Estamos en el aire, ¿salimos mejores? Subalternidad, territorio y medios durante la pandemia

Estamos en el aire, ¿salimos mejores? Subalternidad, territorio y medios durante la pandemia

Los/as autores/as postulan que existe un tipo de enunciación mediática atravesada por una matriz etno y porteñocéntrica que se replegó al comienzo de la pandemia del Covid-19 para luego desplegarse recargada, y en diferentes fases, sobre la noticiabilidad del conurbano y las villas de la ciudad de Buenos Aires.

| Por María Graciela Rodríguez, Lucrecia Gringauz,
Bárbara Mastronardi, Mauro Vázquez y Sebastián Settanni |

“Estamos en El Pueblito, un barrio muy particular”, comenta a cámara Martín Ciccioli, conductor del programa “Lado C” y cronista del noticiero “Telenoche”. Es agosto de 2020. Está caminando por los pasillos de la villa El Pueblito, en Valentín Alsina, partido de Lanús. Sus programas suelen redundar en eso: caminar zonas marginalizadas de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano para mostrar faltas, carencias, pobrezas, inseguridades y delitos.

–Se están prendiendo fuego muchas casas –continúa–. ¿Cómo se combina esto con el Covid? Ante la falta de olfato nadie se da cuenta de que la casa se está prendiendo fuego.

Les cronistas y noteros de los canales de televisión han regresado a los barrios populares luego de varios meses de confinamiento estricto por la pandemia de Covid-19. Esas precarias casas, parece decir el cronista, se incendian por la falta de olfato de sus propietaries. La distancia entre el enunciador televisivo y los sujetos y espacios representados parece enorme. Y sin embargo, al comienzo de la pandemia, las cosas no fueron así.

Hace diez años venimos trabajando sobre la configuración de un tipo de posición enunciativa mediática a partir de la cual la subalternidad es hablada, mirada y tematizada por otres. A lo largo del período 2020-2022, constatamos dos momentos en los cuales esa posición se combinó de modos diferentes: al comienzo de la pandemia de Covid-19 se replegó, y luego, lentamente, volvió a desplegarse recargada, recayendo, especialmente, sobre la noticiabilidad del conurbano y las villas de la ciudad de Buenos Aires. Este trabajo, en efecto, trata sobre esa cronología mediática de la subalternidad territorial en pandemia.

La matriz de enunciación mediática

Durante aquel tiempo que la pandemia reescribió como la “vieja” normalidad, nuestras investigaciones nos condujeron a la identificación de tres centrismos constitutivos del punto de vista hegemónico de los discursos de los medios de comunicación. En torno de esas tres dimensiones definimos la matriz de enunciación mediática como hétero-patriarcalcéntrica, etnocéntrica y porteñocéntrica.

En la articulación de esas dimensiones, asumimos, se fue construyendo una mirada y un decir sobre lo social que, desde y por los medios masivos de comunicación, no ha hecho más que confirmar, reproducir y expandir relaciones de poder preexistentes. Relaciones estructuradas por una suerte de evidente –y por eso mismo indiscutida– posición de legitimidad, dada por la pertenencia de clase, sexo-genérica, de etnia y ubicación socio-geográfica. Relaciones articuladas, así, sobre unos sentidos (comunes) que los mismos medios han colaborado en construir, y de los que también son producto.

Entonces, nuestro planteo es que dentro de una enunciación configurada sobre esas tres dimensiones (el hétero-patriarcalcentrismo, el porteñocentrismo, el etnocentrismo), las representaciones mediáticas de la subalternidad tienden a sobrerrepresentar las diferencias culturales y a diluir en ellas la(s) desigualdad(es).

Sin embargo, el notorio poder para sacudir normalidades que ha portado la pandemia nos obliga a revisar este modo general de funcionamiento y nos permite pensar algunos desajustes sobre esa acendrada modalidad de enunciación. Como expondremos a continuación, en el marco de un devenir propio de la situación pandémica, es posible identificar matices y tensiones en dicha articulación y posición enunciativa.

Hubo un tiempo que fue hermoso

La cuarentena sanitaria a raíz de la llegada del Covid-19 a la Argentina supuso el repliegue no solamente de todes les habitantes de la nación del espacio público hacia el ámbito doméstico sino también de las características salientes de la matriz de enunciación mediática que sintetizamos anteriormente.

