Las promesas y tragedias de África Subsahariana

Las promesas y tragedias de África Subsahariana

La región ha tenido un sostenido crecimiento económico en los últimos años. Sin embargo, desde la descolonización a mediados del siglo XX, la naturaleza y evolución de los Estados ha sido un tema de debate. Las limitaciones que estos muestran son terreno fértil para la actuación de grupos armados rebeldes, traficantes de armas y estupefacientes, migrantes, y desplazados. Las tragedias humanas son la peor cara de una región que presenta heterogeneidades y asimetrías entre el Norte y el Sur.

| Por Carla Morasso |

Un rasgo sobresaliente de África Subsahariana en las puertas del nuevo milenio ha sido el crecimiento económico sostenido, impulsado principalmente por el aumento de las exportaciones de materias primas y de sus precios, el incremento de las inversiones y la expansión del consumo interno. Además, junto a la positiva valoración económica, se multiplicaron las elecciones multipartidistas y finalizaron largas guerras intestinas, tales como las de Angola (1975-2002), Sudán del Sur (1983-2005), Sierra Leona (1991-2002) y Liberia (1989-2003).

Como resultado, la región nuevamente se convirtió en una tierra de promesas apetecida tanto por las viejas potencias coloniales como por las emergentes. Sin embargo, el renacimiento subsahariano se encuentra surcado por el subdesarrollo y por zonas altamente conflictivas que no permiten dejar en el olvido las tragedias que han marcado a fuego y sangre la región.

A los efectos de contribuir a la comprensión del mosaico de conflictos actuales, el presente artículo describe los puntos nodales de los casos de Malí, Nigeria, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Somalia y Sudán. En estos países, a lo largo de 2014 y 2015 tuvieron lugar prolongadas situaciones de violencia que, de acuerdo al barómetro del Instituto Heidelberg para la Investigación de Conflictos Internacionales, responden a la clasificación de conflictos que asumen las características propias de una guerra.

El trabajo indaga sobre los factores internos de los conflictos, pero repara también en sus vínculos con temáticas internacionales y regionales. De este modo, se da cuenta de las raíces profundas de los conflictos subsaharianos en problemáticas históricas, por cuyas ramas se extienden las nuevas amenazas globales del siglo XXI.

Las movedizas arenas del Sahel Occidental

A comienzos de 2012, la rebelión tuareg del Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA) se inició en Malí con ataques y enfrentamientos con el ejército. Las bases del reclamo del MNLA remiten a los años de la descolonización francesa: la independencia de tres regiones del norte, las cuales representan más del 60% del territorio nacional y que con relación al Sur muestran diferencias negativas en términos de desarrollo. Pero este objetivo inicialmente secular de causas étnico-políticas, se vio atravesado por el yihadismo radical en el nuevo milenio.

En su accionar inicial el MNLA se asoció con el movimiento Anҫar Dine (Defensa del Islam), que actúa en el norte de Malí y está ligado a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), hallando su origen en grupos extremistas argelinos. Asimismo, fluyeron los contactos del MNLA con la Yihad en África Occidental (MUJAO). Un factor que contribuyó a estas alianzas fue el derrocamiento en Libia de Gadafi. Por un lado, porque le dio mayor margen de acción y nuevas armas a AQMI, que consideraba a Gadafi un obstáculo en su accionar, y por otro, porque el MNLA se conformó con gran cantidad de exsoldados de Gadafi que regresaron tras la intervención extranjera en Libia.

Progresivamente la ofensiva armada y los ataques terroristas se comenzaron a extender hacia el sur del país, lo cual, a petición del entonces presidente interino Diouncunda Traoré, desembocó en la intervención militar francesa de 2013. Para combatir la penetración de los grupos radicales islámicos, los franceses contaron con tropas de la Misión Internacional de Apoyo a Malí con Liderazgo Africano.

Posteriormente se estableció la misión multidimensional de estabilización de Naciones Unidas (MINUSMA), la cual cuenta con tropas de la Unión Africana (UA). Los objetivos son controlar a los expulsados yihadistas del norte de Malí y lograr un cese el fuego entre las partes. Para ello Argelia tiene el rol de mediador principal, aunque también participan los países africanos aportantes de tropas, la UA, la ONU, la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental y la Organización de Cooperación Islámica.

