Inteligencia artificial en la sociedad del conocimiento

Inteligencia artificial en la sociedad del conocimiento

| Por Cátedra Abierta Plan Fénix |

¿Qué es la inteligencia artificial? Es comúnmente aceptado que ella es una característica de máquinas que pretenden replicar capacidades cognitivas humanas, incluyendo la sensación, la interacción lingüística, el razonamiento y el análisis y la resolución de problemas. Por otra parte, tales “máquinas inteligentes” pueden demostrar capacidades de aprendizaje con mecanismos de autorrelación y autocorrección, sobre la base de algoritmos que incorporan el “aprendizaje automático” o incluso el “aprendizaje profundo”, utilizando “redes neuronales” que imitan el funcionamiento del cerebro humano.

La inteligencia artificial sin duda es transversal a la totalidad de las actividades que desarrolla una sociedad hoy día. Puede vaticinarse que su desarrollo tendrá un enorme impacto en materia económica, social y política, debido a su capacidad de sustituir trabajo intelectual, llevando a un incremento en las potencialidades productivas y en el rendimiento de la actividad laboral, en un grado que hoy ni siquiera podemos estimar. La inteligencia artificial continúa así un desarrollo que reconoce como antecedente las nuevas capacidades que en su momento crearon la informática y la digitalización. Ya se perciben efectos en tareas de investigación y en la medicina, entre otros sectores.

Todo cambio tecnológico de monta conlleva consecuencias significativas. Reconfigura los procesos productivos, afectando directamente el empleo, tanto en cantidad como en requerimientos de calificación. Por otro lado, inevitablemente estas mutaciones tienden a aumentar la concentración del ingreso y la riqueza, porque las rentas originadas se concentran en pocos oferentes.

Asimismo, el uso de la inteligencia artificial por parte de pocas corporaciones gigantes y algunos gobiernos, a través de las redes sociales, fortalece mecanismos de manipulación sobre las personas y sociedades a nivel mundial; esto lleva a una creciente desconfianza en los medios de comunicación.

Desde la Cátedra Abierta Plan Fénix siempre se ha entendido el desarrollo como un proceso ligado a la profundización de la educación, la investigación científica y la incorporación de tecnología en la producción de bienes y servicios, en todas las áreas. En esto, se ha considerado irreemplazable el papel que tiene el Estado, en concurrencia con los otros actores y sectores.

En este sentido la irrupción de la inteligencia artificial requiere la acción estatal en dos niveles.

En primer lugar, y esto se refiere tanto a la inteligencia artificial como más en general a la digitalización, se demanda la implementación de mecanismos regulatorios en diversos planos que, sin bloquear los efectos positivos de aquellas, morigeren el poder que ostentan hoy día las corporaciones mencionadas y distribuyan parte de la renta tecnológica. A pesar de la urgencia, esta es una tarea de largo aliento, tanto porque desconocemos hoy día el pleno alcance de estos instrumentos, como por la necesidad de desarrollar capacidades estatales y coordinar esfuerzos a nivel internacional. Un principio central –que es análogo al que debe imperar en general en el ámbito de internet– es que si la información con que se alimentan los algoritmos de inteligencia artificial es la de acceso público, también deben serlo los resultados obtenidos.

En segundo lugar, el Estado deberá monitorear de cerca los impactos sobre el empleo, a fin de mitigar los eventuales efectos adversos; es esperable, por ejemplo, que la caída en el empleo calificado comporte el desempleo de trabajadores de baja calificación, por efecto de desplazamiento.

Cabe además una reflexión. La inteligencia artificial ha sido presentada –y así parece haber sido visualizada por el conjunto de la sociedad– como una herramienta que emula la inteligencia humana, y que por lo tanto estaría en condiciones de sustituirla. Esto resulta engañoso. La inteligencia artificial en realidad no replica exactamente facultades humanas, puesto que no tiene capacidad de intuir o de establecer relaciones no identificadas previamente (que es de hecho lo que se reconoce como “inteligencia” en el caso de las personas), además desde ya de carecer de motivación en el plano de lo emocional. Realiza sí un amplio conjunto de operaciones, en tiempos muy breves. Es una extensión de las extraordinarias capacidades que ha desarrollado la informática en la Posguerra; y en esto sin duda es más eficaz que el cerebro humano.

A pesar de ello, la inteligencia artificial presenta hoy una característica que debe ser objeto de gran atención. La autonomía de los algoritmos autogenerados por ella podría amenazar la capacidad humana de comprender la lógica en la producción de resultados, recomendaciones y –en el caso de funciones delegadas– toma de decisiones que tendrían impactos negativos sobre la humanidad. Por consiguiente, se debate la cuestión de si la inteligencia artificial seguirá siendo solo una herramienta más al servicio de los seres humanos –y controlada por ellos– o, por el contrario, cobrará una autonomía tal que se transformará en “superhumana”, poniendo en riesgo a la propia especie. Ello deviene del hecho de que la inteligencia artificial funciona como una “caja negra”, un sistema o modelo cuyo funcionamiento interno no es transparente ni interpretable. Al parecer, aun quienes diseñan los algoritmos que entrenan estos modelos no siempre comprenden completamente las redes neuronales resultantes.

A este problema se suma el hecho de que los propietarios de estos sistemas se hallan en competencia entre sí, y la filtración de información o denuncia de peligros es al parecer severamente penalizada. Así, aunque es sabido que empresas están investigando formas de comprender mejor el funcionamiento interno de los modelos de lenguaje, es muy poco probable que estén dispuestas a compartir esos conocimientos o que las propias técnicas, como la de los autocodificadores variacionales, sean totalmente eficaces para decodificar el conjunto de algoritmos que dan lugar a un cierto resultado.

Este es un punto más que reclama la activa regulación gubernamental.

Inteligencia artificial e inteligencia humana no son equiparables (cabría tal vez sugerir que el nombre asignado a la primera no fue una decisión apropiada). No debemos caer en el error de suponer que la inteligencia artificial podrá sustituir a la mente humana; debe ser pensada entonces como un potente auxiliar para los análisis y toma de decisiones a medida que las regulaciones avancen y sus riesgos de autonomía disminuyan. Es por eso que son responsabilidad de personas y también de los Estados nacionales. Se logrará así que la inteligencia artificial sea siempre un instrumento, no un decisor, y por lo tanto sus impactos serán los que decidamos.

Este número de Voces en el Fénix está dirigido a analizar pros y contras de la aparición de esta herramienta en nuestra vida cotidiana, algo que no tiene vuelta atrás. La inteligencia artificial nos plantea un escenario nuevo, como lo hicieron en su momento otros cambios en los paradigmas científicos y tecnológicos. Este nuevo escenario conlleva un conjunto de aristas problemáticas, que van desde la posibilidad de generar nuevas desigualdades hasta los dilemas éticos y cognitivos que surgen. Este nuevo escenario debe ser enfrentado con las herramientas intelectuales y prácticas correspondientes.

Autorxs


Cátedra Abierta Plan Fénix:

Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires.