Extractivismo, y debates sobre decrecimiento y otras formas de pensar el mundo

Extractivismo, y debates sobre decrecimiento y otras formas de pensar el mundo

Tanto en las economías extractivas del Sur como en las economías de consumo del Norte, el debate apunta a la inviabilidad ambiental y social del actual paradigma de crecimiento ilimitado. Ante el fracaso de las propuestas de desarrollo y consumo “sostenibles”, desde distintas corrientes de pensamiento se consolida un nuevo imaginario que, entre otras cosas, aboga por la reducción equitativa de los metabolismos productivos de nuestras sociedades.

| Por Mariana Walter y Marta Conde |

En los años ’50 se desencadena una gran aceleración en el uso de recursos naturales que alcanza tasas de crecimiento sin precedentes en la primera década del siglo XXI. Estas tendencias están asociadas con una creciente presión sobre el ambiente y las sociedades y con mayores conflictos ecológico distributivos. Una gran parte de estos conflictos está asociada a la extracción de energía y minerales en países del Sur y emergentes para suplir el consumo del Norte global, dando lugar a fuertes debates tanto en las economías extractivas como en las economías de consumo sobre la insostenibilidad ambiental y social de nuestros modelos de desarrollo y crecimiento.

En este artículo analizamos, en un primer lugar, algunas tendencias clave en la extracción de materiales en el mundo y la región latinoamericana y sus implicancias socioambientales. Como respuesta a estas tendencias y, vinculándolas con el consumo, revisamos en un segundo lugar el concepto de decrecimiento, sus fuentes y principales propuestas. El decrecimiento se ha erigido como un espacio diverso y rico de reflexión sobre los problemas y desafíos que enfrentan las sociedades para avanzar hacia un sistema de organización más justo y sostenible ambiental y socialmente.

Metabolismo social, extractivismo y fronteras de extracción

El aumento radical en la extracción de materiales (minerales metalíferos e industriales, peces, cultivos, plantaciones, etc.) es un proceso que ha sido cuantificado en diversos estudios a nivel global y regional. Diversas metodologías surgidas del estudio del metabolismo social de las economías permiten evaluar el crecimiento en los patrones de extracción. “Metabolismo social” se refiere a los intercambios de energía y materiales entre las sociedades humanas y el medioambiente, cuya tendencia es creciente. A continuación, presentaremos algunas tendencias en el aumento de la extracción de materiales, y examinaremos algunas de las implicancias para las economías más industrializadas y aquellas en vías de industrialización, donde actualmente se concentra la mayor presión extractiva.

Como analizan Anke Schaffartzik y colegas en su trabajo “The global metabolic transition: Regional Patterns and trends of global material flows”, de 2014, entre el año 2000 y el año 2010, la extracción de minerales se ha prácticamente duplicado a nivel mundial, pasando de 764.000.000 a 1.551.000.000 de toneladas anuales. Más aún, durante la segunda mitad del siglo XX, la minería, así como otras formas de extractivismo (i.e. plantaciones, cultivos intensivos), se han expandido globalmente hasta un punto en que pueden ser consideradas una de las formas dominantes de intervención humana en el ambiente. Por otro lado, desde la década de los ’50, la extracción de minerales ha migrado de las economías más industrializadas hacia economías emergentes. En el 2010, solo 6% de los metales extraídos provenían de Europa o Norteamérica, mientras que el 76% fue extraído de 4 países (Australia, China, India y Brasil).

Estudios sobre el flujo de materiales (la cantidad de toneladas de materiales que se extrae, exporta e importa de una economía) realizados en 2013 para la región latinoamericana por James West y Heinz Schandl indican que, entre 1970 y 2008, el flujo de materiales se multiplicó por cuatro en la región impulsado por el consumo doméstico y las exportaciones. Las economías latinoamericanas, y particularmente las economías sudamericanas, tienen un balance comercial físico deficitario. Es decir, se exportan más toneladas de las que se importan. Lo que no implica que el balance monetario sea proporcionalmente positivo. Esto refleja una creciente presión interna y externa para incrementar la extracción de materiales para uso doméstico y para la exportación.

