Extractivismos y desigualdades de género

Extractivismos y desigualdades de género

Las transformaciones naturales y sociales producidas por los extractivismos tienen efectos diferenciados de acuerdo con el género, la etnia y la territorialidad. Procesos tales como el cambio climático, el acaparamiento del agua o la minería, así como también las respuestas y acciones que se han intentado, presentan problemáticas específicas cuando se trata de las mujeres. En este escenario surgieron los feminismos territoriales, liderados por indígenas, afrodescendientes y campesinas.

| Por Astrid Ulloa |

Desde la Conquista y la Colonia se han dado en Latinoamérica procesos extractivos bajo lógicas transnacionales que afectan territorios locales, pues desencadenan cambios culturales, sociales, económicos, políticos, ambientales y territoriales que afectan tanto a hombres como mujeres y que, a su vez, incrementan las desigualdades de género. Los actuales procesos extractivos son aquellos asociados a dinámicas mineras y petroleras, al acceso y control del agua, agronegocios y monocultivos, a procesos relacionados con el cambio climático y las políticas globales para enfrentarlo, entre otros. Dichas dinámicas extractivistas generan desconocimientos de los derechos de los pobladores locales, nuevas valorizaciones de lo territorial y lo no-humano, y acaparamientos y despojos ambientales y territoriales, al igual que transformaciones culturales y sociales, e incremento de desigualdades socioambientales y de género, conformando lo que denomino escenarios extractivistas de la apropiación, el despojo y la expulsión.

En este contexto, entiendo estos escenarios como los procesos, prácticas, políticas y representaciones asociadas con lo no-humano, bajo una idea capitalista de la sostenibilidad y de la valorización económica de la naturaleza. En ese sentido, hay diversos escenarios interrelacionados frente a los cambios ambientales y a los procesos económicos globales. Los escenarios de biodiversidad-conservación y cambio climático se dan como respuesta a políticas transnacionales y nacionales ambientales-climáticas, por lo que, aparentemente, no estarían relacionados con extractivismos. Sin embargo, estos dos escenarios se centran en procesos globales sustentados en una idea de los “recursos” como mercancía verde, de manera igualmente global y funcional. Su escala se basa en acuerdos supranacionales, como el Convenio de Diversidad Biológica (CDB) y el Protocolo de Kyoto (PK), firmados en el marco de las Naciones Unidas, que muchas veces desconocen los procesos locales al generar dinámicas económicas en torno a los mercados de carbono. El escenario de monocultivos, por su parte, responde a lógicas de productividad y actualmente también responde a lo climático, cuando se hacen plantaciones para producción de biocombustibles o como sumideros de carbono.

Los escenarios ambientales que están relacionados con dinámicas globales como pérdida de la biodiversidad/políticas de conservación; cambio climático y políticas de mitigación y/o adaptación (incluidos los monocultivos considerados como sumideros de carbono), se articulan con el escenario extractivo minero, que incide en lo ambiental, no solo porque tienen efectos irreversibles, sino porque, al tomar recursos no renovables, afectan o retroalimentan los otros escenarios. El escenario de la minería, si bien pareciera ser de carácter nacional debido a que se vincula a una noción de soberanía, se articula con las cadenas globales de valor y se basa en la noción de “recurso natural”. El extractivismo minero se ve como una posibilidad de generación y distribución de beneficios económicos de un país, lo que se legitima a través de políticas de inversión y redistribución de estos beneficios, con el consecuente aumento del consumo.

Asimismo, todos los escenarios previamente explicados se articulan en la idea de desarrollo sostenible y se plantean como “ambientalmente responsables”. Finalmente, los efectos de todos los escenarios se territorializan paralelamente y generan diversas desigualdades, debido a que se pueden dar simultáneamente, se coproducen y retroalimentan en momentos específicos y en escalas diversas, y acentúan o exacerban desigualdades sociales previas, en particular de género, que acentúan los efectos hacia las mujeres. Algunos de los proyectos implementados y que han sido más cuestionados por los impactos son: minería a gran escala, explotación de hidrocarburos, monocultivos de caña, soja, palma aceitera y pino, hidroeléctricas y represas, y proyectos asociados a cambio climático como parques eólicos, entre otros. En particular, para pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, los efectos de los extractivismos han tenido mayor impacto y, específicamente, sobre la vida de las mujeres.

