Editorial: La industria que queremos conseguir
Cuando en septiembre de 2001 el Plan Fénix presentó sus primeras propuestas no sólo para superar la grave recesión de los últimos cuatro años, sino también para transitar el camino virtuoso del crecimiento con equidad, uno de los ejes fundamentales del proyecto fue el desarrollo de una industria activa, creadora de puestos de trabajo, y orientada hacia la reconstrucción y sostenimiento de un vigoroso mercado interno, con el objetivo final de lograr el pleno empleo.
Este conjunto de propuestas se completaba con la necesidad de una renegociación tanto del monto como de los plazos y tasas de la deuda externa argentina, la utilización de las herramientas de política económica en materia financiera y fiscal, y la decisión de recuperar plenamente la presencia y acción del Estado en el proceso económico y social, dejando claramente definido que limitarse a la producción primaria, por sus ventajas naturales, nos condenaría a sostener altos niveles de desempleo, pobreza e indigencia.
A partir de 2003 el nuevo gobierno asume en líneas gruesas este proyecto. Si bien era imprescindible recuperar la competitividad industrial, la importante devaluación del 2002 contribuyó a resolver este problema, pero creó otros; en particular, el crecimiento de los precios de los productos de primera necesidad, afectando a un gran espectro de ciudadanos, sobre todo a los sectores más vulnerables, principales víctimas del proyecto neoliberal.
El arduo camino de la industrialización estuvo plagado de dificultades, pero también de una exitosa recuperación, que en tan sólo nueve años logró una mejora sustancial de su participación en nuestra balanza comercial al mismo tiempo que atendió una demanda creciente del consumidor interno, fruto de la mejora en el nivel de ingresos, aunque en muchos casos insuficiente, del sector asalariado.
Esta recuperación se debió en buena parte a la labor encarada por las pequeñas y medianas empresas que, como es sabido, son las mayores demandantes de mano de obra e innovación tecnológica.
Un complemento estratégico que acompañó la competitividad industrial fue la creación y financiamiento de espacios destinados a la investigación científica y tecnológica, y la mejora de los presupuestos en educación, salud e infraestructura.
Hasta aquí, nos encontramos ante un proceso virtuoso de producción y consumo, lo que fue determinante para las satisfactorias tasas de crecimiento de nuestro producto bruto.
No obstante, debemos enfrentar importantes desafíos para que el desarrollo y la distribución del ingreso y el pleno empleo alcancen los niveles deseados para una sociedad plenamente equitativa.
No son pocas ni menores las dificultades que deben ser superadas en el corto plazo: la resistencia de poderosos sectores económicos vinculados al sector primario, la limitación en la obtención de financiamiento a tasas sustentables y el atraso tecnológico.
La crisis internacional, que ya golpea en nuestras costas, obliga al gobierno a implementar distintas políticas dirigidas al sostenimiento del empleo y a asegurar el financiamiento que permita alcanzar el volumen de inversiones necesario para mantener un crecimiento alto que ayude a mejorar la distribución.
Por otra parte, debemos elegir los nichos de producción industrial que permitan incorporar mayor valor agregado a los insumos básicos y sostener la competitividad con respecto a la producción externa, principalmente la de los países centrales, donde las empresas y sectores financieros transnacionales trabajan colaborativamente entre sí, para maximizar sus beneficios.
Este número de nuestra revista intenta ampliar el debate necesario para que la concepción industrializadora de sectores empresarios también comprenda que la mejora del sector asalariado, una sana contribución a la política fiscal y una equitativa distribución del ingreso son absolutamente imprescindibles para lograr un crecimiento sostenido del sector.
Autorxs
Abraham Leonardo Gak:
Director de Voces en el Fénix.