Medio ambiente y recursos naturales, responsabilidades con las generaciones futuras

Medio ambiente y recursos naturales, responsabilidades con las generaciones futuras

La responsabilidad con las generaciones futuras no se trata sólo de guardar algo de lo existente, sino de crear las condiciones para la creatividad futura y la libre elección. Esto implica no destruir información, ni permitir que eso ocurra sin siquiera conocerla, sea esta cultural, biológica, ecosistémica o geosistémica. En este escenario, una estrategia que pretenda ser eficaz debería prestigiar aquellos rubros libres de competencia en los grandes mercados.

| Por Daniel Panario y Ofelia Gutiérrez |

Estas ideas son parte del informe generado para el subproyecto Derecho de las Futuras Generaciones en materia económica, social y política (coordinado por H. Sejenovich), dentro del Proyecto Las Futuras Generaciones (FLACSO).

Las responsabilidades de las generaciones actuales en relación con las futuras no deben ser reducidas a una concepción paternalista y como tal conservadora del mundo que habremos de legarles. Una postura científica en torno al tema debería pasar necesariamente por la predicción de cuáles elementos que hoy existen debemos preservar o crear las condiciones para que existan en el futuro, si es que aún no existen, pero resultaría deseable que las futuras generaciones pudieran optar por poseer. Dicho de otra forma, se trata no sólo de guardar algo –lo necesario– de lo existente, sino de crear las condiciones para la creatividad futura y la libre elección. Ello trae aparejadas algunas preguntas tales como: de qué manera abrir hacia el futuro los grados de libertad, qué preservar, y qué cantidad preservar, o sea que no es sólo un problema cualitativo (que sería relativamente de más sencilla resolución) sino un problema además cuantitativo.

La magnitud del espacio necesario para preservar a ultranza toda la información nos retrotrae con ligeras variantes a la posición inicial de preservar la totalidad de la biosfera, por lo que debemos estar dispuestos a perder información impertinente para una nueva situación del mundo, sea esta tecnológica, cultural o ecosistémica; o de lo contrario podríamos llegar a argumentar la necesidad de mantener (de forma forzada) a poblaciones humanas con todos los rasgos culturales primitivos que las caracterizan, como se desprende del enfoque de algunos antropólogos, con lo cual estaríamos dando fundamentos teóricos a una forma de apartheid.

Lo que las generaciones actuales no pueden es destruir información, ni permitir que eso ocurra sin siquiera conocerla, sea esta cultural, biológica, ecosistémica o geosistémica. Pero finalmente, ¿quién evalúa la información prescindible? Es obvio que la prescindibilidad de la información en muchos casos es dependiente de la cultura y que por lo tanto cada cultura debería contar con los medios necesarios para evaluar la información que le es pertinente por razones económicas, afectivas o religiosas.

Aquí surge entonces una de las mayores responsabilidades de las generaciones actuales, el permitir el desarrollo autónomo de cada cultura existente en el planeta atribuyéndole a cada una el mismo derecho y las mismas posibilidades de decidir sobre su ambiente. Condición necesaria para ello es el libre acceso a la tecnología existente, y libertad de opción de tecnologías, lo que a su vez requiere igualdad de oportunidades en hacer conocer la propia cultura y sus connotaciones, a través de una participación igualitaria en el acceso a los medios de comunicación.

En efecto, la comercialización de la tecnología y el acceso diferencial a los medios de comunicación de masas tienden a difundir las tecnologías existentes en los países centro, que aún se consideran la imagen objetivo de los periféricos, confirmando una filosofía positivista; en tanto las tecnologías generadas en los periféricos, que por razones históricas y geográficas se adaptan con menores modificaciones a estos, y producen menor número de disfunciones en la relaciones naturaleza-sociedad, se difunden con lentitud y son consideradas obsoletas, a tal punto que suelen ser el punto de referencia en cualquier investigación bajo el rótulo de “tradicional”, versus “mejorada”, nombre que invariablemente recibe la proveniente de los países centro.

La colonización de un paisaje geográfico por el hombre desde larga data, va generando por acumulación de trabajo y conocimientos obtenidos por prueba y error (o más modernamente por el avance científico) una estructuración del territorio en relación a su uso que tiende a responder a las necesidades humanas de acuerdo con la oferta ecosistémica.

Para que ello suceda debe haber una continuidad en las demandas de bienes y servicios, que permita generar la experiencia cultural necesaria para la generación de estos paisajes ordenados, siguiendo relaciones sociedad-naturaleza racionales y compatibles con la optimización de los recursos necesarios para su reproducción.

