Sexualidades de Oriente y Occidente. Dioses y demonios

Sexualidades de Oriente y Occidente. Dioses y demonios

En cada cultura la sexualidad está íntimamente relacionada con el conjunto de normas éticas y morales que regulan la vida social, esto es, está vinculada con la cosmovisión de esa sociedad. En las páginas que siguen, un recorrido por las raíces de la sexualidad en Oriente y Occidente que nos permite entender de dónde surgen los nuevos paradigmas y conductas que empiezan a manifestarse.

| Por Miguel Fernando Marlaire |

En el estado actual de la comprensión humana la sexualidad ocupa un lugar importante, generalmente aún oculta e incomprendida, y diferente en su concepción según la cultura del lugar.

En una primera instancia podemos dividir las culturas del mundo en dos hemisferios: Oriente y Occidente, pero en ambos las diferencias entre culturas que componen el mismo hemisferio siguen aportando muy diferentes criterios en el enfoque de la cuestión sexual.

Esto nos lleva a realizar permanentes aclaraciones sobre la cultura particular que estamos analizando para poder contextualizar un comportamiento tipificado de algún modo.

Así diremos que no es lo mismo el enfoque de la sexualidad en China que en India, ni el enfoque del Islam por ejemplo, si bien todas estas culturas están enmarcadas en un mismo hemisferio.

En todo lugar el manejo de la cuestión sexual en el humano tiene íntima relación con su cosmovisión. Diríamos entonces que el comportamiento de la persona en este aspecto se refiere directamente a las normas éticas y morales imperantes en su medio.

Esto no quita que haya muchas variantes en un mismo medio, pero la corriente del comportamiento está inicialmente orientada a la pauta socio religiosa.

De este modo podemos decir por ejemplo que las culturas judeocristianas se apoyan en la culpa en el momento de dirimir su acción en este ámbito de la sexualidad. Esta culpa viene dada por el mensaje de la desobediencia de Adán y Eva, que les valió ser arrojados del Paraíso Terrenal.

Si ahora sumamos el hecho de que el sexo como originador de la vida tiene en su poder un misterio, el actor en cuestión está en un grave dilema.

El citado misterio no sólo se apoya en la generación de otro ser con cuerpo, intelecto, volición e inteligencia, sino en el estado alterado de conciencia que significa el orgasmo. La naturaleza ha dotado al humano de este aliciente para seducirlo a realizar el acto que lo perpetuará y mantendrá la especie.

En más, la sociedad y las religiones se articulan con normativas que regulan la actividad sexual que se adecua a cada cultura.

Sexualidad y cosmovisiones

En los dominios del hinduismo la categorización de la mujer como engendradora del universo en la figura de la diosa Shakti, refundadora, aniquiladora y temible como la diosa Kali, cobra una importancia activa en el imaginario popular, lo que se traslada a la unión sexual. Así por ejemplo el respeto que se le debe a la mujer hace que la consumación del matrimonio, una vez formalizado, demore todo el tiempo que la mujer crea necesario. El varón dormirá a sus pies fuera de la cama nupcial hasta que su mujer lo invite al lecho. Esto puede demorar semanas.

Los compromisos matrimoniales se pactan aún hoy entre las familias mientras los futuros contrayentes son aún pequeños. Esto hace que al llegar al matrimonio no se conozcan siquiera. Por este motivo es factible que el deseo sexual juegue por banda separada, o que también en el hacer cotidiano y al construir su hogar los esposos comiencen a percibirse y el amor finalmente aparezca.

En los albores del hinduismo aparece el tantrismo como una fuerte corriente interna que promueve la cópula con abstención de la eyaculación para lograr el beneficio del Samadhi. Se trata de obtener la permanencia en un estado de paz interior. El Samadhi es un estado alterado de conciencia que se obtiene por gracia, y el Tantra dispone de las herramientas necesarias para suscitar su aparición graciable. Es un estado de iluminación. Enfatiza la transparencia que existe entre la cópula humana que denomina maituna, con la cópula divina entre Shakti y el dios Shiva que da origen al universo.

A su vez la figura activa de la diosa Shakti se traslada al rol de los participantes del maituna en el hecho de que la mujer es preferentemente activa mientras que el hombre asume un rol pasivo.

Como se ve en este caso, la divinidad se proyecta en el uso de la sexualidad humana de un modo natural, desconocido en otras culturas donde incluso ha sido censurado por milenios como impuro.

