“Nunca tantos dependieron de tan pocos”: narrativas sobre las causas del contagio durante el confinamiento en el Perú

“Nunca tantos dependieron de tan pocos”: narrativas sobre las causas del contagio durante el confinamiento en el Perú

El trabajo discute la relación entre las narrativas populares, las estrategias comunicativas en el marco de una epidemia, y la comunicación gubernamental en el caso de Perú.

| Por Sandro Macassi |

A partir de la identificación del primer caso, el 6 de marzo de 2020, el gobierno peruano adoptó medidas para enfrentar la pandemia que se orientaron a la restricción de actividades. El 15 de marzo se decretó el aislamiento social obligatorio y como medidas complementarias se otorgaron bonos económicos “Yo me quedo en casa” (17 de marzo), y un bono independiente (22 de marzo) con el fin de paliar la crisis económica familiar subsecuente.

Sin embargo, los contagios siguieron en aumento llegando a 1.000 y a 50 fallecidos, por ello el 18 de marzo se estableció el toque de queda, el 26 de marzo el registro de infractores, y el 1 de abril el endurecimiento de las medidas de aislamiento, el 13 de abril se restringió la circulación a una persona por familia y el 14 se impuso un sistema de multas. Este fue el escenario de uno de los confinamientos más largos a nivel mundial.

Las sucesivas olas de las variantes del Covid-19 configuraron un escenario pendular caracterizado por la alternancia de fases de confinamiento y apertura. Generando en el gobierno una atención a múltiples puntos problemáticos en simultáneo: la identificación, seguimiento y control de los contagios; la atención primaria al inicio de los síntomas; la atención especializada (provisión equipos, camas UCI y doctores intensivistas) y la gestión de los problemas no sanitarios consecuentes de la epidemia. Sin embargo, todos estos procesos tienen un punto de partida que es el contagio entre personas debido al incumplimiento de cuatro principios básicos: d istanciamiento social, uso de barreras físicas, lavado de manos y resguardarse en los hogares.
El punto neurálgico de la gestión social de una epidemia fue la continua transmisión entre personas debido a la existencia de narrativas y discursos que operan como barreras cognitivas que hacen que los grupos poblacionales incumplan las medidas o no incorporen hábitos preventivos.

Antes de analizar dichas narrativas, cabe resaltar que la gran mayoría de personas cumplió las medidas, pero en este tipo de pandemia basta un pequeño grupo, por más pequeño que este sea, para que el virus se esparza exponencialmente. Si Churchill viviera, sin duda, re-frasearía su famoso dicho: en esta pandemia “nunca tantos maldijeron tanto a tan pocos”.

Las narrativas de la idiosincrasia

Inmediatamente después de iniciado el confinamiento social obligatorio fue obvio que no todos cumplían ni querían cumplir las medidas de distanciamiento social e incorporar prácticas preventivas. Una de las narrativas que surgió en las redes sociales y en los medios de comunicación fue la narrativa de que el culpable de los contagios era la idiosincrasia del peruano. Se les etiquetó como irresponsables, inmaduros, tercermundistas, desobedientes, primitivos, ignorantes y hasta “criollones”.

Las personas, tanto de países industrializados como de países emergentes, adultos como jóvenes, hombres como mujeres, y personas de todos los niveles sociales transgredían las normas preventivas. Sin embargo, en el espacio público nacional se esparció la narrativa de que la idiosincrasia del peruano era la principal causa del incumplimiento de las normas. Se trataba de una narrativa anclada en el pasado, inevitable y determinista.

Ciertamente la culpabilización de la “plebe” no es nueva en el país y ha sido una narrativa recurrente de las elites (junto a la “herencia colonial”) para explicar el “subdesarrollo” y los males nacionales. Como era de esperarse, la solución a esta rémora del pasado era la mano dura y un Estado policiaco que coaccionara a los ciudadanos a través de medidas autoritarias.

La narrativa del determinismo económico

Al mismo tiempo, surgió otra narrativa, según la cual el Estado era el culpable del incremento de los contagios, debido a que es un Estado rentista, achicado a martillazos neoliberales, drenado por empresas que se nutren de la informalidad, incapaz de revertir el hacinamiento en los hogares y la informalidad económica que empujan a las poblaciones a salir a las calles y arriesgarse al contagio.

Frente a esta descripción estructuralista de las causas de los contagios, la expectativa de los críticos era que el gobierno de turno transforme, en pocos meses, las condiciones de vida de las y los ciudadanos para que puedan cumplir las normas. Lo cual era ciertamente un despropósito debido a la emergencia sanitaria y a la incapacidad de las elites gobernantes para consolidar un estado de bienestar desde hace doscientos años.

