autoridades soviéticas de reconocer la independencia de las repúblicas bálticas.

Pero al mismo tiempo Moscú ha innovado en materia de política exterior y esto es evidente en la intervención militar rusa lejos de sus fronteras y sin haber sido agredida. Por cierto, Rusia puede evocar los atentados terroristas en su territorio, como lo hace hoy Francia. Sin embargo, y en ambos casos, el escenario es más complejo. Algún día los historiadores podrán establecer un balance de la aventura colonialista en Afganistán y en particular cuál fue el papel que esa guerra jugó en el despertar guerrero musulmán y su consolidación. Pero la disolución de la URSS no cambió el carácter de la política rusa hacia los pueblos no eslavos y en particular musulmanes en el espacio ex soviético. Basta como botón de muestra la falta de clarividencia de Moscú en el caso de Chechenia: no solo las guerras sino su apoyo a un régimen autóctono fundado en el terror. Los medios de comunicación dominantes en Rusia, casi sin excepción, sostienen las mismas tesis: los bombardeos en Siria son preventivos, responden a la necesidad de defenderse de los ataques terroristas, no tienen objetivos económicos, suplantan la lentitud de la política estadounidense….

Mientras escribimos estas líneas parece dibujarse el fracaso del presidente francés en organizar un frente con los Estados Unidos y Rusia para terminar con el así llamado Estado Islámico; al mismo tiempo que aumentan las informaciones sobre los objetivos de los bombardeos rusos: apuntan mucho más a la oposición anti-Assad en Siria (las bombas caen sobre las provincias de Alep y de Idlib donde se concentra la resistencia siria al dictador) que al EI (cuyo centro neurálgico es Raqqa, objetivo privilegiado del ataque francés). Si Francia no consigue una alianza clara con Rusia que incluya el objetivo de la destrucción inmediata del poderío militar y económico (este último es gigantesco) del EI y un proceso de transición en Siria que excluya al dictador Assad, y si Moscú continúa atacando como prioridad a la oposición siria, se confirmaría que el objetivo principal es hoy, y por mucho tiempo, afianzar por las armas lo que ya es una realidad: Rusia es un actor imposible de ignorar para cualquier decisión importante en el mundo y en particular en el Medio Oriente.

Si la disolución de la URSS dio paso en un primer momento a un mundo unipolar, el restablecimiento por todos los medios del poder dentro y fuera de las fronteras de la Federación de Rusia está reorganizando el planeta alrededor de dos polos militares y políticos, pero con un aspirante a ser el tercero: China, que luego de asegurarse un poderío económico envidiable, colocó en el orden del día el desarrollo de un gran poder militar.

Autorxs


Claudio Ingerflom:

Centro de Estudios de los Mundos Eslavos y Chinos. Escuela de Humanidades – Universidad Nacional de San Martín.

Martín Baña:
Centro de Estudios de los Mundos Eslavos y Chinos. Escuela de Humanidades – Universidad Nacional de San Martín.