Editorial: El peso del transporte en la calidad de vida de los argentinos

Editorial: El peso del transporte en la calidad de vida de los argentinos

| Por Abraham Leonardo Gak* |

La sola mención del término Investigación y Desarrollo impacta en el imaginario popular como una condición excluyente que asegura el progreso, la modernidad y el bienestar.

Es evidente que en nuestro país el sector transporte no ha gozado de la atención que merece en función de la importancia que tiene para la vida de los ciudadanos. Alcanza con ver los inconvenientes que se presentan en la utilización de cualquier servicio para comprender que sólo se lo piensa como un insumo más en la cadena de valor de nuestra producción.

De hecho, pocas veces en la academia se ha trabajado la temática desde una perspectiva integral. La prueba de esta afirmación es la ausencia de estudios vinculados a su desarrollo en varias de nuestras universidades, al extremo de encontrarse prácticamente marginada de los planes de estudio de las carreras tanto económicas como sociales.

Un recorrido por los artículos que integran el presente número da cuenta de la importancia que tiene esta actividad tanto en su vínculo con el patrón socioeconómico, como en la relación con la ocupación del territorio, con el desarrollo, la afectación del medio ambiente, así como la necesidad de una mejor regulación y control.

En los últimos meses, el gobierno ha presentado el Plan Estratégico Industrial 2020 y el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial 2010-2016. De llevarse a cabo con éxito estas políticas, significarán un sensible incremento de la producción, demandando un sistema de transporte integrado, de calidad, eficiente y seguro. De mantenerse en las condiciones actuales, el sector transporte puede convertirse en el gran cuello de botella que impida llevar a buen puerto estos programas.

Un aspecto diferente pero igualmente crítico es el transporte urbano e interurbano de pasajeros.

El ferrocarril, el gran desaparecido de los años ’90 que arrojó al aislamiento a pueblos de nuestro país, es en la actualidad –con sus deficiencias y limitaciones– un ingrediente diario de las vicisitudes de los habitantes de nuestras ciudades, en particular los de la Región Metropolitana de Buenos Aires.

El servicio no alcanza a cubrir una demanda sostenida, los pasajeros ven pasar los días mientras viajan hacinados, en vagones desvencijados, y sin posibilidad de programar horarios, lo que convierte a cada trayecto en un suplicio.

Por su parte, el servicio de transporte automotor de pasajeros es sumamente irregular. A la falta de cumplimiento de los horarios y frecuencias hay que sumar la casi total ausencia de servicio en varias rutas en horas nocturnas, situación que se ve agravada por el diferencial de tarifas que castiga a los usuarios que residen en el conurbano. Esta insuficiencia genera las condiciones para la presencia de servicios irregulares, que en la mayoría de los casos se llevan adelante en vehículos que no cumplen con elementales condiciones de seguridad, y muchas veces a precios significativamente mayores a los regulares.

En la ciudad de Buenos Aires, un medio de locomoción habitual es el que ofrecen los subterráneos, con una particularidad, la extensión de las líneas existentes ha terminado por ser una oferta de congestión de usuarios prácticamente a toda hora.

Como puede verse, el transporte en las zonas urbanas podría decirse que es insuficiente, incómodo y particularmente caro para los usuarios que viven a mayores distancias de sus lugares de trabajo. Es claro que la recomposición de tarifas del transporte urbano (sobre todo en el caso de Buenos Aires) debe revisarse, pues la regresividad de los subsidios en que se apoya beneficia a sectores medios que están en condiciones de afrontar un costo más elevado. Desde luego, una medida de estas características debe ir acompañada por una mejora sensible de la calidad del servicio, para lo que es sumamente necesario jerarquizar los mecanismos de regulación y control estatal.

En cuanto al transporte fluvial o marítimo, principal vía de conexión de nuestra producción con el sector externo, es necesaria una fuerte inversión para mejorar el dragado, y en consecuencia la profundidad de nuestros puertos, para atender una demanda creciente de sus servicios, minimizando los impactos socioambientales.

Por último, en cuanto al transporte aéreo, merced a la privatización de nuestra aerolínea de bandera, se perdieron innumerables rutas de cabotaje, regionales e internacionales, en beneficio de las líneas extranjeras. Esta política aportó a incrementar la desigualdad territorial. Cambiar esta realidad demandará un esfuerzo de años, y la creación de rutas y frecuencias que unan todo el territorio nacional deberá ser tomada como una cuestión estratégica a nivel nacional.

Como vemos, el transporte, lejos de ser una temática menor en nuestras políticas de desarrollo, debe ocupar el espacio en nuestros debates y decisiones políticas que su importancia amerita.





* Director de Voces en el Fénix.