Avanzando sobre el ambiente… Asentamientos humanos (urbanos)

Avanzando sobre el ambiente… Asentamientos humanos (urbanos)

Los procesos de expansión de las grandes metrópolis son un fenómeno relevante en América latina que conlleva una pérdida de importancia relativa de las ciudades medianas y pequeñas, a la vez que funcionan como receptoras de los pobres rurales. Estos procesos de metropolización desorganizada están generando situaciones límite que habrán de resolver las futuras generaciones.

| Por Daniel Panario y Ofelia Gutiérrez |

Estas ideas son parte del informe generado para el subproyecto Derecho de las Futuras Generaciones en materia económica, social y política (coordinado por H. Sejenovich), dentro del Proyecto Las Futuras Generaciones (FLACSO).

Medio urbano

Este “drama de la urbanización” no es casual y obedece a razones de orden económico y social, basado por un lado en el hecho de que la industria aumentó la demanda de mano de obra, y por el otro en la pauperización generada por el modelo rural del monocultivo y el latifundio que obliga a las masas campesinas sin tierra a “refugiarse” en los tugurios ciudadanos. Cabe recordar que según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) del 2013, el 53% de la población rural latinoamericana todavía vive debajo de los límites de la pobreza, en tanto que una de cada tres personas cae en la condición de pobreza extrema (30%), por lo que la situación no parece tan promisoria. A fines de la década de 1980, la FAO advertía que la crisis económica de los años recientes había intensificado los problemas relacionados con la pobreza en zonas urbanas y rurales, y no sólo había aumentado el número de pobres rurales, sino que habían emergido nuevas categorías de pobres a nivel regional. Observando la tendencia de largo plazo (1980-2010), treinta años después la situación apenas ha mejorado en 7 puntos porcentuales en el caso de la pobreza (de 60 a 53%) y 3 puntos para la indigencia (33 a 30%).

Si suponemos que la evolución de alguna de las grandes megalópolis como San Pablo y Buenos Aires sea el modelo válido para predecir el comportamiento de este tipo de sistema urbano, se puede prever que las grandes ciudades irán generando en torno suyo un anillo de ciudades satélite aprovechando el menor valor de la tierra, mejores condiciones de calidad de vida en materia de contaminación, congestión de tránsito, etc., y a su vez la proximidad del gran centro consumidor y de servicios que representa la megalópolis. Por otra parte la expansión de las ciudades con bajas densidades (urbanas) va creando un encarecimiento en los servicios así como un aumento desproporcionado de la inversión necesaria para brindarlos.

Los centros históricos y el acervo histórico urbano

La mayoría de las grandes ciudades de América latina aún cuentan ‒en diferente estado de conservación‒ con parte del núcleo de viviendas de su pasado colonial. En general estas zonas urbanas han sufrido un fuerte deterioro edilicio conllevando a su demolición o tugurización. El dominio de uno u otro proceso en general ha estado controlado por la especulación inmobiliaria y no por valores intrínsecos o extrínsecos de las viejas construcciones, las cuales, en las pocas ocasiones en que han sido revalorizadas, lo han sido en favor de propietarios no residentes con lo cual su descaracterización ha sido más o menos completa. Sin embargo, en relación a estos centros y con el auspicio de organismos internacionales, ha habido un auge de su revalorización más allá de que los municipios no tienen los fondos necesarios para su restauración.

Da la impresión de que a las generaciones futuras habremos de legarles con diferente grado de deterioro parte de las estructuras pertenecientes a su acervo histórico-cultural, en forma de áreas urbanas preservadas. Sin embargo, lo que permite la identificación del ciudadano con su pasado inmediato, formado por pequeños hitos conspicuos para el barrio y su historia, aunque insignificantes para el turista u observador ajeno ‒tales como árboles o pequeños espacios verdes públicos o privados, pequeñas ruinas o construcciones, muros de piedra, antiguos surtidores de agua, viejos comercios o antiguas fincas rurales englobadas por la ciudad, etc.‒, difícilmente sea considerado como acervo cultural si en ellos no vivió un personaje famoso o fuera obra de un arquitecto especialmente conocido.

El análisis de la dinámica de la percepción colectiva de cada sección de la estructura urbana permitiría el rescate de estos elementos, y con ello de la identidad del individuo y su reconocimiento como parte de una estructura histórico-social.

