El actual comercio exterior argentino (des)administrado
Embarcado nuevamente en un modelo de orientación primario exportadora, nuestro país experimenta ya las consecuencias negativas de este proceso: caída de las exportaciones en un contexto externo de proteccionismo, aumento de las importaciones con consiguiente desplazamiento de los sectores productivos locales y empeoramiento de la balanza comercial, entre otros.
Sin dudas, el esquema de inserción internacional, y en particular en lo que refiere a las relaciones comerciales, es uno de los aspectos donde los cambios introducidos por el gobierno de Mauricio Macri resultan más evidentes. La Argentina ha pasado de un proyecto político-económico en el cual la inserción internacional priorizaba a la región en general, y al Mercosur en particular, como espacios de acumulación a partir de los cuales procurar obtener las economías de escala y el aprendizaje necesarios para el desarrollo de ciertos sectores industriales, a otro esquema con una marcada orientación primario exportadora.
El actual gobierno dejó en claro desde su asunción que su política exterior se orientaría a las necesidades de un proyecto económico con base en la apertura irrestricta, dando como resultado el refuerzo de una inserción primario exportadora. Se trata de una política exterior que profundiza la inserción dependiente, donde unos pocos sectores se ven beneficiados, tales como los bancos, los socios menores del gran capital transnacional y los grandes exportadores, beneficiados por la baja de retenciones y por la fuerte devaluación inicial. Mientras que el grueso de los sectores productivos sufre las consecuencias negativas.
El gobierno de Cambiemos parece no haber tomado nota del cambio que significó el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos. Su errónea evaluación del contexto internacional promueve una amplia apertura comercial y el avance en la firma de tratados de libre comercio, justo al mismo tiempo que las grandes potencias occidentales se están moviendo en el sentido contrario. Así, a contramano del mundo, el gobierno de Macri impulsa la apertura de la economía argentina en un contexto de un fuerte repliegue proteccionista tanto de los Estados Unidos como de Europa. El resultado no podría ser otro que el que hemos tenido en estos dos primeros años de gestión macrista: caída de las exportaciones y desplazamiento de producción local por compras externas.
La situación del sector externo sufrió un marcado deterioro en los últimos años. Las exportaciones no crecieron, a pesar de la fuerte devaluación inicial y la quita de retenciones, y el mínimo saldo comercial positivo de 2016 se transformó en un preocupante saldo negativo en 2017.
La economía mundial ya no cuenta con un proceso de fuerte expansión que la caracterizó desde los primeros años del milenio hasta mediados de 2012. Por el contrario, los precios de las commodities han venido cayendo abruptamente, junto con la retracción de las exportaciones industriales a Brasil, nuestro principal cliente.
Tal como se señaló, al repasar el comercio exterior argentino durante la primera mitad de gobierno de Cambiemos nos encontramos con un primer año donde el intercambio comercial dejó un saldo positivo, pero no como resultado de un incremento de las ventas de productos argentinos al resto del mundo, sino por una significativa merma en las importaciones.
La caída en los niveles de consumo interno, producto del empeoramiento de los niveles de los salarios reales y los mecanismos de administración del comercio que aún subsistían del gobierno anterior son los factores centrales que explican la caída en las compras externas. De este modo, el año 2016 cerró con una balanza comercial superavitaria en U$S 2.124 millones.
Pero a fines de 2016 ya se empezaron a sentir los efectos de las políticas de liberalización comercial. Con la eliminación de los mecanismos de comercio administrado, en un mundo ávido por colocar sus excedentes y con posturas cada vez más proteccionistas, las importaciones comenzaron a crecer de manera sostenida mientras las ventas externas mostraron su camino descendente.
En 2017, ya en el segundo año de administración macrista, con la profundización de las políticas de apertura unilateral, y tras doce meses consecutivos de déficit comercial, el resultado negativo de la balanza comercial alcanzó el record histórico de U$S 8.471 millones (unas 4,5 veces por encima de lo presupuestado), superando cómodamente el anterior récord de U$S 5.751 millones en 1994, así como los U$S 4.943 millones de 1998. Tomando en consideración que el año 2016 finalizó con un superávit de U$S 2.124 millones, el deterioro del saldo comercial en el último año fue incluso superior a los U$S 10.000 millones.
