El anciano del siglo XXI: una mirada antropológica

El anciano del siglo XXI: una mirada antropológica

En las últimas décadas se ha logrado prolongar la vida del hombre. Sin embargo, la figura del anciano dentro de la familia, esa figura patriarcal, de consulta, ha desaparecido. ¿Qué le queda entonces? La respuesta es casi obvia: lectura, trabajo, participación, sociabilidad, etc., parámetros que harán la vida más placentera y posiblemente más larga.

| Por Federico Pérgola |

Si bien hace menos de un siglo que el avance médico permitió un mayor conocimiento del envejecimiento biológico, en virtud del desarrollo de la medicina experimental, se comprendió que motivos fisiológicos e incluso anatómicos del transcurso del tiempo generaban perspectivas distintas para el tratamiento de la vejez. Debemos admitir que en las últimas décadas –gracias al confort, las vacunas y los antibióticos y aspectos naturales de la nutrición– hicieron posible la prolongación de la vida del hombre.

¿Y por qué decimos una mirada antropológica? Porque la antropología médica en sus enfoques ecológicos y biomédico se ocupa de la evolución de las enfermedades y de la apreciación humana sobre las mismas. Con la comparación de los conceptos de épocas pasadas, a la vez que se reafirma que las verdades de la ciencia muchas veces son transitorias y reemplazables, nos ofrece una imagen de la evolución que ha experimentado el animal humano en lo que respecta a su envejecimiento y, por ende, a la duración de su vida.

En 2010, una nota periodística que probablemente en la actualidad se repita en varias urbes de nuestro país, decía que en la Capital (refiriéndose a Buenos Aires) ya hay más mayores de 60 años que menores de 14. Representarían el 23% de una población porteña que, en el año citado, se acercaba a los 2.700.000 habitantes, en contraposición al 16,1 de la franja infantil y adolescente. En ese entonces el 69% de los hogares eran familiares y el 31% unipersonales o multipersonales, cosa que hace pensar que esa tendencia última debe haber aumentado en virtud del alejamiento de los hijos de su hogar y la muerte de uno de los cónyuges. El proceso es similar en toda la América latina.

La senescencia avanzada, lejos de ser una quimera, comienza a vislumbrarse como un hecho frecuente, aunque todavía no sea lugar común. Las pirámides de estadísticas de las edades han comenzado a formarse como paralelogramos elevados. Existe un hecho inquietante y que mueve a pensar. Ernst Gombrich, historiador del arte inglés, como lo reproduce Hobsbawm en su historia del siglo XX, dice: “La principal característica del siglo XX es la terrible multiplicación de la población mundial. Es una catástrofe, un desastre y no sabemos cómo atajarla”. El problema se complica por los que nacen y por los que no mueren prematuramente. Es cierto, en Occidente las mujeres se embarazan a edades más avanzadas, sin embargo el de las adolescentes sigue viento en popa. Los escollos que deberá sortear la humanidad, pese al avance tecnológico, serán importantes y podríamos clasificarlos de cierta gravedad. El que más nos preocupa es el que –como la culminación de una película o de un cuento– dejaremos para el final del artículo.

Es evidente que el problema, y por eso apelamos a la cita del libro de Hobsbawm, se inició en el siglo pasado, sin descartar el desequilibrio propio de dos sangrientas guerras mundiales de esa época que acabó, sobre todo, con la vida de millones de jóvenes. Se acentúa en nuestros días con la masa de personas que se acogen a los beneficios jubilatorios con magros ingresos y muchas afecciones crónicas que deben afrontarse a través de la salud pública. Esto origina verdaderos problemas económicos en las naciones pobres. Ese sería el problema económico de la senectud avanzada pero, con el transcurrir del relato, veremos que surgen otros inconvenientes no menos importantes en los campos sociales, sobre todo con la moderna tecnología nunca vista hasta entonces.

Como la antropología médica “estudia los problemas de la salud humana y los sistemas de curación en sus contextos sociales y culturales amplios”, en cierto modo el estudio del hombre a través de sus sistemas médicos, debemos comparar. Hemos tomado como paradigma un trabajo de Mazzei, de casi medio siglo atrás, que se titula “Biología y patología de la edad añosa y del envejecimiento”. La mayor parte de los conceptos y las reflexiones son atinadas y con vigencia actual pero ¿se podrán cumplir en época de comidas “basura” (como se las ha llamado), con contaminación auditiva, estrés laboral y problemas de jubilación y de gran inequidad entre poderosos y débiles? Agreguemos el cambio de costumbres de la sociedad con predominio de los medios electrónicos de información y la prevalencia de todo lo juvenil que postergamos para un postrer recuerdo de la Gerusia de los griegos.