La conservación de centros históricos y otras estructuras destacadas, debería formar parte de una estrategia global cristalizada en políticas urbanas que propendan al asentamiento por largos períodos de las mismas familias en los mismos barrios. En la actualidad y con las políticas dominantes en América latina, los barrios se clasifican por el poder económico de sus habitantes, creándose estructuras urbanas especialmente delimitables y vinculadas a estratos sociales como resultado de una segregación económica y espacial.

La valorización por cualquier motivo de un área urbana implica la expulsión de sus ocupantes, su traslado a otras áreas no equipadas y su sustitución por clases de mayor poder económico. Los barrios “ricos” van cerrando sus “fronteras”, y con ello demarcando distancias económicas y culturales.

Las generaciones futuras habrán de recibir comunidades urbanas en las cuales las clases sociales ‒perdida toda identidad o vinculación histórica‒ se verán enfrentadas a una violencia de características similares a la racial; y con la cual ya se confunde en numerosos países, en la medida en que los barrios marginales se componen de inmigrantes rurales indios o mestizos y sus descendientes.

Barrios de autoconstrucción

La ciudad latinoamericana crece fundamentalmente por ocupaciones ilegales de tierras, fiscales o no, generalmente marginales por su calidad ambiental o su dificultad de equipamiento. Las normas que regulan las características de la vivienda legal rigen para las clases medias y altas cada vez más minoritarias.

Cuando lo “ilegal” es la norma para las grandes mayorías de hecho, la ley es letra muerta. La aparente falta de capacidad para producir un sistema de normas realistas que demuestran los municipios de las grandes ciudades amenaza con legar a las futuras generaciones un nuevo estilo de ciudad: la “megalópolis espontánea”. Un conjunto impresionante de viviendas precarias, cuyas pésimas condiciones de habitabilidad no sólo reflejan la baja calidad de los materiales de construcción, sino la falta de experiencia para usarlos. Y a partir de ello, la construcción de espacios habitables, pobres pero dignos, como ha sido característico de pueblos llamados “primitivos”, que poseen una larga tradición de afincamiento en un medio geográfico determinado. A la precariedad de la vivienda se une el hacinamiento de sus moradores.

En efecto el déficit de viviendas crece continuamente, aun considerando “viviendas” a las “callampas” más miserables. Sin embargo, mientras el mejoramiento de la vivienda ‒con un adecuado asesoramiento‒ está al alcance de los propios pobladores, el equipamiento de estas áreas ultradensificadas pero dispersas es un problema cuya magnitud ignoran las municipalidades que lo transfieren agravado hacia el futuro.

Una estrategia realista debería aceptar la realidad de la ocupación y autoconstrucción del espacio para habitación y planificar su desarrollo sin incentivarlo como se ha hecho en algunas favelas en Brasil. Ello sólo es posible en el marco de una planificación global de los sistemas urbanos nacionales.

Barrios de emergencia

La respuesta institucional más frecuente al problema del hacinamiento en las zonas de autoconstrucción ha sido la construcción de las denominadas viviendas o barrios de emergencia. En general, estas iniciativas responden no tanto a la sensibilidad por las malas condiciones de vida en barrios marginales sino al interés de reasentar pobladores que han instalado sus viviendas en zonas que pueden valorizarse con la erradicación de habitantes “precarios”, o que han sido centralmente destinadas a otros usos tales como cinturones verdes, autorrutas, etc. La baja calidad de los materiales en estas construcciones hace suponer su obsolescencia en muy pocos años, con lo que las generaciones futuras habrán de enfrentarse al déficit de viviendas adecuadas, no sólo en relación al crecimiento vegetativo de las ciudades más la migración campo-ciudad, sino también al reciclaje de estas viviendas de emergencia.

Los barrios populares o viviendas económicas construidas para las clases medias bajas han de representar un problema similar desde el punto de vista edilicio, aunque a un plazo mayor. En efecto, la mayor calidad de los materiales de construcción hace prever una mayor durabilidad y por lo tanto un reciclaje más tardío; sin embargo, la mayoría de estas construcciones han sido realizadas en altura. Las construcciones en altura son recicladas por la iniciativa privada cuando se encuentran asentadas en zonas de alto valor inmobiliario; pero los barrios populares en general son construidos en zonas de bajo valor, por lo que su reciclaje recae también sobre la sociedad en su conjunto.