El budismo es un desprendimiento del hinduismo, con la modificación de que el Buda propone una guía de ocho pasos, todos ellos asertivos, para obtener la iluminación (Samadhi), basado en el hecho de que es bueno para el espíritu dejar de lado el sufrimiento por este medio. Centra su accionar en el dejar de sufrir. Aparece entonces el amor en la medida de la compasión (karuna), siendo extensible a todo humano.

El budismo no conforma una religión deísta (con dioses), y por lo tanto compone una filosofía de vida. Por este motivo no existe una normativa sexual, salvo un cierto moderado ascetismo para los monjes.

Busca la felicidad basada en la rectitud en la vida. Se trata de no ser esclavo del deseo, pues el deseo trae aparejado el sufrimiento posterior. Por este motivo la sexualidad resulta mesurada.

Existe una vía sexual para obtener la iluminación (Samadhi) al igual que en el tantrismo. Esto implica controlar la eyaculación.

En China coexisten tres cosmovisiones: el taoísmo, el confucianismo y el budismo (originario de la India). En todas ellas no existe el contacto con la divinidad desde el punto de vista normativo de la sexualidad. El taoísmo promueve las prácticas sexuales de idéntico modo que el tantrismo, pero con distinto objetivo: el control eyaculatorio para obtener salud y larga vida. Aquí el varón mantiene el rol preferentemente activo y la mujer el pasivo, a diferencia del tantrismo.

La falta de acción de un dios para regular las actividades de las personas hace que los chinos tengan mayor libertad sexual en el fuero íntimo, y por lo tanto menos temor a incursionar en conductas sexuales erróneas. Las normativas son de orden social para fomentar el respeto y la convivencia apacible, pero no hay prescripciones respecto de la actividad sexual.

Modernamente el Estado ha prohibido formar familias con varios hijos, dado que el enorme número de habitantes pone en riesgo la gobernabilidad del país y la superpoblación estallaría en hambrunas y carencias. Esto ha ocasionado opresión en las prácticas sexuales del pueblo.

A su vez el confucianismo también enfatiza la preeminencia de la función social del individuo, actuando en el mismo sentido que el taoísmo.

En el Islam la cuestión sexual se radicaliza en grado sumo. El Corán establece la normativa como palabra divina, sin posibilidad de discusión ni evolución. Como religión planteada inicialmente para el hombre del desierto, somete totalmente la voluntad de la mujer al varón. Establece que es preferible el matrimonio y promueve la sexualidad en la pareja marital en todos los casos. No concibe al hombre célibe, pero a su vez castiga duramente a la mujer que se hace impura al copular fuera del matrimonio.

Esta situación hace que entre los jóvenes varones se propicien relaciones sexuales para atemperar el deseo. La religión es muy estricta en todos los aspectos y estipula siempre el predominio de la ley islámica basada en El Corán.

A su vez la situación de la mujer en estado de menstruación la vuelve impura y no se la debe penetrar. Se permiten caricias, pero se recomienda no invadir la zona púbica.

El Islam admite varias mujeres para un solo hombre, debido justamente a que en el desierto el hombre está más expuesto a encontrar la muerte en las guerras por defender el territorio que siempre se ve amenazado dado el poco alimento que allí se encuentra. El límite a la poligamia está dado por la prescripción de que todas las mujeres deben ser cuidadas del mismo modo, lo que incrementa los gastos del marido.

Esta particularidad de la poligamia es la que ha posibilitado el ingreso del Islam a gran parte de África, ya que las tribus tienen el mismo cuadro de carencia masculina por las guerras tribales y los peligros de la caza.

La promesa de un paraíso bucólico, pero la amenaza de un infierno feroz y eterno, motivan al musulmán a no desobedecer la ley coránica. Aparece un desmedido “temor de Dios”. Aquí ya no cabe la culpa como en el judeocristianismo, sino que impera el temor.

En tanto, en Occidente la situación imperante en la cuestión sexual acontece a partir de una cosmovisión judeocristiana, y en el nuevo continente levemente teñida por las culturas precolombinas.

Un puritanismo exacerbado, victoriano, dejó su huella. La bíblica frase “…y se vieron desnudos…” por la situación de Adán y Eva luego de transgredir el mandato divino, asocia al cuerpo y los genitales al pecado. Esta sentencia se ha estigmatizado con el correr del tiempo hasta llegar a nuestros días.

