Ciencia y poder: una relación compleja

Ciencia y poder: una relación compleja

El poder, sea estatal o privado, sigue siendo quien, en buena parte, financia la investigación científica, pero es responsabilidad del Estado invertir en la construcción de una ciencia independiente con el objetivo de alcanzar la soberanía política y económica, condiciones necesarias para lograr una nación socialmente justa.

| Por Jorge Oscar Marticorena |

Si se quiere hablar de ciencia y poder, entendemos que se quiere hablar de las relaciones entre la ciencia y el poder.

Para empezar, creemos que sería útil definir, por ejemplo, los ámbitos geográficos, conceptuales, institucionales, prácticos, metodológicos, desde los que se intentaría pensar en estas dos entidades y en sus relaciones.

La ciencia es una actividad compleja, rica en peculiaridades, que es ejercida por personas que, de maneras en general muy regularizadas, son reconocidas como capaces para practicarla.

El poder es una capacidad para tomar decisiones. Esta capacidad puede ejercerse a niveles individuales o de grupos más o menos numerosos, pero para ser eficiente siempre requiere algún tipo de reconocimiento.

Si se aceptan, aunque sea en forma provisoria, estas definiciones, se ve que estamos tratando de analizar las relaciones entre dos componentes muy diferentes de nuestra realidad presente, pero que, a pesar de esas grandes diferencias, tienen hoy interacciones por demás fuertes.

Esto ha sido siempre así. Ya en los principios de la actividad científica, quienes desagradaban a los poderosos podían enfrentar problemas, a veces leves, a veces muy graves. Las historias que se conocen datan de tiempos tan tempranos como los de Sócrates, y tienen una continuidad que llega a la actualidad: Galileo, Giordano Bruno, Descartes, Voltaire, Marx. Uno de los contraejemplos sería Hegel.

J.R. Oppenheimer, el director del proyecto de construcción de las primeras dos bombas atómicas operativas, es un ejemplo famoso y más reciente. Aclamado como héroe al principio, entró en una severa crisis de conciencia al conocer los resultados de los bombardeos en Japón, y se opuso en forma terminante al desarrollo de las bombas de fusión. Por ello fue relevado de sus cargos y volvió a su comparativamente oscuro trabajo de profesor universitario, aunque siguió siendo bastante más que eso.

Aquí, en la Argentina, mientras conmemoramos la “Noche de los Bastones Largos”, todos los días vemos en los diarios noticias que hablan de los problemas que científicos e intelectuales de todo tipo han tenido con distintos gobiernos.

Los intelectuales en general, incluyendo en este grupo a científicos y artistas, siempre dependieron, salvo en casos muy especiales, de alguien que pagase sus gastos. El mecenazgo aparece tempranamente como una de las actividades de los poderosos, y a partir del Renacimiento europeo se hace cada vez más importante y, en muchos casos, exigente.

La aparición de las universidades intermedia en esta relación, pero en general no la desnaturaliza. El poder, sea estatal o privado, sigue siendo quien, en buena parte, financia a través de diversas organizaciones en cuya gestión siempre interviene en alguna forma. De este modo, son estas organizaciones las que actualmente se han ido encargando de la relación con las ciencias.

Un tema que consideramos muy importante pero que, por su densidad, sólo dejaremos enunciado en este trabajo es la necesidad de analizar las motivaciones que el poder, todos los poderes, tienen para dar un apoyo económico tan importante como el que se registra en los países centrales.

Pensamos que el solo hecho de enunciar el tema indica que no creemos que el motivo sea sólo el bien de la humanidad.

Cómo se construye el reconocimiento en ciencia

La construcción del reconocimiento de una persona o un grupo de personas como productores de conocimiento científico es un proceso complejo que insume tiempos prolongados. A niveles personales ese reconocimiento exige haber cumplido un aprendizaje que, en total y para personas normalmente inteligentes e interesadas, puede requerir al menos unos 17 años desde que se ingresa a la escuela elemental hasta que se inicia una carrera de investigador. El interesado termina así su etapa de estudiante, y siendo reconocido como profesional, puede incorporarse a un grupo e iniciar sus tareas de productor de conocimiento científico. Como se sabe, los resultados de su trabajo se materializan en general en publicaciones que se someten a la evaluación de sus pares, investigadores expertos en el tema que analizan dichas conclusiones y las ofrecen para su discusión por la comunidad científica. Como el investigador, actualmente, pocas veces trabaja en soledad, el análisis crítico de su trabajo también afecta al grupo en el cual se desempeña y el mayor o menor reconocimiento del trabajo personal influye en el reconocimiento del grupo.

Este proceso que describimos en forma en realidad bastante superficial, no está pensado con criterios de economía de tiempo ni de trabajo. Busca esencialmente asegurar la excelencia del trabajo y de sus resultados. Incluye, por supuesto, una cuidadosa selección de las personas que lo llevan a cabo, pero es una selección basada en los resultados. Hay, en general, alguna forma de selección para entrar, y todo el proceso es una selección permanente.

Cómo se construye el reconocimiento del poder

Hay un dicho famoso de algún político de éxito: “Lo peor que se puede hacer con el poder es no ejercerlo”.

Es así, porque el reconocimiento del poder se construye ejerciéndolo. Y esto es así empezando por los niveles más estrictamente personales. Si una persona está en una situación de aislamiento, como Robinson Crusoe en su isla, o las víctimas reales de accidentes de este tipo, y piensa que quiere hacer algo, es porque siente que tiene el poder para hacerlo. A continuación puede renunciar a intentarlo suponiendo que va a fracasar, o decidir ejercer ese poder. Si lo hace, el primer resultado será que ha ejercido ese poder que suponía tener, con lo que demuestra, se demuestra a sí mismo, que su poder existe, porque se plasma en acción, independientemente de los resultados que obtenga.

Con esto, sólo con esto, ha construido su reconocimiento de su poder.

El no intentar genera impotencia. Al intentar se reconoce el poder de realizar la acción, el poder de volver a intentar, y eventualmente el poder de obtener un resultado.

En una situación más normal de vida en compañía de otros, el proceso de reconocimiento puede empezar del mismo modo, sólo que, al ejercer ese poder individual, totalmente íntimo, puede ocurrir que otros también lo reconozcan, con lo que el poder que esa persona ejerce va alcanzando a uno o varios grupos y cambiando, poco a poco, sus dinámicas. Así empezaría, a niveles de grupos quizá pequeños, familiares, de amigos, barriales, laborales, la construcción del reconocimiento de alguna forma de poder enraizado en relaciones de diverso tipo, pero en las que juegan en general tanto elementos intelectuales como afectivos, y muchas veces también variedades de intereses.

Pero esta construcción del reconocimiento se produce a escala pequeña o muy pequeña.

La construcción a escalas mayores, sean públicas, empresariales o institucionales, es un proceso político, que busca afectar a mucha gente, que utiliza medios de todo tipo, la ayuda de profesionales especializados, incluyendo a científicos sociales, y que requiere el manejo de fondos importantes. Y que suele estar regida por leyes diseñadas para garantizar la legitimidad de ese reconocimiento.

La realidad de las interacciones

Cuando Lavoissier fue juzgado y condenado a muerte durante la Revolución Francesa, trató de defenderse refiriéndose a la importancia de sus investigaciones. El juez le respondió que la Revolución no necesitaba químicos, y el profesor, que era un aristócrata, fue devorado por la guillotina. En el período del Terror, todos los aristócratas eran enemigos mortales, y durante el “Viejo Régimen” los científicos “servían” para poco más que inventar armas y entretener con sus especulaciones a los poderosos mejor educados. Ya con Napoleón las cosas empezaron a cambiar, en particular pero no únicamente en lo que se refería a las aplicaciones de la ciencia. La historia de estas interacciones, como toda historia, tiene sus interesantes idas y vueltas, pero es demasiado larga para seguir ocupándonos de ella en este trabajo.

Ocupémonos del hoy. El mundo está dividido en países ricos (algunos más, otros menos), países mucho menos ricos pero que buscan el crecimiento económico, y países pobres y miserables. En todas partes, la investigación básica depende, directa o indirectamente, de inversiones del Estado. Si el Estado es muy pobre, no hay investigación básica.

La financiación de la investigación aplicada también depende, como hemos dicho, del Estado en forma directa o indirecta, pero no siempre ni en todas partes en su totalidad. En los países con más tradición científica, y con economías saludables, también hay organizaciones no estatales que aportan fondos para temas de su interés.

No vamos a considerar en este trabajo el tema del desarrollo tecnológico porque, si bien en general utiliza con intensidad el conocimiento científico, juega un rol diferente y recurre a métodos con frecuencia diferentes. Por otra parte ha ocurrido con cierta frecuencia que el poder político apoye económicamente un desarrollo tecnológico hasta alguna etapa de prototipo o demostración, para luego dejar el resto del proceso a cargo del poder económico privado. Esto ha ocurrido en particular en los Estados Unidos con las industrias nuclear y aeroespacial, y sobre todo con las relacionadas con la defensa, aunque en este caso la relación con el Estado, una vez terminado el desarrollo tecnológico, sigue siendo muy fuerte. Procesos parecidos se han dado en los países europeos más desarrollados.

El caso argentino

Hasta la década de los ’40 la investigación científica se realizó gracias a apoyos basados en el prestigio, las relaciones personales y en algún caso la buena posición económica de algunos investigadores. También, cuando las necesidades económicas eran muy puntuales o muy modestas, hubo apoyo de universidades e institutos. Houssay, Leloir, Braun Menéndez y los investigadores que se ocuparon del Chagas serían los casos más relevantes.

