Sexualidades, salud sexual y el gobierno de sí

Sexualidades, salud sexual y el gobierno de sí

Nuestra cultura asigna al género femenino un rol de subordinación frente al masculino, impidiendo las relaciones simétricas entre varones y mujeres. Así, la equidad de género se convierte en una preocupación central para la educación de la sexualidad. El desafío es apostar a la naturalización positiva de lo sexual y a valorar a las personas por su calidad humana y no por su sexogenitalidad. Lograrlo dependerá de alcanzar respeto y cumplimiento irrestricto de los derechos sexuales.

| Por Jorge Pailles |

Decíamos en un trabajo presentado años atrás: “La incorporación de la categoría de género ha permitido comprender, analizar y cuestionar los comportamientos de varones y mujeres y de sus múltiples implicancias, ya que permitió reconocer que las relaciones no se forman de una forma natural sino que se deben a una construcción social que alude a aspectos culturales asignados de manera diferenciada a unas y otros. Mientras el sexo alude a las diferencias biológicas de mujeres y varones, el género define la red de creencias, expectativas, actitudes, sentimientos, valores, conductas, habilidades, actividades, etc. que diferencian a mujeres y varones como producto histórico de construcción social.

“Siendo que en nuestra cultura la asignación o rotulación de género se hace a partir de la diferenciación sexual biológica, que esta se traduce en una serie de inequidades sociales que implican la subordinación del género femenino al masculino; y que a su vez, esta situación imposibilita las relaciones simétricas entre varones y mujeres, la equidad de género se convierte en tema nuclear de la educación de la sexualidad y en uno de sus objetivos básicos”.

En rigor, deberíamos haber dicho que el género define la mencionada red de creencias, expectativas, actitudes, etc. que diferencian el comportamiento de las personas según su identidad sexual; como se puede apreciar, por entonces, la mirada lucía detenida en las dos sexualidades oficializadas: la sexualidad de la mujer y la sexualidad del varón.

El género incluye –redefinido y ampliado conceptualmente hoy– las diferencias de comportamientos, de actitudes y de actividades de las personas sexualmente diferentes. Sus contenidos, liberados de toda consideración biológica, dan legitimidad a las “otras” sexualidades, antes condenadas por sus prácticas sexuales, al considerárselas anormales, perversas y/o enfermas. La socialización, enmarcada por la pertenencia sociocultural, obra como resultado de las creencias sociales acerca de cómo se tiene que ser y del cómo deberán comportarse los integrantes de –y en– una determinada cultura. El mayor valor que la sociedad asigna a los varones y a la heterosexualidad ha originado una posición de desventaja para las mujeres y para los integrantes de las diferentes sexualidades, en este último caso asignándole a la heterosexualidad la posición rectora, hecho que en la práctica sociocultural obliga a las personas no heterosexuales a soportar problemas tales como un menor acceso a los recursos y oportunidades y a enangostar sobremanera las alternativas relativas a sus elecciones personales. La estrechez de miras de quienes obran a partir de juicios moralizantes da cuenta de una cultura caracterizada por los prejuicios sociales, la asimetría de poder y la discriminación sin reparos.

Se han experimentado algunos cambios, es cierto, pero queda un largo camino por recorrer; aún se debe reflexionar mucho sobre la naturaleza de lo sexual. Quedan sombras que iluminar, conocimientos por descubrir, resistencias, prejuicios y etiquetados por vencer y tensiones y susceptibilidades que salvar. La tensión entre el saber científico y el posicionamiento ideológico; entre las ciencias médicas y las ciencias psicosociales y estas últimas con los testimonios y argumentaciones provenientes del “campo sexual militante” son parte de las cuestiones a resolver. La sexología aún no ocupa el lugar de prestigio que gracias a sus aportes le correspondería tener, no lo ha logrado en el concierto científico, le faltan considerables espacios por cubrir en el pregrado universitario y en la atención hospitalaria. Hay quienes con autoridad distinguen la Sexología Clínica de la Sexología Social y Educativa; sin embargo esta última no se halla todavía instituida. Recordemos que esta orienta sus objetivos hacia las acciones preventivas, la consejería y, la Educación de la Sexualidad. Se ejercita a través de los profesionales de la salud provenientes del campo médico o psicosocial, quienes actúan como educadores de la sexualidad, orientadores o consejeros sexuales. Estudia asimismo los comportamientos y actitudes sexuales en forma metódica, bajo técnicas utilizadas por las ciencias psicológicas y sociales.