Decretado el primer aislamiento social preventivo obligatorio, los medios masivos de comunicación aunaron esfuerzos con el Estado nacional y participaron de las campañas públicas en pos de concientizar a toda la población para frenar el avance del coronavirus. Se trataba de un problema que invitaba a olvidar las diferencias, y a barrer las desigualdades porque se estaba en presencia de un virus desconocido que no distinguía cuestiones socio-geográficas, de clase, ni sexo-genéricas.

El nosotros inclusivo construido no dejaba a ningún habitante de la nación afuera. “Al virus lo frenamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad”, afirmaban las tapas de los principales medios gráficos de la nación al comienzo de la cuarentena, a partir de una iniciativa de la Secretaría de Medios y Comunicación Pública de la Nación, junto a la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas, que se replicó en los medios audiovisuales y en las redes sociales. Para derrotar al virus era necesaria una labor colectiva que necesariamente debía dejar atrás las diferencias socio-geográficas, de clase, de género y sexualidades.

Sin embargo, se trató de una acción momentánea y fugaz. Pronto comenzó a resquebrajarse y, a las pocas semanas de iniciada la cuarentena, la matriz de enunciación mediática fue recobrando su histórica fisonomía, resaltando, en ese proceso, sus aspectos etno y porteñocéntricos. De a poco se fue evidenciando el poder de sanción de los medios de comunicación sobre ciertos ciudadanes particulares que no cumplían con la cuarentena. Y, al mismo tiempo, el nosotros construido en el primer momento desde la superficie mediática dejaba atrás sus rasgos inclusivos y reestablecía las diferencias en torno a cuestiones socio-geográficas y de clase, dos de los aspectos salientes del enunciador mediático.

“Hay casos en todos los asentamientos” (Canal 13 – 5/5/2020); “Un mundo de gente en conurbano bonaerense” (A24 – 27/3/2020); “Confirman 223 casos en las villas porteñas” (Telefé – 4/5/2020), se leía y escuchaba en algunos canales de televisión por aquellos días, acompañados de imágenes en las que abundaban los primeros planos de quienes habitan dichos territorios. Una novedad en tiempos de pandemia tras la (efímera) unidad nacional que, rápidamente, dejará en claro que este enunciador etno y porteñocéntrico había decidido ponerle fin a la (su) cuarentena.

Volver, qué ganas de volver

La recuperación de la matriz empezó con un video amateur. Entre el 9 y el 10 de abril de 2020 circuló en las redacciones de los principales medios un video casero de la villa 1-11-14 con las calles llenas de gente y vendedores ambulantes. Quien lo filma dice que allí nadie del gobierno hace cumplir la cuarentena. Ese video será leído como génesis del brote de Covid que acontecerá en mayo en las villas, porque a la villa nunca se la enuncia en singular: siempre una villa es, también, todas las villas. Pero lo que brotó con mayor virulencia no fue el Covid, sino la visualización problematizante de esos barrios. Ese lugar que el enunciador televisivo moldeó como distante y distinto, locación de un quiebre social, cultural y económico, con sus faltas y necesidades, aparecía como un peligro a la salud pública. Al igual que el conurbano: el noticiero de América TV lo describía como una “bomba bacteriológica”.

El principal problema marcado fue el hacinamiento. El confinamiento es impracticable en la villa, sostenía la mayor parte de los medios. Esa enunciación se distanciaba arquitectónica (argumentando el poco espacio en esos barrios) y socialmente (por las “necesidades” de sus habitantes). “Imágenes impactantes: el barrio 1-11-14 sin cuarentena”, titulaba el programa de la tarde de América TV en esos días. “Esa gente está todo el día de cara con la muerte”, decía, justificando la aglomeración, una columnista de ese show conducido por Alejandro Fantino. “Para nosotros es fácil decirlo”, cerraba otra. “Ahí hay necesidad”, insistía otro, “una actividad de subsistencia”. En “Telenoche” la cuestión no era muy diferente: “Crecen los infectados en la villa 31”. Desde el porteñocentrismo del enunciador, un peligro amenazaba con avanzar hacia el resto de la ciudad.

