El futuro del trabajo humano depende de la forma de resolución de la crisis actual del capitalismo

El futuro del trabajo humano depende de la forma de resolución de la crisis actual del capitalismo

Está en camino un proceso de cambio profundo que puede implicar una crisis integral del capitalismo en sus formas hoy conocidas y no se trata tanto de resistir sino de direccionar esas mutaciones en un sentido favorable a las mayorías más vulnerables. Los cambios en el sistema económico deberían problematizarse como una cuestión distributiva del tiempo de vida de las personas. Esto es: ¿a qué tipo de buena vida pueden aspirar las personas dados los cambios que se verifican en el sistema económico?

| Por Rubén M. Lo Vuolo |

Reflexionar acerca del futuro del trabajo humano exige realizar hipótesis sobre el futuro del capitalismo, en tanto la mayor parte del trabajo humano se realiza bajo los imperativos de la relación laboral asalariada que identifica y reproduce este modo de producción. La “crisis del trabajo” debe entenderse principalmente como “crisis del empleo mercantil” en el sistema capitalista; o mejor, para los propósitos de este artículo, en el sistema capitalista democrático.

Por empleo mercantil entiendo el tiempo, el esfuerzo y la capacidad productiva que se vende en el mercado a cambio de un ingreso (y otros beneficios como los de seguridad social). Este tiempo ocupa la mayor parte de la vida adulta de las personas y para la mayoría está bajo control de otras personas o instituciones. El trabajo total de las personas suma al anterior las actividades realizadas durante el “tiempo de ocio”. Este tiempo no debe confundirse con “ociosidad”, ya que la mayoría de las actividades realizadas durante el tiempo de trabajo no mercantil implica esfuerzos físicos y mentales. La principal característica del tiempo de ocio es que allí se realiza trabajo no vendido en el mercado.

Preguntarse sobre el futuro del capitalismo y del trabajo humano no es un mero ejercicio retórico, porque la historia muestra que todos los modos de producción fueron mutando y transformándose tanto por su propia dinámica interna como por mutaciones de su ambiente externo. Hay muchas evidencias para suponer que esto es lo que está sucediendo con el capitalismo actualmente. Por nombrar algunas: acelerado cambio tecnológico en prácticamente todos los sectores económicos; creciente cambio climático provocado por los procesos de producción; tendencia al estancamiento de la economía mundial; creciente valorización financiera del capital; mayor inestabilidad macroeconómica; migraciones masivas, etcétera.

Estas mutaciones afectan la institucionalidad que organiza las relaciones económicas y sociales en el capitalismo democrático, incluyendo a las instituciones que en el capitalismo democrático fueron diseñadas para canalizar los conflictos entre capital y trabajo. Basta señalar el deterioro de los partidos políticos que históricamente han sido representantes electorales de la clase trabajadora y el de los propios sindicatos. En la mayoría de los países, estas instituciones se han vuelto estructuras alejadas de los intereses de una masa laboral cada vez más heterogénea, sumidos en una dinámica burocrática y de corrupción. Esto se combina, y en cierto modo alienta, una tendencia a la individualización y al consumismo de las personas.

Estas y otras mutaciones vuelven difícil hacer predicciones sobre el futuro del capitalismo y el trabajo humano. Es que las sociedades son sistemas abiertos a la dinámica de múltiples sistemas complejos, que se retroalimentan de manera inesperada y que operan en escalas de espacio y tiempo que trascienden la percepción presente. Entradas marginalmente diferentes pueden causar salidas muy divergentes.

El enorme e intrincadamente interactivo conjunto de circuitos de retroalimentación que conforman nuestras sociedades produce efectos emergentes difíciles de proyectar con los síntomas que hoy se registran. De hecho, ni siquiera se conoce bien lo que está sucediendo actualmente; la controversia, incluso sobre el cortísimo plazo, es la característica sobresaliente de las disciplinas sociales. Y ya está claro que han fallado las premoniciones acerca de un curso predeterminado y definido de antemano de las sociedades.

En cualquier caso, puede afirmarse que en el futuro ni el capitalismo ni el trabajo humano serán como en el pasado y en el presente y que los efectos de los procesos que hoy se registran se han de distribuir de forma aleatoria en el tiempo y en el espacio. Por ello, y pese a todas estas limitaciones analíticas, es imprescindible interrogarse acerca del futuro del capitalismo, del empleo y del trabajo humano, porque la humanidad necesita seguir navegando hacia adelante sin desesperarse y tratando de controlar los acontecimientos que tienen alta probabilidad de alterar la vida.

