Trabajo, desarrollo y economía popular

Trabajo, desarrollo y economía popular

El artículo caracteriza a la economía popular en la Argentina, detallando una serie de acciones de política que permitan superar la visión social que se tiene sobre la misma, permitiendo el escalamiento económico y productivo de aquellos que la conforman.

| Por Martín Navarro |

Millones de personas en el mundo y en la Argentina transitan una forma de economía que cada vez funciona peor. No solo concentra la riqueza de manera escandalosa a través de la timba financiera, además es una máquina generadora de pobres con un alto costo sobre el planeta y su biodiversidad. El papa Francisco, en una de sus primeras presentaciones, nos decía que debemos desarmar estas formas de pensamiento donde las sociedades se han vuelto indiferentes a la exclusión y marginación de millones de personas. La gran mayoría de los países desarrolla sus sociedades con una enorme desigualdad. Muchas veces me pregunto qué nos pasa como sociedad para no tener la capacidad de una reacción masiva ante la tremenda pobreza estructural que golpea a una gran parte de los argentinos.

¿Nos han domesticado desde el mercado para aceptar mansamente estas inequidades?

Esta pregunta no es un reproche para un sector puntual. Pero lo cierto es que más allá de lo que expresan los distintos sectores políticos y los distintos actores de nuestra sociedad, es evidente que estos sectores vulnerables no son parte de las políticas de Estado que buscan revertir este flagelo. El primer ejemplo categórico son los casi 800 millones de personas que viven en la pobreza en todo el mundo. A pesar de esos datos tremendos, el Banco Mundial sostenía no hace mucho tiempo que en los últimos años la pobreza había disminuido. Pero en 2019, el Reloj Mundial de la Pobreza, una organización que proporciona información y datos en tiempo real de los ingresos por persona, indicó que el ritmo del crecimiento de los salarios de aquellas personas está volviendo a disminuir considerablemente. En contraste con esos datos, hasta abril del 2019 apenas 26 de los multimillonarios que poseían más dinero, si sumáramos la riqueza de todos ellos, equivalen a la suma de los 3.800 millones de personas más pobres del planeta.

En la actualidad, la Argentina cuenta con un poco más de 45 millones de habitantes. Y aunque parezca un dato irreal, mientras nuestro país sigue siendo un gran productor de alimentos, aquellos argentinos que viven por debajo de la línea de pobreza son más de 15 millones. Según datos que surgen de los informes publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), más del 60% de los ingresos en la Argentina son de 19.000 pesos cuando la canasta básica de una familia tipo es un poco más de 31.000 pesos. Claramente, algo no anda bien.

La situación social es tan grave, que ya no solo es difícil conseguir trabajo o poder realizar changas. Lo más alarmante es que el problema se ha extendido al hambre. En este país al que apodan “granero del mundo”, donde se producen alimentos para 10 veces la cantidad de argentinos, cerca de 6 millones de personas (adultos mayores, adultos trabajadores, jóvenes y menores de edad) no logran acceder a las cuatro comidas diarias. No atender esta situación sería un suicidio social.

¿Qué está sucediendo con el trabajo?

Algunos organismos internacionales muestran que el 75% de los trabajadores del mundo no tiene una relación estable en el ejercicio de sus tareas laborales. Solo el 25% de los trabajadores tiene una relación laboral firme, de tiempo completo y con una formalidad reconocida. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) presentó en 2018 datos que generan una preocupante alerta para todos los trabajadores del mundo. Más de 1.400 millones de trabajadores tienen trabajos precarios y vulnerables, y se estima que en 2019 este dato crecerá en 20 millones. También es importante mencionar que alrededor de 200 millones de personas (cuatro Argentinas y media) no tienen acceso a ningún tipo de trabajo o empleo.