Ya que hablamos de Gerusia, esa señera institución griega de consulta, es bueno reflexionar sobre qué ocurre con los ancianos, por lo menos, en nuestro país. Una noticia del mes de marzo de 2014 aparecida en el diario La Nación da cuenta de la violencia que ejercen los delincuentes cuando asaltan a los ancianos. “Desde hace varios años se evidencia una mayor violencia en los delitos que sufrieron nuestros ‘abuelos’ (nota del autor: confesamos que este epíteto no es de nuestro gusto)”, dice Eugenio Semino, defensor del pueblo de la Tercera Edad. Para agregar más adelante: “Otro de los factores que influyeron en el aumento de la violencia en los hechos delictivos contra jubilados fue el notable cambio en el perfil del delincuente. Hace 20 o 30 años era muy difícil encontrar un ladrón que tuviera que hacer uso de la violencia en los robos. Esto ocurría porque, en cierta medida, el asaltante de antes podía llegar a tener una identificación positiva con los abuelos que le generaba los frenos inhibitorios para no pegar, agredir o matar”. Luego, Semino reiteró: “En la actualidad, los asaltantes no sólo perdieron la identificación positiva que pudo existir hace muchos años entre el ladrón y los abuelos, sino también que esa identificación cambió para negativa. Además, muchos asaltantes eligieron a los jubilados como víctimas de los asaltos rememorando la fantasía equivocada que indicaba que los adultos mayores tenían capacidad de ahorro. Pero, en la actualidad, la mayoría de los abuelos apenas tiene para comer”.

Queremos detenernos en esa expresión “identificación positiva”. Es evidente que la figura del anciano dentro de la familia, esa figura patriarcal, de consulta, ha desaparecido. Dos son los factores fundamentales para que ello ocurriera; por un lado, la familia nuclear ya no existe y, en ocasiones, se ha trocado por la familia disfuncional donde no se cumplen los roles establecidos por la moral o donde la crianza de los niños queda a cargo de terceros no siempre idóneos porque los padres trabajan o no están, y en el peor de los casos las enseñanzas están en la calle; en segundo lugar, porque la información –desgraciadamente sin reflexión– la realizan los medios electrónicos que han suplantado al padre, la madre y los abuelos.

Luego de la digresión y retornando a los consejos del profesor Mazzei, este dirá: “No hay duda de que la herencia y la genética tienen influencia sobre la longevidad y el envejecimiento, y que en la especie humana como en el reino animal, es mayor la longevidad de la mujer. Hay en esos procesos factores endógenos (unos en relación con los genes, otros con el metabolismo celular), y factores exógenos (desde estrés, hasta infecciones y errores dietéticos, etc.).

Aceleran el envejecimiento y conviene recordarlos, pues como lo expresó Rubner, el arte de prolongar la vida consiste precisamente en no acortarla:

1) La hipernutrición.

2) La vida agitada, con estrés.

3) La hipertensión arterial, la diabetes, la obesidad, el hipotiroidismo, la hiperlipemia, la arteriosclerosis, el tabaquismo intenso.

4) El retiro precoz del trabajo, y en los obreros, además, la iniciación en edad temprana de su actividad.

5) Intervenciones quirúrgicas o traumatismos físicos importantes, capaces de llevar de la etapa de la ancianidad a la de senilidad, dirigiendo la presentación de signos y síntomas deficitarios y de disfunción cerebral.

6) Todo lo que ocasione isquemia cerebral, tal la aterosclerosis, agregando a las lesiones de la senilidad, aquellas debidas a la disminución de la irrigación”.

Como contrapartida, en el mismo artículo, Mazzei expresa que retrasan la senilidad:

1) “La vida sosegada, con paz interior, y el sueño tranquilo y prolongado. Así por ejemplo: mientras el ratón sólo vive dos años, el murciélago (ratón alado) vive 20 y sólo la cuarta parte de su vida está despierto; razas de animales encerrados en parques zoológicos exceden en sobrevida y conservación a los libres.