En relación con el comercio exterior, las tendencias apuntan a una persistencia estructural de un intercambio ecológicamente desigual. Este concepto desafía el argumento de que las exportaciones de los países en desarrollo promueven su crecimiento y desarrollo económico sostenible y apunta a los trade-offs físicos y socioambientales en juego. Los estudios destacan cómo los países pobres exportan a precios que no toman en cuenta los impactos locales o el agotamiento de los recursos naturales y a cambio compran bienes y servicios costosos de regiones más ricas. El intercambio ecológicamente desigual surge del hecho estructural de que las regiones o países metropolitanos requieren grandes cantidades de energía y materiales a precios bajos para su metabolismo.

Los términos de intercambio a largo plazo son persistentemente negativos para Sudamérica en conjunto y para la mayoría de los países por separado (una tonelada importada es siempre más costosa que una exportada, de dos a cinco veces). Sin embargo, los términos de intercambio mejoraron algo en la primera década del siglo XXI, alimentando una ola de optimismo en lo relativo al crecimiento económico que después se ha deteriorado nuevamente. Actualmente, las grandes exportaciones físicas apenas permiten pagar las importaciones en la mayoría de los países sudamericanos.

Las implicaciones sociales y ambientales en la extracción de recursos han motivado debates en torno al extractivismo y, más recientemente, el neoextractivismo. Existen diversas definiciones para estos términos. El extractivismo contempla en general a economías en las que el sector extractivo tiene un peso importante, el sector primario exportador está entre las principales fuentes de ingreso, y el trabajo y los recursos naturales están explotados más allá de su habilidad para reproducirse. La alta demanda de tierra, energía y agua asociada con la minería compite además con otros usos del suelo y acceso a recursos por las poblaciones locales y ecosistemas. La alta conflictividad que presentan las economías extractivas ha sido destacada en diversas investigaciones. Como señala Eduardo Gudynas, el neoextractivismo se refiere a un nuevo régimen extractivista, especialmente presente en América latina, en que la expansión de las fronteras de extracción se despliega de la mano de gobiernos progresistas. En este contexto, el Estado juega un rol más activo en la extracción y, en algunos casos, vincula dicha actividad con programas para paliar la pobreza. Sin embargo, los impactos sociales y ambientales se mantienen. El Estado es más activo tanto a través de las reformas regulatorias que buscan aumentar la participación del Estado en los beneficios mineros (regalías, beneficios) como de un mayor protagonismo en las empresas extractivas.

Se trate de regímenes extractivistas o post-extractivistas, las crecientes presiones para extraer minerales desplazan y expanden las fronteras de extracción de las commodities a áreas de gran valor biológico o nuevos territorios generalmente habitados por grupos campesinos o indígenas que se rebelan. El concepto de las fronteras de las commodities examina el proceso de colonización de nuevas áreas geográficas en búsqueda de materias primas (petróleo, minerales, biomasa, etc.) y sus consecuencias sociales, ambientales y culturales. El término fue inicialmente utilizado en el año 2000 por Jason W. Moore, que sostiene que ampliar las fronteras existentes es la principal estrategia del capitalismo para extender el alcance y la escala del proceso de mercantilización.

Cabe destacar que los impactos sociales y ambientales de la extracción de recursos aumentan a medida que la calidad y disponibilidad de tales recursos disminuye. En el caso de la minería, actualmente se requieren más recursos y se generan más desechos y contaminación para obtener la misma cantidad de minerales que hace diez años. Algunos autores señalan que la cuestión ya no es si hay recursos disponibles, sino cuáles serán los costos sociales y ambientales si se continúa extrayéndolos y cómo se toma esta decisión. En este sentido, una de las características de la década de 2000 ha sido el significativo aumento de los conflictos socioambientales que involucran a comunidades opuestas a las actividades extractivas o de elevado impacto ambiental en sus territorios.

