El cine en África. La importancia de la cooperación Sur-Sur

El cine en África. La importancia de la cooperación Sur-Sur

El cine en África data de los años cincuenta, pero como en el resto del mundo, la digitalización también produjo una democratización, permitiendo que muchos países comenzaran un proceso de valorización y ampliación de sus producciones. El autor, director de varias películas coproducidas con distintos países del continente, nos narra la importancia de la cooperación Sur-Sur en el séptimo arte.

| Por Pablo César |

Mi encuentro con el cine africano se remonta a los años ochenta, precisamente a 1986, cuando asistí por primera vez al Festival Internacional de Cine de Amiens (Francia). Este evento tiene su mirada puesta en la producción de películas en los países del Sur, América del Sur, África y Asia. Allí descubrí cineastas brillantes como Djibril Diop Mambéty (1945-1998), cineasta senegalés que dejó una breve pero creativa obra cinematográfica. Tuve acceso a una vasta información sobre películas dirigidas por cineastas africanos y empecé a conocer sus obras y sus búsquedas, así como también la estructura de producción de los países a los que pertenecían.

El cine en África data de los años cincuenta. La primera película dirigida por un cineasta africano se atribuye al sudanés Gadalla Gubara y fue un documental titulado Song of Khartoum. Posteriormente, en 1963 hace su aparición la película Borom Sarret, dirigida por uno de los precursores y casi padre del cine africano, Ousmane Sembène (1923-2007), quien fuera cineasta, escritor y activista político senegalés. Con sus obras, el cine del oeste africano hizo su ingreso por la puerta grande, tanto en los festivales de cine europeos como en salas comerciales.

Se puede decir que en sus comienzos al cine africano le resultaba un doble esfuerzo conseguir la financiación para la producción de las películas y su posterior difusión y estreno comercial. Pero a partir del año 2010, la tecnología digital colapsó la industria audiovisual y prácticamente en todo el planeta se ha dejado de utilizar el formato analógico, es decir el negativo de 35 mm. Esta digitalización del cine también produjo una democratización del mismo y, hoy por hoy, en todos los países los directores de cine gozan de las ventajas, rapidez y sencillez del cine numérico o digital. Esto ha permitido que países como Nigeria se subieran al podio en los últimos años. Nigeria, en el plano cinematográfico, es conocida como “Nollywood” por sus más de 1.200 largometrajes anuales, siguiendo en el podio de la producción audiovisual a la inalcanzable India, con 2.500 películas al año, mientras que Hollywood ocupa, por el momento, el tercer lugar, con menos de 500 largometrajes.

En cuanto a los festivales de cine, se desarrollan importantes encuentros en el continente africano. El Festival Internacional de Cine Amateur de Kelibia (Túnez) nació en 1969 y es el festival más antiguo del continente africano. Los festivales de cine de Cartago (Túnez), Marrakech (Marruecos) y Durban (Sudáfrica), por mencionar algunos, se encuentran en lo más alto a nivel convocatoria de público así como también de producción general, mostrando las novedades y variedades del cine africano.

En este marco cabe destacar el festival de Burkina Faso, conocido como FESPACO, que cada dos años se realiza en Ouagadougou y cuyo acto de apertura se hace en el gran estadio de fútbol de la ciudad capital con la asistencia de más de veinticinco mil espectadores. Para la próxima edición, en febrero de 2017, se estima que estará finalizado el complejo Ciné-Guimbi, que contará con dos hermosas salas cinematográficas. El mismo se está construyendo, con apoyo de los productores, directores y fundaciones de cine de todo el mundo, 310 kilómetros al sudeste de Ouagadougou, en la ciudad de Bobo-Dioulasso. Por cierto, entre los orígenes de las palabras atribuidas casi siempre al latín, es mi deber informar que Bobo es una de las etnias más sabias del oeste africano junto con los Mandinga y los Dogón. Cuando en tiempo de las colonias los hombres fueron secuestrados de sus casas en sus tierras africanas, trasladados en barcos a América, se los identificó como si fueran una sola cultura “los africanos”, pero no es así, todos los saben.