1. Las tendencias observadas desde el presente

Desde la plataforma de observación del presente pueden destacarse las siguientes tendencias en el capitalismo y en el espacio del empleo mercantil:

i) crece el número de personas consideradas como “improductivas” porque los cambios en las tecnologías y modos de producción no requieren sus habilidades;

ii) tiende a ser mayor la relación entre las unidades de riqueza producida mercantilmente y la cantidad de empleo utilizada para ello (aumento del producto medio por unidad de trabajo);

iii) se amplía la diferencia entre el valor de cambio de la unidad de riqueza producida mercantilmente y el valor de cambio del trabajo empleado (menor participación de la masa salarial en la distribución del ingreso);

iv) se amplía la diferencia entre la riqueza generada por unidad de trabajo mercantil y el ingreso “extra” que puede generar una unidad adicional de trabajo (diferencia entre el producto medio por unidad de trabajo y la productividad marginal del trabajo);

v) aumenta la sustitución de trabajo humano por bienes de capital en la mayoría de las actividades mercantiles;

vii) aumenta el contenido del “conocimiento” incorporado a las máquinas que sustituyen el trabajo humano;

viii) hay presión para disminuir el costo de la mano de obra local por la mayor integración de los mercados internacionales;

ix) el avance del capitalismo financiero independiza la reproducción del capital del sistema productivo y del empleo mercantil.

Estas tendencias tienen distinta intensidad según países, regiones, sectores y tipos de actividades, pero en términos generales están configurando un escenario de reducción de la masa de tiempo demandado para empleo mercantil en la economía mundial. En contraste, la masa de oferta laboral tiende a aumentar por crecimiento demográfico, incorporación de oferta laboral femenina, alargamiento de la esperanza de vida (junto con la crisis de los sistemas de previsión social), migraciones internas e internacionales, etcétera.

De esta combinación es muy probable que crezca el excedente de oferta sobre demanda de mano de obra en los mercados de empleo. Una evidencia es el crecimiento de la tasa de desempleo considerada “natural” y de masa de personas ubicadas en zona de “vulnerabilidad laboral”; esto es con empleos precarios, inestables y de bajos ingresos. Un resultado observable es la mayor capacidad de los Estados y las empresas para disciplinar y controlar las demandas de la fuerza de trabajo. Como afirmó oportunamente Joan Robinson, en las sociedades capitalistas “la miseria de ser explotado por los capitalistas no es nada comparado con la miseria de no ser explotado en absoluto”.

Pese a estos cambios ya evidentes, las instituciones sociales siguen organizadas con los esquemas propios del capitalismo industrial, del pleno empleo masculino y de una masa laboral homogénea. Sigue vigente el precepto que asume una secuencia de vida en etapas de formación para el empleo mercantil, de actividad laboral y de pasividad laboral; además, el empleo mercantil sigue considerándose como la “fuente” legítima para acceder a un ingreso y como determinante del estatus laboral y social.

Así, el éxito personal en la “carrera laboral” es la aspiración y la medida del valor de las personas (individual y socialmente). Esta subjetividad presiona para desarrollar una vida de personas que compiten por el “éxito” en su carrera laboral, lo cual impone la educación perpetua, la responsabilidad personal por la “empleabilidad”, la necesidad constante de auto-reinvención como emprendedor individual, etcétera.

En tiempos de empleo escaso, las personas ven ampliar sus largas horas en el puesto de ocupación (que prolongan en horas extras), llevan tareas a su hogar, viajan cada vez más para cumplir sus obligaciones laborales, viven inseguros de la estabilidad laboral, incorporan más miembros de la familia a la generación de ingresos que no alcanzan y ven crecer sus deudas junto con los imperativos del consumo de bienes y servicios posicionales y de estatus. En el contexto de la subjetividad señalada previamente, tanto las personas empleadas como las desempleadas comparten ciertas características propias del habitus contemporáneo: exhaustas, ansiosas, estresadas y en su mayoría frustradas.

2. No puede proyectarse el futuro sólo mirando el pasado

Frente a esta complejidad, el debate de políticas públicas acerca de cómo resolver los problemas de excedente y precariedad laboral se ordena entre dos visiones antagónicas pero que coinciden en esta lectura: los cambios tecnológicos y el aumento de la productividad por unidad de empleo es una constante en la historia capitalista. Siempre se verificaron coyunturas de caída de la demanda laboral pero siempre, con algunos retrasos, se habían creado nuevas empresas y nuevos empleos en los sectores emergentes del cambio tecnológico. El problema del excedente laboral podría resolverse como en el pasado aplicando políticas micro y macroeconómicas adecuadas.

Muy esquemáticamente, desde el neoliberalismo se supone que la solución pasaría por bajar los costos laborales, facilitando el despido y la movilidad, flexibilizando las regulaciones. Los nostálgicos del capitalismo industrial suponen que la solución serían políticas de demanda keynesianas para estimular la inversión y las necesidades de contratación laboral, junto con frenos legales a los despidos y estímulos para nuevos empleos. En ambos casos se proponen programas asistenciales de empleo o de subsidio de emergencia hasta que la situación del mercado laboral se “normalice”.