El proceso sigue siendo relatado por el Génesis, cuando luego de cometer la falta Adán se percata de que Yahveh su Dios paseaba por el jardín del Edén, y se esconde. Al ser llamado y ubicado se excusa diciéndole a Yahveh: “Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo. Por eso me escondí”. Aparece el miedo asociado a la desnudez de los genitales.

Con el correr del tiempo esta situación enraizada en el imaginario humano encierra a la cuestión sexual dentro de un manto de impureza, miedo, castigo, ocultamiento.

Pero Occidente tiene también otras raíces en la cultura grecoromana, donde los dioses representan arquetipos que develan patrones de existencia y de conducta. En estos la libertad de expresión de la sexualidad encuentra cauce, por ejemplo la pasión en Dionisos y su homólogo romano Baco, el amor en Afrodita y su homóloga romana Venus, el amor entre varones en Eros (dios griego) así como el deseo amoroso en el dios romano Cupido.

La cosmovisión grecoromana enriquece las posibilidades de rescatar a Occidente del ocultamiento, el temor y la vergüenza sexuales, condicionados por el judeocristianismo.

En América la cultura Mochica del norte de Perú nos ha dejado el legado de su sexualidad profusa en posturas reflejadas en vasijas de muy variadas formas. Esta cultura data desde principios de nuestra era hasta el año 800.

Estos huacos eróticos nos cuentan de la naturalidad con que era tratada la cuestión sexual en América precolombina, y si bien el contexto cultural tampoco era homogéneo, nos permite establecer las coordenadas que desde ese ambiente llegan a nuestros días. El planteo erógeno es en estas comunidades armónico con la naturaleza y los animales.

En organizaciones más complejas como la maya y la incaica se establece una referencia de pureza en ciertas jóvenes que se reservaban vírgenes para los servicios a la nobleza y los sacrificios rituales.

La proyección de la sexualidad en el mundo que se inicia

Este breve paneo por los dioses y demonios que conforman el sustrato de nuestra conducta sexual nos convoca al tercer estamento que conceptualiza la filosofía actual: la reducción erótica. Esta provee el reconocimiento del proceso de erotización que está modificando rápidamente la posición del humano ante la cuestión sexual. En otras palabras, más allá del “pienso luego existo”, en el reconocimiento del ser, el tercer punto de apoyo surge con la aparición del “otro”.

La globalización del planeta y el consecuente nacimiento del Cuerpo Social Humano a partir de la intercomunicación global, junto a la reciente desconexión posible entre sexualidad y progenie, están desatando el nudo gordiano de la cuestión sexual.

En este sentido, nuevos paradigmas y conductas múltiples muy incipientemente están saliendo a la luz. Esto posibilita una realización erótica sin temores, sin culpas, con responsabilidad y sobre todo con la consciente manifestación de la fuerza y capacidad modificadora del amor como expresión de la energía más poderosa del universo.

Indefectiblemente las capacidades humanas que posibilitan el genuino proceso de erotización terminarán por explicitarse y universalizarse.

En el actuar de la dupla amatoria, cuando erotizo al otro, este me identifica en plenitud, ya que mi acción lo ha develado en la glorificación de su carne. Este proceso de erotización transcurre en una afectación recíproca. Se trata de un proceso que se vive de a dos, y que se multiplica en díadas hasta el infinito conformando una totalidad amatoria. Lo interesante de este proceso de amor es que su universalidad resulta de la sumatoria de individualidades interconectadas. No existe el amor universal desapegado del contacto humano. Sólo puedo amar a quien entra en contacto conmigo.

La sexualidad en el humano habrá ascendido entonces un peldaño más en la escala después del animal.

Una vez conocidos y explicitados los beneficios de esta nueva circunstancia, se romperán las barreras prejuiciosas que han anclado este nuevo proceso amatorio humano.

A partir de la asunción de la humanidad al estado de Cuerpo Social Humano, este reconocimiento del proceso de erotización se volverá cada vez más necesario. Será preciso generar un permanente pulsar de diástole y sístole en el dar y el recibir amor para posibilitar la circulación de este fluido necesario a la vida de la nueva especie humana en el Cuerpo Social Humano recientemente creado. Podemos decir entonces que en el siglo XX parió la humanidad. Todo está comenzando.

Autorxs


Miguel Fernando Marlaire:

Ingeniero UBA. Estudios Orientales USAL. Docente de Fundación Columbia, cursos sobre espiritualidad: El despertar del Maestro Interior.