La empatía, sin embargo, define el registro de este primer distanciamiento. El 13 de mayo de 2020 el noticiero “Telenoche” muestra la nota “Sanidad artesanal”, sobre las medidas implementadas por vecinos de la 1-11-14 ante el coronavirus: “Cómo los vecinos organizados le dan batalla al coronavirus”, dice el cronista. Les vecines del barrio arman protocolos, desinfectan, reparten barbijos. El Estado está ausente, dicen vecines y también el enunciador; los rostros y acciones se bañan del tono del modelo: la villa es un ejemplo. De hecho, vuelve a aparecer vacía. “Es muy lindo ver cómo la gente se organiza”, concluye la conductora del noticiero. Son gente. La unidad parecía sobrevivir.

Cercamiento

Entrar en una villa es un artificio retórico y enunciativo consolidado en las representaciones audiovisuales del realismo televisivo. Noticieros y programas documentales lo emplean a modo de indicador de la discontinuidad urbana y social que define su mediatización de las villas. Los programas documentales televisivos (como Ser Urbano, La Liga, GPS, Lado C o Esta es mi villa), forjadores de la marginalidad como materia prima televisiva, insisten desde hace veinte años en la escenificación del ingreso del cronista al barrio como modo de organizar discontinuidades sociales. Y trazar, así, límites urbanos y desigualdades en(tre) la ciudad y su conurbano.

El 25 de mayo de 2020, ante el aumento exponencial de los casos de Covid-19 en Villa Azul, en los partidos de Avellaneda y Quilmes, las fuerzas de seguridad de la provincia de Buenos Aires cerraron el barrio. Tres días después del cierre de Villa Azul, la pandemia, en tanto evento periodístico, se afianzó como un problema arquitectónico, urbanístico y social: solo parecía expandirse en los “barrios vulnerables” o “barrios populares”, como se les decía. Crecía, se multiplicaba y ocupaba noticieros y emisiones en vivo: las informaciones sobre aumentos de casos de Covid-19 en el “Barrio 31”, en Zavaleta, en la 20, y otras más, eran centrales. El distanciamiento social es imposible, repetían cronistas y conductores. “¿Existe la posibilidad de que haya casos como el de Villa Azul, que se empiecen a cerrar barrios?”, preguntaba el conductor del noticiero de América TV. Virus y villas entraban en un coqueteo de sinonimias. Y el cercamiento se perfilaba como la solución.

Esa costumbre de erigir límites sobre espacios urbanos le daba al dispositivo televisivo la experiencia y el conocimiento técnico de enunciar la marginalidad en el confinamiento. Aunque los obligó también a innovar. Las cámaras habían quedado afuera, en la entrada al barrio, por lo que la única imagen a mano era el cerco policial, el plano general, el dron o el zoom a distancia de casas, pasillos y vecinos. Puro dispositivo técnico. Distante, falto de presencia.

C5N, en ese tono, presentó la entrevista a Mariano, un vecino de Villa Azul, en vivo, en directo, “desde adentro”, a través de su teléfono celular. “Villa Azul por dentro: ¿cómo es sobrevivir a la pandemia?”, señalaba el videograph. “Es muy interesante hablar con ellos, los protagonistas que están en el lugar, y cuál es la mirada de quienes han modificado su realidad”, comentaba el conductor. El dispositivo audiovisual parecía dar la voz y la imagen al otre: no solo era su palabra sino también su mirada, que era la de la cámara del celular. Mariano enfocaba su casa, el patio que comparte con sus hermanos, pasillos, vecinos, lugares inundados, una dependencia de la ANSES. Pero su registro audiovisual permanecía como fondo sobre el cual el enunciador televisivo conservaba la guía, las órdenes, la opinión, la legitimidad en la definición de la problemática. “Mostranos tu casa”, le decía la conductora, y lo repetía con el patio, el pasillo, la inundación, mientras el conductor editorializaba. El registro audiovisual había quedado fuera pero la matriz enunciativa se las ingeniaba para insistir en organizar la diferencia y la desigualdad.

