Intercambios que transforman. La experiencia de las ferias francas de la provincia de Misiones
A finales del siglo XX, en base a los recursos naturales estratégicos de la provincia y a las políticas de corte neoliberal, la matriz productiva de Misiones se vio fuertemente modificada. Como respuesta a este fenómeno surgen las ferias francas, donde campesinos/as y agricultores/as familiares comercializan en forma directa los alimentos que producen en sus chacras. Una propuesta que ha transformado las relaciones sociales y de producción en gran parte de la provincia.
| Por Luciana García Guerreiro |
Buscando alternativas, el nacimiento de las ferias francas
“Misiones ya no es una provincia agraria” sino “una provincia agro-foresto-industrial”. Así lo definía en 1999 el entonces gobernador de Misiones, Carlos Rovira. Es que desde finales del siglo XX, y en base a los “recursos naturales estratégicos” de la provincia, la matriz productiva de Misiones se ha orientado cada vez más hacia un modelo de desarrollo que reconoce a la industria forestal, a la actividad turística y a la producción energética mediante megarrepresas hidroeléctricas como sus principales motores de desarrollo. Esta situación se agudizó en la década de los noventa con la implementación de políticas de corte neoliberal: la desregulación y la apertura de la economía dieron como resultado una desarticulación del entramado institucional que se había construido en torno a la reproducción de las agriculturas familiares de los “colonos”, quienes habían sido hasta el momento actores centrales de la estructura agraria misionera. Como consecuencia, aumentaron las situaciones de pobreza y marginación, como también el éxodo de numerosas familias hacia las ciudades. El “modelo colono” basado en el cultivo de la yerba, el té o el tabaco, que tanto había caracterizado a la provincia desde sus inicios, si bien no desapareció, entró en crisis.
En ese marco, a comienzos de la década de los noventa, el Movimiento Agrario de Misiones (MAM), junto con otras organizaciones e instituciones de la provincia, abrió la discusión y la búsqueda de nuevas estrategias económicas para las familias agricultoras. El análisis de la situación llevó a la conclusión de que era necesario fortalecer la producción en las chacras, diversificándola y orientándola a proveer el mercado local, el cual era abastecido en gran parte (80%) con productos traídos de otras provincias.
Un viaje a la localidad brasileña de Santa Rosa permitió a un grupo de técnicos y de productores de la localidad de Oberá tomar el primer contacto con la Feria Regional de Hortigranjeros de Brasil, la cual serviría de ejemplo para armar la iniciativa a nivel local. Así, se comenzó a hablar de la “feria franca” como una opción viable para los colonos misioneros. El 26 de agosto de 1995 comenzó a funcionar la primera feria franca en la ciudad de Oberá y pronto la experiencia se extendería por toda la provincia.
Según cuentan los colonos y las organizaciones involucradas, no fue fácil comenzar. Desde un principio la iniciativa fue promovida y apoyada por autoridades municipales, el Programa Social Agropecuario (PSA), el MAM, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) –a través del Programa Pro-Huerta, Unidad de Minifundio y Cambio Rural–, organismos provinciales, ONGs, cooperativas, iglesias, organizaciones y asociaciones locales de productores, dando lugar a un proceso con implicancias diversas en lo productivo, económico y social. En ese sentido, la organización de las ferias se ha sostenido sobre un entramado rural-urbano particular, así como sobre una sólida experiencia asociativa y gremial que ha caracterizado a los pequeños agricultores de la provincia.
De la chacra a la mesa, del productor al consumidor
Las “ferias francas” pueden definirse como pequeños mercados locales en donde campesinos/as y agricultores/as familiares concurren una o dos veces por semana para comercializar en forma directa al consumidor los alimentos que producen en sus chacras. Participan de las ferias francas de Misiones cerca de 2.500 familias, organizadas en más de 50 ferias distribuidas en distintos puntos de la provincia.
Las ferias se encuentran ubicadas en espacios públicos (plazoletas, estaciones de ómnibus, galpones, etc.), en su mayor parte cedidos por las municipalidades correspondientes. Si bien en algunos casos la infraestructura de la feria es precaria, desmontable, y debe instalarse a la intemperie, en otros cuenta con estructuras de puestos fijas e incluso con instalaciones sanitarias. Las ferias son muy diversas entre sí, ya sea por la cantidad de feriantes que la componen, su antigüedad, los recursos con los que cuentan, el apoyo que reciben, el grado de institucionalización, etcétera. Por lo general, se trata de ferias pequeñas, en muchos casos constituidas por menos de 20 feriantes. Sólo las ferias de Eldorado, San Vicente, Oberá y Posadas están conformadas por más de 40 feriantes cada una; incluso con varias ferias funcionando simultáneamente en distintos puntos de la ciudad.
