La universidad en perspectiva histórica y latinoamericana

La universidad en perspectiva histórica y latinoamericana

De la Reforma Universitaria como resurgimiento de la Patria Grande al ocaso desarrollista. Un recorrido histórico por la historia de la universidad, centrado en su relación con los intereses de las potencias mundiales, y las perspectivas actuales en torno a la unidad latinoamericana.

| Por Emmanuel Bonforti |

Desde finales de siglo XIX a principios de siglo XX se gesta un movimiento de pensamiento y opinión intelectual cuyo principal motor es una reacción puramente antipositivista que derivará en la Reforma Universitaria de 1918. El continente americano recorrió senderos comunes luego de las Guerras de la Independencia, donde es sencillo, y hasta mecánico, más allá de alguna diferencia, encontrar patrones históricos y sociales comunes al interior del desarrollo de las nuevas veinte repúblicas surgidas al calor de los procesos independentistas. De ahí que se pueda establecer un primer momento de guerras civiles entre las ciudades puerto y los interiores serranos de cada región, donde las oligarquías portuarias mediante un vínculo comercial cada vez más consolidado con la metrópoli londinense avanzaban contras las economías del interior. La configuración de América latina, previa a las Guerras de la Independencia, estaba organizada territorialmente por cuatro grandes virreinatos, México, Nueva Granada, Perú y el Río de la Plata, y derivó en veinte repúblicas independientes que olvidaron su pasado en común, se dieron la espalda unas a otras y abrieron los brazos a la metrópoli. Gran Bretaña se encargó de favorecer el escenario poscolonial hispánico a través de la operación de su diplomacia; así, intercedió en la constitución de nuevas repúblicas, llevando al continente americano a un proceso de balcanización. El nuevo reordenamiento territorial y económico conllevaba el rechazo de vastos sectores de la población y esto empujaba hacia un proceso de guerra civil. Una segunda etapa se inició con la emergencia de la nueva revolución industrial, el ascenso del imperialismo, la derrota de los últimos intentos populares al intentar detener el avasallante poder de las oligarquías y la división internacional del trabajo que otorgaba a las nuevas veinte regiones un lugar secundario en el orden económico como meras abastecedoras de materias primas a las grandes potencias imperiales.

Generalmente, y siguiendo a pensadores influenciados por una cosmovisión latinoamericanista, de los países sometidos al imperialismo sólo es esperable universidades colonizadas intelectualmente. La consolidación de los proyectos oligárquicos deriva en la constitución de países semicoloniales donde, a diferencia de la concepción colonialista clásica de la ocupación de un ejército invasor, la dominación se encuentra sujeta a la inferencia de decisiones económicas; el imperialismo se monta sobre los principales resortes económicos de las nuevas repúblicas, pero para que este nuevo tipo de dominación sea efectiva debe construir una superestructura cultural donde la universidad juegue un rol central.

Si bien durante el período colonial hispánico el clero formaba parte de la elite letrada de la colonia, generando una casta de intelectuales ensimismados por una conducción reaccionaria, la presidencia de Rivadavia y la creación de la Universidad de Buenos Aires modificarán esta situación. Influenciados por la ideas racionalistas e iluministas se formó una nueva casta de intelectuales cuya posición anticlerical y cuyo rol en la difusión de la leyenda negra de España le otorgaban funcionalidad a la elite portuaria, siendo el nuevo brazo teórico de los sectores dominantes.

El ingreso de la Argentina y el resto de las veinte nuevas repúblicas a la división internacional del trabajo así como va moldeando un proyecto de país dependiente en materia económica también generó una estructura universitaria que debía dar respuesta a las necesidades de una nación semicolonial. Una universidad que promovía actividades y profesiones necesarias para mantener una estructura dependiente, de ahí que el perfil de graduados que se gestaba durante la dominación imperial estuviera condenado a llevar adelante actividades profesionales funcionales a las necesidades del imperio. De este modo, la universidad se convertía en usina de abogados para empresas inglesas, de contadores para compañías británicas, de veterinarios vinculados con famosos ganaderos y pedagogos e intelectuales que mediante la importación acrítica de ideas iban constituyendo un nuevo actor social considerado como la intelligentzia.

La colonización capitalista propuesta por el imperio inglés bajo el amparo de las oligarquías locales contenía sus contradicciones a medida que se iba desarrollando. El crecimiento comercial de las nuevas ciudades a principios de siglo XX fue gestando nuevos sectores sociales que interpelaron tanto a la república oligárquica como a sus instituciones liberales. El acceso al sufragio universal obligatorio, producto de la lucha popular y de la tenacidad política de Hipólito Yrigoyen en la Argentina, la emergencia de los primeros movimientos nacionales modernos en Latinoamérica, el batllismo en Uruguay, en menor medida el alessandrismo en Chile, el eco de la Revolución Rusa, las secuelas de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Mexicana, los levantamientos de Sandino contra la política de Patio Trasero impuesta por los Estados Unidos, son elementos centrales para entender la emergencia de un movimiento intelectual de características latinoamericanistas que encuentra en la universidad su lugar de expresión. De este entorno surgirá la Reforma Universitaria.