Si bien era cierto que durante la cuarentena numerosos grupos de personas salieron a los mercados a vender como una medida desesperada para cubrir sus ingresos, no siempre se respetaban las medidas sanitarias, lo cual expandía el contagio. El trabajo informal no estaba reñido con la observancia de la distancia social, el uso de barreras y el lavado de manos.

De hecho, la venta ambulante de productos no era el único foco de contagio, las colas de los bancos, los mercados, los paraderos de transporte, se convirtieron en espacios de contagio debido a que las personas no incorporaban medidas preventivas. Ciertamente se sumó la incapacidad de la empresa privada y de gobiernos subnacionales para prevenir y gestionar estos espacios de contagio. Las instituciones intermedias que podrían cumplir un rol organizador o estructurador de los comportamientos preventivos no siempre lo han hecho y en ocasiones contribuyeron a la expansión del contagio.

Las narrativas sobre las medicinas naturales que previenen el contagio

De México a la Patagonia se consumió nopal, ajos, eucaliptos o canela, limón, carne de llama, con la creencia de que los preparados o infusiones crean defensas o curan el coronavirus. También se creyó que la combinación de métodos tradicionales con la automedicación es mejor que la atención médica primaria y de emergencia. Lo cual fue reforzado por el discurso de medios y líderes y presidentes que recomendaban el uso de medicamentos como la Cloroquina, cuya eficacia no tenía sustento científico.

Sin embargo, el uso de recursos naturales generó que el diagnóstico del Covid-19 fuera tardío retrasando el acceso a los centros de atención y cuando se recurría a los servicios médicos el afectado estaba en estado crítico.

Se creía, además, que el peruano por su precariedad económica estaba frecuentemente expuesto a bacterias y virus, por lo tanto, que de forma natural se estaba “inmunizado” contra el Covid-19 o que resistiría mejor los embates letales del virus.

Las narrativas sobre voluntad divina

Otras creencias que dificultaron la adopción de comportamientos preventivos fueron promovidas por algunas comunidades evangélicas que continuaron con sus cultos, mostrándose contrarios a las medidas de prevención. Ellos argumentaban que las restricciones van en contra de los designios de Dios, promoviendo que las personas bajen la guardia y se contagien.

El argumento sostenía que la oración y la asistencia a las reuniones bendecirían a los feligreses con la protección divina. Por el contrario, si se contagiaban o fallecían era voluntad divina de que sean llevados a su lado.

La narrativa sobre el bajo riesgo y la inmunidad individual

Al inicio de la pandemia muchos jóvenes argumentaron que no les iba a “agarrar fuerte” pues eran inmunes y que si se contagiaban serían asintomáticos, de modo que cuanto más pronto se inmunizaran, mejor. Por ello, durante la cuarentena fueron recurrentes las fiestas clandestinas, sin usar mascarillas ni respetando la distancia.

Otros, argumentando que la vida es la supervivencia del más fuerte, desafiaban las normas como una muestra de su virilidad, valentía y poder, narrativa que perpetúa el machismo. Se trata de las normas sociales intersubjetivas que se constituyeron en barreras que dificultaron la adopción de hábitos preventivos.

Estas narrativas reflejaron una perspectiva individualista, subestimando los impactos en la salud de sus parientes, en la economía de su burbuja de relaciones y en su comunidad en general. Además, muestra la escasa cultura de la corresponsabilidad, producto de contextos de sobrevivencia y amplios espacios de informalidad, de vidas en los márgenes de la economía y de las normas oficiales.

La narrativa sobre el alto costo de las medidas preventivas

Algunos líderes de opinión contribuyeron a restarles valor a los hábitos preventivos, apelando a valores de libertad y libre albedrío, sosteniendo que la salud pública es una decisión personal y el Estado no debe meterse en la libertad individual. En algunos casos este discurso se presentó como una disyuntiva bipolar, entre economía nacional o la salud colectiva: con el argumento de recuperar la economía se dieron discursos en contra de medidas y protocolos de bioseguridad.

Estas narrativas que desvalorizan la incorporación de hábitos preventivos generaron una desatención hacia el cuidado y la corresponsabilidad. No tomaron en cuenta que la lucha contra la pandemia involucra a todos los miembros de la sociedad y del mundo entero. La pandemia es el fenómeno de globalización más amplio de la historia de la humanidad, en el sentido de que lo que un ciudadano hace o deja de hacer afecta a todos los habitantes de este planeta.

