Poemas comentados a partir de vivencias en la India
El autor, exrepresentante diplomático en la India, nos muestra y explica el origen de algunos de los sonetos inspirados en su experiencia en aquel país. Las escenas descriptas, algunas soñadas y algunas vividas, se nos revelan en un conjunto de versos, dejando al descubierto las expectativas, los sueños y los deseos.
Esta selección de poemas obedece más a la amistad que a otros motivos. En efecto, es por el interés de conocidos indios en mi poesía que, al no hablar mi lengua, emprendí para ellos la tarea de traducir algunos de entre los muchos versos que la India ha provocado en mí. Sentí que debía intentar acercárselos, como tributo a su pertenencia a este suelo. Los comentarios refieren a las circunstancias que rodearon el surgimiento del poema.
I
Comienzo por un soneto que tiene su curiosa historia.
A mediados de 2008, bastante antes de que me ofrecieran venir a la embajada en la India, recibí en Buenos Aires un correo electrónico que concluía con esos consejos o apercibimientos, más bien, que se atribuyen a Gandhi, aunque hasta ahora no he conseguido que nadie aquí me confirme su autoría ni los he encontrado en las colecciones que recogen pensamientos suyos.
Su contenido y su sabiduría me impresionaron tanto que decidí componer un soneto que los reflejara y enmarcara, como quien fabrica una preciosa caja con los mejores materiales de que dispone y el mayor arte de que es capaz, para guardar una joya a la que estima sin duda mucho más valiosa que la caja misma.
Como ven, empiezo con un poema no escrito en la India, como sí lo son todos los otros, sino en la Argentina. Y mucho antes de que Bharat me tendiera al llegar sus manos amistosas.
Es decir que, ya de entrada, no cumplo con lo prometido; quizá porque, como suele suceder con la poesía, señalo en una dirección pero aludo a algo que no está, o ya no está o no está ahí ahora, en un escamoteo de ideas e imágenes que se superponen o se suceden como acordes de música. Y al fondo, si se lo ha logrado, trasluce la verdad.
También es porque, para mí, que creo que la poesía transforma la realidad desde el momento en que es compuesta, aunque nadie la lea o escuche más que su autor –él mismo para mí sólo voz o instrumento–, el meterme yo en ese pensamiento de Gandhi Ji y a su vez meter también ese pensamiento en la caja que me hice para él, fue, más que las órdenes burocráticas que formalmente así lo dispusieron, lo que me trajo aquí.
Como ven, empiezo por una realidad que, a mi entender, aunque parezca estar solo en las palabras, es la realidad en virtud de la cual funciona la que percibimos como apariencia.
Los consejos del Mahatma parten precisamente de nuestros pensamientos para conducirnos, por un camino de consecuencias no fatales sino –y precisamente por ello, mucho más peligrosas– voluntarias.
Por lo demás, y aunque quizá me esté metiendo en camisa de once varas, siento que esa sucesión de idea, palabra, acción, hábito, destino concatenados implica una noción de libertad de elecciones en la vida de la persona que resulta de una originalidad radical en el conjunto del pensamiento antropológico de los países orientales.
En 2010, unos dos años después de haberlo escrito en castellano, me propuse lograr una versión inglesa del soneto, pero respetando la forma, cosa que no me ha preocupado tan minuciosamente en las versiones de los otros, cuya traducción ha sido, como dije, más bien un esfuerzo para poder brindar a los amigos que no conocen nuestra lengua, el contenido de estos versos.
En este caso, traté de que en inglés fuera también un soneto, como homenaje a su inspirador y en el mismo ánimo artesano de quien construye esa preciosa caja de la que hablaba, pensando guardar en ella algo aún más precioso.
DIJO EL MAHATMA
Cuidado con aquello que has pensado:
se hará palabra cada pensamiento
y esa que sostuviste con tu aliento
acto será cuando la has pronunciado.
Considera tus actos con cuidado:
darán a tus costumbres fundamento
y las costumbres, de uno en otro intento,
tu carácter habrán así forjado.
Ese carácter ha de formar tu hado:
lo que hiciste de lo que te fue dado,
fórmula reiterada y conocida.
Es tu destino: la guía y el sustento
en que se orienta y cobra su alimento
por travesías del tiempo, tu vida.
II
Una de las primeras experiencias que tuvimos mi esposa y yo al poco de llegar a India fue un espectáculo de danzas; moyhianatam en ese caso.
Así me fui introduciendo poco a poco en la multiplicidad y variedad de estilos en la danza india.
No era mi primer encuentro: estando en Singapur tuve el privilegio de ver a un bailarín de kathakali, que representaba el incendio del palacio de Ravanna en Lanka, tras el rescate de Sita por Rama, solos él y su danza sobre el escenario. Y todo estaba ahí, en sus movimientos: el fuego, la desesperación del Rey Demonio, la destrucción del edificio.
Luego, poco a poco, asistí a representaciones en otros estilos, y –aun a riesgo de hablar de lo que desconozco, aunque no puedo menos que sentir, estando vivo– percibo en el kathak un vínculo, probablemente de origen, con el baile flamenco. O son los árabes –o, más ampliamente, los musulmanes– quienes lo establecieron a través de los lazos culturales que promovieron del Atlántico a Filipinas.