La universidad había abandonado el esquema colonial que le imprimía una concepción teológica del conocimiento, pero se inclinó hacía un conservadurismo liberal; al fin y al cabo, no había diferencia en cuanto al perfil de estudiantes que generaban.

Lo interesante del movimiento universitario de 1918 radicaba en que sus límites no se encontraban en Córdoba, donde surgió, sino que se extendió no sólo por el resto del país sino hasta Venezuela. Por primera vez, luego de un oscuro período de separación continental consecuencia del ideario de la elite gobernante atraída por la cultura europea y que denostaba el pasado hispanocriollo, la lucha universitaria lograba aunar posiciones al interior del continente; como dice Jorge Abelardo Ramos, “América latina se lograba unificar desde el campo del espíritu”, haciendo referencia a la imposibilidad de la unificación de un mercado interno que hubiera generado una autonomía del imperio real.

La concepción latinoamericanista de los hombres de la Reforma radicaba en un clima de época cuyos intelectuales más lúcidos empezaban a denunciar la dependencia del imperio, pero lo más importante del movimiento se encuentra en las ramificaciones a nivel continental que va generando, y la mayor expresión del rebrote latinoamericanista se da en el nacimiento del Aprismo, considerado como hijo directo de la Reforma. Se asistía a las primeras crisis significativas del imperialismo en donde las naciones latinoamericanas encontraban una grieta para avanzar en un proceso de sustitución de importaciones. Para ello era necesario también modificar el perfil de los egresados universitarios acostumbrados a orientaciones profesionales semicoloniales. La lucha por la independencia definitiva se concebía por los apristas y los intelectuales críticos de manera integral, constituyendo economías autónomas, para lo cual era necesario comenzar a entender la realidad continental a partir de una mirada local que contemplase las particularidades continentales sin caer en la tentación de seguir mirando a nuestra realidad bajo el prisma positivista, cosmovisión hegemónica en las casas de altos estudios que generaba un tipo de ciudadanía universalista desapegada de todo contenido latinoamericanista.

La Reforma Universitaria, motorizada fundamentalmente por sectores medios urbanos hijos de la primera inmigración, contenía las complejidades típicas que se encuentran en el origen de todos los movimientos integrados por sectores de dicha fracción, los cuales en determinados momentos históricos deciden confluir sin proponérselo con la reacción. Así fue como los mismos estudiantes apoyados por Yrigoyen durante el proceso de 1918 en las postrimerías del golpe militar de Uriburu e influenciados por antagonismos europeos consideraron al viejo caudillo como una suerte de reencarnación del fascismo europeo de las pampas y tácitamente fueron instrumentos funcionales del clima destituyente y antidemocrático. Es innegable el aporte de la Reforma, su origen americano, pero la dinámica de los acontecimientos la llevó a errores cometidos por un dogmatismo que terminaba reproduciendo los aportes de la cultura importada, y cuando se necesitó la aplicación de un ideario nacional –1930, 1945, 1955– no dudó en apoyar a un universalismo abstracto. El recorrido histórico de la universidad en las décadas siguientes tiene que ver con un repliegue y un ausentismo de la vida social de aquel período, la consolidación de un modelo que la encerraba en la torre de marfil y en experiencias de laboratorio.

La universidad se convierte al desarrollismo

La debilitada herencia del reformismo posibilitó que la oligarquía fosilizara la tradición emancipatoria americana del proceso del ’18 y que generara nuevamente una institución académica vinculada a una actividad intelectual acrítica con influencias aristocratizantes, cayendo en falsas antinomias y no problematizando la compleja realidad latinoamericana; hizo un dogmatismo de la antítesis alpargatas y libros, promoviendo un cientificismo apolítico que se profundizó a partir de 1955. Esta concepción contó con el apoyo de los sectores relacionados con el capital monopólico imperialista. La universidad, durante este período, va nutriéndose de instituciones satélites a las cuales controlaba y las reforzaba con una impronta de modernidad ligada a la ciencia y la tecnología pero a la vez excluyente, ya que se inscribía en un progreso histórico regresivo para los sectores populares. De esta manera surgió, por ejemplo, la Comisión Nacional de Apoyo al Desarrollo Económico (Cadafe), la cual gozaba de la financiación del gobierno de los Estados Unidos en el contexto de la Alianza para el Progreso. La tan mentada neutralidad de los apolíticos intelectuales de la universidad quedaba en evidencia ya que la comisión favorecía la formación de técnicos argentinos para que trabajasen en empresas extranjeras.