En África hay más de 2.500 etnias y los Bobo son una etnia con conocimientos muy precisos de las matemáticas y astronomía. Cuando el colonizador jugaba con ellos burlándose de sus orígenes, se destinó la expresión de “bobo” a alguien que tenía sus capacidades mentales disminuidas o que comete varias torpezas. Lo mismo sucedió con la etnia Mandinga, pero su maldición fue ser portadores de energías negativas: “Cosa de mandinga”, atribuyendo esto a un supuesto ser endemoniado, simplemente porque las prácticas de las creencias de los Mandinga, Mandingue o Mandé eran totalmente diferentes a las de los colonizadores.

En las próximas líneas compartiré mis experiencias de realización de películas en África, las cuales me llevaron a recorrer las culturas, historias y realidades de Túnez, Cabo Verde, Malí, Benín, Etiopía, Angola y Namibia y a trabajar en las primeras coproducciones argentino-africanas.

Túnez

Mi experiencia concreta con la realización de películas en África comienza en el año 1989 cuando fui invitado a ser jurado del Festival Internacional de Cine Amateur de Kelibia (Túnez) y fuera de competición se exhibió mi opera prima en 35 mm La Sagrada Familia. Este fue el inicio concreto de algo que yo mismo no me imaginaría que luego se fuera a desarrollar hasta mi presente.

Caí como dentro de un sueño cuando el primer llamado a la oración salía desde diversas mezquitas al mismo tiempo y yo estaba en un bungalow de hotel. Corrí a la recepción y desperté a un empleado para preguntarle qué eran esos sonidos tan penetrantes. Temía que fuera el anuncio de algún conflicto. Cuando me explicaron que se trataba del primer llamado a la oración no lo podía creer y allí vi el mar Mediterráneo transparente y en el borde unas mujeres bañándose con sus túnicas y luego unos muchachos jugando en la arena portando jazmines en sus orejas. Así fue como un despertar de algo que poco a poco se fue materializando en una idea. Tomé los libros de poetas vinculados al sufismo, como Saadi, Hafiz, Rumi, Khayyam y empecé a delinear una historia. Cinco relatos unidos de la mano de un ángel que se transformaba en demonio. Así nació Equinoccio (el jardín de las rosas), que fue la primera coproducción entre la Argentina y Túnez y la primera hecha entre nuestro país y una nación africana. En 1990 filmamos la película y en 1991 se estrenó en ambos países.

Para su realización estudié durante un año la lengua árabe y trabajamos en francés. Fuimos cinco argentinos para filmar la película. Formalmente se hizo un contrato de coproducción entre mi empresa y la Federación Tunecina de Cine Amateur (FTCA). El concepto amateur lo defienden muchos para separar lo comercial de lo independiente. Pero en el seno de la FTCA plantean que el cine independiente es una utopía, pues siempre se depende de algo proveniente de la industria del cine. Que el cine independiente se separe del otro cine, para decir que no depende de un sistema, es una ilusión, dado que siempre se depende de algo en el marco del cine que, indefectiblemente, está atado al plano industrial. Se fabrican cámaras para vender millones y no un par, todo es parte de la industria.

Cabo Verde

Al concebir la película que hice en Túnez, también concebí, al mismo tiempo, una trilogía, pero la segunda y tercera partes tuvieron que esperar porque en el medio dirigí otra película que también tuvo un vínculo inesperado con una nación africana. Así, en 1992 junto a mi amigo Gustavo Viau escribimos el guión de Fuego gris. Sin diálogos, el personaje de Marita iba corriendo por los túneles pluviales de la ciudad de Buenos Aires en busca de la luz hacia su centro interior. Escribimos el guión pensando que Luis Alberto Spinetta aceptaría participar en la película y aunque cabía la posibilidad de que dijera que no, nos recibió y aceptó componer todas las canciones del film.

