Editorial: Ser viejo no es una maldición

Editorial: Ser viejo no es una maldición

| Por Abraham Leonardo Gak |

En las últimas décadas tuvo lugar en todo el mundo un sostenido proceso de envejecimiento de la población. Ahora bien, ¿es esto una buena noticia? Responder esta pregunta no es fácil.

Por un lado, si bien la prolongación de la vida de las personas es una buena noticia, lo ideal sería llegar a la vejez con buena salud, voluntad de vivir y la disposición de mantener elevados índices de actividad. Lograr esto no siempre es tan sencillo.

Desde el punto de vista colectivo, alcanzar esos objetivos nos presenta una realidad harto difícil. A medida que avanza la edad las fuerzas y energías disponibles menguan y, por lo tanto, la productividad de ese sector de la sociedad se reduce paulatinamente. De manera simultánea, se incrementan los riesgos en salud, y se reducen los niveles de independencia y autonomía, hecho que genera una carga creciente en materia de aporte social y un esfuerzo fiscal extra.

La decisión política de la sociedad de sostener en las mejores condiciones a toda la población requiere en consecuencia de una inversión per cápita cada vez mayor, razón por la cual el costo del sector se incrementa.

Esto, sumado a la intención de reducir los niveles de pobreza en los adultos mayores y ofrecerles una mejor calidad de vida, genera una erogación por parte del Estado que lo hace competir con otros objetivos igualmente necesarios.

Para saldar estas discusiones se vuelve sumamente importante la planificación para el mediano y largo plazo, no sólo en lo que hace a la sustentabilidad fiscal, sino también en lo referido a la elaboración de políticas de salud, empleo, capacitación y formación de técnicos/as para su cuidado futuro.

El escenario es complejo, existen distintas clases de adultos mayores. Están aquellos que logran mantener un nivel de actividad similar al de sus años más productivos; hay otros que necesitan que sus seres cercanos se ocupen de ellos y les aseguren su cuidado; están aquellos que sufren el maltrato que les profieren quienes están a su lado porque los consideran un obstáculo en sus vidas, y, finalmente, están aquellos que, conscientes de sus posibilidades y de las limitaciones que les impone la vida, hacen de su existencia una actividad noble, encontrando otras maneras de sentirse útiles e independientes.

Resumiendo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología ha tenido un efecto innegable en la prolongación de la vida humana, y producto de ello, mucho se ha avanzado también en el análisis del rol de nuestros adultos mayores. No obstante, muchas son las dificultades que aún debe enfrentar la población de mayor edad para sentirse plenamente integrada a la sociedad. El maltrato y abandono al que se ve sometida en muchos casos es un claro ejemplo.

Sin embargo, y a pesar de este panorama, los viejos siguen avanzando en el camino que todos/as deberemos recorrer. Es entonces una responsabilidad colectiva definir el modo en el cual se garantizarán los derechos adquiridos, se integrarán otros nuevos, y se trabajará en todos los niveles necesarios para alcanzar una vejez digna, que merezca ser vivida y disfrutada.

Tal como se señala en uno de los artículos que integran esta edición: en las últimas décadas se ha logrado prolongar la vida del hombre. Sin embargo, la figura del anciano dentro de la familia, esa figura patriarcal, de consulta, ha desaparecido. ¿Qué le queda entonces? La respuesta es casi obvia: lectura, trabajo, participación, sociabilidad, etc., parámetros que harán la vida más placentera y posiblemente más larga.

Autorxs


Abraham Leonardo Gak:

Director de Voces en el Fénix.