En la actualidad el MNLA ha declarado haber roto con Anҫar Dine. No obstante los ataques terroristas persisten vis-á-vis los enfrentamientos entre las partes violatorios del cese el fuego y las rondas de negociación. La reinstauración de la autoridad gubernamental en el Norte no se consolida y en las porosas fronteras malienses se entrecruzan los grupos fundamentalistas con traficantes de armas y drogas y miles de migrantes que escapan de la violencia y la sequía, buscando refugio en Níger, Mauritania y Burkina Faso.

La aceptación del acuerdo de paz presentado por la MINUSMA será entonces el primero de muchos pasos que restan para el restablecimiento de un entorno estable en Malí.

El acecho terrorista en el gigante petrolero

Nigeria se consagró como la mayor economía africana luego de superar a Sudáfrica en términos de PBI. Pero las noticias sobre la pujanza económica basada en la producción petrolera fueron empañadas por el accionar del grupo islámico extremista Boko-Haram, que fue incluido en la lista de terroristas del Consejo de Seguridad en 2014.

El resonante secuestro de las niñas de una escuela católica en 2014 puso en primera plana a este grupo que actúa en el norte del país desde hace una década y que entre sus antecedentes cuenta con la explosión de la sede de ONU en Nigeria en 2011 y la utilización de una “niña bomba” en un mercado el pasado febrero.

Entre las razones que expresa el grupo extremista se combinan cuestiones religiosas y demandas locales vinculadas a cuestiones étnicas. El norte del país, más subdesarrollado que el sur por no contar con recursos petroleros, está habitado principalmente por musulmanes y por la etnia hausa fulani. El sur, en tanto, está habitado mayoritariamente por cristianos de las etnias igbo y yoruba.

En sus acciones, Boko-Haram fusiona atentados terroristas con objetivos políticos y religiosos con acciones criminales destinadas a la obtención de financiamiento. Las cifras indican que desde 2009 asesinaron a aproximadamente 15 mil personas y forzaron a casi 2 millones a desplazarse. El desborde de la situación hacia países vecinos llevó al gobierno de Abuja a mantener reuniones con los mismos y con Gran Bretaña y Estados Unidos, quienes ofrecieron su cooperación en materia militar.

Si bien la UA aprobó en enero de este año el despliegue de más de 8 mil soldados de una fuerza multilateral compuesta por Camerún, Chad, Níger y Benín con apoyo de ONU, la misma aún no ha sido desplegada y prosiguen las discusiones en torno a su financiamiento. Mientras tanto, Boko-Haram recrudeció sus ataques tras la asunción del presidente Muhammadu Buhari, quien como eje de su campaña postuló el endurecimiento del abordaje militar para terminar con el grupo.

Repúblicas resquebrajadas

La actual conflictividad en la República Centroafricana se extiende desde 2012, cuando los rebeldes del grupo Séléka, la mayoría musulmanes, comenzaron sus ataques contra el gobierno de François Bozizé, quien dejó el país ante la ocupación de la capital del país. En 2013, tras la firma de un acuerdo de paz, se estableció un gobierno de transición, pero el conflicto recrudeció ante el accionar del movimiento cristiano Anti-Balaka (antimachetes), lo cual generó el resurgimiento de los choques violentos.

Dada la evolución negativa de la situación, en diciembre de 2013 Francia envió tropas, las cuales vieron reforzada su presencia con el despliegue de la operación de mantenimiento de la paz multidimensional de ONU (MINUSCA). La misión tiene como mandato la protección de la población civil ante una espiral de violencia y represalias que aún conlleva el riesgo de producir una escisión religiosa y étnica del país.

Las fracturas también emergen en República Democrática del Congo. El fin de la guerra civil en 2003 llevó a una relativa paz a la mayor parte del país, pero el Este continúa siendo muy inestable.

En la provincia de Kivu Norte, el grupo rebelde M23 se enfrentó, con apoyo proveniente de Ruanda y Uganda, a las fuerzas armadas nacionales. No obstante, el diálogo político que se estableció con apoyo internacional permitió que a fines de 2013 el grupo se desmovilizara.

Sin embargo, continúan activos numerosos grupos rebeldes, como las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda. El mismo está conformado por ruandeses de la etnia hutu que dejaron el poder en Ruanda en 1994 y procuran entablar de nuevo el diálogo inter-ruandés. También operan grupos de origen ugandés, como las Fuerzas Aliadas Democráticas y el Ejército de Resistencia del Señor, grupo extremista cristiano, junto a otros de origen congoleño, como Mai Mai Yakutumba. Por otra parte, hay fuerzas separatistas en la provincia de Katanga, rica en recursos naturales, donde los enfrentamientos entre las milicias y el ejército son moneda corriente desde 2011.