La recreación

El desarrollo no planificado y explosivo de las ciudades va generando un hábitat descaracterizado y sin espacios adecuados para el esparcimiento. Los cambios en los hábitos sociales han dejado gran parte de los espacios públicos destinados a la recreación carentes de atractivos y funcionalidad, constituyéndose, en no pocos casos, en lugares peligrosos la mayor parte del día. Por otra parte, los pocos espacios públicos que se crean no están pensados para niños ni ancianos, grupos etarios que tienen exigencias propias en términos recreativos.

Los parques han sido creados, o su uso es reglamentado, para una actitud contempladora; en tanto el niño requiere espacios seguros donde experimentar la respuesta del medio a sus estímulos y viceversa; ello requiere pisar el césped, quebrar el gajo de una planta y convertirlo en instrumento para sus juegos, etc. Los límites de la acción del niño en su entorno deben estar dados por la educación y no por prohibiciones no siempre racionales y que por lo tanto no contribuyen al desarrollo de una verdadera ética en relación al uso del medio. Los ancianos requieren caminos sin accidentes en el terreno ni tránsito vehicular, con abundantes lugares para el descanso y la observación del movimiento vehicular o peatonal.

La falta de oportunidades creativas, recreativas o laborales en relación a la tercera edad contribuye a la alienación social y a la segregación generacional con la consiguiente pérdida de vínculos histórico-culturales y con ello de posibilidades de cooperar para establecer objetivos sociales comunes en relación a temas trascendentes. La experiencia acumulada de los ancianos se desprecia en la medida en que la inexistencia de un medio estimulante que los mantenga intelectualmente activos no les permite establecer el vínculo del pasado con el futuro.

Todos estos elementos contribuyen a que de mantenerse las tendencias y al disminuir el crecimiento poblacional acelerado; las futuras generaciones deberán sostener una pesada carga de población envejecida, en parte compitiendo por puestos de trabajo y en una mayor proporción marginados y dependientes.

En el otro extremo está el niño, definiéndolo como un ser en tránsito entre una situación de dependencia que se transforma con el proceso de crecimiento en relativa independencia. En América latina esta situación se realiza en los hechos, o bien en forma relativamente tardía, colaborando a ello el déficit habitacional, la falta de puestos de trabajo que permitan una remuneración adecuada y con ello la necesaria independencia económica, y finalmente las carencias intelectuales vinculadas en primer término al déficit nutricional y en segundo al desarrollo de la infancia en medios poco estimulantes, descaracterizados y homogéneos; o bien en forma excesivamente temprana motivado, entre otras cosas, sobre todo en los habitantes de los barrios marginales, por el excesivo abandono en que quedan al tener su madre o padres ‒en la eventualidad de tener ambos‒ que salir a trabajar sin contar con lugares adecuados como guarderías, y además por tener que ellos mismos ayudar a mantener la precaria economía familiar, mendigando, vendiendo, robando, etc. Este hecho se ve agravado porque generalmente quien da continuidad y estructura al hogar es la mujer, anexándose al núcleo sus eventuales compañeros, que se marchan dejando tras de sí el aporte de nuevos hijos.

Alternativas a futuro

Hay coincidencia en afirmar que la urbanización de los países no sólo es un hecho irreversible sino además deseable en la medida en que el hábitat urbano, si está correctamente diseñado, permite una mayor calidad de vida. También existe coincidencia en la necesidad de fortalecimiento de los centros urbanos medianos y pequeños, los cuales deberían evitar la migración hacia las megalópolis.

Sin embargo, lo que no ha habido es una estrategia de desarrollo de esos centros intermedios, para lo cual se requeriría un cambio sustancial en la estructura de la inversión pública, a fin de equiparlos con eficientes sistemas de comunicación y otros servicios, así como el favorecimiento de inversiones productivas tendientes a desarrollar las potencialidades del medio natural y cultural.

El desarrollo no planificado de las grandes ciudades, la carencia de normas legales adecuadas o de la voluntad política para su aplicación y la falta de recursos para hacer las inversiones necesarias para la adecuada eliminación de efluentes y residuos han convertido a las grandes metrópolis latinoamericanas en lugares insalubres en los cuales las enfermedades pulmonares y otros trastornos de la salud derivados de la contaminación ambiental o el ámbito laboral van en aumento constante, sin que en general se tomen soluciones de fondo.

Los problemas vinculados a la toxicidad de ciertos contaminantes están influyendo sobre los hijos que habrán de nacer de padres contaminados, y sus efectos pueden ser arrastrados por más de una generación. La reversión de estos procesos no parece ser un problema que pueda ser resuelto en plazos breves, más teniendo en cuenta que las políticas en la materia, cuando existen, están destinadas tan sólo a paliar problemas agudos cuya solución definitiva se pospone.

En general, se puede decir que prácticamente en ningún caso se ha detenido el incremento de contaminación atmosférica o acuática en los grandes centros urbanos; a lo sumo se ha conseguido disminuir la tasa de incremento de efluentes contaminantes o se ha transferido parte de la contaminación al medio marino o a zonas algo distantes de los centros densamente poblados. De mantenerse las tendencias, las generaciones futuras habrán de verse enfrentadas a situaciones límite, que sólo admiten soluciones drásticas, las que en general conllevan fuertes impactos económicos o sociales.

El desarrollo no planificado de estos satélites incrementa la presión sobre recursos escasos tales como agua y energía y la congestión del tránsito a nivel de las urbes que recibirán además de su propio tránsito el de conexión entre satélites. El carácter cosmopolita de las grandes ciudades, más los nexos que se establecen con los grandes centros de consumo mundial a través del comercio exterior o directamente por el asiento de empresas transnacionales, va homogeneizando pautas de consumo inclusive de alimentos. De esta forma estas estructuras urbanas, presionarán a través del mercado por la sustitución de sistemas de producción tradicionales (en muchos casos adaptados al sistema ecológico) por otros de muy difícil adaptación y que requieren una transformación incluso en los modos de producción que implican una concentración en la propiedad de la tierra y el capital, acorde a las formas transnacionales de producción capitalista.

Los desequilibrios que estos enclaves producen a nivel rural acentúan además las tendencias migratorias a nivel campesino y la transformación de sus propios sistemas de producción para poder ocupar los “resquicios” que la producción capitalista les deje en el mercado. Este desbalance presiona negativamente sobre el conjunto de los recursos naturales del hinterland rural de los grandes centros urbanos, que en algunas ocasiones alcanza la casi totalidad del territorio de la nación. De alguna forma los territorios vinculados a las grandes ciudades son a ellas como los países subdesarrollados en relación a los desarrollados, es decir, el Cuarto Mundo que explotan las regiones que se desarrollan del Tercer Mundo, a través del traslado de excedentes, la desigual inversión pública, etc., todo lo que produce una retroalimentación de riqueza que acentúa la concentración de bienes, materiales, población y poder en los centros urbanos.

En efecto, las grandes urbes están entrando en crisis hasta de abastecimiento de agua potable. La autorregulación que las pésimas condiciones de calidad de vida suponen, hacen crecer ciudades satélites a cortas distancias de las megalópolis las cuales incrementan los desequilibrios regionales. Es dable esperar que antes de medio siglo se produzcan maxi-megalópolis, ultradependientes de sofisticados sistemas de control de flujos que en caso de desperfectos pueden producir colapsos con consecuencias catastróficas.

De mantenerse las tendencias, las futuras generaciones habrán de recibir sistemas campo-ciudad inarmónicos y de difícil reorganización, en la medida en que las economías con los denominados “procesos de apertura externa” y “modernización” continúen pretendiendo alcanzar “el estado positivo” ya alcanzado por los países desarrollados y no una similar o aún mayor mejora de la sociedad a partir de un desarrollo armónico del sistema ciencia-tecnología-educación, sobre la base económica de la satisfacción de las necesidades reales y no las reflejadas por los centros de consumo.

Estas consideraciones nos llevan a pensar que es necesaria una “reforma urbana”, que debe incluir la urbanización del medio rural, generando un todo armónico, en relación a la distribución de la población en el territorio.

Autorxs


Daniel Panario:

UNCIEP, Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales, Facultad de Ciencias, Universidad de la República, Uruguay. Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Ofelia Gutiérrez:
UNCIEP, Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales, Facultad de Ciencias, Universidad de la República, Uruguay. Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina.