Grieta y subjetividad, una clínica

Grieta y subjetividad, una clínica

La dureza del contexto actual genera temores, frustraciones e impotencias. ¿Cómo abordar esto desde la psicología social, para restaurar los vínculos afectivos que ayudan a sostener la salud psíquica?

| Por Vida Kamkhagi y Osvaldo Saidon |

“Tela vacía, guardando el silencio, indiferente, casi imbécil. En realidad llena de tensiones, con mil voces bajas, plenas de expectativa. Un tanto asustada pues se puede violarla más dócilmente. Un tanto asustada, pues se quiere algo de ella. Ella sólo pide gracia.
Puede sustentar todo, pero no puede soportar todo. Fortalece lo verdadero pero también lo falso. Devora sin piedad el rostro de lo falso. Amplifica la voz de lo falso hasta el grito agudo, imposible de soportar”.
Wassily Kandinsky, “Tela vacía” -1935-, Cahiers d’Art

Estas reflexiones de Kandinsky se nos aparecieron cuando buscábamos atrapar el espíritu, el mundo interior, que deberían expresar los dispositivos clínicos que proponemos.

El silencio de la sesión, que anticipa el comienzo de un grupo de terapia, adquiere una potencia expresiva desde esta perspectiva.

El genio del pintor nos dice más adelante, refiriéndose a la tela: “Curvada, libre, vibrante, que evita, que cede elástica, aparentemente indeterminada como el destino que nos espera. Podría ser de otro modo pero no lo será. Duro y blando”.

Las combinaciones de ambos, lo duro y lo blando, en la clínica ampliada, posibilitan la gestación de momentos, encuentros, dispositivos, que nos permiten sostener un pensamiento y una acción que nos arroje a la posibilidad de pasear por un mundo antes desconocido. Esto se nos presenta como un modo posible de no dejarse atrapar en el resentimiento y la amargura.

La restauración de proyectos económicos neoliberales, junto a políticas autoritarias y de penalización y judicialización de la protesta social, llevan a amplísimos sectores de la ciudadanía a una actitud temerosa, acompañada de frustración e impotencia, que tiene consecuencias devastadoras no solo en la salud psíquica sino, sobre todo, en el modo en que son afectadas las vinculaciones.

Una gran discusión en la sociedad argentina, que en los últimos años del kirchnerismo se conoció y se difundió con el nombre de “la grieta”, se ha venido incrementando cada vez más. El gobierno actual, en nombre de la lucha por la restauración de una política de libre mercado y una denuncia del populismo y la corrupción en el Estado, ha incrementado la grieta hasta tal nivel de patetismo, que intenta justificar todos los problemas y las tragedias que ocurren en sus dos años largos de gobierno como causas derivadas de lo que llaman “la pesada herencia”.

En la práctica clínica nos preguntamos, entonces, cuáles serían los dispositivos, la actitud de escucha y las intervenciones, que intenten instalar una conversación, un pensar, un sentir, evitando quedar atrapados en esta amargura y rivalidad inconducentes que vemos instalarse en los grupos de amigos, en las familias y entre los compañeros y colegas de trabajo.

La sensibilidad por el otro y sus dolores y alegrías se ve afectada.

Compañeros, o parejas de trayectoria común, ven invadida su cotidianidad con un alto grado de hostilidad. Esto sucede por ejemplo en relación con la amenaza de la pérdida de trabajo o con la realización de proyectos comunes.

Todo esto repercute afectando los vínculos afectivos y libidinales que podrían ser los soportes para estos momentos.

Pasaremos a describir algunos ejemplos clínicos. Pero antes, resulta necesaria una observación: para nosotros es importante estar atentos a nuestra implicación o sobreimplicación al pensar en estas situaciones clínicas, evitando caer nosotros mismos en la queja y en la impotencia.

“Piensen cuanto puedan o cuanto quieran, es un excelente hábito. Pero nunca piensen delante del caballete”, decía Kandinsky.

Ejemplo 1: Carolina. Vive en pareja hace ocho años y juntos tienen un hijo de cuatro.

Hace un tiempo, su marido comenzó a ejercer violencia verbal hacia ella con agresiones y descalificaciones que anulan cualquier decisión que Carolina pueda tomar. La situación económica de la pareja es crítica y ella debe aceptar la ayuda de su madre. El malestar va aumentando y la violencia también. La crisis se hace insoportable y comienzan los planteos de separación.

Luego de una breve separación vuelven a estar juntos. Al recomenzar las descalificaciones por parte de su pareja, ella comienza a asociarlas con las que sufría por parte de su madre en su adolescencia. La angustia hace síntoma en el cuerpo cuando sufre una erupción en el rostro (es actriz) de difícil diagnóstico, que se mantiene por varios meses.

Podríamos interpretar estos síntomas solamente dentro del espectro neurótico.