La organización de todas las ferias francas está reglamentada a través de ordenanzas municipales mediante la participación de los propios productores feriantes y distintas organizaciones de apoyo. Dicha regulación está amparada legalmente en el Código Alimentario Argentino, en el cual se estipula el modo en que deben ofrecerse los productos en cuanto a condiciones higiénico-sanitarias, de conservación, etcétera. Cabe destacar que las ferias son sostenidas por los propios feriantes organizados, conformando asociaciones civiles que cuentan, en la mayoría de los casos, con personería jurídica. A nivel provincial, a su vez, la organización de las ferias se ha formalizado en la Asociación de Ferias Francas de Misiones, que nuclea la totalidad de las ferias de la provincia.
Si bien se encuentran exentas del pago de impuestos o tasas impositivas (razón por la cual se denominan “francas”), existe un acuerdo de que los productos que se comercializan en las ferias deben tener un precio menor que los precios de los comercios de la zona, de modo de efectuar una contribución social a la comunidad que los consume. Con respecto a los precios, los mismos son definidos colectivamente en el marco de la feria, en muchos casos con la asistencia de técnicos que colaboran en el cálculo de costos y en la construcción de estrategias de precio. Del mismo modo, existen ciertos acuerdos e intenciones por parte de los feriantes de no repetir los productos que ofrece cada uno en la feria para, por un lado, mantener una oferta diversificada y, por otro lado, no generar una competencia entre sí que podría perjudicarles en el momento de la venta.
En las ferias francas se pueden encontrar diversos productos de la chacra como hortalizas, huevos, frutas, leche y derivados, pan y múltiples productos panificados, carnes frescas de ave y cerdo, encurtidos, dulces y conservas, hierbas medicinales, yerba, flores, esencias aromáticas, artesanías de diversa índole, etc. La producción se realiza básicamente en chacras donde prima el trabajo familiar. Las mismas se encuentran ubicadas en las colonias cercanas a los pueblos donde se instalan las ferias, lo cual en algunos casos implica recorrer una distancia de 30-40 kilómetros para llegar de la chacra al puesto en la feria. Este es uno de los problemas principales para los feriantes y al respecto se han generado diversas estrategias: algunos feriantes trabajan en grupo y transportan la mercadería en forma solidaria contratando un flete en forma conjunta, compartiendo transportes propios o realizando acuerdos colectivos con empresas de transporte público, mientras que otros lo hacen individualmente.
Cabe destacar el caso de las ferias de Posadas, ciudad capital de la provincia, en donde cada fin de semana se encuentran productores de la zona como también de diferentes ferias del interior de la provincia. En algunos casos, los feriantes deben recorren muchos kilómetros durante la noche para llegar a la feria de Posadas temprano, armar la mesa y ofrecer productos frescos y saludables a los consumidores de la ciudad. Por parte de los productores existe un fuerte interés en llevar la producción a Posadas por la posibilidad de venta que implica la cantidad de consumidores y el mayor nivel adquisitivo de la ciudad.
Un estudio realizado en 2006 por la Asociación de Ferias Francas de Posadas, en convenio con investigadores de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Misiones, mostraba que entre 3.000 y 4.000 personas aproximadamente se acercan a comprar a la feria cada fin de semana, y que casi el 80% de quienes consumen los productos de la feria lo hacen asiduamente, es decir, todas las semanas. Según los testimonios de los consumidores, la preferencia por los productos de la feria está vinculada al consumo de producción fresca y artesanal, así como por los precios, que resultan en muchos casos más económicos que en los comercios de la zona. Esto último, a su vez, permite afirmar que la feria franca contribuye a garantizar el acceso a una canasta básica de alimentos y apuntalar el ingreso básico familiar.
A través de las ferias además se establece un interesante vínculo rural-urbano, que hace presente una vez más la diversidad cultural que caracteriza a la provincia de Misiones. En algunos casos, incluso, el consumo de los productos de la feria está vinculado a una recuperación de la cultura y la identidad familiar de quienes se han debido ir de la chacra a trabajar a la ciudad. “Todos vivimos de nostalgias”, afirma al respecto Eugenio Kasalaba, dirigente del MAM y uno de los fundadores de la experiencia, refiriéndose a quienes encuentran en los productos de la feria rastros de su infancia y de su historia familiar.
“Una puerta abierta”, de cambios y aprendizajes
La experiencia de las ferias francas en Misiones ha significado la configuración de un entramado de instituciones, así como de un modo de producción y distribución de alimentos que pareciera ir más allá de una respuesta ante la crisis. Si bien al comienzo fue la búsqueda de una salida concreta para un grupo importante de agricultores de la provincia, hoy podemos afirmar que se trata de una propuesta que ha significado una importante transformación en los “mundos de vida” de los pequeños productores de la provincia (cambios en la producción, en los ingresos y su destino, en la forma de trabajo, en la autoestima, en su relación con el resto de la comunidad, etcétera).