Inseguridades

Con Villa Azul reaparece, tímidamente, un tópico recurrente en la visualización de estas urbanidades: la (in)seguridad. La policía está rodeando el barrio. Hablan de zonas inseguras, “picantes”. Y esa lógica prende con otros barrios. Con una cámara ocultada en una moto el noticiero de América TV, a finales de mayo, registra el barrio Zavaleta y marca, deteniendo la imagen y con un círculo, a quienes no tienen barbijo, toman de la misma cerveza o juegan al piki-voley. Son rostros sin barbijo. Personas marcadas visualmente. “Descontrol en Villa Zavaleta”, titulan. La distancia, aquí, se convierte en registro policial: patrullar, controlar, marcar e identificar sujetos y acciones. Una visibilidad perfecta.

Hay, sin embargo, personas desmarcadas. Cuando en junio y julio comienzan a darse las primeras infracciones masivas de los protocolos, con fiestas clandestinas y aglomeraciones en plazas y parques de la ciudad, les transgresores, de clase media, no aparecen, lo hacen desde lejos o directamente se los ve de espaldas o con sus rostros blureados. La visibilidad se enrarece y difumina. Bastante diferente a la de les juerguistas del conurbano o de las villas, visualizados generalmente en primer plano, con lujo de detalles e incluso hablando. La matriz de representación reutiliza sus recursos técnicos de diferenciación y encubrimiento. No son las mismas fiestas, ni los mismos usuarios. El género y el enunciador parecen estabilizarse luego del sacudón pandémico.

Hacia fines del mes de junio las noticias sobre el conurbano y las villas comienzan a ser atravesadas por el contorno del tono policial y de seguridad. Así aparece el tópico de la inseguridad como problema que avanza a la par de la pandemia. El 24 de junio “Telenoche” ingresa a “Villa Fiorito ATR” y nos muestra cómo allí “el miedo a perderlo todo es más grande que el miedo al virus”. Durante la recorrida, el cronista centra todas sus preguntas en qué hacer si tienen que abandonar sus casas por un resultado positivo: “Si vienen de puerta a puerta y te dicen que hay que hacer hisopado ¿qué hacés?”. “Me lo hago”, contesta el entrevistado. “¿Y si das positivo, qué hacés?”, se repite a lo largo de todo el programa. Todos los testimonios giran en torno al mismo tipo de respuesta: “Me internan hoy y (…) se llevan todo (…) me voy de última cuando ya no pueda respirar”. El miedo y la inseguridad han recuperado el tono en estos relatos sobre la subalternidad. Y la matriz vuelve a enseñorearse sobre las representaciones visuales de esos barrios, calles y vecinos.

Epílogo

Martín Ciccioli, el notero de lo marginal en Canal 13, está arriba de un automóvil que viaja por la autopista. Es diciembre de 2020, y la cuarentena se ha permeado bastante. Mira hacia atrás, hacia la cámara, y dice que está regresando a Villa Azul, “el barrio que se hizo conocido por el cerrojo”, para ver “si empezó la solución en el barrio más hacinado del conurbano bonaerense”. Recorre el barrio, habla con vecines, se mete en sus casas, los para en la calle y les pregunta si piensan vacunarse o si vieron operativos de vacunación. Huelga decir que la vuelta no solo es del cronista sino también de la matriz. El enunciador volvió a entrar al barrio, a caminarlo, a marcarlo con los índices de su presencia, sus distancias y desigualdades. Las reglas del género se han recompuesto, con fuerza, casi indemnes, del distanciamiento social. Y la distancia volvió a erigirse como eje de representación. El enunciador, luego de oscilar, regresó a su posición central.

Autorxs


María Graciela Rodríguez:

Doctora en Ciencias Sociales, Magíster en Sociología de la Cultura y Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Docente e investigadora en UBA y UNSAM.

Lucrecia Gringauz:
Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA), Magíster en Historia (IDAES-UNSAM) y Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Es investigadora y docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Bárbara Mastronardi:
Magíster en Comunicación y Cultura (UBA), Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y docente de la Escuela IDAES-UNSAM.

Mauro Vázquez:
Doctorando en Ciencias Sociales (IDES-UNGS), Magíster en Comunicación y Cultura (UBA), Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA) y docente e investigador de la Escuela IDAES-UNSAM y de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Sebastián Settanni:
Doctorando en Ciencias Sociales (UBA), Magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (IDAES-UNSAM), Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), y docente e investigador de la Escuela IDAES-UNSAM y de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.