El círculo se iba cerrando: si en la semicolonia próspera la formación universitaria se orientaba a la formación de egresados para desarrollarse en empleos funcionales a las demandas del imperio, durante el período del desarrollismo se genera un perfil de graduado y se financia un tipo de conocimiento vinculado a los intereses de la potencia de turno, Estados Unidos. En este período, el apoliticismo es una marca; en términos de Juan José Hernández Arregui, la clase media universitaria consideraba que al pueblo había que “enseñarle” a ser libre, contradicción no menor en un momento de proscripción política.

La nueva división internacional del trabajo ingresaba a la academia y mientras se iba constituyendo una oligarquía diversificada que despilfarraba la renta en Europa y Estados Unidos, importaba cultura que transfería a la universidad y arreglaba convenios de financiamiento con Estados Unidos. No es de extrañar que los universitarios que gozaban de los beneficios de la subvención desconfiasen de la realidad latinoamericana. Influenciados por los aportes del funcionalismo norteamericano en el orden de las ciencias sociales se va gestando una nueva casta de científicos sociales que hacen de la neutralidad valorativa un culto.

El discurso contra el mestizaje cultural, elemento esencial de la originalidad continental, se reactualizaba. Así como se difundió en la etapa de la universidad iluminista y durante la época de la facultad de tradición positivista, en el período desarrollista se promueve el despliegue crítico hacia el pasado mestizo sembrando la tesis de una Argentina con tradición de raza blanca y con mayoría de clase media; la Argentina era el motor de la occidentalización continental gracias al proceso de inmigración europea.

Nuevamente la universidad se divorciaba de la realidad continental, olvidaba el aporte mestizo en los procesos independentistas, las transformaciones demográficas suscitadas durante la década de los treinta por el agotamiento del modelo semicolonial en el cual se montó durante años. Mirar el país desde el cosmopolitismo del puerto empujaba al funcionalismo de las ciencias sociales del desarrollismo a un abismo aristocratizante y no entender el aporte mestizo en nuestro desarrollo histórico.

Al diferenciar a la Argentina del resto del continente, la universidad se desentendía de la propia historia del país, condenaba el pasado y aplicaba por medio del financiamiento externo trasplantes mecánicos de categorías provenientes de contextos ajenos a las realidades locales, mientras que la inversión extranjera generaba resultados infructíferos. Si el conocimiento puede ser visto como un vehículo emancipador, durante el período desarrollista se consolidó el retroceso, porque detrás de su máscara promovida por los hombres de los organismos internacionales de crédito se escondía la consolidación del atraso; las inversiones iban destinadas únicamente a las áreas donde Estados Unidos consideraba que eran relevantes para el desarrollo de su potencial económico, con lo cual la dependencia se profundizaba generando una estructura económica donde la única que lograba desarrollarse era la nación imperialista. Las ciencias sociales llevadas a cabo por una universidad colonial explicaban a partir de esta coyuntura el subdesarrollo de nuestras regiones donde la pobreza era un producto natural de países que debían aplicar modelos de desarrollo similar a las potencias europeas. De este discurso se desprendía una autoestima atrofiada hacia lo propio, donde la universidad justificaba la dominación.

El nuevo paradigma, hacia la unidad continental

El concepto de nación está vinculado a la posibilidad de que un conjunto de hombres determinado pueda vivir en una comunidad original y que formen parte de expresiones materiales y espirituales. La originalidad latinoamericana radica en que desde el sur de río Bravo hasta Tierra del Fuego, el continente se encuentra cohesionado espiritualmente por una misma expresión idiomática. La unificación territorial de la conquista promovió la idea de la permanencia dentro del espacio territorial, dimensión esencial que integra el concepto de nación. El proceso de unificación continental se hace añicos con la consolidación de veinte mercados económicos independientes entre sí, pero dependientes de las metrópolis. Sin embargo, la dependencia no sólo es económica cuando las universidades se desentienden de un pasado en común, así como el continente necesita de la unificación económica que garantice un proyecto autónomo de nación latinoamericana, se debe pensar en universidades latinoamericanas. Durante el último tiempo se ha avanzado en la constitución de espacios institucionales regionales que permiten un intercambio continental pocas veces ocurrido en la historia, pero es necesario también proyectar la construcción de espacios institucionales y formativos como pueden llegar a ser universidades latinoamericanas. En las palabras de Vivian Trias, “todas las universidades de los países sudamericanos deben ser Universidades de América del Sur, pensadas para construir nuestra unidad continental”.

Autorxs


Emmanuel Bonforti:

Sociólogo. Docente de Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano, UNLA.