Había dos escenas en el guión donde el personaje tenía contacto con la naturaleza y había que filmar en muchos espacios naturales como montañas de diversos colores, aguas transparentes, arenas blancas, arenas negras, bosques… En esos años, recorrer el país con un equipo de rodaje era muy caro y el productor de la película me dijo que tenía un contacto con una aerolínea rusa y una empresa en unas islas donde el avión hacía escala antes de tocar Moscú: la República de Cabo Verde. Así fue como filmamos escenas de la película en ese lugar tan especial.

En 1996 continué la trilogía con la segunda parte, Unicornio (el jardín de las frutas), la cual fue rodada en India, siendo también la primera coproducción de la Argentina con este país.

Malí

En 1998 retomé el camino con África y filmé la tercera parte de la trilogía, Afrodita (el jardín de los perfumes). Esta experiencia fue una de las más impactantes. Quería filmar en el corazón del África Subsahariana. El lugar elegido fue la República de Malí. Realicé dos viajes previos para definir locaciones, casting y, por sobre todas las cosas, obtener el interés de las autoridades locales para participar en la coproducción. Firmé con el Centro Nacional de Cine de Malí un contrato de coproducción con aportes del 70% argentino y 30% malí.

La historia transcurría en dos lugares. El comienzo y el final de la película transcurrían en el norte de Malí, en Gao, a pocos kilómetros de la mítica y milenaria ciudad de Tombuctú, y la parte central se rodaría en lo que se conoce como País Dogón. Las aldeas dogón son construidas a modo de espejo, pues ellos consideran la gemeliparidad de la conciencia, la dualidad del ser humano como la esencia fundamental desde la que todo parte. A un costado del camino es una aldea, al otro es una igual en espejo. Este sorprendente mundo llegó a mí desde el primer día, cuando uno de los habitantes nos ofreció la cabeza de un cordero para comer, considerada la parte más sagrada del animal en caso de ofrenda.

Mi asistente de dirección, Assane Kouyaté (diplomado en cinematografía en la escuela de Moscú), me dijo que lo que se planteaba en el guión de la película, esa convivencia entre la realidad tangible, la del sueño y la de lo imaginario, está expresado en la cosmogonía dogón. Para ellos el comienzo de todo es una sucesión de planos vibrantes, descripta en cuatro etapas. Primero el sonido, representado en la unidad de Amma, el creador. Amma o Amén, Amón o el Aúmm, Omm, es la primera vibración, el origen de toda imagen creada en el universo. La física cuántica, la teoría de las cuerdas, explica de modo más tecnológico y moderno lo que está descripto en el fascinante libro Le Renard Pâle (El Zorro Pálido) de los etnólogos franceses Marcel Griaule y Germaine Dieterlen y también en Dios de Agua, de Griaule.

El primer viaje que hice a Malí fue en enero de 1997. Llegué a Bamako, y todo el equipo del Centro Nacional de Cine estaba en pleno rodaje de la película El Génesis, dirigida por Cheick Oumar Sissoko, un gran cineasta de Malí. Allí conversé con todos contándoles mi plan de hacer la tercera parte de la trilogía y estuvieron de acuerdo. El segundo viaje lo hice en agosto de 1997, cuando firmamos el contrato de coproducción. Luego hice los trámites en el INCAA, del cual obtuve un magro apoyo para realizar la película.