En la Argentina, durante la primera mitad de 2019 la tasa de desocupación superó después de muchos años los dos dígitos (10,1%). Lo más grave de todo es que este dato que informa el INDEC aún puede seguir empeorando. Las proyecciones que se manejan desde la consultora de recursos humanos Adecco indican que el crecimiento del empleo para los próximos años es poco probable. Cerca del 70% de las empresas no tiene en sus planes de negocios la intención de incorporar nuevos trabajadores a su planta de empleados.

Por otro lado, es importante destacar que la situación del empleo informal en nuestro país es cada vez más indignante. En 2017 los trabajadores en situación precaria alcanzaban el 47,9%. En 2018 este grupo aumentó en 1,4%, llevándolo al 49,3% de la población económicamente activa del país.

Estos datos nos muestran claramente en qué mundo estamos viviendo, y dejan en evidencia que el trabajo estable y con derecho cada vez será más difícil de crear si los Estados no introducen cambios estructurales.

Trabajo y economía popular

Los datos cotidianos demuestran que la “empleabilidad” ha quedado relegada en pos de la especulación financiera, el boom tecnológico y la maximización de ganancias. Bajo esta realidad se desarrolla la economía popular. Una definición posible para describirla sería: “La economía popular comprende a todos aquellos trabajadores o experiencias colectivas que permanecen a partir de sus propios esfuerzos, donde predomina el trabajo sin patrón, donde la producción o servicio son de baja intensidad (manual, artesanal, ecológica, etc.), con escasa tecnología, sin financiamiento y en su gran mayoría sin derechos”. El papa Francisco la definió en el encuentro de los movimientos populares en Bolivia como la economía que hacen los pueblos, los trabajadores, los campesinos y campesinas, los pueblos originarios.

¿Son pobres los trabajadores de la economía popular? Si lo medimos en términos de ingresos podríamos decir que sí. Es casi obvio describir que estos trabajadores tienen muchas dificultades para desarrollarse. Pero si los midiésemos en términos de capacidades, me animaría a decir que no. Es importante reafirmar que la economía popular no es la economía de pobres para pobres. Ni mucho menos pensar que desarrollar esta economía sea subsidiar la pobreza o resignar que estos trabajadores puedan ingresar al mercado formal de trabajo. Por otra parte, también es muy evidente que el “mercado formal” cada día se hace más chico. Imaginar un trabajo fordista para todos es una utopía casi más ambiciosa que el socialismo; asimismo, no tengo muy claro que, si se pudiera, esta fuera la mejor solución. Conocer, estudiar, interpretar y actuar sobre esta “economía” que involucra a millones de personas que decidieron ocuparse y organizarse gremialmente en torno al trabajo es una deuda de la política argentina.

Aunque tengamos que repetirlo mil veces, debemos comprender que la economía popular es la expresión de millones de trabajadores. El Estado por desconocimiento los fue encasillando en un lugar incorrecto. No son las políticas sociales mediante planes las que vayan a resolver los problemas de esta economía. Pensar políticas de desarrollo va a implicar ampliar la mirada de lo productivo. Esa amplitud debe incorporar a todos los actores de la economía. Si bien uno de los grandes problemas es la restricción externa, ampliar nuestra mirada productiva va a implicar incorporar a aquellos actores de la economía que producen sin la presión de los dólares. Debemos tener la capacidad de poder integrar todo en un plan de desarrollo común. La integración planificada que complemente la innovación, la ciencia y tecnología con el cuidado del planeta y las personas. El objetivo es que se puedan desarrollar cientos de miles de empresas pymes junto a los cientos de miles de trabajadores de la economía popular.

Desarrollo e integración

Cuando decimos que hay que pensar políticas de desarrollo comunes, en primer lugar hablamos de crear o integrar ámbitos institucionales que reconozcan estas formas de producción. No solo ser reconocidos como trabajadores, sino también como un sector que produce y brinda servicios. Ya no alcanza con el reconocimiento solamente. Ser reconocidos implica que el Estado amplíe su mirada sobre cómo generar trabajo. Una de las claves para que esta integración sea real es respetar los valores productivos y la competitividad que ofrecen sus trabajadores, la cual debe medirse con parámetros acordes a sus características.