Existen, por otra parte, contradicciones por superar. Por ejemplo, se objeta la clasificación biológica varón-mujer como punto de partida sexual indicativo, al tiempo que se aduce que la persona transexual habita un cuerpo que no le pertenece, volviéndose así, inocentemente, a la posición antes objetada (“tienen un cuerpo de varón pero se sienten mujeres”). Del mismo modo se sustituye el término “cambio de sexo” por el nuevo “cirugía de reasignación de genitales”, cayéndose otra vez en evidente contradicción, ¿A cuál cuerpo pertenecen los genitales reasignados?

Desde el punto de vista teórico todo está bien, es universalmente aceptada la diferenciación entre la sexualidad y la sexogenitalidad, pero en la práctica educativa o de promoción de la salud se sigue cometiendo el error de reducir la sexualidad a la sexogenitalidad, casi como si fueran equivalentes.

La actitud profesional condescendiente, acomodada a lo que los otros dicen o hacen, sea para evitar polemizar con ellos o para no herir susceptibilidades y que oculta lo que uno de verdad piensa o debería decir, no hace más que agregar más confusión, en la línea misma de la definición entre lo científico y lo ideológico. Mucho menos sirve para profundizar los conocimientos vigentes.

Creemos que las personas transexuales, transgéneros y No conformes con su género tienen subjetivas razones para cuestionar o refutar las argumentaciones académicas, mucho más cuando estas, pese al esfuerzo realizado, no terminan de salir de su encierro biológico.

Sabemos que cualquier intento de definir a la sexualidad desde una posición científica choca contra la perspectiva personal de diferentes actores, quienes hoy tienen voz y voto por su militancia sexual o por los significados que dan a sus propias y subjetivas experiencias. La tarea no es sencilla, pero se deben extremar los esfuerzos para lograr también que todas las personas –sin retraimiento por su condición sexual– se responsabilicen a sí mismas, emprendiendo el camino de atención de su salud sexual, haciendo las consultas pertinentes al momento que les sea necesario hacerlas. No hace falta decir que los estereotipos y los prejuicios están instalados en las actitudes, percepciones y opiniones de un significativo número de personas integrantes del abanico de la diversidad sexual. No son pocos los casos que, basados en ellos, nada hacen para alcanzar mejoras en su salud sexual. El respeto exigido por y para los otros debe conjugarse con el respeto de las personas hacia su propia sexualidad.

Sin negar la importancia que la biología tiene, creemos que la práctica sexológica formativa y asistencial crecerá en extensión, calidad y profundidad cuando finalmente se independice de la clínica médica y se instale en lo psicosocial. Será cuando tome debida forma el redimensionamiento de la sexualidad y se comprenda y se respete la diversidad sexual, desde una perspectiva integral. Consideramos que quedarán atrás estereotipos y prejuicios así como las creencias establecidas durante varias generaciones sin fundamento racional alguno; confiamos en que se asistirá a una concepción no medicalizada de la sexualidad alejada de consideraciones patológicas o encasilladas como trastornos del comportamiento. La clínica médica redescubrirá su necesaria presencia para tratar los casos que requieran su intervención terapéutica, sin rotulaciones ni falsos planteos, simplemente orientada a lograr la salud sexual de sus consultantes o pacientes.

La sexualidad es mucho más que una simple enunciación de los órganos sexuales o de la transmisión de enfermedades. La compleja forma de presentarse en el mundo muestra que la identidad de las personas se construye en base a la vida misma, a los vínculos afectivos, al cuerpo, a sus capacidades, al género, al erotismo: todas estas dimensiones constituyen la sexualidad; en consonancia con la formación y la visión totalizadora de persona.

Si tanto hablamos de “ellos y ellas” y nos creemos liberados de prejuicios y tabúes mientras utilizamos los símbolos que enmarcan lo femenino o lo masculino (a/o) es quizá porque no nos hemos detenido –y tanto nos cuesta hacerlo– a ver y reconocer como personas a quienes tienen una sexualidad diferente a la nuestra. Es común escudriñar los gestos y las maneras de los otros, los que quedarán en sospecha o definitivamente condenados bajo la suposición de que sus relaciones sexuales son inter y/o intragénero; se asiste a la mirada detenida por el observador en lo genital y no en el valor o la calidad humana de la persona.