El rodaje de Afrodita (el jardín de los perfumes) fue difícil. El dinero del INCAA llegó con retraso y viajamos en abril de 1998 en pleno verano del Sahara. La temperatura no bajaba de los 52 grados centígrados, salvo por las noches que llegaba a 43 grados. Estuvimos en una aldea típica del pueblo dogón. En esa región no había hoteles, así que dormimos en las propias chozas de los dogón. Luego de 25 días de variadas experiencias fuimos a Gao con el objeto de filmar una caravana de tuaregs. No era sencillo y teníamos la inquietud de si habría o no tuaregs para proponerles participar en la película. Encontramos un grupo que había parado para hacer trueques de alimentos y el personal del Centro Nacional de Cine de Malí se dispuso a hablar con los jefes tuaregs con un intérprete que traducía de la lengua bambara al tamaché. Mientras, yo esperaba junto con tres tuaregs que me miraban detrás de sus paños que cubrían el rostro. Solo les veía los ojos brillantes y la piel aceitunada que apenas asomaba. Se me ocurrió recitarles la primera Sura del Corán, dado que yo lo había leído cuando había hecho la película en Túnez y lo escribí en la arena. Al finalizar, los tres tuaregs se fueron corriendo a informarles de este hecho a sus compañeros que aún discutían el precio de alquiler de la caravana para la película. Temí haber cometido alguna imprudencia, pero vinieron todos corriendo y me dijeron que no iban a cobrarnos porque yo era un verdadero hermano. Les intenté explicar que solo lo había hecho desde el fondo de mi corazón para compartir un momento, pero que yo no era practicante de ninguna religión. No hubo caso, ellos nos brindaron una atención propia de las Mil y Una Noches, nos ofrecieron deliciosos dátiles y arroz con cordero. Actuaron brillantemente para la secuencia final de la película sin cobrar un solo centavo.

La película se rodó pero con sorpresas al final. Al regresar a la Argentina, una valija que contenía 30 latas de 35 mm, la mitad con material filmado, justamente de la caravana, no llegó nunca. Tuvimos que regresar a Gao y filmar nuevamente la secuencia del final. Buscamos en todas partes y esa valija nunca apareció. Fue la retoma más cara de mi vida y la más complicada. Realmente todavía no sé cómo fue que encontramos algunos integrantes de la caravana original, quienes accedieron a repetir la secuencia. La recepción fue increíble. Nos dijeron que nos estaban extrañando.

Entre 1998 y 2010 hice dos películas en la Argentina. Con la crisis del año 2001, no era sencillo salir con grupos de actores y técnicos a filmar al exterior. La devaluación y la hiperinflación hicieron imposible planear otro proyecto en el corazón africano. Había estado en octubre del año 2000 en Sudán realizando una selección de lugares y de gente con la idea de hacer una película, incluso llegué a firmar un contrato de coproducción con la empresa Mahdi Art Film, cuya base se encuentra en Khartoum, pero la crisis hizo que tuviera que echar atrás el proyecto.

Benín

El tema de la invisibilización de los afroargentinos fue algo que me impactó desde que había hecho Afrodita (el jardín de los perfumes) pues, de acuerdo con la reglamentación del INCAA, para que aprueben una coproducción tiene que haber un mínimo de dos actores argentinos en roles principales o secundarios. Como esa historia transcurría en un territorio dogón en el corazón del desierto, tuve que buscar un actor argentino negro. No fue fácil. En esa búsqueda conocí la historia de la Argentina negra invisibilizada, descubriendo día a día la importancia que tuvo en nuestra formación educativa el sello de los pueblos del África. Investigando llegué a la conclusión de que se podía hacer una película de ficción que tocara este tema.

Hablé con Jerónimo Toubes, elaboramos una idea y él escribió un primer guión titulado Orillas. En mayo de 2008 viajamos a Benín. Estuvimos haciendo un recorrido sin haber contactado a las autoridades oficiales, a las que no se las veía muy amigables para invertir dinero en una coproducción cinematográfica. Allí el Centro Cinematográfico de Benín, que depende directamente del Ministerio de Cultura, tiene un magro presupuesto. Cada proyecto debe ser preaprobado por el director de la Cinematografía de Benín y luego aprobado por el ministro de Cultura. No era nada sencillo. Con Jerónimo hicimos un primer viaje y exploramos algunos lugares. Nos llamó la atención la ciudad de Ouidah, antiguo puerto de donde salían los barcos cargados de personas secuestradas que serían los futuros esclavos en América. Aún hoy existen restos de los árboles a los que denominaban “El Árbol del Olvido”: allí los hacían dar siete vueltas, y en la séptima, debían haberse olvidado de toda su historia. Luego los pasaban debajo de un arco, antes de subir a los barcos. En ese arco estaba escrito: “La Puerta del No Retorno”.