La experiencia de las ferias francas puede pensarse además como una de esas alternativas que refiere a procesos de resistencia y disputa territorial en las cuales asume protagonismo la recuperación de prácticas agroecológicas, la organización de la economía en base a necesidades familiares y/o comunitarias y, principalmente, la producción de alimentos sanos para mercados locales; sin dejar de ser parte de un entramado social complejo, híbrido y contradictorio que se encuentra en permanente construcción.
Se plantea otro tipo de intercambio; el puesto en la feria forma parte de esa economía en la cual comprar o vender implica enredarse, exige (como afirma una de las feriantes) “aprender a hablar”, comunicarse e intercambiar experiencias. Representa un espacio de integración, donde se hace significativo el intercambio “cara a cara” entre el consumidor y el productor.
Los canales de distribución concentrados separaron de tal modo al productor del consumidor que la información de uno terminó siendo inaccesible al otro, por ser apropiada y aprovechada económicamente por el intermediario. Esa recuperación del intercambio directo en cambio proporciona una circulación de información diferente, donde es posible un aprendizaje, así como una mayor igualación en los intercambios entre productor-consumidor. En la feria se establecen parámetros de precios, de calidad, condiciones de producción e intercambio en las cuales la voz, tanto de los productores como de los consumidores, tiene lugar. Así, una mayor transparencia en el vínculo habilita un mayor conocimiento en torno a lo que se intercambia y la posibilidad de construir un vínculo de reciprocidad con el otro. De este modo, mientras la circulación capitalista globalizada despersonifica y desterritorializa productos, productores y culturas, las ferias francas y los pequeños mercados locales pueden pensarse como formas de (re)territorialización de las producciones y las relaciones sociales.
Si hay algo en lo que coinciden los feriantes es que la feria les cambió la vida. Cambió el ritmo de trabajo, pero también el modo de relacionarse con las demás personas. En muchos casos, los feriantes mencionan que participar en la feria les daba miedo o vergüenza, ya que no se atrevían a estar detrás de la mesa con los productos, teniendo que enfrentar al público y hablar con personas extrañas. Este temor suele ser más profundo en el caso de las mujeres, ya que deben enfrentar el desafío de “salir” de la chacra, transformando sus prácticas y su vínculo con los otros.
Si bien existe diversidad de situaciones a lo largo de la provincia, la presencia de las mujeres adquiere una relevancia central en todas las ferias francas. Es decir, las ferias han constituido una respuesta alternativa de la familia agrícola misionera en su conjunto, pero fueron sostenidas principalmente con el trabajo de las mujeres. En tal sentido, el lugar de la mujer en la comunidad y en el trabajo en la chacra fue uno de los principales cambios percibidos, lo cual ha significado, a su vez, transformaciones en el sistema de relaciones y percepciones de género al interior de las familias agrícolas misioneras.
La participación de los más jóvenes en las ferias se desarrolla en tanto integrantes de la economía familiar feriante. En tal sentido, si bien encarnan el futuro de la experiencia, al cabo de 19 años de ferias francas, son varios los que señalan que la problemática de la juventud no ha sido suficientemente tenida en cuenta para evitar que “los más chicos” se alejen de las chacras.
En ese sentido, son muchos y muy diversos los dilemas que enfrentan las ferias hoy, ya sea en cuanto a las condiciones de producción y vínculo con la naturaleza; la diferenciación interna dentro de los grupos de feriantes (origen cultural, nivel de capitalización, etc.); la participación de los consumidores en la construcción de las ferias francas; los límites o “techos” de las ferias como espacios de intercambio local; el vínculo con el Estado y otros espacios políticos institucionales; la redefinición de las relaciones de poder; las consecuencias de una mayor institucionalización, etcétera.
A pesar de ser consideradas “no viables en el largo plazo” desde posturas que defienden visiones productivistas, propuestas como las ferias francas se vienen reproduciendo a lo largo de todo el país. Se encuentran enraizadas en búsquedas por mayor justicia e igualdad económica, social, ambiental y política, que intentan contrarrestar las consecuencias destructivas y excluyentes del sistema-mundo capitalista. Son estrategias campesinas y de las familias agricultoras, de carácter multidimensional, que hacen base, por ejemplo, en la defensa no mercantil de la diversidad biológica y productiva; en la autogestión y construcción colectiva; en la lucha por “la tierra para quien la trabaja”; en el rescate de saberes muchas veces despreciados; en vínculos más equilibrados con el entorno mediante la utilización de tecnologías apropiadas de escala familiar y agroecológicas; en la organización de la economía en base a las necesidades familiares y/o comunitarias, así como en la búsqueda de intercambios más justos entre productores y consumidores. Por todo ello, y porque se construyen “a pesar de” la lógica dominante, resultan una experiencia importante en el camino por construir, parafraseando al zapatismo, otros mundos posibles.
Autorxs
Luciana García Guerreiro:
Socióloga, Doctoranda en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.