En 2017, las exportaciones tuvieron un crecimiento marginal (0,9%) respecto del año anterior, alcanzando los U$S 58.428 millones, al tiempo que las importaciones se incrementaron sostenidamente (19,7%) llegando a los U$S 66.899 millones.
Cuadro 1. Comercio exterior argentino (años seleccionados, en millones de dólares)
Fuente: Indec.
En términos generales, el notable aumento de las importaciones de productos industriales, con un claro protagonismo de vehículos y autopartes (+40,9% interanual) y otros bienes de capital (+23%), es lo que explica el abultado saldo negativo de la balanza comercial en 2017.
Cuadro 2. Comercio exterior con países seleccionados (2017, en millones de dólares)
Fuente: Indec.
En lo que refiere a los orígenes y destinos de las importaciones y exportaciones, respectivamente, el año pasado nuestro país registró déficits sustanciales en el intercambio comercial con sus principales socios: Brasil, China, Estados Unidos y la Unión Europea. La suma del déficit comercial con estos cuatro destinos significó un total de U$S 22.633 millones, entre los que se destacan Brasil (-U$S 8.672 millones) y China (-U$S 7.988 millones).
Desde el lado de las exportaciones, la liberalización de los mercados no sólo no se tradujo en una explosión en las ventas externas, sino que incluso se produjo una caída en las exportaciones, explicada fundamentalmente por el retroceso de la venta de productos con tradición histórica en la producción local, lo que representa un síntoma claro de la ausencia de logros en materia comercial por parte de la gestión Cambiemos.
Los funcionarios del gobierno rechazan la existencia de un proceso aperturista que fomenta el reemplazo de producción interna por bienes importados, y señalan que el notable desbalance comercial se explica por un proceso virtuoso de incorporación de maquinarias y equipos de inversión, en un contexto de expansión productiva. La realidad de las estadísticas en lo que refiere tanto a niveles de actividad como de empleo, no parece apoyar dicha teoría.
Por otro lado, tal como se señaló, un aspecto central a considerar en el análisis de las compras externas de bienes de capital es que en las mismas se encuentran incluidos bienes que son producidos por la industria nacional, por lo que la importación de este tipo de bienes, si bien puede incrementar el stock de capital, al mismo tiempo desplaza producción local, cercenando las posibilidades de crecimiento de la industria en la Argentina.
En el caso puntual de teléfonos celulares, uno de los bienes donde las importaciones registraron un mayor crecimiento, y dado que a fines del 2017 el gobierno eliminó sus posiciones arancelarias del sistema de Licencias No Automáticas –pasándolas al de Licencias Automáticas–, no es difícil suponer que las importaciones de este rubro continuarán incrementándose en el tiempo.
Existen sobrados elementos para suponer una intención deliberada del gobierno en detrimento de los sectores industriales: impulsa un proceso de apertura importadora (en un contexto de pronunciada caída del consumo interno, que es el principal destino de los bienes finales industriales); incrementa desmedidamente tanto las tarifas de servicios públicos como de los combustibles; implementa una política de elevadas tasas de interés reales, y remata con la liberalización y apreciación cambiaria que fomenta la valorización financiera en detrimento de las inversiones productivas. Estamos sin dudas frente a un combo letal para amplios sectores industriales.
Uno de los sectores centrales al interior de la matriz industrial argentina es el automotriz, el cual explica en gran medida el déficit comercial del sector industrial y de la balanza comercial en su conjunto, alcanzando un déficit sectorial de alrededor de U$S 9.000 millones en 2017.
Las importaciones de autopartes y bienes intermedios para la industria automotriz mostraron un comportamiento relativamente estable durante los dos primeros años de la gestión Cambiemos, ubicándose en valores similares a los del año 2015. Sin embargo, en el subsector de vehículos terminados, las importaciones se expandieron notablemente, desplazando producción local por extranjera. Las ventas de vehículos en el mercado local se incrementaron un 20% en el año 2017 (alcanzando las 900 mil unidades, de las cuales la mitad fueron importadas). El problema central reside en que las importaciones de vehículos terminados crecieron un alarmante 42% durante 2017.