Otro lugar que nos gustó mucho para filmar era la ciudad flotante de Ganvié, la Venecia africana. Sus habitantes vivían en la tierra antiguamente pero tuvieron problemas con una aldea vecina. Los conflictos llegaron a las armas. Entonces, como la aldea beligerante tenía un tabú con el agua, los otros construyeron sus casas sobre el agua y dejaron de existir los problemas. El hecho es que hoy Ganvié es un mundo de casas flotantes muy pintorescas, incluso tienen almacenes y restaurantes, todo disponible para ellos y eventuales viajantes ocasionales.

En febrero de 2009 viajé a Benín con el productor ejecutivo Pablo Ballester. Tuvimos un excelente encuentro con Akalá Akambi, director de la Cinematografía de Benín. El encuentro fue en Cotonou y realizamos un viaje de exploración a Sakété, una aldea completamente Yoruba en medio de la selva. Era muy importante conseguir una aldea Yoruba pues en la película se pretendía mostrar las raíces de lo que luego fue la religión Umbanda, Kimbanda, Santería, Candomblé. Yoruba no es una religión sino un culto y una cosmogonía. En este culto se habla de energías cósmicas que existen en el universo, cuya combinación permite la creación de todo lo que vemos (y lo que no vemos) a nuestro alrededor. La película era básicamente dos historias, una transcurría en la Argentina y otra en Benín y en algún momento se cruzaban. En la Argentina el lugar elegido fue la Isla Maciel, frente a La Boca. Este lugar es paradigmático de la cultura negra en nuestro país.

Costó mucho armar la producción de esta película y finalmente firmamos el contrato de coproducción con la Dirección de la Cinematografía de Benín. El 26 de febrero de 2010 iniciamos el rodaje en la localidad de Ouidah, con dos ceremonias del culto Yoruba que tenían que ver con la historia del personaje de Babarimissá, su enfermedad de nacimiento y la desesperación de su madre en salvar su vida a toda costa, a pesar de que ella no creía en los Orishás, las energías vibrantes del culto Yoruba. El rodaje en Sakété también tuvo su color especialmente en la ceremonia del Egungún, que supuestamente es un maestro espiritual que encarna un espíritu. Si durante el ritual el Egungún (cuyo rostro no se ve) se acerca a alguien, es porque esa persona tiene algo que revisar de su vida. Akalá convocó a cuatro Egungunes de diferentes regiones de Benín. Son como pastores pero de creencias animistas. En un momento le pedimos a uno de ellos que pasara cerca de una casilla, una choza muy pintoresca, y casi lo matan los aldeanos porque, supuestamente, en el interior de la choza había un tabú y el Egungún no podía acercarse.

El rodaje continuó en Ganvié y luego en la Argentina, donde rodamos durante un mes las escenas de la otra historia, la de Shantas y su entorno. La película Orillas se estrenó a fines de 2011 en los cines en la Argentina. Luego se presentó en Benín, en el Festival Internacional de Cine de Ouidah, donde obtuvo el Premio del Público y Premio Especial del Jurado.

Angola y Etiopía

A principios de 2012 me llamaron del INCAA solicitándome la película Orillas, debido a que se realizaría una muestra de películas argentinas en Angola y que iban a subtitularlas al portugués en el marco de la Feria de las Industrias Argentinas, cuya apertura estaría a cargo de la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner.