No es conveniente proyectar el futuro en base a lecturas (generalmente sesgadas) de experiencias pasadas; menos aún cuando no se trata de coyunturas de un “ciclo corto” sino de cambios que alteran el modo de producción. Por ejemplo, si en el pasado se pudo recuperar empleo pese a los cambios tecnológicos fue, entre otros elementos, porque: 1) había más espacio para políticas monetarias y fiscales expansivas; 2) había una fuerza de trabajo más homogénea y mayor poder sindical; 3) la división por género de la fuerza laboral facilitaba el empleo masculino; 4) la jornada laboral tendía a reducirse; 5) el cambio tecnológico afectaba a ciertos sectores y no cruzaba a todo el sistema económico; 6) el desempleo era en gran medida friccional y cíclico. Muchas de estas condiciones ya no están presentes y no parecen proyectarse hacia el futuro.

Por otra parte, las posibilidades de bajar costos laborales para aumentar competitividad, mercados y tasa de ganancias a nivel global fue una estrategia de algunos países gracias a nuevas formas de la llamada “acumulación primitiva”. Este fenómeno no estuvo solo presente en el origen del capitalismo, sino que es un proceso continuo de transformación de economías de subsistencia precapitalistas en capitalistas. El ejemplo más citado es el de los países asiáticos que estaban fuera de los mercados mundiales, empezando por mano de obra rural china y proyectando procesos parecidos en África y Asia meridional. Pero esta estrategia de competitividad no puede aplicarse en todos los países y más bien explica parte de la expansión de oferta mundial de mano de obra y de los flujos migratorios. Las crecientes barreras (letales) que buscan impedir este flujo son una forma de segregar y gestionar la oferta excedente de mano de obra que no sirve para reducir el excedente, sino que ensancha la precariedad laboral.

También, y a diferencia de otras épocas, la velocidad y difusión del actual cambio tecnológico limitan la actualización de gran parte de la fuerza laboral, que se vuelve “obsoleta” para el desempeño de actividades dinamizadas por el conocimiento. Además, hoy en día las tecnologías que ahorran mano de obra no se acotan a ciertos sectores como en otras olas innovadoras del pasado, sino que tienden a transformar las formas de producción en toda la economía amortiguando así la demanda general de empleo.

Esto es más grave en las regiones y los países que no generan conocimiento ni cambio tecnológico. La relación desigual entre centro y periferia se ensancha cuando los desequilibrios provienen de producción y comercio de conocimientos incorporados en bienes y servicios. Los países que no producen conocimiento ni tecnologías dependen de la importación, lo cual genera menos empleo e impacta negativamente en la cuenta exterior, presiona para conseguir financiamiento en divisas y estimula la emigración de la fuerza de trabajo más calificada desde los países periféricos hacia los centrales.

Todo esto afecta el empleo y la productividad de los países periféricos. En pocas palabras, se está corroborando la premonición del pensamiento estructuralista que señalaba la heterogeneidad estructural de la producción y el empleo como la fuente de los atrasos económicos y sociales de América latina.

3. Bajo crecimiento, precariedad laboral, heterogeneidad laboral

De lo anterior, y mucho más en un proyectado contexto de bajo crecimiento económico mundial, es probable que en los próximos años se intensifique la precariedad laboral en los países centrales y mucho más en los periféricos. También es probable que continúe la desindustrialización prematura en países que no alcanzaron siquiera la madurez industrial (como Argentina y Brasil). Así, la generación de empleo mercantil se concentraría en servicios poco calificados y tendería a caer la masa salarial.

Esta caída de la masa salarial, en un contexto de valorización financiera del capital, continuará estimulando la demanda de créditos al consumo, hipotecas, tarjetas de crédito, préstamos estudiantiles, “securitización” de cualquier flujo de pagos regulares (incluyendo los que proveen las políticas sociales de transferencias de ingresos), etc. Los hogares buscarán también aumentar la cantidad de miembros perceptores de ingresos, pero las tendencias indican que no puede esperarse mucho de esta alternativa en un contexto de hogares inestables y mercados laborales segmentados.

Asimismo, crecerá la explotación de las personas por “extracción de datos” por las corporaciones que lideran la producción de “máquinas inteligentes” que se apropian así de información acerca de los comportamientos y el estado de situación de las personas. En cierto modo, los consumidores se vuelven productores gratuitos de mayor valor para esas corporaciones, haciendo que la relación de la clase trabajadora con el capital se vaya trasladando desde el puesto de empleo al mercado financiero y a los mercados de consumo masivo. De este modo, la fuerza laboral continuará perdiendo homogeneidad y acercando sus intereses con la clase capitalista de forma tal que el temor a una crisis financiera preocupa más que la recesión y el desempleo.