Hay quienes sostienen que este “sector” cuenta con trabajadores con pocas capacidades, entendiendo que el Estado subsidia a personas para no trabajar, y la realidad marca todo lo contrario: cuando uno recorre la Argentina la economía popular aparece. Son trabajadores que nacen de la necesidad de trabajar. Un dato importante a tener en cuenta es que lo que recibe un trabajador de la economía popular como salario o ingreso vuelve rápidamente a la economía.

Cuando hablamos de ideas concretas, nos referimos a cómo el Estado debe promover el trabajo desde la economía popular integrado a las pymes, afianzando las distintas cadenas de valor. La construcción y mejoramiento de viviendas es central. Existe una alta capacidad técnica para ocupar trabajadores alrededor de esta industria. La Argentina tiene un 92% de población urbana, cuando el promedio del mundo es del 50%. El plan de viviendas debe contemplar e integrarse al modelo productivo. Un plan de arraigo con una mirada en la producción de alimentos. Desarrollar mercados de cercanía mientras vamos pensando a qué productos regionales les podemos agregar valor.

Por supuesto que todo esto no excluye el acceso al salario social complementario. Es evidente que la creación del salario complementario es de gran ayuda. Esta política, que surgió de la Emergencia Social en 2016, había sido pensada como un instrumento capaz de trascender la emergencia.

Plan social por trabajo

El camino que deben tomar las próximas políticas de Estado es el de reemplazar los planes sociales por una que genere trabajo. En la actualidad un alto porcentaje de estos planes requiere de una contraprestación a cambio de un ingreso. Debemos tomar la decisión de salir por completo del modelo asistencial. Este esquema también debe pensar nuevos marcos legales. No estaría de más repensar el monotributo social y la cooperativa. Si bien en muchos casos funcionan, es necesario poder pensar nuevos instrumentos legales que sean más representativos de las distintas experiencias asociativas. Es posible pasar del “plan social” al “trabajo con derechos”, garantizar la cobertura de salud y aportes previsionales, poder contar con el salario complementario y que participen de paritarias. En definitiva, que estos trabajadores accedan a todos los derechos laborales.

Cuando decimos que hay que pensar políticas comunes, en primer lugar hablamos de buscar nuevas formas de integración social. Tal vez el primer paso, tan fundamental como básico, es reconocer que una sociedad no debe tolerar bajo ningún aspecto la exclusión y la desigualdad que nos rodea. Una de las claves para que esta integración sea genuina es la de respetar los valores culturales y productivos que ofrecen aquellos trabajadores que se desarrollan en situaciones de vulnerabilidad, lo cual debe medirse con parámetros acordes a sus características. El Estado debe adecuar sus herramientas para lograr que el desarrollo de los distintos sectores sea sustentable sin dañar a otros.

Para ello es necesario comprender que los que desarrollan la economía popular no son desempleados sino trabajadores. Probablemente para una mirada tradicional tal vez lo sean. Es verdad que por un motivo u otro no han sido ocupados por el Estado ni por el sector privado como “empleados formales”. La realidad es que estos trabajadores supieron subsistir a pesar del maltrato por parte de una economía que funciona cada vez peor, y por supuesto por parte de la política que los visualiza solamente como un problema social y no económico. Por un lado, una gran cantidad de trabajadores ha logrado mantener sus formas de servicios o desarrollo evitando renunciar a sus saberes, y por otro, aquellos trabajadores que no han conseguido ser empleados o no han logrado desarrollarse en sus saberes han ido inventándose su propio trabajo.

Cadenas de valor

Se debe establecer en forma detallada la situación de todos los sectores para poder armar el rompecabezas social, cultural, económico y productivo. Es fundamental entender que todas las piezas son importantes dentro de la cadena de valor. Se debe evitar que se distorsionen los procesos productivos. Más allá de esta planificación, los trabajadores de la economía popular saben muy bien cuáles son sus oportunidades. Saben cómo llegar donde el mercado tradicional no puede. Conocen las amenazas y las resisten diariamente cuando otros actores dominantes se aprovechan de su poder. También saben cuáles son sus debilidades, como la falta de recursos para poder desarrollarse con vitalidad, y su mayor fortaleza, la capacidad de producir con muy poca inversión. Hoy en día el mejor camino para todos los actores parece ser la integración de todas sus partes a esta economía desarticulada.