En las discusiones sobre los extractivismos, los análisis con perspectiva de género tienen dos vertientes: una estudia los mecanismos de reproducción de las desigualdades entre hombres y mujeres, y la otra se centra en la generación de lineamientos de inclusión, integración e igualdad entre géneros en contextos específicos, tales como la extracción minera, la mercantilización del acceso al agua o en políticas sobre cambio climático. La primera propone abordar los procesos históricos de construcción de las desigualdades de género y sus expresiones en los procesos extractivistas. La segunda tiene como implícito que hay desigualdades entre hombres y mujeres, pero que estas se resuelven con procesos de integración, o generando espacios para la inclusión de mujeres, sin cuestionar las causas mismas de las desigualdades.

Por lo tanto, es necesario analizar de manera diferenciada los efectos que tiene tanto para hombres como para mujeres la transformación de relaciones sociales producida por los extractivismos, asociadas a los ámbitos espacial, ambiental, cultural y político, tomando en consideración por lo menos los siguientes ejes: la construcción de identidades y subjetividades; las diferenciaciones espaciales ligadas a la asignación de roles y representaciones; los espacios políticos y de participación; lo económico y lo laboral; y la relación del Estado y las empresas con las comunidades y procesos organizativos locales. Por lo tanto, a continuación, resaltaré algunos de los efectos tanto para hombres como para mujeres en tres de los escenarios propuestos, centrándome en particular en pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos.

Género y cambio climático

El cambio climático ha implicado no solo transformaciones ambientales, sino también respuestas y acciones políticas que tienen efectos desiguales de acuerdo con género, etnia y territorialidad. Las políticas globales-nacionales-locales sobre el cambio climático generan diferentes dinámicas en contextos locales y efectos entre pueblos y en particular mujeres indígenas, dado que ni estos ni ellas han sido tenidas en cuenta en los procesos de toma de decisiones y no han participado en la elaboración de propuestas de políticas globales-nacionales.

La perspectiva de género no se incluyó en las políticas globales de cambio climático en su inicio, pues primó la idea de un sujeto universal, un “ciudadano cero carbono” anónimo, neutro, sin género ni identidad, dispuesto a salvar la naturaleza. Esto motivó demandas de mujeres de diferentes partes del mundo, y como consecuencia se incluyeron consideraciones sobre los efectos diferenciados de las transformaciones climáticas tanto para hombres como para mujeres.

La implementación de mecanismos diseñados para mitigar el cambio climático, como la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD), en algunos procesos comprendió los cambios legales y los acuerdos internacionales de inclusión de la perspectiva de género. Sin embargo, surgieron críticas que argumentaron que las inclusiones respondían más a visiones estereotipadas, y menos a la consideración de contextos sociales y culturales diferenciados, y que desconocían las diferencias tanto de las relaciones que hombres y mujeres tienen con su entorno como de las categorías culturales de género. Por ejemplo, los conocimientos diferenciados entre hombres y mujeres no son incluidos, ni las maneras en que mujeres manejan la variabilidad climática. Así, se considera que mecanismos como este se convierten en un proceso extractivo y de control territorial que borra diferencias de género y etnicidad, en aras de procesos globales.

Género y agua

El agua como espacio de vida y bien colectivo ha permitido dinámicas de uso que se escapan a los procesos de valorización económica. Sin embargo, su acaparamiento ha generado controles y ordenamientos globales-locales que transforman las dinámicas locales y generan nuevas relaciones y valoraciones del agua, de manera diferenciada para hombres y mujeres. Los procesos extractivos mineros, las plantaciones de monocultivos para agronegocios o la creación de hidroeléctricas afectan de manera más intensa las prácticas cotidianas de las mujeres y los procesos económicos, alimentarios y simbólicos asociados con el agua.

Las actuales dinámicas de acaparamiento y de control del acceso, uso y toma de decisiones en procesos relacionados con la mercantilización del agua, así como los consecuentes proyectos asociados, entendidos como formas de apropiación de espacios de vida en los ríos, han exacerbado las desigualdades de género. Asimismo, se ha generado exclusión en los procesos políticos en torno al agua, o procesos hidropolíticos, y de control del agua o hidropoder.

La relación género y agua ha permeado los debates y políticas institucionales, de organismos internacionales y ONG. Sin embargo, se requieren más análisis sobre los efectos que traen tanto para hombres como para mujeres las transformaciones ambientales producidas por los extractivismos, entre estas las producidas sobre el agua. Las apropiaciones espaciales están relacionadas con diferencias entre hombres y mujeres, siendo estas últimas las más relacionadas con los lugares cercanos al agua, por procesos relacionados con el cuidado territorial y familiar. La defensa de los movimientos socioterritoriales cada vez más se centra en la noción del lugar atravesado por el agua como espacio de vida.