Tal construcción del paisaje permite una rápida readaptación del sistema a los cambios en las pautas de comportamiento social en relación a bienes y servicios en la medida que la sociedad en su evolución mantenga rasgos identificatorios de sí misma a través del tiempo.

En América latina, la dependencia que ha existido con respecto a la demanda externa, en especial en lo referente a bienes de consumo directo como alimentos; los frecuentes cambios de las demandas de estos mercados por problemas del comercio mundial o “modas” de los grandes centros consumidores, etc., han hecho que se modifique constantemente el destino de uso del territorio y con ello obsolezca toda la infraestructura, habilidades y conocimiento humanos creados para el uso anterior, mucho antes de su obsolescencia técnica o evolutiva. Los paisajes latinoamericanos dan así una imagen de desorganización a la cual se asocia necesariamente una baja productividad del trabajo.

Recursos naturales

La problemática de los recursos naturales suele ser dividida, tanto para su estudio como para delimitar jurisdicciones administrativas, en lo concerniente a renovables y no renovables.

En realidad esta distinción no es demasiado realista, al menos dentro del estilo de desarrollo dominante en América latina. En efecto, la tasa de utilización de los denominados renovables en la actualidad es muy superior a su poder de regeneración, y de mantenerse esta, es dable esperar una extinción de gran parte de los recursos que aún no se han agotado en las primeras décadas de este siglo; entre otras causas esto se debe a que los ciclos de producción capitalista pocas veces coinciden con los ciclos ecológicos, de donde la sobreexplotación de los recursos renovables es una consecuencia previsible de tal desajuste. Los recursos denominados no renovables presentan para estos países un problema aún más crucial relacionado con la dependencia externa de los mismos.

La posición de los países desarrollados en torno a su explotación ha sido expuesta en el modelo del MIT denominado World III y en “El mundo en el año 2000. Informe al Presidente”, entre otros documentos. En general son posiciones neomalthusianas, que prevén una crisis inminente en el abastecimiento de materias primas, de mantenerse las tendencias de la demanda.

Las empresas multinacionales, que controlan la mayoría de los stocks de los recursos, hacen sus propias proyecciones y pautan las tasas de extracción, siendo tipificables dos tipos de situaciones ocurridas a nivel de América latina. En ciertos países, en algunos casos se llegó al agotamiento de un recurso, pero lo más frecuente ha sido que la tecnología lo sustituya mucho antes de su agotamiento, o que fuertes inversiones incrementen las reservas conocidas; ambos casos redundaron en un brusco descenso de los precios; esto ha sucedido aun antes de que el país haya amortizado la inversión necesaria para su explotación o sustitución si es que no lo poseía.

Se pueden citar numerosos ejemplos de situaciones de ese tipo; entre ellos el caso del salitre en Chile, sustituido por fertilizantes sintéticos; el cobre, cuya paulatina sustitución por aluminio o fibras ópticas hace poco promisorio el futuro de este metal; la política de sustitución de petróleo por alcohol en Brasil, esfuerzo financiero difícilmente sustentable ante el alza de los insumos agropecuarios y la caída del precio internacional de los combustibles; etcétera.

Es de hacer notar que elementos minerales como el salitre de Chile u otras sustancias utilizadas como fertilizantes extraídas de los países del Tercer Mundo (fosforita de Marruecos, guano de Perú, etc.) permitieron un incremento en la productividad agrícola, que fue la base del desarrollo industrial que a la par que distanció a los países desarrollados de los que no lo eran, generó la tecnología necesaria para sustituir algunas de estas fuentes y agotar otras.

La explotación de los recursos renovables y los no renovables en América latina ha conducido al desarrollo de las fuerzas productivas fuera del área, desarrollo que tiende a independizar a los países centro de los recursos que originaron su desarrollo. Al igual que el artesano sustituido por la máquina cuando ya no está en edad de obtener nuevas habilidades que le permitan subsistir, los países del Tercer Mundo quedan inermes cuando sus recursos naturales son sustituidos por otros que no poseen, o que son abundantes en todo el mundo (como el cuarzo).

En general los países productores no pudieron utilizar sus recursos para su propio desarrollo, sin embargo, la tecnología generada con el aporte en forma de patrimonio natural de los países pobres o de biotecnología en la domesticación de cultivares, es hoy propiedad privada de las empresas radicadas en los países ricos. De mantenerse este desequilibrio en las relaciones internacionales, es de prever que países que alcanzaron un cierto nivel de bienestar económico vean deteriorarse en forma difícilmente reversible sus economías.