En los últimos dos años, a pesar de las dificultades económicas, demostrando que no es un problema de capacidades, algunas cooperativas del conurbano bonaerense han logrado encarar soluciones de construcción sin ninguna dificultad técnica. Desde 2017 se han llevado adelante soluciones por más de 1.500 viviendas. En el barrio de San Jorge, de Varela, a fin del año pasado se entregaron 548 viviendas. Pero no solo fue un logro finalizar este primer proyecto, además la misma cooperativa realizó la terminación de una planta de tratamiento de residuos. En paralelo se entregaban las primeras 38 viviendas del barrio La Perla, de Moreno. En mayo de este año se comenzó con la entrega de las 104 viviendas de Campana. Durante julio se finalizaron 244 viviendas del segundo convenio del barrio La Perla de Moreno. En la actualidad se encuentran desarrollando 107 mejoramientos en Fiorito, Lomas de Zamora. 122 viviendas en el barrio Maquinista Savio, de Escobar. 156 viviendas en el barrio San Luis, de Varela, y 270 viviendas en el Barrio Lindo, de Almirante Brown. Bajo este esquema se han generado más de 2.600 puestos de trabajo directos e indirectos.

Un instrumento indispensable para sostener el avance de una solución integral es el acceso al financiamiento regularizado. En la actualidad solo pueden acceder a tomar créditos en lugares no regulados por el Estado, lo que significa un enorme lastre. Sin dudas contar con esa ayuda les permitiría a estos trabajadores contar con acceso a renovar herramientas, a financiar insumos, a poder ampliar o mejorar talleres, cocinas, locales, etc. También es indispensable abrir los canales necesarios para que estos trabajadores puedan acceder a créditos personales. Hoy ya existen tres actores importantes que pueden incorporar estas políticas, como el Banco Nación, el Banco Provincia y el Banco Ciudad. Otra política para impulsar estos trabajos es poder diseñar distintos mecanismos de subsidios que puedan ir desde mejoras impositivas hasta compensaciones por parte del Estado que promuevan esos trabajos.

Pensando las demandas internas y externas

Hay que tener claro que no hay camino posible para una sociedad viable si para ordenar la macroeconomía se dejan afuera las demandas internas. A mediados de 2019, un importante empresario argentino expresó de manera terminante un modo muy peligroso de ver la realidad: “Hay que permitir que haya sectores que desaparezcan y aparezcan otros”. La economía popular y muchas pymes hace tiempo vienen resistiendo o ya han sufrido lo que expresó este empresario. ¿Deben desaparecer los pequeños chacareros? ¿Deben desaparecer las panaderías de barrio? ¿Deben desaparecer los pescadores artesanales? ¿Deben desaparecer los cooperativistas productores de insumos para la construcción de viviendas? ¿Deben desaparecer los asistentes que brindan servicio del cuidado de adultos o personas con capacidades diferentes?

Nuestro deber es plantear una visión alternativa ante estas sociedades que promueven lo individual, que intentan deshumanizarlo todo y que van camino a un proceso de desintegración social. Decíamos que la “empleabilidad” está siendo jaqueada no solo por la revolución tecnológica, sino también por esta carrera por ser rentables a como dé lugar. Emplear para la mayoría de las empresas ya no es un objetivo primario. Sumado a estos dos problemas de la tecnología y rentabilidad, surge esta idea de que emplear es muy caro. La “empleabilidad” tal cual la conocemos está sentenciada a muerte. Ni realizando una flexibilización brutal se va a poder sostener lo que a lo largo de muchos años, al calor del industrialismo, fue una tríada poderosa: empresas, empleo y trabajadores.