Pero este tipo de danza, al que he dedicado estas líneas, me impresionó por la repetición de sílabas –o así lo percibí– que el cantor entona casi sin acompañamiento instrumental, quizá con alguna esporádica intervención o contrapunto de la tabla –a la que también dediqué un soneto que no entra en esta selección–, y también ciertos momentos en que quien danza suspende su movimiento en una pausa, a veces en una posición sumamente difícil de mantener en equilibrio, y retoma su baile luego con toda naturalidad, como si estuviera caminando a sus anchas por un jardín. Todo dentro de una coreografía que se ve muy estricta, además de compleja.
Por lo demás, todo el esplendor del vestuario resulta, en su exageración misma, parte de la expresión, en lugar de ser rémora, como suele suceder en las formas de danza más comunes en Occidente, donde los agregados suelen entorpecer en lugar de acentuar la expresión de quien baila.
A la vez, y no puedo evitar el paralelo, ese esplendor evoca en mí el de los saris de las mujeres que he visto trabajar en obras en construcción, que, a pesar del polvo de la obra y de la evidentísima pobreza, suelen ser los más vistosos en diseños y colores que he visto en India. A esta impresión también me referí en otro soneto, casi al llegar, también ausente de esta selección.
Lo menciono porque es parte de las vivencias que seguirán conmigo cuando me haya ido.
El movimiento de la danza, además, es para mí una imagen bifronte: por un lado mira al cuerpo –lo más vivo y material– que la interpreta y pone en el mundo; por el otro, con todas sus convenciones y reglas, coreográficas y de vestuario, muestra a una sociedad tradicionalmente estructurada sobre bases fundamentalmente espirituales en tanto que religiosas.
El final en suspenso del soneto apunta a todo aquello que se percibe como imperceptible, pero que se sabe que está ahí. Se siente.
DANZA BHARATNATYAM
Bate tambor susurra sistro
planta paso talón giro piso punta
extática quietud que se barrunta
latido con que el corazón atruena
perlada de sudor toda la escena
de la piel brilla al oro que trasunta
la luz artificial y toda junta
reverberante en sílabas estrena
el mundo repitiéndose bailando
a tientas requeterrepetido lo intenta
su ser hacer cascabeles menudos
que animan los tobillos los desnudos
brazos ajorcas y la impedimenta
de tocado y collares… eso, cuando…
III
Jayurao fue, después de Agra, nuestra primera visita en la India.
Desde chico, había en mi casa una colección de libros de mi abuelo materno, español de León y anarquista, casi todos del siglo XIX, que incluía algunos sobre India.
En uno de ellos había ilustraciones –grabados, creo– que mostraban las esculturas de los templos que ilustran las enseñanzas, más conocidas en el mundo, del Kama Sutra y el Ananga Ranga, libros que en mi adolescencia leería ávidamente, sin que me hicieran falta ilustraciones.
Con nueve o diez años, calculo, me deleitaba en las imágenes. Sin necesidad de secreto, porque toda la familia aprobaba y elogiaba mi afición e interés por la lectura y el conocimiento. Y yo, aun tan pequeño, recuerdo haber apreciado –y aprovechado– la ironía.
Por lo demás, la presencia de Juan Gelman en Delhi, y su elección como visita de Jayurao, me confirmaron en mi deseo –ancestral, casi, por mi abuelo y por mi infancia– de conocer esos templos.
He hecho la visita una segunda vez, y en esa tuve un guía muy preparado, que me explicó los niveles espirituales que los templos implican en su arquitectura.
A pesar de lo cual no pude contenerme –tal vez herético por naturaleza– de señalarle que, más allá de los propósitos de liberación espiritual que el acto sexual implicara, las parejas o grupos que lo realizaban parecían disfrutarlo tal y como lo haríamos hoy día.
En la primera, en cambio, era un negociante del lugar, que nos acompañó sin grandes aspavientos, porque se suponía que no estaba ahí como guía, pero que nos hizo presenciar la ceremonia a la caída del sol en honor a Shiwa, en el único templo que permanece consagrado al culto, junto al recinto de los que se visitan.
Además, como dato singular, nos dijo que es dalit, y que de su familia es el único que ha llegado a una posición expectante, tanto por su negocio de antigüedades como por su condición de guía registrado.
Esa primera vez, a finales de mayo de 2009, los templos estaban llenos de ardillas, que son las inspiradoras de este soneto, junto con la efigie de esa belleza milenaria rodeada de efímeros jazmines.
LA ARDILLA EN JAYURAO
Mientras la historia de una dinastía
desarrollaba sus momentos vanos,
en recesos del tiempo, en sus rellanos,
la ardilla aquel sustento perseguía
que permitiera alimentar su cría…
Toda la maravilla de sus manos
el escultor volcaba en cuerpos sanos,
que bañan luces donde amor dormía.
Todas las posiciones y placeres
que un cuerpo a otro pueda dar, privado
de sí en su espejo, de sudor perlado,
la piel lenguaje a lo desconocido,
divino en ella y divinos los seres
que a través de sus velos ha transido.
Autorxs
Juan José Santander:
Exdiplomático entre 1973 y 2012 en las embajadas de Siria, Túnez, Venezuela, Singapur, Egipto, Marruecos e India. Miembro del Comité de Estudios de África y Medio Oriente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).