La narrativa de la ineficacia de las medidas de prevención

Las controversias científicas internacionales también tuvieron eco en los líderes de opinión y en redes sociales nacionales que cuestionaron las medidas de protección y tratamiento. Estas narrativas disidentes socavaron la eficacia de la protección, sosteniendo que convenía contagiarse y ser inmune después, obteniendo la protección de rebaño.

Los casos de contagios y de muertes crecieron en el país, ubicando al Perú entre los países con más fallecimientos per cápita en el mundo. Pero también se incrementaron las críticas a la ineficacia de las medidas individuales y durante la apertura una generalizada no observancia de las medidas sanitarias que contribuyó al mayor incremento de los casos de contagios.

Narrativas sobre los retornos inmediatos de la transgresión

Estas narrativas son simples, basadas en frases como “vivir la vida al máximo”, son propias de sociedades orientadas al consumo inmediato, exacerbadas por narrativas audiovisuales que hicieron del consumismo un sinónimo de la juventud. Este comportamiento cortoplacista resulta difícil de revertir si no se abordan otros valores que tengan significante para los jóvenes.

Se puede observar que las normas intersubjetivas construidas como narrativas de audacia e invencibilidad al interior de los grupos estimulan la transgresión de las restricciones. Por lo tanto, el hábito grupal (como beber de un mismo vaso y apostar a quién se contagia primero) toma una significación adicional pues expresa una actitud contraria a la prevención y se instaura como una norma grupal intersubjetiva que la estimula y le da un soporte cognitivo (legitimidad grupal) y una percepción de autoeficacia (gratificación grupal).

Narrativas y gestión de la pandemia

En resumen, durante la cuarentena surgieron diferentes narrativas que operaron como barreras para la adopción de medidas preventivas o que restaron credibilidad a las medidas sanitarias. Estos discursos estuvieron más arraigados en unos grupos que en otros, y fueron difíciles de revertir en poblaciones excluidas y con carencias materiales.

Sin embargo, estas construcciones discursivas observadas como la inmunidad, la sobrevivencia o la desvalorización del riesgo no desaparecen por arte de magia cuando cambian las condiciones materiales que las originaron; cuando las condiciones económicas mejoran, estas perduran en el tiempo e incluso persisten generacionalmente. Por esta razón la tendencia a la transgresión persiste y puede y debe ser abordada desde una estrategia integral de comunicación.

Muchos de nuestros hábitos preventivos se basan en legados culturales, y, por lo tanto, no se pueden cambiar de la noche a la mañana por una norma o con publicidad que asuste a los ciudadanos. Asimismo, otros hábitos son producto de un largo proceso de interacción entre condiciones materiales, y narrativas, como por ejemplo la falta de una cultura preventiva se relaciona a las enormes barreras para el acceso a los servicios de salud, conformándose una práctica que posterga la atención primaria y recurre al médico solo en estado crítico.

Con esta discusión no pretendemos poner bajo la alfombra los grandes problemas de protección social, fragmentación del sistema de salud y las profundas desigualdades en Latinoamérica, sino discutir que existe una brecha entre el comportamiento social y las condiciones estructurantes que debe ser abordada desde una política pública de comunicación que se base en la promoción de hábitos preventivos que contribuya a reducir los riesgos.

A partir del análisis de las narrativas y creencias se observa que existen varias situaciones que diferencian a los grupos respecto del cambio de los hábitos sociales: los ciudadanos tienen información pero no creen necesario o eficiente cumplir con la observación de hábitos preventivos; que la ciudadanía desea asumir hábitos preventivos pero no tiene la información suficiente para que sus prácticas sean eficientes, y que las personas quiere n desarrollar hábitos pero las barreras materiales o prácticas sociales (rituales, presión social, espiral del silencio) no los lleva a tomar la acción correcta.

Gestión comunicativa de la pandemia

La gestión comunicativa gubernamental en epidemia tuvo al menos tres niveles: el primero tuvo la comunicación de las decisiones sobre el control de la pandemia (asertivas, tempranas, solidarias o compensatorias). Un segundo nivel fue la gestión a los problemas derivados de las medidas sanitarias (desabastecimiento, migración de retorno, etc.), y el tercero debió ser la comunicación para la promoción de los nuevos hábitos sociales necesarios para reducir los contagios y para que las medidas restrictivas tuvieran éxito.

Durante la etapa de confinamiento, la respuesta comunicativa del gobierno peruano ante la pandemia se orientó a promocionar las medidas de control del Covid-19 y al abordaje de los problemas subsecuentes de la gestión sanitaria, dejando de lado la comunicación para el cambio del comportamiento.