2) Evitar la inactividad física, es decir, la vida sedentaria, siendo el caminar el ejercicio más fácil y barato, ya sea realizado antes del desayuno, ya en las últimas horas de la tarde, o en otra forma desde los 55 años caminar 30 minutos por la mañana y otro tanto por la tarde; es útil no utilizar el ascensor. En suma, adaptarse al estado físico-psíquico y psicológico de la vejez, evitando caer en el estado de inadaptación, con las perturbaciones afectivas que esta crea, combatiendo lo que la Asociación Médica Americana de Estudios Geriátricos llama la vida sedentaria y la inmovilidad psíquica, que precipitan la senilidad, es decir, en los intelectuales conservar y aun renovar su ‘mundo intelectual’, y realizar actividad física, por lo menos caminar; que el ejercicio físico conserva la salud, ya fue expresado en los Diálogos de Platón.

3) Compensar el déficit de anabolismo y hormonal del hombre con anabólicos virilizantes.

4) El rejuvenecimiento de la epidermis y del epitelio glandular puede producirse en la mujer por administración de estrógenos, y la reactivación de elementos osteoblásticos puede producirse en ambos sexos por administración de andrógenos y estrógenos.

5) Compensar y normalizar la química sanguínea cuando ella está modificada.

6) Mantener una participación adecuada en una actividad positiva, y las relaciones sociales convenientes, evitando el retiro compulsivo y la jubilación obligatoria por razones sólo de edad; evitar la desocupación, la soledad, la depresión reactiva que ello provoca, superando además las frustraciones y conflictos afectivos no resueltos en la etapa anterior de la vida; todo ello le permitirá vivir no sólo en el recuerdo sino también en el presente.

7) La preparación para sobrellevar los estados emocionales, su profilaxis y adecuado y oportuno tratamiento, incluyendo en todas esas etapas el manejo exacto de la psicoterapia y los psicofármacos, para evitar que esos trastornos emocionales exageren los orgánicos; debe recordarse siempre lo explicado por los expertos de la OMS: ‘Lo que los ancianos pierden en rapidez de reacción y en destreza pueden compensarlo con lo que ganan en estabilidad y madurez de juicio, cualidades que les permiten dar en ciertos empleos un rendimiento comparable al de los jóvenes’.

8) Evitar las reacciones psicológicas al envejecimiento, las que pueden ocurrir cuando el anciano se enfrenta con la disminución de sus fuerzas físicas y no se adapta a esa imagen corporal, ocasionando las depresiones, temores y pérdida de confianza en sí mismo, por soledad, por pérdida de objeto y otras reacciones psicológicas. Debe recordarse que a pesar de los años el hombre es dependiente de su medio y de la circunstancia, y que como lo señaló Hartman deben admitirse en él varios estratos: material, biológico, psicológico y espiritual.

9) Mayores dificultades en el tratamiento suele ocasionar enfrentarse con lo que Capal llamaba ‘las traiciones de la memoria’, acotando con razón y en la base de su propia experiencia: ‘Archivo de lo pasado, lucimiento del presente y único consuelo de la vejez, la memoria es el don más preclaro y maravilloso de la vida. Por algo los griegos la divinizaron con el nombre de Mnemosina, madre de las musas. Ella hace posible la noción de la personalidad, eternizando lo vivido, puesto que enlaza y funde el presente con el pasado. Enriquece la percepción actual con todas las acciones suscitadas antaño al contemplar hechos análogos’.

10) Profilaxis de la aterosclerosis que no es expresión de vejez, pues puede hallarse en jóvenes y maduros.

11) En cambio no se ha confirmado la presunta acción retardante o rejuvenecedora de la novocaína, de los distintos ‘sueros’ inventados, de la tisuloterapia de Filatov, de la celuloterapia, motivo de muchas fantasías y sensacionalismos. El intento de la sulfadiazina es el más reciente y tiene algunos hechos positivos a su favor: experimentalmente ha hallado Ravina brusca mejoría aumentando la sulfadiazina a 250 mg diarios y agregándole complejos vitamínicos: piridoxina (B1) 10 mg, B12 20 gammas, pantotenato de calcio 10 mg y ascorbato de Mg 50 mg, con ello, ratas y perros han mejorado su pelo y su instinto genital, su marcha y el promedio de vida; en el hombre Ravina ha descrito resultados favorables en la actividad y tono muscular, en la astenia, en la libido. Esta sulfa tendría, según el autor inglés Asplin y el brasileño Haas, una acción gonadal, por la hipertrofia que producen de esta glándula”.

Sin desmedro de las atinadas palabras de Egidio Mazzei en la época que le tocó vivir, pasaremos a analizar cada uno de los ítems que manifiesta que propenden a acortar la vida y los inconvenientes que encuentran las personas de hoy para tomar los recaudos necesarios para alargarla.