No es necesario en este breve trabajo apuntar a las diferencias enmarcadas en cada una de las sexualidades definidas al presente, ni de sugerir siquiera una puesta en valor de cada una de ellas; nuestro interés consiste en encontrar un punto de igualación y equivalencia, desde una perspectiva objetivada, al menos en el intento. Es necesario adoptar una nueva actitud –disposición de ánimo– frente a la problemática, cambiar el eje de observación, modificar nuestros criterios de acción, apostar a la naturalización positiva de lo sexual.

No obstante encontrarnos en un campo minado por las imprecisiones, fallas y faltantes hallamos una certeza que bien puede ayudarnos: la de los derechos humanos. Entendemos que es un buen punto de partida para aventurarse en el camino deseado.

Somos testigos de los avances obtenidos a costa de las antiguas concepciones enmarcadas en las “buenas costumbres”, la moral del deber ser y el poder masculino. No obstante es oportuno advertir que todavía quedan claros vestigios por superar. No puede dejar de observarse que los avances logrados aún no han servido para alcanzar la profundidad deseada, ni han sabido dar una respuesta total satisfactoria, ni tampoco han calmado el apetito esclarecedor de quienes nos esforzamos para que las personas sean reconocidas como tales, más allá de su identidad sexual, más allá del concepto de sexualidad al que cada una de ellas, obviamente de manera diferenciada, adhiere; sin discursos o posturas defensivas o “perdona vidas”, dándole a la vida el verdadero significado que en realidad tiene y que, como se sabe, cuesta sobremanera aprehender. A las malas costumbres se las siguen emparentando con lo sexual, el lenguaje cotidiano del insulto es una de sus muestras, el sexismo no se ha rendido y viene contraatacando con nuevos brotes atribuibles a la violencia de género, la moral del deber ser sigue marcando y guiando innumerables actitudes y conductas.

La Salud Sexual define el estado pleno de salud física y emocional de una persona. El goce de una vida sexual gratificante y una definida armonía entre los deseos, las decisiones y los sentimientos de la misma son una buena muestra o señal de ese estado. La percepción del dolor o del estado de bienestar, del goce o del placer sexogenital, la percepción de lo erótico y del punto individualizado de sensibilidad de las zonas erógenas, la sensibilidad puesta al servicio de los estímulos a dar y a recibir y la percepción de la orgasmia, son un claro indicio de salud sexual. Incluye, asimismo, la conciencia de la necesidad de cuidado personal y del desarrollo corporal, de la plasticidad corporal, de la estética.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que se requiere un “enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y de las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener relaciones sexuales placenteras y seguras, libres de coerción, discriminación y violencia”. Para lograr la salud sexual y para conservarla se requiere que los derechos sexuales de las otras personas tantos como los propios sean respetados, protegidos y cumplidos.

Los derechos sexuales constituyen un buen número de afirmaciones, entre las más destacables se encuentran el derecho de las personas a gozar de una vida sexual gratificante, a tener el control de su salud sexual (gobierno de sí), el derecho a ser respetado en el trato social y comunitario (tratar a la otra persona en función de tal y no a partir de su adscripción sexual), el derecho a ser socializado de acuerdo a tal adscripción, a tomar decisiones (saber decir sí cuando se siente el sí y saber decir no cuando se siente el no) y el derecho a recibir servicios asistenciales de calidad y calidez, cuando se necesite y se demande.

El escaso control que las personas tienen de su cuerpo y de su sexualidad muestra un cuerpo vacío de subjetividad, un cuerpo propuesto para ser manipulado por los demás, un cuerpo sujeto al poder de los otros, en actos signados por el menoscabo, la degradación y la humillación por parte del otro, y convierte a las personas en seres vulnerables a la explotación sexual, a la violencia, a los embarazos no deseados, no queridos ni programados y a las enfermedades de transmisión sexual.

En general las personas no tienen conciencia de su propio cuerpo, no viven el cuerpo como totalidad. Toda experiencia de sí y del mundo comienza y se sostiene a lo largo de la vida por el cuerpo, por el “cuerpo que tengo” y por el “cuerpo que soy”, el cuerpo es el sostén de la identidad. Es el cuerpo el que se expresa ante los demás, el que dice algo de nosotros mismos. La forma en que se percibe el cuerpo, las sensaciones y sentimientos que fluyen, las imágenes que se tienen del propio, las que creemos dar y las que generan u ofrecen los otros condicionan sin lugar a duda las relaciones afectivas y sexuales. Ni hablar del enlace que dichas imágenes, precisas o equívocas, tienen sobre el cuidado de la salud sexual.

El cuerpo y el decidir cuidarlo, el tomar las debidas decisiones para alcanzar aquello que se quiere lograr según los propios parámetros de vida, el brindarse la atención necesaria, el emocionarse, el desplazarse por el mundo de manera positiva, satisfactoria, el brindar y brindarse placer, ya sea en la intimidad o en el quehacer cotidiano, el cultivar el cariño, la ternura y el afecto son partes esenciales de la persona que entiende –aun teniendo en cuenta sus posibles equivocaciones– el sumo valor que conlleva el gobernarse a sí misma.

Son enemigos del decidir: el abandono, el aburrimiento, el dejarse estar, la obsecuencia, la indeterminación, la falta de un norte por el cual luchar.

La necedad e ignorancia, en oposición al gobierno de sí, designan el rechazo a prodigarse cuidados o al abandono de sí mismo, a vivir en la intemperie, en y con un cuerpo desguarnecido, indefenso, en ocasiones víctima de la intemperancia y el abuso ajeno. Un cuerpo que en el mejor de los casos se brinda por entregas parciales, sea en la intimidad o en el espacio sociocultural de cada uno.

El cuidado de sí como arte de vivir es una práctica subjetiva. Exige voluntad, temperamento, actitud positiva hacia la propia sexualidad, hacia el propio cuerpo y hacia la vida. La persona se constituye en un ser protagónico, como sujeto moral de sus comportamientos sexuales y sociales. Implica la elección de un estilo de vida, el conocer sus modos, aceptar los propios valores y aplicarlos. Posibilita la auténtica identidad, la autonomía de la persona como sujeto moral, el guiarse en conciencia hacia determinados objetivos. Implica anticiparse y adueñarse del propio destino.

Es la persona egosintónica, en conjunción y armonía consigo misma, en sintonía con lo que siente y desea, con clara disposición para tomar iniciativas en su vida la que muestra el camino del goce existencial.

Tan sólo creemos que el tener una actitud positiva hacia la vida, hacia la sexualidad y hacia el propio cuerpo en mucho ayuda a tomar los recaudos de salud pertinentes y a prevenir los efectos de los comportamientos indeseados.

Con frecuencia se sobrevalora el conocimiento y se desprecia, en ausencia, la formación actitudinal, no obstante saberse que más importante que agregar un conocimiento más a la biblioteca mental es saber qué se puede hacer en la vida práctica gracias a ellos.

Sólo la actitud positiva, correspondiente al deseo de aprender, garantiza un mayor cuidado de la salud. Puede conocerse todo acerca de la acción de cada uno de los métodos eficaces pero ello no termina por resolver el necesario uso de un anticonceptivo a la persona que no desea ni quiere embarazarse, tal como un fumador, aun conociendo el negativo efecto del cigarrillo, no hace nada por dejarlo.

El conocimiento del comportamiento fisiológico del mismo modo no es determinante para el buen estar sexual ni sostiene en sí la actitud del propio cuidado.

Algunas señales marcan el camino a seguir. Quizá la señal más relevante sea la de revalorizar el concepto de persona. Mientras se trabaje para que la ciencia avance en el camino de la unidad con los propios actores y sus subjetividades no deberíamos dejar de tener en cuenta que aquello que objetivamente iguala, equipara, lo que humanamente identifica, a las personas y sus sexualidades es justamente eso, el ser personas.

Autorxs


Jorge Pailles:

Sociólogo (UCA). Educador de la Sexualidad. Director de SOMOS AC y Consultor de Procesos Educativos e Institucionales. Diseño y ejecución de Proyectos de Capacitación en Salud Sexual y Reproductiva en Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Perú, El Salvador, Costa Rica y Venezuela.