Cuerpo, mente, mundo exterior. Ante la pregunta sobre cuándo comenzaron las agresiones, ella responde sin dudar: “Hace dos años”. Y relata que él no se conformó con el cambio de gobierno. Él dice que nadie entiende el desastre que se está viviendo. Que ni ella, ni su familia, ni sus amigos pueden ser interlocutores. Solo puede hablarlo en su espacio psicoanalítico.

El temor y el resentimiento aparecen al interior del vínculo, en lugar de expresarse en la escena social. Lo público se vuelve íntimo porque derrama el malestar y la hostilidad en el escenario de las pequeñas diferencias diarias de la pareja.

Ejemplo 2: María. Tiene un hijo de un matrimonio anterior y está en pareja con un hombre que es hijo de desaparecidos.

En este caso, al igual que en el anterior, se produce una inusitada violencia en los intercambios verbales de la pareja y un malhumor creciente por parte de ambos.

En un momento, aparece en la sesión por parte de la terapeuta el siguiente parlamento: “Vengo escuchando estas cosas”.

En estos casos, pareciera que la fragilización y la vulnerabilidad es más expresada por los maridos, mientras que las compañeras, frente a las amenazas de pérdida de trabajos y dificultades económicas, elaboran diversas estrategias para generar y sostener proyectos vitales y un ambiente menos hostil.

En el caso de María, la reflexión acerca de que algo puede estar pasando más allá de su pequeño mundo, abrió un canal de conversación con su pareja y le permitió tomar distancia y no sentirse la destinataria del maltrato en los momentos en que ocurría.

Ejemplo 3: Juana. Se muestra indignada al relatar que su padre, de importante trayectoria académica, “enloqueció”, en sus palabras.

No se habla con amigos de toda la vida, está enojado con familiares que votaron por el nuevo gobierno. Se aísla más en su casa, pero está muy en contacto con aquellos que reconoce afines a su pensar político. Es el exponente de un lado de la grieta.

Su hija trata de reconciliar los vínculos, tarea para la que se siente cada vez más impotente.

“Podría estar políticamente cierto”, dice, “pero trata de un modo tan enojoso y excluyente sus vínculos, que lo ha llevado incluso a pelearse y negarse a la palabra con su médico y amigo de toda la vida”.

La depresión, la desilusión, la desesperación, son diferentes modos de nombrar las sensaciones que acompañan a muchos pacientes en la consulta cuando ven afectado su cotidiano en los procesos de restauración neoliberal que impulsan hoy los poderes de Estado en nuestra región.

Elegiremos el término “desasosiego”, al que Fernando Pessoa, en su obra, supo darle una entidad, un modo en que se expresa nuestra trayectoria existencial en ciertas épocas.

Una clínica ampliada es la que procura los modos que permitan expresar la complejidad de estas afectaciones.

Se trata de poder ir armando una cartografía que vaya dando cuenta de aquello que es propio de nuestra historia y lo que es producto de las composiciones entre nuestra voluntad y las del poder político de la época. Los coreógrafos de esta danza podrían ser Maquiavelo y Spinoza.

Hemos visto cómo la resistencia individualista y solitaria, propia de la web en esta época, lleva a un discurso rumiante y a una impotencia creciente.

Otro tipo de resistencia, llamémosla asamblearia, del cuerpo a cuerpo, encuentra por momentos una subjetividad expansiva en los diversos colectivos que hoy en la Argentina se expresan en multitudinarias manifestaciones casi a diario.

La calle está buena, se empieza a escuchar; cuando antes era solo la calle está triste, está hostil, está violenta y gris.

Una psicología social de época no puede dejar de preguntarse acerca de los afectos y las percepciones que se movilizan en estas vinculaciones.

¿Dónde explorarlas? ¿Dónde investigar las concepciones, las novedades y las repeticiones que estos agrupamientos expresan?

Muchas veces, sin embargo, una cierta ingenuidad y seducción por la espectacularidad, en un cuerpo fragilizado y disminuido de experiencias más consistentes, desemboca en la desilusión o el desasosiego que nos invade.

Hoy, en la propuesta neoliberal, vienen juntas una búsqueda frívola de felicidad y una amenaza implícita de la caída definitiva del sistema. Esta dupla instala una sospecha, una paranoia que debilita a los cuerpos.

En los análisis institucionales y de grupo, vemos cómo la desconfianza es un sentimiento predominante y favorece la profundización de la grieta y los dogmas.

Estamos demasiado pegados a la coyuntura, en una especie de agujero negro que no nos permite ir más allá en la imaginación política y la búsqueda de belleza. Quedamos así atrapados en la agenda que diariamente nos proponen los medios de información.

Hemos visto que el entrecruzamiento entre las acciones micropolíticas y macropolíticas son engañosas. Ellas son líneas que solo se cruzan en fugaces momentos donde algo se inventa. Por citar rápidamente dos ejemplos de nuestra realidad, las Madres de Plaza de Mayo en los ’80 y el movimiento Ni Una Menos en la actualidad.

Desarrollar actividades lúdicas y teatrales en las asambleas y los grupos de análisis institucional nos ha permitido retomar un humor que parecía perdido en las profundidades de la razón a las que las fallidas relaciones con el Estado nos conducen. Pessoa nos dice esta bella frase en el Libro del desasosiego: “Pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón no es más que ser cambiado de celda” (fragmento 458).

A esta altura, es necesario decir que en esta psicología social clínica que intentamos, ni la fe ni la razón nos sirven para salir de la encrucijada. El fracaso está a la puerta; pero al fracasar una y otra vez, vamos afianzándonos en un cuerpo menos vulnerable, menos victimizado, y con la expansión que da saber que hay miles de otros al lado y en otros lados. La indeterminación, entonces, más que soportable es una potencia posible.

Pensando en las viñetas clínicas anteriores, el entusiasmo que genera la acción colectiva permitiría abrir el pequeño grupo familiar. Este hace del desasosiego un escenario neurótico y genera batallas sentimentales donde aparecen la impotencia y la pobreza deseante, articuladas tristemente con la precariedad económica y libidinal predominante en este momento.

Los grupos terapéuticos, las redes, los grupos de Facebook, han sido atravesados por esta problemática. Se trata de reconstruir la conversación y la palabra en una situación donde estamos atrapados todos, entre lo que se puede decir y lo que no conviene decir. La presencia de la sospecha, el espionaje de las redes, el anonimato o la exposición son un desafío para una clínica de la franqueza, para una práctica parresíaca.

Citaremos, por fin, a Rosa, una médica de 65 años. Identificada con el gobierno anterior, ella se pregunta cuándo va a acontecer algo diferente a este arrasamiento que estamos viviendo.

“¿Cuánto tiempo de vida me queda?”. “¿Qué es la vida?”

Trabajar tanto…

Termina concluyendo que tal vez tenga que ocuparse más de su familia, de sus nietos, de sus proyectos, como modo de revivir su producción deseante.

Menciona por último la frase que Voltaire pone en la boca de su protagonista Cándido, después de sus interminables gestas, heridas y travesías: “Hay que cuidar el propio jardín”.

Cándido, después de enfrentar las batallas más diversas, recorrer el mundo con ideologías de todo tipo y época, de haber dado todos los combates, herido, moribundo y reviviendo para entrar en otra lucha, apoyándola fervorosamente, finalmente resuelve retirarse a cultivar su propio jardín.

En su análisis sobre esta obra, Roland Barthes nos señala las tres bonanzas que nos muestra Voltaire:
1) Haber vivido en su época para sobrellevar los horrores.
2) Olvidar la historia. “Para ser felices, Voltaire ha suspendido el tiempo”.
3) El viaje, la búsqueda de lo exótico. “El viaje te confirma, no te transforma”.

Para Cándido, no hay otro sistema que el odio del Sistema.

Voltaire ha fundado el liberalismo con sus contradicciones: “Destruyamos al infame, es decir, al Dogmatismo”. El devenir es enfrentado huyendo, en una línea de fuga que lo confirma en su propio individualismo.

La grieta a la que aludimos desde el principio acaba interviniendo en los vínculos familiares. En más de un caso, padres e hijos, hermanos y amigos ya no se reconocen en los estereotipos familiarizados y en su modo de insertarse socialmente. El grupo interno se ve afectado. Es una invasión del área 3 que, si antes no podía ser reconocida, ahora pasa a ser abusiva, tiñéndolo todo, hasta los actos mas íntimos.

Carolina, reflexionando sobre el modo en que procesa su marido su amargura y su malestar, comenta: “Él no va a ninguna marcha, no participa en ningún espacio político, no habla con nadie, solo lo hace en su espacio psicoanalítico. No discute ni con la familia ni con sus amigos estos temas”.

Su resentimiento es descargado exclusivamente en su pareja, hasta llegar a situaciones de maltrato.

Hoy, en la clínica grupal, vemos desplegar ciertos dispositivos y modos de conversación que tratan de evitar que el grupo se identifique en espejo con la sociedad y con la ferocidad que se manifiesta en las discusiones.

Lo mediático ha hecho de esta ferocidad y estas actitudes tormentosas más borderlines que histéricas, un espectáculo con el que infecta de improperios y frases hechas todos los programas periodísticos.

En el análisis institucional que llevábamos adelante en una organización de derechos humanos hemos visto cómo se precisó silenciar de cierto modo la discusión política para permitir emerger y procesar la angustia que estaban viviendo sus miembros.

Darle lugar al desasosiego, cultivar nuestro jardín y estar prontos a lo nuevo que nos anuncia la tela vacía, son algunos de los desafíos a los que una psicología social clínica nos convoca.

Autorxs


Vida Kamkhagi:

Psicóloga psicoanalista. Analista institucional. Docente universitaria. Autora de innumerables publicaciones sobre temas de su especialidad.

Osvaldo Saidon:
Médico psicoanalista y Analista institucional. Docente universitario. Autor de libros y publicaciones sobre Grupos e Institucionalidad. Asesor de OPS en temas de desarrollo institucional.