1) La hipernutrición es evidente que acelera los procesos de desgaste orgánico y, curiosamente, en la actualidad el incremento de la obesidad se observa en todas las clases sociales: las económicamente mejor establecidas por el acceso a comidas de gran elaboración (habitualmente las grasas son las más apetitosas) y el sedentarismo; las más pobres con el acopio indebido de grandes cantidades de hidratos de carbono. Desde tiempo atrás, pruebas realizadas sobre todo con ratones han hecho sospechar que las limitaciones nutricionales de estos animales les alargaban la vida. Esa era una experimentación. Sin embargo, no está demostrada en el hombre y, al contrario, se puede observar que aquellos que se encuentran en condiciones precarias, con deficiente alimentación, por debajo del límite de pobreza, no son los más longevos. Pareciera que más que la hipernutrición, descontamos en estos casos a la obesidad patológica, la expectativa de vida puede verse limitada por regímenes mal establecidos. No faltan otras teorías; algunas sostienen que las bacterias intestinales, que varían por la alimentación de las diversas culturas, pueden tener efecto en la salud de los ancianos, aunque la exacta determinación de sus efectos puede resultar engañosa.

2) La vida agitada, como causa de estrés, podría ocasionar la aparición de enfermedades y, en este caso, aunque algunos autores no la incorporan como tal, podría ser un factor intrínseco de imposibilidad de aumentar la expectativa de vida. Entraría a ser considerada en el capítulo de la psiconeuroinmunología como origen de enfermedad. Se ha comprobado que el estrés puede ocasionar un brote de psoriasis y cuadros depresivos. Estadísticamente, el 30% de los ancianos internados en geriátricos fallecen dentro del año del suceso y también en esa incidencia lo hacen los hombres ancianos cuando muere el cónyuge. ¿No corroboran estos hechos lo sostenido por Mazzei hace tantos años?

3) No requiere ningún comentario que las afecciones mencionadas limiten la expectativa de vida.

4) Es una causa indudable que tanto las tareas intelectuales como físicas (artesanías, pasatiempos, reuniones sociales, etc.) mantienen al órgano princeps del organismo (el cerebro) con mayor lozanía.

5) Intervenciones quirúrgicas prolongadas tienen efecto sobre la vitalidad neuronal, como todo traumatismo invalidante que disminuya la capacidad de llevar a cabo competencias que favorezcan la actividad del SNC.

6) Este epígrafe repite, en cierto modo, aquello que se lee en el parágrafo 3.

Tal vez la segunda parte de este subcapítulo –con los medios para retrasar el marasmo y la muerte– muestren una mayor desactualización.

1) Cuesta aceptar que la vida moderna, sobre todo en las dos últimas décadas, sea compatible con la vida sosegada. En cambio existen trabajos que señalan que el sueño prolongado (aunque los ancianos presenten despertares cortos y despertares largos), que facilita la producción de melatonina, sería un protector en relación al cáncer de próstata. Es bueno recordar aquí las palabras del antropólogo Claude Lévi-Strauss, que en sus últimos años decía: “Este mundo ya no me pertenece”. En esas circunstancias no sería fácil hallar la paz interior.

2) Evitar la inactividad física es un consejo que se mantiene incólume a través de los años, aunque diversas noxas atenten para lograrla.

3) En la actualidad, el uso de los anabólicos está estrictamente prohibido.

4) El siguiente consejo (estrógenos y andrógenos) generó graves consecuencias. Incluso se utilizaron experimentalmente los estrógenos en el tratamiento de la arteriosclerosis sin ningún resultado positivo.

5) No amerita comentario.

6) Durante el último medio siglo, la edad jubilatoria, que era de 50 años para los empleados del Estado, se elevó a 65. Este hecho no solamente mejoró la salud física y psíquica de los empleados sino que lo hizo con las arcas del Estado ante la importante masa de población pasiva.

7) Los trastornos emocionales y psíquicos de los ancianos pueden tener paliativos pero no existen tratamientos eficaces para la enfermedad de Alzheimer ni en su tipo cognitivo ni conductual, como tampoco son eficientes en la depresión senil ni en la noológica. Dicen Goda y Junod: “Las modificaciones afectivas pueden ser numerosas; dependerán tanto de la constelación existencial que se dé en la vejez como de la coherencia del funcionamiento anterior. La reducción del espacio vital por la jubilación, la distancia y la independencia de los hijos, los duelos por los coetáneos desaparecidos y aun por la pérdida del cónyuge son factores que concurren para originar un sentimiento de abandono y soledad. A ello podrá seguir una reacción escapista a la manera de rechazo de contactos, cuyo origen será una vulnerabilidad acrecentada. Todos estos elementos reforzarán finalmente el sentimiento de aislamiento […] La necesidad de amar y sentirse amado es componente esencial de la psique, que persiste desde el nacimiento hasta la muerte. Este requerimiento de amor podrá manifestarse como búsqueda francamente ingenua a veces, asociada con una sinceridad expresiva casi desconcertante. También podrá determinar rasgos regresivos, predominando entonces la voluntad de dominio y la avidez. Se trata de una actitud de salvaguardar a cualquier precio la autoestima”.