Se deben analizar más los procesos de acaparamiento y despojo de agua, y sus relaciones con género y etnicidad, así como sus efectos sobre los derechos de acceso, uso y control resultantes de la exclusión de los pobladores locales, en particular de las mujeres, para que puedan entrar en los procesos de toma de decisiones y, a su vez, abrir el debate sobre los derechos del agua.

Género y minería

La minería ha tenido en las últimas décadas un auge incentivado por las políticas económicas y de desarrollo nacionales, proceso sobre el que se han generado múltiples análisis que conectan perspectivas económicas, sociales, políticas y ambientales, enfatizando la conflictividad, o las resistencias y confrontaciones asociadas a ella; asimismo, hay aproximaciones sobre la participación masculina y femenina en la minería. De hecho, se encuentran trabajos centrados en los efectos macro sociales y ambientales de la minería tanto para hombres como mujeres. Se destaca el aumento de la participación de mujeres mediante, por ejemplo, cuotas de inclusión laboral y sindical. De igual manera, algunos de los trabajos abordan la problemática desde la violencia y el conflicto, sobre todo hacia las mujeres.

Sin embargo, de manera general, son escasos los textos que analizan las construcciones y representaciones de género bajo procesos extractivos y en particular la relación existente entre minería y desigualdades de género en ámbitos políticos, ambientales, culturales y sociales, tanto en lo público como en lo privado, teniendo en cuenta que existen diversos tipos de minería que diferencian a hombres y mujeres bajo particulares relaciones de poder.

En la minería a gran escala hay conocimientos especializados (diferenciados para hombres y mujeres) relacionados con los espacios en los cuales se desarrollan prácticas de acuerdo con género, en configuraciones espaciales que incluyen o excluyen, visibilizan o invisibilizan la presencia femenina o masculina. Estas asociaciones entre conocimientos, espacios y género se relacionan con identidades y subjetividades masculinas y femeninas que reproducen desigualdades previamente existentes. Estas desigualdades, que implican violencia física y emocional hacia las mujeres, se evidencian en la continuidad de roles sociales de género o en las transformaciones de procesos y prácticas cotidianas que cambian o reafirman dichos roles.

Las desigualdades implícitas a estas relaciones se han exacerbado con el auge actual de la minería. Asimismo, se expresan en el aumento de la violencia que genera nuevas apropiaciones tanto simbólicas como de hecho de cuerpos y territorios, que inciden sobre todo en los cuerpos femeninos y cambian la relación cuerpo/territorio. La violencia se evidencia de manera más extrema en la minería ilegal, en la cual hay vinculación de hombres y mujeres bajo relaciones de explotación que desconocen sus derechos. En Colombia, la minería ilegal (articulada con redes criminales) ha generado más desigualdades de género y violencia contra las mujeres, a través de procesos de control territorial y ambiental que se sustentan en la reproducción de categorías de género y relaciones desiguales.

Extractivismos y violencias de género

Los procesos extractivos planteados anteriormente, aparte de las desigualdades de género y violencias territoriales a diversas escalas, producen también otros procesos de violencia que tienen que ver con acceso a territorios y modos de vida de pueblos indígenas, comunidades afrodescendientes y campesinas, y con procesos de criminalización y asesinato de líderes y lideresas que asumen su defensa. Las mujeres como defensoras de la vida han sido criminalizadas, amenazadas o asesinadas por sus protestas, sus cuestionamientos a los extractivismos o por demandar alternativas frente a los desarrollos capitalistas que destruyen sus territorios. Tal es el caso de Berta Cáceres, asesinada el 3 de marzo de 2016, por la defensa de su territorio y del agua, y su confrontación con actores nacionales y transnacionales en Honduras. Asimismo, de acuerdo con globalwitness.org, en el 2015 en América latina aumentó el número de activistas ambientales asesinados a 122, de los cuales 49 fueron indígenas; en el ámbito global fueron 185, de los cuales 67 eran indígenas. Los países latinoamericanos con mayor número de asesinatos de ambientalistas fueron: Brasil (50), Colombia (26), Perú (12), Nicaragua (12), Guatemala (10), Honduras (8) y México (4).

Las históricas relaciones desiguales de género se basan en categorías de cultura y naturaleza, asociadas a las de hombre y mujer, y se expresan en la valoración de la extracción vinculada a lo masculino, con la correspondiente desvalorización de lo ambiental y de las mujeres. Estos procesos demuestran las relaciones entre extractivismos y género y ponen de relieve cómo dichas dinámicas están articuladas con procesos de instauración y exacerbación de desigualdades, lo que implica violencia en mayor grado hacia las mujeres y hacia los cuerpos feminizados (niños y jóvenes). Estas dinámicas atraviesan tanto las políticas del Estado como las prácticas cotidianas de los diversos actores relacionados con los extractivismos. Sin embargo, hay procesos de violencia que se incrementan, como es el caso de procesos ilegales asociados a los extractivismos.

De igual manera, las nuevas dinámicas extractivas traen fracturas en las relaciones de género, sociales y culturales locales, transversales a todas las reconfiguraciones territoriales y culturales. Sin embargo, acá quiero destacar cómo las actividades extractivistas han desencadenado hechos de violencia contra hombres y mujeres y han generado desigualdades en los enclaves extractivistas, relacionadas con violencia sexual, especialmente sobre las mujeres. En este panorama el cuerpo de las mujeres se vuelve el escenario de conflicto. Más aún, hay otras formas de violencia cotidiana que se expresan en los impactos de los extractivismos y que requieren ser visibilizadas, como son los efectos sobre los modos de vida o negación de espacios para ser, hacer y estar en sus territorios.

Sin embargo, estas dinámicas que violentan a hombres y mujeres han generado respuestas frente a los extractivismos que articulan críticas a modelos económicos y de desarrollo hegemónicos, y proponen alternativas.

Defensas de la vida frente a los extractivismos: feminismos territoriales

Frente a las dinámicas extractivistas, tanto hombres como mujeres han liderado diversos procesos de defensa de los territorios y naturalezas o lo no-humano, demandando el reconocimiento de la participación y el derecho a tomar decisiones a través del consentimiento previo, libre e informado, o generando nuevos espacios de participación como los procesos de consultas autónomas, comunitarias o populares. Asimismo, a través de protestas y acciones de mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas en contra de los procesos extractivos, se plantean críticas y propuestas alternativas a la relación con los territorios, y se posicionan tanto otras visiones de desarrollo (alternativas al desarrollo), como construcciones culturales de género en contextos de los extractivismos, tales como la ética del cuidado y la justicia ambiental.

A estas dinámicas políticas que las mujeres lideran no solo en Colombia, sino en América latina, las denomino feminismos territoriales. Entiendo bajo este concepto las luchas territoriales-ambientales que son encabezadas por mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas, y que se centran en la defensa del cuidado hacia el territorio, el cuerpo y la naturaleza, y en la crítica a los procesos de desarrollo y los extractivismos. Las propuestas se basan en una visión de la continuidad de la vida articulada a sus territorios.

Plantean como eje central la defensa de la vida, partiendo de sus prácticas, de las relaciones entre hombres y mujeres, y de las relaciones de lo humano con lo no-humano. De igual manera, proponen la defensa de actividades cotidianas de subsistencia, de autonomía alimentaria y de sus modos de vida. Las propuestas se centran en una visión de la continuidad de la vida, en la cual, por ejemplo, las mujeres son defensoras de la vida articulada con los territorios. Se plantean las autonomías locales como formas de confrontación y de generación de alternativas de control territorial, que incluyen el control vertical y horizontal de sus territorios.

Las dinámicas de las mujeres afrodescendientes, campesinas e indígenas en particular, implican replantear los extractivismos desde las autonomías y repensar las desigualdades socioambientales y de género desde su instauración. Estos planteamientos evidencian maneras de repensar las desigualdades de género en contextos extractivistas, desde perspectivas que confrontan las lógicas extractivistas y que generan alternativas de vida en los territorios.

Se proponen cuatro dimensiones para el replanteamiento de los extractivismos: revertir las desigualdades basadas en las nociones duales de cultura y naturaleza; repensar las políticas globales ambientales y climáticas y su asociación con procesos extractivos; reconfigurar las problemáticas legales y de derechos reconocidos en contextos internacionales-nacionales locales, e incluir las demandas culturales y las perspectivas múltiples, que incluyan los derechos de lo no-humano de ser y existir.

Todas las dimensiones anteriores nos conducen al reconocimiento de la autodeterminación ambiental, sustentada en las demandas de autonomía y gobernabilidad cultural. Dicho reconocimiento está ligado a los conocimientos y a las estrategias de manejo ambiental que posicionan a los hombres y las mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas, y los legitiman como una fuerza de protección de sus territorios, consolidándose así los feminismos territoriales en la defensa de la vida.

Autorxs


Astrid Ulloa:

Doctora en Antropología, University of California, Irvine, EE.UU. Profesora titular del Departamento de Geografía, Universidad Nacional de Colombia. Directora del grupo de Investigación Cultura y Ambiente. E-mail: eaulloac@unal.edu.co.