En mayo fue el evento oficial en Luanda y fui invitado por el INCAA para integrar la delegación oficial del organismo. Mi película se exhibió en la feria y allí conocí a Pedro Ramalhoso, director del Instituto Angolano de Cinema, con quien conversamos acerca de la posibilidad de realizar una coproducción entre ambos países.

En septiembre de 2012 Ramalhoso me invitó a presentar Orillas al V Festival Internacional de Cine de Luanda y le acerqué la primera versión de un guión que escribimos con Liliana Nadal titulado Los Dioses de Agua. En el tiempo que había transcurrido, estuve investigando cierta proximidad con el pueblo Dogón que podía llegar a tener la etnia Tchokwe que habita en el norte de Angola y en el sur de la República Democrática del Congo. Los sabios Tchokwe, los Soba, son personas que conocen los secretos de la Geometría Sona. Esta geometría es milenaria, no se conoce un origen preciso. Fue el etnomatemático mozambiqueño Paulus Gerdes quien, en una veintena de libros, logró descifrar algunos de los misterios de estos dibujos entre los que está el Teorema de Pitágoras. El dibujo de los Tchokwe se realiza en la arena y una vez que se inicia no se puede detener ni tampoco ir hacia atrás. Debe ser perfectamente simétrico, tener un carácter de enigma, de laberinto y, al mismo tiempo, representar una forma que puede tener apariencia de animal. Gerdes fue descubriendo los patrones que guiaban estas imágenes. Estuve en contacto con él y habíamos quedado en mostrarle mi película una vez que la terminara, pero lamentablemente falleció.

También desgraciadamente los sabios Tchokwe han desaparecido. La guerra fratricida de Angola, de casi 30 años, diezmó la población. Los Tchokwe, conocedores de los verdaderos significados de la cosmogonía en cuestión, fueron asesinados y otros huyeron del país. Hasta ahora no se ha podido obtener otra información de lo descubierto por Gerdes, que es un verdadero legado para la humanidad que pone en tela de juicio la evolución de nuestra actual civilización y hace entrar en la duda de si hubo una sociedad mucho más avanzada hace miles de años. Justamente este es el tema de Los Dioses de Agua. Entre los aportes valiosos hechos por Griaule y su equipo de etnólogos y la obra de Gerdes, concebí una historia que pudiera unir los universos escondidos en lenguajes de dibujos. Así fue como también llegué a los telares de los Qôm y los Wichi en el norte argentino.

En febrero de 2013 el guión había evolucionado notablemente y teníamos un tercer país participante: Etiopía. La película concluía con la desesperada búsqueda de la más mínima información del personaje principal, Hermes, un antropólogo argentino, que pudiera dar respuesta al enigma de las avanzadas civilizaciones que existieron en el planeta hace miles de años. Axum, la ciudad de los obeliscos, y Lalibela, la ciudad de los templos escondidos bajo tierra, con formas de cruces (vistas únicamente desde el cielo) serían el escenario final de Los Dioses de Agua.

A mediados de febrero de 2013 fui a Angola a intentar ver a la ministra de Cultura, Rosa Cruz e Silva, y en este tercer intento tuve una luz en el camino, ya que nos comunicó que tenía mucho interés en estudiar el proyecto y que comenzáramos a trabajar con el ministerio el borrador del contrato de coproducción y el presupuesto. Finalmente, el aporte argentino estaría en el orden de los 700 mil y el angoleño 300 mil euros. De Angola fui a Etiopía para ver la posibilidad de rodar allí. Tuve una reunión con Abraham Haile Biru, presidente de una pequeña empresa de realización audiovisual y también director de una escuela de cine en Adís Abeba y firmamos un contrato de coproducción.