Los grupos armados reclutan niños para la guerra y cometen torturas, abusos sexuales y masacres, siendo el tráfico y explotación ilegal de los recursos naturales, tanto minerales como biológicos (flora y fauna), parte de su financiamiento. Contra los mismos, el accionar de las fuerzas armadas congoleñas y de la misión de estabilización de ONU (MONUSCO) no se ha mostrado suficiente.

La crisis somalí

La guerra intestina que durante más de veinte años destruyó a Somalia aún hoy repercute en los márgenes de gobernabilidad del gobierno federal reconocido internacionalmente en 2012. En este sentido, Somalilandia, dominada por el clan Isaq en lo que antiguamente fue el protectorado británico, no es reconocida como país, pero su organización se basa en la declaración unilateral de independencia de 1991. Asimismo, Puntland se ha declarado región federada y mantiene un estatuto confuso.

La ya compleja tarea de articulación e integración de los diversos poderes locales, que responden a los clanes tradicionales que territorialmente han ejercido el poder y se enfrentaron durante el conflicto civil, se ve aun más desafiada por la lucha contra el grupo terrorista islámico Harakat Al Shabbad Al Mujahidin, asociado a Al-Qaeda.

La inestabilidad somalí fue terreno propicio para que en los noventa convergieran allí miembros de distintas organizaciones islámicas provenientes de Medio Oriente. De allí surgió Al Shabbad, caracterizada por un irredentismo religioso que sobrepasa las fronteras y procura la unión de los somalíes del este de África (presentes en Etiopía, Yibuti y Kenia) bajo un califato islamista.

Al Shabbad controla varias áreas del país donde aplica la Sharia y desde donde lanza ataques contra países vecinos que han estado involucrados en la situación somalí, como Kenia, Tanzania y Etiopía. El caso más resonante fue el atentado al shopping Westgate de Nairobi en 2013. Asimismo, el grupo también afectó la evolución del proceso de estabilización en Sudán, donde la actuación de las tropas de la UA fue central para mantener el control territorial sudanés.

El gobierno somalí cuenta con el apoyo de la misión de la UA (AMISON) desde 2007, que tiene el respaldo de ONU y financiamiento de la Unión Europea (UE), y de la misión de asistencia de ONU en Somalia (UNSOM), cuyo mandato es asesorar políticamente al gobierno para la reconstrucción del Estado. Cabe señalar que además actúan tropas de Kenia y Etiopía de manera independiente de AMISON.

Por último, un tercer elemento agrava la situación: la expansión de la piratería en las costas índicas. Dado el nivel que alcanzó esta actividad ilícita, a partir de 2008 la Unión Europea (UE) puso en marcha la operación EUNAVFOR ATALANTA. Esta se propone desarticular la piratería y el robo armado marítimo, controlar la pesca ilegal y brindar seguridad marítima a las misiones de los organismos internacionales. El espacio patrullado cubre una ruta clave para la UE, ya que es por donde transita parte del suministro petrolero que llega a Europa.

La multiplicidad de actores e intereses políticos, religiosos, étnicos y geopolíticos sitúan a Somalia en un escenario muy complejo que difícilmente vea resolución en el corto plazo.

Las encrucijadas sudanesas

Si bien en el sur de Sudán el conflicto rebelde de Darfur bajó su intensidad, donde actúa la Operación Híbrida de la UA y la ONU (UNAMID), continúan los choques entre fuerzas del gobierno y las facciones rebeldes Abdel Wahid del Ejército de Liberación del Sudán (ELS/AW), Minni Minawi del ELS (ELS/MM) y Gibril Ibrahim del Movimiento por la Justicia y la Igualdad. Asimismo, son frecuentes los brotes de violencia entre musulmanes y católicos y las luchas tribales ante autoridades gubernamentales incapaces de garantizar el orden.

En tanto, Sudán del Sur, independizado en 2011, continúa siendo un epicentro de inestabilidad. Más allá de lo acordado con Jartum, continúan las discusiones sobre el trazado de la frontera y la gestión de los recursos, principalmente los petroleros. Asimismo, diversas milicias con base étnica, entre los que se destaca el Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés y el Movimiento/Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés en la Oposición, se enfrentan por el control del nuevo país desde 2013. En este marco, además, se reavivaron causas tradicionales de violencia intracomunitaria que tienen su origen en la competencia por el agua, los pastizales y el ganado.