8) Referencia similar a la anterior.

9) El decrecimiento de la memoria de los ancianos pudo ser revelado –aunque las autopsias lo habían mostrado– por medio de imágenes como fue la TAC al comienzo, la RNM y muchos otros estudios después. Así pudo advertirse el envejecimiento cerebral con su atrofia, el aumento de los ventrículos cerebrales, profundización de las circunvoluciones, y la frecuente leucoaraiosis, que marcan el desgaste. El misterio sospechado de las alteraciones del intelecto estaba develado.

10) La profilaxis de la aterosclerosis (así expuesta es el depósito de placas de ateroma en las arterias) ha hecho que hayan aparecido, junto con las recomendaciones alimentarias, las estatinas, con su pro y su contra. La antropología médica demuestra que a veces solamente con recomendaciones nutricionales (dieta del Mediterráneo, por ejemplo) decrece esta patología.

11) Para terminar y demostrando lo efímeras de las modas terapéuticas en medicina, Mazzei descarta como inservibles las inyecciones de novocaína para mantener buen estado, la celuloterapia, la tisuloterapia de Filatov que califica como fantasías y sensacionalismo, pero le da crédito a la sulfadiazina junto con complejo vitamínico B que también resultarían ineficaces.

Amén de las recomendaciones, algunas atinadas, otras pasadas de moda, estos párrafos continúan con los de otros autores que, como octogenarios, tenían sus propias ideas, fruto de la edad que contaban y que no vamos a repetir.

Es indudable que hace medio siglo se tenía poco en cuenta un elemento fundamental de la longevidad: el factor genético. Pero el problema tampoco es sencillo, Franco y otros expresan que el fenotipo puede estar sujeto a diversos factores: obesidad, escasa actividad física, alcoholismo, tabaquismo, modelo de sueño, emociones, acumulación de daños celulares, daño del DNA, inflamación, resistencia a la insulina, dislipemia, declinación cognitiva, etc. Todo lo cual indica la complejidad del problema que no se reduciría a hallar genes de la longevidad como en el caso del Caenorhabditis elegans. Y se hace más intrincado si, como opinan otros autores, se toman en cuenta factores sociales, de antropología cultural, psicológicos, demográficos y económicos.

Todavía queda la incógnita de la declinación de los telómeros, las mitocondrias y las stem cells durante la ancianidad.

Pero no insistiremos más con los problemas médicos. El anciano ha dejado de ser un referente para las generaciones jóvenes. Los consejos no son aceptados (aunque creemos que nunca lo fueron) y están desfasados frente a los cambios que la sociedad experimentó que hasta terminaron –en el aspecto sexual– con el “mito” de la virginidad de la mujer. Los medios electrónicos de comunicación, que hasta los niños más pequeños manejan a la perfección, se encargan de la información. ¿Qué le queda al anciano?

Pero existe un tema más complejo que anunciábamos al comienzo y no es otro que el que la moderna neurociencia predica. El envejecimiento, que lo sufren todos los órganos de la economía en diversas etapas de su evolución, con un patrón temporal distinto, tiene una gran importancia con el conocimiento. ¿Qué conocimiento? Aquel que cada persona adquiere a través de su existencia, sin dejar de continuar haciéndolo. A menudo se dice que el mejor antídoto frente a la enfermedad de Alzheimer es continuar con las labores intelectuales o artesanales. No debemos olvidar que la función más importante del hombre es la creatividad, ligada fuertemente al neo-córtex. Esa idea creativa que no hay que buscar sino que irrumpe bruscamente (no ignoro que para la mencionada afección se habla también de priones y de agroquímicos).

El consejo es casi obvio: lectura, trabajo, participación, sociabilidad, etc. Con estos parámetros la vida será más placentera y suponemos que más larga. En un reciente libro, el antropólogo Augé se ocupa preferentemente del conocimiento y de la desnudez intelectual que sufrirá –en el futuro– quien no lo alcance.

Autorxs


Federico Pérgola:

Expresidente de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría. Miembro de Número de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.