A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, los desarrollos de las armas basadas en nuevos, o más o menos, nuevos conocimientos en física, le dieron a esta ciencia un prestigio notable. El armamento nuclear, la propulsión a reacción en aeronáutica y cohetería, el radar, fueron innovaciones que realmente aceleraron el final de la guerra y que bastante rápidamente se trasladaron a los usos civiles. Los países más poderosos entendieron rápidamente la importancia de la financiación de la investigación como forma de acelerar la producción de conocimientos, y si bien apoyaron generosamente a los grupos dedicados a temas cuya aplicación podía parecer lejana, los aportes han sido siempre mayores cuando se estimaba que los resultados prácticos podían obtenerse en menores tiempos. Es importante resaltar que esto se dio casi en todas las ciencias y que, por lo menos al principio, los resultados se difundieron con pocas o ninguna restricción.

En nuestro país, como todos sabemos, el apoyo y la planificación han sido esporádicos y escasos. El hecho de que recién el gobierno de Kirchner haya considerado que la ciencia y la tecnología requieren de un ministerio, marca una inflexión de enorme importancia. El poder estatal, a partir de ese momento, reconoce a la ciencia como una actividad que merece y requiere de una atención juiciosa y cuidadosa. Queda ahora por ver cómo se manifiesta esa atención.

Creemos que es opinión muy general que debe manifestarse a través del apoyo económico. Pero, como el dinero siempre es escaso, pensamos que deberán elaborarse criterios claros y racionales para su distribución, y para lograr elaborar esos criterios deberá identificarse cuáles son los temas que requieren de investigación científica en la Argentina, cuáles son las prioridades de esos temas. Considerando la distribución del apoyo estatal y para poner algunos ejemplos, la investigación sobre enfermedades y plagas endémicas debería tener una alta prioridad, lo mismo que los estudios antropológicos sobre los pueblos originarios. La investigación en astrofísica, por el contrario, no podría tener una alta prioridad. No vamos a abundar en ejemplos, que siempre son casos particulares.

Existen en universidades e institutos argentinos investigadores que han elegido temas de su interés y que trabajan en ellos con el apoyo de organizaciones extranjeras a las que también les interesan esos temas. No nos parece mal, pero no apoyaríamos una extensión excesiva de esa práctica si los temas no son prioritarios para nuestro país, porque esos investigadores suelen utilizar diversos elementos de su lugar de trabajo que quedan menos disponibles para las tareas de interés local.

Por supuesto que estamos de acuerdo en que el conocimiento científico correctamente obtenido tiene validez universal. Lo que debe definirse juiciosamente es quién pone el apoyo económico para construir qué parte de ese conocimiento.

Esta tarea de distribuir fondos para investigación la viene realizando hace algún tiempo el CONICET. Pensamos que se debería, tanto desde el poder estatal como desde el privado, prestar más atención a la definición y la realización de las prioridades.

Esto nos lleva a un tema mucho más central y urgente, que es cómo lograr un diálogo productivo entre quienes ejercen el poder y los científicos. Personalizamos el planteo porque las comunicaciones se dan entre personas, y si las personas no se entienden, es imposible que se entiendan las organizaciones que las contienen. Aún hoy, en el Congreso, la mayoría de los legisladores son profesionales del derecho, la economía, la medicina y las ciencias sociales. Los ingenieros son más escasos, y los científicos “duros” son raros. Hace tiempo que opinamos que este es un desequilibrio que entorpece seriamente la creación de una política científica nacional y su consecuente desarrollo.

Hay un ejemplo, hasta donde sabemos solitario, de lo que puede hacer uno de estos legisladores poco abundantes. La ley 23.877 de Promoción Científica y Tecnológica fue elaborada por un grupo que se reunió alrededor de un diputado por La Pampa que es ingeniero y profesor universitario. Es posible que esta ley, al cabo de 12 años, merezca alguna revisión. Se podría decir que de ese modo se estaría aplicando el método científico, considerando que su aplicación ha cambiado significativamente la gestión que el poder hace de la ciencia.

Finalmente, queremos expresar tres conceptos que consideramos principios políticos básicos para poner a prueba cualquier proyecto, programa o acción de gobierno. Estos conceptos integran desde sus principios el ideario peronista, y nos parece coherente mencionarlos en este trabajo que trata del poder y de la ciencia.

Cualquiera que sea la acción que se proponga o se inicie, debe tender a la construcción de una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. No es posible lograr la justicia social para todos si nuestra economía no es independiente; esto nunca será posible si no garantizamos nuestra soberanía política.

Autorxs


Jorge Oscar Marticorena:

Licenciado en Química UBA. Ex miembro de la Dirección de la CNEA. Ex presidente del Directorio del INVAP.