El avance de las fronteras de extracción y su impacto no son motivo de preocupación solo en el Sur. La crisis y los consiguientes ajustes estructurales que recientemente han afectado a Europa han provocado la devaluación de los costos del trabajo y la eliminación de regulaciones en los ámbitos de la salud y del medioambiente. Proyectos extractivos que no fueron posibles en el pasado son ahora cada vez más factibles. La minería de carbón y de oro está volviendo a Europa, provocando violentos conflictos como el de Chalkidiki, en el norte de Grecia. Esta tendencia se ve acentuada por la llegada de nuevas tecnologías como el fracking del gas, que se ha expandido rápidamente en Estados Unidos y ahora en Europa, y las prospecciones en zonas marinas profundas y no tan profundas.

Las tendencias previamente examinadas señalan que el continuar promoviendo un modelo económico basado en el crecimiento –lo que implica un aumento sostenido e insustentable de su metabolismo social (creciente necesidad de recursos y energía)– tiene un alto costo socioambiental en los territorios de extracción.

Decrecimiento, un concepto multidimensional

En un contexto de creciente crisis ambiental, social y económica tanto en los países extractores como consumidores, el decrecimiento surge como un nuevo imaginario que proyecta una sociedad donde se consuman menos recursos y se organice y viva de forma diferente a través del compartir, la simplicidad, la convivialidad, el cuidado y el manejo de “lo común”.

El término “decrecimiento” fue propuesto por André Gorz en 1972 y lanzado por activistas ambientales en el 2001 como un eslogan provocador para repolitizar el debate socioambiental. El decrecimiento es principalmente una crítica al crecimiento, llama al rechazo de la obsesión con el crecimiento económico como panacea para resolver todos nuestros problemas. Aboga por la reducción equitativa y socialmente sostenible del metabolismo social de nuestra sociedad, todo lo que la sociedad extrae, procesa, transporta, distribuye y luego consume para ser devuelto como desecho.

El decrecimiento sostiene que, si queremos mantener nuestra sociedad dentro de los límites ecológicos, tendremos que tener menos grandes infraestructuras de transporte, viajes al espacio, “la última moda” en ropa, coches más rápidos o mejores televisores, pero, en cambio, sí podríamos necesitar más infraestructuras de energías renovables, mejores servicios de salud y educación o más teatros y plazas. Se trata de abrir el debate para una “reducción selectiva” sobre qué actividades de extracción-producción-consumo queremos decrecer y cuáles crecer. Como señala Giorgos Kallis, del grupo de trabajo Research & Degrowth de Barcelona, estas decisiones no se pueden dejar en manos de los mercados, ya que estos causan caos en vez de adaptaciones graduales, y también porque no distinguen entre los que tienen y los que no. Estos retos son enormes si uno tiene en cuenta la excesiva capacidad de producción de la sociedad industrial y las fuertes inequidades sociales existentes.

El decrecimiento se diferencia mucho de los conceptos de desarrollo sostenible y crecimiento verde que han sido promovidos como panaceas para mantener el consumo, la producción y el comercio sin dañar el planeta. En el marco del consumo sostenible, se ha puesto énfasis en la eficiencia y en el rol del consumidor para comprar productos verdes y “sostenibles”. El fracaso de estos conceptos ya se ha hecho patente. Si bien ha habido cambios en la demanda de productos más eficientes como lavadoras o automóviles, se padece lo que se conoce como efecto rebote (o paradoja de Jevons). Este fenómeno explica que las mejoras en la eficiencia energética no compensan el aumento en el consumo total de materiales para la fabricación de bienes. Por ejemplo, en el caso de televisores, mientras que estos son más eficientes, tienen pantallas mucho más grandes, por lo que el consumo de materiales total es finalmente mayor. Las políticas que promueven el reemplazo más regular de los televisores también disparan el consumo total de energía y materiales. La paradoja de Jevons explica, además, que la energía o los materiales que se han ahorrado suelen ser invertidos en más consumo o en nuevas adquisiciones. Por ejemplo, las bombillas supereficientes se dejan encendidas toda la noche o el ahorro en un coche se invierte en un viaje. En un marco más general, el fracaso de las ideas de desarrollo sostenible o crecimiento verde se explican en parte por la inhabilidad de reconocer los limites biofísicos al crecimiento económico, el hecho de que las medidas tan solo son voluntarias y muy permisivas con las grandes empresas y la excesiva confianza en la tecnología como panacea para salir del paso en el que nos encontramos.

En el decrecimiento identificamos varias fuentes o corrientes de pensamiento que se cruzan y complementan. Federico Demaria y colegas destacan seis fuentes clave. La primera de ellas es la ecología (1), que señala la necesidad de conservar y valorar los ecosistemas denunciando los impactos de la industrialización y el consumo. Muy ligada a ella está la (2) bioeconomía, que hace un análisis más cuantitativo de los flujos de energía y materiales de nuestra economía apuntando, por ejemplo, al constante aumento de la energía invertida en extracción que señalábamos en la primera parte. A través de estos análisis se cuestionan las innovaciones técnicas desarrolladas para poder sostener el crecimiento infinito y las consecuencias de la paradoja de Jevons. El decrecimiento, por el contrario, aboga por propuestas “no-técnicas” y herramientas conviviales para reducir los flujos de materia y energía. En este sentido, otras corrientes influyentes han sido las críticas al desarrollo y el elogio al antiutilitarismo (3) que cuestionan la uniformidad de las culturas a través de la adopción de ciertas tecnologías y los modelos de producción y consumo experimentados en el Norte global. En esta corriente también se critica al homo economicus y la idea de que los humanos nos guiamos por el interés personal y la máxima utilidad, una construcción social de la economía heterodoxa. El decrecimiento llama a una visión más amplia, dando más importancia a las relaciones comerciales basadas en regalos, reciprocidad y la convivialidad, donde las relaciones sociales son centrales. A ellos se une el bienestar y el significado de la vida (4). Como señala la paradoja de Easterlin, una vez que unas necesidades básicas están cubiertas, el aumento de ingresos no aumenta la felicidad. Para el movimiento de simplicidad voluntaria, la reducción del consumo individual se ve como una liberación de las ataduras del consumo. Otra escuela del decrecimiento llama a una “democracia profunda” (5) en respuesta a la falta de debates democráticos sobre desarrollo económico, tecnología o progreso. Hay dos vertientes en esta escuela: una más reformista, que busca transformar nuestras instituciones democráticas, y otra más radical, que busca nuevas instituciones más participativas y con mecanismos de democracia directa. Finalmente, la dimensión de justicia (6) es clave para el decrecimiento y lo primero en decrecer tiene que ser la desigualdad. Una presunción común entre los economistas es que solo el crecimiento económico puede mejorar las condiciones de vida de los pobres del planeta a través de un efecto de goteo a los menos favorecidos. Oponiéndose a esta doctrina, el decrecimiento aboga por la disminución de la competición, la redistribución y la reducción de salarios excesivos. Y es que la comparación social basada en los modos de vida de personas más pudientes es la que provoca la envidia y la competición de una sociedad frustrada al no poder consumir igual que los “ricos”, llevando a una creciente infelicidad. Al establecer un salario máximo (o una riqueza máxima), se frena la envidia como motor del consumismo.

El decrecimiento solo tiene sentido cuando todas estas fuentes se tienen en cuenta. Tomadas de forma independiente, se trataría de un proyecto incompleto y reduccionista, lejano de las ideas del decrecimiento. Por ejemplo, solo centrarse en la falta de recursos y la destrucción de los ecosistemas, pero no atender las injusticias ambientales, podría resultar en un discurso “arriba-abajo” con propuestas para el control poblacional y antiinmigración. Una justicia sin democracia puede llevar a soluciones autoritarias y mejorar la justicia y la democracia sin preocuparnos por el significado de la vida puede llevar a soluciones centradas en la tecnología.