El 14 de marzo de 2020 el presidente Vizcarra se adhirió a la campaña internacional “yo me quedo en casa”, al igual que muchos influencers, líderes e instituciones. En esta campaña espontánea hubo una profusión de mensajes y piezas audiovisuales promocionando el aislamiento voluntario. Pero carecían de una coherencia y articulación y en muchos casos se trataba de comunicaciones emocionales pero que no abordaban las narrativas de los sectores resistentes.

El Ministerio de Salud (MINSA) produjo algunos spots abordando las principales recomendaciones sanitarias como: el aislamiento, distancia social, desinfección, uso de barreras de protección. Además de ser exiguos, se quedaron al nivel de recomendaciones generales, pues no se enfocaron en las prácticas cotidianas y en los dilemas que la población tenía a diario cuando asistía al mercado, tomaba el transporte público o hacía colas en los bancos para cobrar los bonos, lugares donde ocurrían los contagios.

En cambio, sí se desarrolló una intensa comunicación política centralizada en la figura del presidente Vizcarra, quien convocaba todas las semanas a los periodistas a una conferencia de prensa para responder a sus preguntas en un esfuerzo por transparentar la gestión de la pandemia y cohesionar a la población en la lucha contra el Covid-19.

Las alocuciones presidenciales se abocaron a enumerar las acciones, compras y decisiones para la gestión de la pandemia, lo cual incrementó la popularidad del presidente, posicionándolo como un “gestor eficiente” de la crisis.

En cambio, la apelación al comportamiento individual específico fue escasa, en ocasiones el presidente precisó el modo de transmisión que podría ocurrir si no se desinfectaban las compras del mercado llevando a la casa el virus. Estas “recomendaciones” no eran continuadas en la gestión comunicativa de los ministerios, pero tampoco se articulaban los productos comunicativos desarrollados.

La ciudadanía necesitaba información concreta sobre cuáles comportamientos eran los correctos e incorrectos en contextos concretos como los mercados, los bancos o el transporte.

Los voceros oficiales priorizaron una comunicación basada en “narrativas punitivas” en redes y medios sobre el incumplimiento de las medidas preventivas, sin combatir las noticias falsas o las narrativas que circulaban en redes sociales.

Hay que reconocer que existieron fallos críticos en la estrategia sanitaria como el cierre de los establecimientos del primer nivel de atención de salud, la escasez de oxígeno y medicinas, la falta de dotación gratuita de mascarillas, etc. Pero una estrategia comunicativa de cambio de comportamientos hubiera cuestionado las creencias que motivaban el uso de productos alternativos y hubieran evitado el retardo del ingreso al establecimiento de salud.

Conclusiones

Podemos evidenciar que el gobierno no implementó una estrategia de prevención para el cambio de comportamientos, sino que basó su estrategia comunicativa en la gestión política de las comunicaciones. Se apostó a que la comunicación constante y el hiperactivismo del presidente generaran cohesión y apoyo a las medidas preventivas y la población siguiera las cuatro medidas básicas.

Para abordar futuras crisis sanitarias no basta con hacer publicidad de las conductas deseables o un listado de los comportamientos a incorporar, sino que se deben desarrollar estrategias comunicativas que complementen la estrategia sanitaria. La estrategia comunicativa debe dialogar con las creencias y percepciones de los ciudadanos, bajo la premisa de que para que un nuevo hábito sea interiorizado es necesario desaprender el hábito anterior, cuestionando las narrativas que le dan sustento.

Para superar esta crisis sanitaria el cambio de hábitos supone, como en ninguna otra pandemia, una dependencia de otro. Aquí no cabe un enfoque individualista de cambio conductual, el cambio de comportamiento social implica corresponsabilidad y acción colectiva discursiva intensa, por ello la poca observancia de las medidas preventivas de unos pocos tuvo un gran impacto en la salud de las mayorías.

Finalmente hace falta dotar al Estado de una mejor infraestructura comunicativa para los casos de crisis como la sanitaria. Eso requiere de la formación de personal especializado en cambio de comportamientos, de invertir en una infraestructura de redes de comunicación comunitaria a nivel nacional y de normar el uso de franjas gratuitas para emergencia sanitaria en medios masivos, similar a la empleada en los procesos electorales, e implementadas de manera transparente a través de un consejo de notables.

Autorxs


Sandro Macassi:

Magíster en Comunicación, profesor asociado y coordinador de la Diplomatura de Comunicación Política de la Pontificia Universidad Católica del Perú.