En septiembre llegamos con un equipo de diez técnicos y actores argentinos a Angola para filmar la película. El día previo al rodaje firmamos el contrato de coproducción ante unos cincuenta periodistas que asistieron al acto donde la ministra de Cultura y el embajador argentino estuvieron presentes. El rodaje fue de lo más colorido en todos los sentidos. Los colores del África nos acompañaron en todo momento. La inexperiencia de muchos angoleños en el cine profesional sirvió tanto para ellos como para nosotros de una lección importante de vida y de intercambio donde el aporte realizado por el Ministerio de Cultura de Angola sirvió tan solo como una capacitación profesional. Llevamos casi una tonelada de equipos de rodaje, dado que la brillante sugerencia del director de Fotografía, Carlos Ferro, de utilizar lentes anamórficos, hizo que el peso se multiplicara. Y por supuesto, fue rodada en 35 mm.

La artista formoseña Charo Bogarin, integrante del hermoso grupo Tonolec, viajó con nosotros. El actor Juan Palomino representó una escena de rescate cultural y de integración y fusión única en una escena de un sueño de Hermes. En este sueño aparece Charo cantando en lengua Qôm, rodeada de percusionistas tradicionales de la cultura Tchokwe ejecutando sus tamtanes, los ritmos tchokwe destinados a la iluminación interior. El resultado fue muy bello.

Tuvimos un episodio desgraciado en un avión que nos ofreció la fuerza aérea de Angola para llevarnos desde Malanje hasta Dundo y desde Dundo hacia Luanda. En el último trayecto, los pilotos ucranianos hicieron una escala no prevista en el recorrido a los 20 minutos de haber despegado de Dundo. Allí hicieron subir a unas 15 personas que no tenían nada que ver con nosotros, encerraron a tres habitantes de Malí en el baño del avión y pretendían hacer despegar ese bimotor con nosotros que éramos unos 30 (entre argentinos y angoleños). El resultado fue que no permitimos que el avión despegara. Lamentablemente esto fue lo único que los medios de comunicación del establishment publicaron. Nada de todo lo que describí previamente les interesó para hacer una nota. Ni siquiera resaltar la actividad industrial, comercial y cultural del cine y la cooperación Sur-Sur.

Una vez finalizado el rodaje en Angola nos trasladamos a Etiopía, donde tuvimos una suerte de luna de miel con las culturas ancestrales. Cada día de rodaje fue vivido por todo el equipo como un regocijo del alma en el plano estructural.

En octubre de 2015 Los Dioses de Agua obtuvo el Premio a la Mejor Película Extranjera y Premio Mejor Director en el Festival Internacional de Cine de Houston. Un año antes la película había abierto la Sección Panorama Mundial en el Festival Internacional de Cine de India (IFFI) que se realiza en el estado de Goa.

Namibia

En cuanto terminé de rodar Los Dioses de Agua pensé que la película necesitaría una segunda parte. La ubiqué también en la región del sur de África. Estuve observando la antigüedad de la lengua de los Damara, una casi extinguida etnia que se encuentra en lo que hoy es Namibia, y encontré la particularidad del sonido que se caracteriza por una sucesión de “clics” que se expresan en determinados momentos. Son cuatro sonidos diferentes, cuatro formas de clics que expresan y redondean una idea. Esta lengua es una de las más antiguas del planeta. Necesitaba mostrar al personaje principal habituado en algún lugar de África con los sonidos, dado que El Cielo Escondido estaría localizado en esta idea de los planos vibrantes como origen de la creación del mundo.

A través de una red social ubiqué al organismo oficial de cine de Namibia, la Namibia Film Commission (NFC) y les transmití mi idea de trabajar en una coproducción para poder rescatar culturalmente ciertos valores de ambos territorios a través de una película de ficción. Los del NFC me explicaron que podían recibirme pero que lo ideal sería que yo encontrara un productor de cine namibio a los efectos de lograr un acuerdo. De la misma manera, me contactó un productor de cine de Namibia, Pedro Mendoza, y coordinamos un encuentro y un viaje de búsqueda de locaciones incluyendo un casting.