Todo esto disminuye la capacidad de organización de la clase trabajadora que por mucho tiempo fue la fuerza que presionó para que los aumentos de la productividad derivados de los cambios tecnológicos y de organización se distribuyan de forma más equitativa entre capital y trabajo. Las nuevas formas de organización de los grupos sociales diversos y su capacidad para movilizar cambios sociales que favorezcan a los más vulnerables en este nuevo contexto son claves para el rumbo que han de tomar las tendencias del trabajo humano.

4. Resistencia y apropiación de los cambios en favor de los más vulnerables

En esta lucha, la solución difícilmente sea la resistencia a los cambios a que apelan muchos movimientos políticos y sociales. La resistencia es un gesto defensivo y reactivo. Se trata de esfuerzos loables y necesarios para aliviar los impactos negativos de los cambios, pero no responden a una estrategia articulada de contrahegemonía frente al modo en que las elites se están beneficiando de los cambios en el modo de producción capitalista y en los mercados laborales.

El capitalismo ha mostrado una fuerte versatilidad frente a sus propias mutaciones, reinventado su sistema de relaciones para continuar dinamizando los procesos de acumulación de capital y de apropiación desigual de la mayor riqueza. Esta versatilidad le permite incluso acomodar las diferencias entre la propia clase capitalista. Del mismo modo, las luchas para contrarrestar los impactos negativos de los cambios sobre la masa laboral deberían integrar los cambios tecnológicos y en los mercados para ponerlos al servicio de las personas.

Está en camino un proceso de cambio profundo que puede implicar una crisis integral del capitalismo en sus formas hoy conocidas y no se trata tanto de resistir sino de direccionar esas mutaciones en un sentido favorable a las mayorías más vulnerables. Los cambios en el sistema económico deberían problematizarse como una cuestión distributiva del tiempo de vida de las personas. Esto es: ¿a qué tipo de buena vida pueden aspirar las personas dados los cambios que se verifican en el sistema económico?

Por ejemplo, la creciente mecanización del trabajo humano es el resultado lógico de una búsqueda milenaria de la humanidad en pos de que las máquinas hagan tareas que desgastan física y mentalmente a las personas. Esto tenderá a liberar tiempo útil para otras actividades por fuera del empleo mercantil al tiempo que aumentará el excedente por mayor productividad. La pregunta clave es: ¿cómo se distribuirá el potencial crecimiento de los tiempos de ocio y de las ganancias de productividad?

No hay que continuar avalando la apropiación por parte de las elites de los beneficios de los cambios, pero tampoco resistir en nombre de un pasado que es responsable de muchos de los problemas que hay que resolver. La tecnología determina en gran medida el curso de los acontecimientos, pero siempre subordinada a la forma en que se organiza la sociedad para producir y distribuir los resultados del trabajo humano.

5. Un proyecto contrahegemónico

Se trata más bien de construir una contrahegemonía provocando cambios institucionales, culturales, sociales y políticos de gran envergadura. No es posible ofrecer recetas para ello, pero sí pueden ofrecerse intuiciones acerca de la dirección que deberían tomar las luchas en pos de un proyecto contrahegemónico.

Del análisis previo es evidente que esas luchas deberían bregar por la redistribución del tiempo de trabajo mercantil y no mercantil (menos horas aplicadas al tiempo de empleo mercantil). También, deberían buscarse nuevos mecanismos para distribuir las ganancias de productividad (pago de ingresos por fuera del puesto de empleo mercantil). A esto debería sumarse un sistema tributario que grave al capital y a la riqueza personal y no al trabajo, además de la promoción de bienes y servicios colectivos de acceso universal (en lugar del consumismo desenfrenado liderado por bienes posicionales). Otro elemento sustancial es la ampliación de los niveles y la calidad de educación y cultura de la clase trabajadora.

El impacto general será menos horas dedicadas al tiempo de empleo y más al tiempo de ocio. Además, el ingreso no seguirá distribuyéndose en su totalidad en base al individualismo productivo y a la competencia entre las personas en el mercado laboral. Asimismo, se ampliará el espacio de las actividades no mercantiles en la vida humana, incluyendo las que hoy se ubican en el difuso espacio de los servicios públicos.

En fin, se trata de correr del centro de la vida humana la relación de empleo mercantil y revalorizar las actividades humanas no mercantiles. La resistencia de los grupos desfavorecidos debería volcarse a acciones en favor de construir otro sistema de vida y no limitarse a demandas por empleos circunstanciales. Y no esperar que los cambios sucedan de inmediato, sino comprender que todos los modos de producción y de organización social se fueron consolidando gradualmente y a lo largo de mucho tiempo.

Autorxs


Rubén M. Lo Vuolo:

Director Académico e Investigador Principal del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (CIEPP), Buenos Aires, Argentina.