Si bien en mayo de 2014 se llegó a un alto el fuego, la situación es aún inestable y es habitual la obstrucción de las operaciones humanitarias internacionales. En 2015 la ONU reforzó el mandato de la operación de paz (UNMISS) estableciendo como prioridad la protección de los civiles, la vigilancia de los derechos humanos y el apoyo a la prestación de la asistencia humanitaria. Ya son más de 1,5 millones los desplazados y más de 4 millones quienes padecen inseguridad alimentaria en un contexto signado por las caídas de los ingresos al país por la venta de petróleo.

La complejidad de los conflictos subsaharianos

Desde la descolonización a mediados del siglo XX, la naturaleza y evolución de los Estados en África Subsahariana ha sido un tema de debate. El modelo weberiano, que implica el control del territorio y su población, el monopolio legítimo de la fuerza y la presencia de mecanismos burocráticos, fue erigido dentro de fronteras artificiales que no repararon en la cultura societaria local, la historia africana y las realidades étnicas y religiosas. Esto selló un camino de inestabilidad que en infinitas ocasiones desembocó en sangrientos conflictos.

En la actualidad, la fragilidad estatal continúa siendo un elemento central que se combina en cada caso con otros factores que revisten la misma importancia y que son necesarios tener en cuenta para comprender la génesis de la violencia armada: diferencias étnicas, divergencias religiosas, disputas por el control del territorio y los recursos naturales, crecimiento del crimen transnacional, expansión del terrorismo, intereses de actores extrarregionales y dinámicas del sistema internacional.

Estos conflictos, muy lejos de asumir la clásica forma de enfrentamientos bélicos entre Estados, traspasan continuamente las permeables fronteras nacionales, lo cual lleva a la generación de “zonas grises”, donde ante la ausencia de autoridades legales se multiplican las interacciones entre grupos armados rebeldes, traficantes de armas y estupefacientes, migrantes, desplazados y comerciantes que buscan ganarse la vida.

Del mismo modo, las limitaciones estatales son terreno fértil para la actuación de los organismos internacionales y de fuerzas armadas extranjeras. Es importante señalar que de las 16 misiones de paz de ONU en el mundo, 9 actúan en la región y que Estados Unidos y Francia poseen bases y contingentes militares.

Estados Unidos cuenta con bases en Djibuti y en la isla Diego García y en 2007 desplegó el Comando África (AFRICOM) para responder a la amenaza terrorista islámica y proteger fuentes de aprovisionamiento de materias primas. Francia, en tanto, dispone de bases enmarcadas en acuerdos de defensa en Malí, Chad, Gabón, Níger, Costa de Marfil y Djibouti, a pesar de que el ex presidente Sarkozy había iniciado un proceso de retiro de fuerzas armadas y de que Hollande defendió el discurso del no intervencionismo.

Pero por sobre todo, la fragilidad estatal se vincula con el subdesarrollo. Las situaciones de miseria y la falta de oportunidades de vida enfrentan a miles de africanos a elegir entre lo que parecen ser caminos sin salida: migrar en condiciones paupérrimas a través del Mediterráneo o sumarse a milicias, grupos terroristas y bandas criminales que ofrecen posibilidades de subsistencia, al menos en el corto plazo.

Las tragedias humanas de los millones de desplazados son la peor cara de una región que presenta heterogeneidades y asimetrías entre el Norte y el Sur. Una franja de virulencia se extiende a través de África Occidental, Central y Oriental, diferenciándose de una zona Austral pacífica y más próspera, aunque no por ello ajena a tensiones políticas y raciales y al flagelo de la pobreza. Pero también al interior de los Estados donde irrumpe la violencia armada es claro el quiebre entre nortes muy relegados y sures en relativamente mejor situación.

Los múltiples factores que inciden en los conflictos armados subsaharianos los vuelven muy complejos de comprender, sobre todo desde los patrones occidentales de pensamiento. De allí el desafío que se nos presenta si queremos pensar desde América latina abordajes multidimensionales que sin las anteojeras eurocéntricas contribuyan a la búsqueda de diálogos de paz.

Autorxs


Carla Morasso:

Doctora en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario (UNR). Docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR). Coordinadora del Programa de Estudios América Latina-África (PEALA) del Programa de Estudios sobre Relaciones y Cooperación Sur-Sur (PRECSUR), UNR.