Un acuerdo que garantice políticas de Estado

Los cambios laborales que hoy viven millones de personas cada vez se irán acelerando más. Hoy el mundo enfrenta una crisis social y económica muy grave. La desocupación y la falta de oportunidades son tan reales como dolorosas. Si los gobiernos no reaccionan y dejan que el mercado laboral se reduzca mientras por otro lado crean políticas sociales, el problema puede ser mucho más grave de lo que venimos analizando. Debemos entender que el “mercado” no puede ser el que regule la economía. Son los Estados los que han de ejecutar el rol de ayudar a la economía para que haya una ocupación plena.

Como describíamos al inicio de este texto, millones de personas viven sumergidas en una inseguridad laboral preocupante. Por un lado, los trabajadores de mayor edad no tienen la seguridad de si podrán acceder a sus jubilaciones. Por otro lado, si los trabajadores de la actualidad podrán sostener sus trabajos y, por último, la incertidumbre de los jóvenes de hoy para poder conseguir ocuparse en un trabajo con derechos. Además, la gran mayoría se encuentra adquiriendo conocimientos para oficios o profesiones que dejarán de existir.

¿Cómo será ese mundo donde un alto porcentaje de la sociedad será descartada?

Ante esta situación, es imperioso pedirles a los Estados de todo el mundo políticas que busquen proteger a sus trabajadores. Que logren poner en valor el hacer de las personas y el cuidado del medio ambiente. Incluso promover cambios sociales, educativos y culturales. Porque este problema no les atañe solo a los políticos o empresarios. La sociedad en su conjunto, con la mayor cantidad posible de instituciones, debe involucrarse para poder repensar y modificar todo lo que está sucediendo antes de que sea demasiado tarde.

Si por un momento logramos pensar más allá del sentido común establecido, y advertimos que el devenir de la exclusión social no es un proceso natural, seguramente podremos ver con más claridad el muy mal funcionamiento de esta economía. Y entender que existen intereses y negocios particulares que rompen con esta idea de progreso colectivo. Entonces, si logramos ver que la pobreza y la desigualdad estructural no son procesos naturales, seguramente vamos a poder diseñar herramientas que nos ayuden a corregir estos problemas.

Es imprescindible que pensemos juntos los puntos más importantes para este momento que vive nuestro país. Un acuerdo o contrato social debe poner foco no solo en terminar con la pobreza sino también en acabar con la indiferencia de gran parte de la sociedad. Ante tanta desigualdad, muchos anhelan un cambio positivo para el bien de todos. Porque a pesar de naturalizar los errores del capitalismo, esta sociedad, aun con muchas contradicciones, pretende un cambio que aúne el esfuerzo del Estado con la clase trabajadora y el empresariado.

Sabemos que no es fácil. Porque decidir el contenido de los cambios de fondo supone ir a lo más profundo de la grieta para definir prioridades. Por lo que un acuerdo social debe reflejar el sentir de todos, de lo contrario el proceso que se inicie será incompleto. De tal modo, es importante mencionar que, aun con un contrato que llegue a una concertación de un amplio porcentaje de la sociedad, el éxito de su implementación es un largo camino que toda la sociedad debe recorrer.

Necesitamos transitar irremediablemente caminos de acuerdos. En pleno siglo XXI parece una obviedad tener que pensar una economía con pleno trabajo y sin pobreza. Una sociedad que logre establecer que el sistema público de salud y educación sea gratuito y de calidad. Un país donde una de sus prioridades sea la ciencia y la tecnología. Una Argentina que estimule el desarrollo de sus habitantes, que sea capaz de erradicar el hambre. Un proyecto de país que piense el futuro de todos, que respete su historia y que viva este presente como el puntapié inicial para un Argentina donde nadie quede afuera.

Autorxs


Martín Navarro:

Espacio Atahualpa. Agenda Argentina. Responsable Mesa de Economía del Movimiento Evita. Coordinador de Investigaciones del Centro de Investigaciones Socioeconómicas de Buenos Aires (CISBA).