Editorial: Un país, una nación, un territorio
En el marco de la crisis de los mercados internacionales, la Argentina viene modificando su estructura económica. Así, en la última década pudo apreciarse un creciente desarrollo en las distintas regiones del país y en las más diversas áreas productivas.
En este proceso, la incorporación de tecnología en las diversas ramas de la producción –sobre todo en la agropecuaria– favoreció a los gobiernos provinciales incrementando sus recursos, lo que les permitió atender los requerimientos de una población urbana en crecimiento.
La estructura económica de nuestro país hace que hoy ya no podamos hablar de esa Argentina de grandes extensiones pobladas de ganado y de provincias prácticamente improductivas. En el nuevo escenario la distribución y apropiación de la tierra, el uso del suelo y del subsuelo, y la consecuente modificación de la geografía tienen implicancias no sólo en lo económico, sino también en lo político y lo social.
Es por lo dicho anteriormente que se vuelve fundamental fortalecer el impulso experimentado por algunas actividades clave como la vitivinícola, la azucarera y la yerbatera, entre otras, pero sin dejar de tener en cuenta que no habrá progreso posible si no se contemplan las necesidades de las poblaciones locales.
No podemos omitir el déficit que significa contar con una producción primaria agrícola que se exporta con bajísimo valor agregado y una industria que no utiliza las máximas posibilidades que ofrece el conocimiento científico y tecnológico.
Estas son algunas de las asignaturas pendientes que se evidencian y que deben ser saldadas en los tiempos venideros. Para ello es indispensable combinar las ventajas de nuestras zonas productivas primarias con una producción manufacturera que puede y debe expandirse a todo el territorio.
En las provincias cuyanas, además de las producciones tradicionales, viene teniendo particular importancia la producción minera; en las regiones del Norte la producción energética genera, día a día, proyectos que exceden las históricas producciones de algodón, azúcar y tabaco.
Estos nuevos desarrollos productivos claramente influirán en los estándares de vida de toda la población. Si bien por un lado generan nuevos puestos de trabajo, por el otro, provocan la resistencia de diversos sectores que ven amenazados sus modos de vida y sus territorios. El consenso que pueda lograrse entonces entre los pobladores, las organizaciones sociales y el Estado condicionará el futuro de cada actividad y cada región.
La expansión de la frontera agrícola, la destrucción de bosques, la erradicación forzada de los pobladores originarios, la expansión de las ciudades, configuran un escenario de particular preocupación. De no concretarse los cambios necesarios y gestarse las políticas pertinentes, será impensable un desarrollo equitativo y con integración allí donde el mercado es amo y señor de las definiciones de política económica.
La ausencia de una estrategia global nacional frente a estos desafíos múltiples permite abusos y la consolidación de esquemas productivos que no responden a una planificación razonable que contemple las necesidades de la población y defienda efectivamente los derechos individuales y colectivos.
Estos desafíos, entre muchos otros, marcan la necesidad de contar con políticas públicas que busquen alcanzar resultados más significativos en función de los intereses generales, con el objetivo de consolidar la inclusión.
Autorxs
Abraham Leonardo Gak:
Director de Voces en el Fénix.