En febrero de 2015 viajé a Namibia junto a Pablo Ballester. Llegamos a Windhoek y nos encontramos con el equipo de Pedro Mendoza. Estuvimos buscando barcos encallados en lo que se conoce como “La Costa de los Esqueletos” y visitamos una aldea damara y un museo vivo de los Damara. En dos semanas habíamos encontrado casi todo lo necesario.

En marzo de 2015, una vez en la Argentina, convinimos con Pedro Mendoza en firmar un contrato de coproducción con un aporte argentino del 70% y un aporte namibio del 30% de la producción de la película. En septiembre de 2015 viajamos a Namibia y filmamos durante cuatro semanas parte de El Cielo Escondido. También esta vez con una tonelada de equipaje de cámara. Un equipo de 10 argentinos y 20 namibios constituyó el grueso del staff permanente durante el rodaje. Hermes fue interpretado por Pablo Padilla, de quien destaco el gran valor de haberse estudiado la fonética de las frases que tuvo que decir en la lengua del pueblo Damara Khoe-Khoe, o también conocida coloquialmente como la lengua de los clics. Pablo Padilla tuvo un profesor de la lengua Khoe-Khoe durante todo el rodaje.

Además de los decorados que había visto en el viaje de búsqueda de locaciones, estuvimos en Kolmanskuppe, una ciudad abandonada en medio del Desierto del Namib. Entre las dunas se pueden ver caserones hermosos que fueron parte de la invasión de alemanes. Por todas partes, como las flores en primavera, los diamantes brotaban en toneladas. Una vez que se acabaron los diamantes, los alemanes dejaron el lugar. Las casas quedaron abandonadas y nadie más las habitó. El broche de oro fue el viaje en globo sobre la Reserva Natural Namib Rand. Nuestra llegada al lugar fue un espectáculo. Probablemente fueron de los cuatro días más hermosos que tuve. Desde el globo se filmó la escena de Hermes junto a Theo, su amigo damara, y junto a Lavinia, una trabajadora de una ONG que buscaba concientizar en las aldeas sobre el grave tema de la extirpación del clítoris, tradición por cierto africana y no musulmana como se malinterpreta muchas veces.

El Cielo Escondido se estrenó en agosto de 2016 en la Argentina y luego se exhibirá en Namibia.

A modo de cierre

Creo que, con estas experiencias, está claramente demostrado que se pueden realizar coproducciones entre América del Sur, África, Asia. No siempre el dinero está en Europa y en Estados Unidos, digamos el norte ficticio del planeta. También está a los costados. Producir, intercambiar experiencias, rescatar culturalmente los valores, conocimientos ancestrales de los pueblos de nuestros territorios, lograr acuerdos industriales y comerciales, capacitación aquí y allá y encontrarse con uno mismo.

Me despido con estas últimas frases a los 12 días del mes de agosto de 2016 estando, sorprendentemente, en la ciudad de Kelibia, en Túnez, en el mismo festival de cine donde me invitaron por primera vez en 1989, donde nació todo mi encuentro, o reencuentro, con los hermanos africanos. He sido invitado para dar un coloquio que tuvo lugar en la Escuela de Pesca sobre la temática “El Cine y la Cooperación Sur-Sur”. Este coloquio, o seminario, lo he dado el año pasado en Nador (Marruecos), Goa (India), Grahamstown (Sudáfrica) y Ouagadougou (Burkina Faso). Estoy convencido de que estos vínculos tendrán su fruto, su expansión en las mentes y en los actos de nuevas generaciones y que podamos encontrar una manera de hacer fluida la producción entre estos continentes hermanos con quienes tenemos historias y culturas comunes tan aparentemente distintas por la manera como las difunden a través de los grandes medios de comunicación, pero que guardan lazos muy fuertes, ancestrales, imposibles de romper.

Autorxs


Pablo César:

Cineasta. Profesor en la Universidad del Cine de Buenos Aires.