El persistente crecimiento de las importaciones de vehículos terminados responde, en gran medida, a la casi inexistente administración del comercio exterior y un claro incumplimiento del denominado intercambio flex con Brasil.
Durante 2017, la Argentina aumentó sus compras desde su principal socio comercial, Brasil, en un 23,9%, lo que se tradujo en un incremento del orden del 46,5% en el déficit comercial bilateral hasta alcanzar los U$S 8.672 millones, lo que lo coloca en el récord histórico.
Cuadro 3. Intercambio comercial Argentina-Brasil (2016-2017, en millones de dólares)
Fuente: Indec.
El Acuerdo Automotriz firmado entre Argentina y Brasil, que rige desde junio de 2016 hasta junio de 2020, establece un intercambio bilateral libre de aranceles, siempre y cuando a lo largo de ese período las compras de un país a otro no superen en una vez y media lo que venden. Es decir, si un país exporta autopartes y unidades terminadas por 100 dólares, lo máximo que podrá importar son 150 dólares. De lo contrario, al final del período deberá pagar aranceles por la porción que superó el monto establecido en dicho acuerdo.
Las perspectivas del sector automotriz para este año no son nada alentadoras. Durante el primer mes del año, la producción cayó 18% en comparación con igual mes de 2017, en un contexto en el cual las ventas de las concesionarias se incrementaron en un 22%, dejando entrever que el boom importador lejos está de detenerse. Actualmente, siete de cada diez vehículos que se comercializan en la Argentina provienen del exterior, mayormente de Brasil, aunque las marcas chinas que ya han desembarcado (Geely, Baic, Foton y DFSK) y las que están por venir plantean nuevos problemas a futuro.
En definitiva, el fin de las políticas de administración del comercio exterior y el reemplazo por un esquema de liberalización comercial y financiera que lleva adelante el gobierno de Mauricio Macri terminará agravando año tras año el desbalance comercial. El creciente déficit externo se financia con mayores niveles de endeudamiento, y la nueva deuda, lejos de ser utilizada en inversiones que permitan incrementar las exportaciones, o sustituir importaciones, que aseguren su repago, se utiliza para la especulación financiera y la fuga de divisas. Las elevadas tasas de interés atraen capitales externos y, además de conspirar contra la inversión productiva, acentúan un esquema de retraso cambiario.
Para el año 2018, las estimaciones no auguran una mejora de la balanza comercial, más bien todo lo contrario. Se espera que se profundice el déficit comercial, el cual podría alcanzar los U$S 11.000 millones. En el mes de enero de 2018 este déficit se acentuó, liderado por las importaciones de combustibles y lubricantes (con un incremento de casi 86%) y el sector automotriz (que implicó una salida de divisas de casi U$S 500 millones, con un salto interanual de más del 48%).
Estamos ante un esquema económico que únicamente puede seguir funcionando mediante un creciente endeudamiento, y lamentablemente se trata de un déjà vu. Ya hemos vivido bajo estas mismas políticas y el final siempre ha sido el mismo. Llegado el momento, la corrida desde las Letras del Banco Central o los Bonos del Tesoro hacia el dólar provocará una fuerte devaluación con su consecuente efecto inflacionario.
Pero resulta importante no perder de vista que no estamos frente a un caso de “mala praxis” económica. Por el contrario, la administración actual entiende muy bien lo que está haciendo y hacia dónde nos dirigimos: un país con altos niveles de desocupación y pobreza. Lo que se traduce en salarios reales mucho más bajos, y un país fuertemente endeudado con acreedores externos, con menores niveles de soberanía, que dejarán muy poco margen de maniobra para futuros gobiernos que procuren aplicar políticas que busquen mejorar la distribución de la riqueza.
Resulta necesario modificar cuanto antes el rumbo de estas políticas. De otra manera se están poniendo en riesgo las posibilidades futuras de desarrollo de nuestro país y, consecuentemente, las condiciones materiales de vida de las futuras generaciones de argentinos.
Autorxs
Agustín Crivelli:
Economista. Docente (FSOC-UBA). Investigador del CIHESRI-IDEHESI (CONICET). Ex director de Proyectos de Inversión Productiva del Ministerio de Relaciones Exteriores.