Como examina Giorgos Kallis, las propuestas sobre “cómo decrecer” están aún fragmentadas y se despliegan en un espectro muy amplio. Desde aproximaciones más vivenciales que buscan “salir de la economía” (ecoaldeas, cooperativas de producción-consumo, granjas de producción orgánica), pasando por propuestas por una democracia más directa o participativa o ideas más reformistas a nivel de cambios institucionales y políticos. Estos últimos abogan por la redistribución (del trabajo, tiempo libre, recursos naturales y riqueza) y, en general, por descentralización y relocalización gradual de la economía. Así, se reduciría el metabolismo social, adaptando la sociedad a una economía más pequeña. Propuestas más concretas van desde la reducción de horas de trabajo, instituciones que garantizan empleo o un salario básico, salarios máximos e impuestos: redistribución de impuestos, control de los paraísos fiscales e impuestos sobre daños ambientales, como el CO2, el uso de recursos y la polución. Se podrían también prohibir ciertas actividades que se consideran nocivas, como la extracción en ciertas zonas, la energía nuclear o la publicidad. La mayor parte de estas propuestas no son nuevas, pero bajo el marco del decrecimiento forman parte de un cambio de dirección.

Pero el decrecimiento no busca ser la única alternativa radical en pos de un mayor bienestar humano y justicia ambiental. Existen en el mundo muchas otras cosmovisiones y conceptos cuyas preocupaciones y críticas están hermanadas con el decrecimiento. De especial relevancia en América latina es el concepto del Buen Vivir, que aboga por una nueva (o muy antigua) forma de pensar el desarrollo y la felicidad; Ubuntu y sus diversas variantes africanas ponen un especial énfasis en el cuidado, el compartir; el Swaraj en la India que busca la autosuficiencia y el autogobierno; la experiencia de confederalismo democrático en el territorio kurdo basado en asambleas populares y el respeto a la naturaleza, y muchos otros. Como subraya Ashish Kothari, aunque muchas difieren en la prognosis del cómo actuar, coinciden en los valores y principios fundamentales como el respeto a la vida y a los derechos de la naturaleza, el bienestar humano que sitúa a lo no material y material al mismo nivel, igualdad y justicia, diversidad y pluralismo, gobernanza basada en la subsidiariedad y participación directa, trabajo colectivo, solidaridad y reciprocidad, resiliencia, simplicidad y suficiencia. Tanto el decrecimiento como estas propuestas reconocen que la humanidad debe reconectar con la naturaleza y debe asumir sus límites y adaptar su vida a los ciclos de vida naturales. Joan Martínez Alier –entre otros autores– ha abogado por la oportunidad de crear alianzas entre los movimientos que promueven el Buen Vivir en el Sur y el decrecimiento en el Norte.

Sea o no de agrado el término “decrecimiento”, este concepto ha abierto un espacio de debate que ofrece una oportunidad única para repensar y desafiar nuestras estructuras de vida. No solo se trata de un debate utópico, en los últimos años han aumentado los foros en que tanto activistas como académicos vinculados al decrecimiento desarrollan desde la teoría y la práctica propuestas que abarcan desde el desarrollo de modelos económicos y políticos, hasta propuestas de acción local o revalorización de cosmologías despreciadas. Estos debates trascienden los sures y nortes globales. Las reflexiones y emociones que desata el debate “decrecentista” no nos dejan indiferentes, ya que afectan tanto a aspectos de nuestro día a día como a temas más profundos, como el sentido de la vida, nuestra relación con la naturaleza o nuestra supervivencia en la tierra.

Autorxs


Mariana Walter:

Investigadora post-doctoral de la Universidad Autónoma de Barcelona. Coordinadora Científica del proyecto internacional (AC Knowl-EJ) sobre coproducción del conocimiento para la Justicia Ambiental entre la academia y activismo (http://www.worldsocialscience.org/activities/transformations/acknowl-ej/).

Marta Conde:
Investigadora post-doctoral de la Universidad Autónoma de Barcelona.