Es probable que al descubrir sus pueblos la imposibilidad de alcanzar nuevamente el nivel de vida perdido dentro del estilo de desarrollo, se fortalezcan en ellos las posiciones de aquellos sectores de la población que propugnan cambios más o menos radicales del mismo. La consecuencia previsible es un enfrentamiento entre los sectores ligados por lazos económicos al estilo de desarrollo transnacional y los sectores que van siendo marginados del mismo, los que pueden sumarse o no, a la resistencia al sistema de los grupos tradicionalmente marginados como los pueblos indígenas, el campesinado y los pauperizados urbanos.

Estrategias de utilización de los recursos naturales

El panorama anteriormente expuesto muestra la gravedad de la situación en torno a la utilización de los recursos no renovables en relación a las generaciones futuras, y la dificultad de dar pautas para generar políticas independientes en materia de explotación de estos recursos que garanticen a las generaciones venideras una adecuada dotación de los mismos, acorde con necesidades que a todas luces resultan impredecibles. Sin embargo se pueden establecer algunos lineamientos a ser tenidos en cuenta para disminuir la incertidumbre producida por el control casi nulo que tienen los países subdesarrollados de la evolución de la tecnología dominante, y con ello, de las demandas de los recursos. Estos pueden ser resumidos en tres sugerencias:

1) Parte del producido por la extracción de un recurso minero debería ser invertido en la generación de una nueva fuente de riqueza que implique un desarrollo de las fuerzas productivas, y que en el mediano plazo pueda sustituir como fuente de obtención de satisfactores sociales.

2) Otra fuente de inversión prioritaria para el país poseedor de un recurso no renovable (en la medida en que las reservas lo justifiquen), es invertir en generar alternativas de utilización de ese recurso.

3) Finalmente, la mayor riqueza que puede legarse a las generaciones futuras, y que por lo tanto debería ser el objetivo primordial de inversión con el beneficio de la utilización de un recurso natural no renovable, es en educación, una educación que se base en la cultura propia y prepare al individuo a comprender, interpretar y ajustar para sí las pautas y valores provenientes de otras culturas e incluso relativizar las propias cuando resulten obsoletas en el marco de una nueva situación; o sea que permita la coevolución del educando y su ambiente incluyendo en él la información proveniente del resto del mundo.

Si bien resulta difícil aportar ejemplos de políticas como la propuesta en el numeral uno, existen algunos ejemplos (para recursos renovables y no renovables) del numeral dos, como la política que siguió el Secretariado Internacional de la Lana, que entre otras iniciativas generó tecnologías que han permitido mantener el mercado textil a precios razonablemente altos. En general las políticas que incentivan la generación de tecnologías con recursos abundantes en el Tercer Mundo, han mostrado tener un importante efecto multiplicador que trasciende la mera utilización del recurso. Así, la política de sustitución de combustible por alcohol en Brasil, si bien como se dijo anteriormente se ha convertido en una pesada carga económica al bajar el precio del petróleo, ha permitido al país una importante producción de maquinaria para su utilización y además vender tecnología para otros países con excedentes azucareros. En otros casos se ha intentado generar un desarrollo industrial a partir del excedente económico generado por la explotación de un recurso natural, a través de subsidios o políticas impositivas. Estas políticas, entre la que se cuenta la de sustitución de importaciones, la protección del mercado interno como base de sustentación de la exportación, etc., si bien produjeron un cierto desarrollo en los países que la practicaron con diferentes modalidades a partir de la década de 1940 (llegando en algunos casos a desarrollar economías que se situaron entre las primeras del mundo), no fueron sostenibles en el largo plazo.

Existe una tendencia natural a explicar el fracaso de todo intento de escapar del subdesarrollo por la existencia de centros de poder imperialistas. Si bien estos centros son una traba real a cualquier intento de evolución que se aparte del sistema, históricamente no han impedido que otras naciones consiguieran entrar al estrecho círculo de los poderosos. De esta forma son tipificables distintas situaciones en América latina donde han existido países que intentaron un desarrollo autónomo y fueron sojuzgados como Paraguay en la década de 1860. Países que sobre la base de transferencias de excedentes, desde el sector primario al secundario, lograron un fuerte desarrollo industrial como la Argentina y Uruguay en las décadas de 1940 y 1950. Países que basaron su desarrollo en una asociación de la burguesía nacional con el capital transnacional, mediante ofrecerles “paraísos” impositivos, y/o de libre de explotación de la clase obrera, y/o libre contaminación, y países que funcionaron como “haciendas” de empresas transnacionales de la alimentación, recibiendo el mote de “republiquetas bananeras” por el nivel de corrupción a que fueron sometidas sus administraciones para servir al capital transnacional, a partir de una mano de obra local de condiciones de vida inferior en algunos casos a la esclavitud. Lo común a todas estas alternativas ha sido su paulatina reunificación en el subdesarrollo, con ligeras variantes en los niveles de vida de las grandes mayorías, pero acompañado de creciente inequidad social.

Dado que la ampliación de la brecha ha tendido a cerrar hacia el futuro la posibilidad de competir en demandas ya tradicionales, una estrategia capaz de insertar las economías regionales abriendo oportunidades a las generaciones futuras debería prestigiar aquellos rubros libres de competencia por el espectro de posibilidades (biotecnología), por ventajas comparativas difícilmente eliminables, o por inducción de demandas de productos tradicionales de la región, pero desconocidos en los grandes mercados. Esta política tiene el antecedente de haber sido aplicada con éxito por países del Commonwealth para colocar sus excedentes de carne ovina; no obstante en el caso de productos alimenticios ello tiene sus riesgos si las poblaciones locales deben competir por un producto con los grandes centros de consumo, como está ocurriendo con la quinoa, chia, etcétera.

A su vez, otra razón por la cual no se produjo el despegue se debió a que los esfuerzos exportadores se centraron solamente en satisfacer necesidades del mercado mundial, sin destinarse los recursos necesarios para mantener la competitividad de los rubros de exportación, ni prever generar productos distintos que satisfagan las demandas internacionales actualmente no cubiertas, como por ejemplo en la actualidad productos no contaminados, alimentos no transgénicos, etcétera.

Como dice Gilberto Gallopín, “las prioridades de Investigación y Desarrollo a nivel regional y nacional obviamente deberán surgir de la combinación y compatibilización de necesidades, recursos y oportunidades, tomando en cuenta los factores sociales, económicos, políticos, culturales y ambientales y, fundamentalmente, un proyecto social que enmarque y dé sentido a la estrategia científico-tecnológica”.

En no pocos casos, desde el procesamiento hasta insumos o bienes de consumo terminados, implica acceder a una tecnología no disponible en estos países ante el subdesarrollo o la inexistencia de un vínculo entre la escasa investigación científica y la tecnología. En los casos en que se ha importado la tecnología, la misma suele obsolecer aun antes de que se haya amortizado la inversión, resultando imposible para el país receptor readecuarla a las nuevas exigencias, por un problema de economía de escala y de relación ciencia-tecnología que tornan a esta última inaccesible para la mayoría de los rubros en la casi totalidad de los países.

Oscar Marulanda opina que en “América latina… los (recursos) no renovables se explotaron sin buscar como objetivo el establecimiento de industrias de transformación ni de fomentar el desarrollo de especialidades locales diversificadas”. Las tendencias actuales no permiten augurar que en el corto plazo estos países adopten masivamente políticas como las propuestas; y los sectores más progresistas de la sociedad luchan por obtener que al menos se procese industrialmente la materia prima, la cual en muchos casos es exportada en bruto, o a lo sumo purificada para hacer posible su transporte como el mineral de hierro o la madera.

Un análisis desapasionado de algunas de las causas que han tenido los fracasos de aquellas economías que estuvieron próximas de escapar del subdesarrollo y no lo consiguieron, es el no haber alcanzado la conciencia colectiva en torno a la importancia de un desarrollo armónico entre ciencia, tecnología, educación y oferta ambiental, como para que el crecimiento económico pudiera ser sostenible en el largo plazo. Así, las economías latinoamericanas más industrializadas son hoy las que presentan una crisis más aguda en términos relativos, si atendemos a las desigualdades sociales generadas y su consecuencia en forma de violencia social.

De mantenerse estas tendencias relacionadas no sólo con la dependencia externa en lo económico; sino también con políticas pendulares que responden alternativamente a distintos intereses aun dentro de las clases dominantes que han sido históricamente las depositarias del poder, las generaciones futuras no habrán de recibir ni siquiera los frutos del trabajo de las actuales, ni como habilidades transmitidas, ni como obras concretas, es decir, como estructuras pertinentes sobre las cuales continuar edificando el desarrollo.

Autorxs


Daniel Panario:

UNCIEP, Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales, Facultad de Ciencias, Universidad de la República, Uruguay. Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Ofelia Gutiérrez:
UNCIEP, Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales, Facultad de Ciencias, Universidad de la República, Uruguay. Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina.