Agotamiento del modelo exportador, incertidumbre sobre el régimen político y derechos humanos en China

Agotamiento del modelo exportador, incertidumbre sobre el régimen político y derechos humanos en China

La implementación de políticas keynesianas de inversión en infraestructura para estimular la demanda interna puso al descubierto el agotamiento del modelo. En este escenario, el gobierno chino debe encarar una reforma política o el carácter represivo del totalitarismo chino aumentará en los próximos años.

| Por Eduardo Daniel Oviedo |

La modernización económica y el cambio político son dos procesos internos que demandan la atención constante de la dirigencia del Partido Comunista Chino (PCCH), incluso por encima de la política exterior, cuyo estatus aparece con menor nivel en su agenda de prioridades. Efectivamente, mientras la política exterior enciende el piloto automático, con cuestiones relevantes a nivel global, regional o bilateral que demandan la participación china; el agotamiento del modelo exportador y la incertidumbre del régimen político son ejes de debate que generan expectativas sobre el futuro de la nación asiática. La política exterior es previsible en tanto y en cuanto no haya cambios bruscos en el proceso interno, pero la economía y la política domésticas afrontan desafíos que requieren adoptar medidas estructurales, despertando interrogantes en el mundo académico sobre la orientación político-económica a imprimir por Xi Jinping –flamante presidente de China– de cara a los procesos reales que puedan ocurrir en este país en los próximos años.

Agotamiento del modelo exportador

Los economistas acuerdan que la modernización en China comenzó a fines de 1978, cuando el Partido Comunista propuso la “reforma al interior y la apertura al exterior” en el documento final de la Tercera Sesión Plenaria de su undécimo Congreso. Sin embargo, es difícil creer que la “reforma y apertura” haya sido formulada en un marco vacío de contenido, sin tener en cuenta el proceso previo de independencia política y autosuficiencia económica liderado por Mao Zedong entre 1949 y 1976. Por eso, a nuestro entender, la modernización en la República Popular China es un proceso iniciado en 1949, que tras diferentes impulsos y direcciones se estabilizó en una corriente de crecimiento acelerado desde finales de los años setenta, bajo la dirección del PCCh (hegemonizado por los han) y la aplicación del modelo productivo orientado a la exportación.

Éxitos y fracasos de la modernización en China desde 1949

Bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, el gobierno chino creó un “circuito virtuoso de inversión, producción, exportación y mercado” en condiciones de estabilidad macroeconómica y un ambiente pacífico propio del liberalismo decimonónico, atrayendo inversiones extranjeras para conformar empresas de capitales exclusivos o joint venture que producen en zonas especiales chinas y exportan al mundo. Con las inversiones extranjeras y el mercado internacional creó la “fábrica del mundo”, al tiempo que dio vida al mercado interno (y la sociedad civil), donde las relaciones de oferta y demanda existían en potencia víctimas de la planificación y la propiedad estatal del período maoísta. La clave de esa creación fue la gradual liberalización y mercantilización de la economía, apostando por el modelo productivo-exportador y la acumulación de reservas internacionales.

Los logros fueron notables. Según datos del Banco Mundial, entre 1980 y 1988, la economía china creció a una tasa promedio anual de 10,4%. En esta fase, el modelo exportador permanece estable hasta la crisis de la Plaza de Tiananmen, hecho que genera un impasse económico y separa dos tendencias de rápido crecimiento. Entre 1989 y 1990, la tasa de crecimiento de la economía cayó al 4,1% y el 3,8%, respectivamente, y la incertidumbre se cernía sobre la política a seguir por el Partido Comunista.

Sin embargo, en 1991 China retoma el sendero del crecimiento acelerado y se mantiene constante durante veintidós años, entre 1991 y 2012, a una tasa anual del 9,9%. La decisión provino de Deng Xiaoping, al enunciar la mágica palabra ¡apertura! (¡kaifang! en chino) durante su “viaje de inspección al sur” en 1992, retomando la línea modernizante y la continuidad del proceso, sin regresar a la política de cierre y apostando por una mayor liberalización económica. En esta segunda fase, China acelera su crecimiento y perfora la línea de poder económico medio en 1998, uniéndose al grupo de potencias económicas centrales, incluso con la erradicación definitiva del colonialismo en 1999.

Dos años después, el acceso de China a la OMC abre una nueva etapa, donde la apertura deja de ser unidireccional, es decir, hacia el exterior, para pasar a ser un camino de doble vía: hacia el exterior y, selectivamente, al interior.

En efecto, hasta principios del siglo XXI, China fue una economía con crecimiento acelerado y apertura unidireccional hacia el exterior, donde el proteccionismo y discriminación a bienes y servicios externos eran parte de la estrategia económica.

Después del ingreso a la OMC, en parte motivada por los acuerdos bilaterales firmados con los miembros de la organización, pero fundamentalmente tratando de resolver la acuciante necesidad de suministrar materias primas y otros bienes hasta entonces extraídos o producidos en su territorio, el gobierno chino inicia una apertura selectiva para abastecer la “fábrica” china, estabilizar el círculo virtuoso y dar continuidad a la industrialización y urbanización.

La recesión económica mundial corta el “círculo virtuoso de inversión, producción, exportación y mercado”, pues precisamente este último eslabón de la cadena entró en crisis con la contracción de sus destinos más relevantes (Estados Unidos, la Unión Europea y Japón). El estímulo al crecimiento a partir del “new deal con características chinas”, es decir, la implementación de políticas keynesianas inyectando ingentes inversiones en infraestructura para estimular la demanda interna, puso al descubierto el agotamiento del modelo, pues este funciona a la perfección en períodos de expansión del comercio internacional.

Las alternativas al modelo productivo-exportador no son muchas. ¿Podría China regresar al proceso de sustitución de importaciones? Sumamente difícil, dado que para mantener los actuales niveles de crecimiento, China debería continuar la importación de recursos primarios o bienes que carecen o son escasos en su mercado doméstico. ¿Pasaría China a un modelo clientelar similar al de algunos países latinoamericanos como la Argentina y Venezuela? No parece ser el camino, aunque recursos financieros no faltan. Tal vez, parafraseando el dicho futbolístico de que “equipo que gana no se cambia”, los chinos piensen que “modelo que funciona no se cambia”, aunque saben que deben hacer los ajustes necesarios para mantener la tasa de crecimiento que provea los siete millones de puestos a los trabajadores que cada año irrumpen en el mercado laboral. Es decir, el modelo chino sigue siendo productivo-exportador y aplica medidas keynesianas para contrarrestar los efectos perversos de la crisis económica mundial. La incertidumbre es saber si el mercado chino resultará ser la fuerza motriz capaz de reactivar el proceso y romper con la dependencia del comercio internacional.

La incertidumbre sobre el régimen político

El modelo exportador y el régimen político están relacionados entre sí, pues el PCCh funda su autoridad en la legitimidad eudemónica, la cual se argumenta en la capacidad de proveer beneficios socioeconómicos a la población china. Así, la estabilidad del régimen es dependiente de los altos índices de crecimiento económicos e inclusión social que viene llevando a cabo la modernización, mientras que a contrario sensu el agotamiento del modelo económico lentamente puede erosionar la legitimidad de ejercicio de las autoridades chinas si no aparece la alternativa adecuada a su nueva realidad económica.

Empero, quedarnos en esta visión es ignorar el funcionamiento del totalitarismo chino, donde la reciente sucesión del mando político muestra signos de estabilidad del régimen, pues en los últimos tres congresos nacionales del PCCh, celebrados en 2002, 2007 y 2012, las sucesiones fueron realizadas conforme a las normas estatuidas en su Carta. En otros trabajos hemos mencionado la posible consolidación del sistema político chino, sin menoscabar que las instituciones consolidadas también pueden ser objeto de crisis terminales, como le sucedió al Antiguo Régimen en Francia, tras nueve siglos y medio de existencia, o las casi siete décadas de la Unión Soviética.

En materia política, la cuestión central en China sigue girando en torno a la presión que ejerce la modernización sobre el régimen político y la acumulación de demandas insatisfechas transferidas de la sociedad civil al sistema político. Aquí la discusión académica es encarnizada. Mientras algunos observadores consideran que el debate sobre la democratización en China está muerto; otros mencionan que el régimen ha llegado al tope de su vida totalitaria y plantean la consigna “democracia o morir”; pasando por quienes mencionan que el régimen político chino ya ha transitado del totalitarismo hacia un autoritarismo unipartidista. A estos se agregan los líderes del PCCh y sus exegetas que siguen considerando la no occidentalización del sistema político chino, a pesar de que los dos últimos regímenes políticos (tanto el de la República de China como el de la República Popular China) tuvieron la impronta de las ideas occidentales: uno, de la Revolución Francesa; el otro, la huella indeleble de la Revolución Rusa. En realidad, cuando existen varias visiones sobre un mismo hecho político, no es este último el que se presenta confuso o erróneo, sino los análisis académicos o ideológicos de quienes intentan explicarlo. Vale aquí brevemente entender estos dos procesos y las incertidumbres que generan en el mundo académico.

Hasta el presente el PCCh está demostrando que la hipótesis de la teoría de la modernización resulta inaplicable al caso chino en la medida en que las transformaciones económicas realizadas durante más de tres décadas no condujeron a la democratización. Sin embargo, la inexistencia de la democracia no necesariamente conduce a la negación de la teoría, en la medida en que las autoridades chinas tuvieron que reprimir las demandas de apertura del sistema político en 1989 y continúan oprimiendo a los disidentes políticos, minorías nacionales con ánimo de independencia y otros grupos sociales adversos al régimen. A más de dos décadas de aquel fenómeno político, el establishment acalla las demandas insatisfechas de la sociedad civil en materia política, cuya conflictividad aumenta cada año. Según la Academia China de Ciencias Sociales, los incidentes de descontento social han aumentado de 40.000 en 2001 a más de 90.000 en 2009.

La principal de estas demandas insatisfechas sigue siendo la falta de adaptación del régimen político a los efectos que provoca la modernización económica. Como muy bien expresan Inglehart y Welzel en su artículo Development and Democracy: What We Know about Modernization Today de 2009, debajo de la estructura política aparentemente monolítica de China, está surgiendo la infraestructura social de la democracia, y esta ha progresado más allá de lo que los observadores creen.

El problema político no surge del posible estancamiento de la economía china en el contexto de crisis mundial, al contrario, la dinámica económica favorece el desarrollo social y el cambio de mentalidades en la sociedad y esta presiona al sistema político. Una crisis económica puede ser el pretexto inmediato para la transformación del régimen político, pero no su causa última. Por eso, mientras más se moderniza China, está más próxima a la democracia. Sin embargo, también existe la autonomía de la política, que puede desviar el curso objetivo de las cosas y contener o retener el pasaje a la democracia con nuevas formas de represión. Desde esta perspectiva, la incertidumbre continúa.

No obstante, el régimen chino no está inmerso en el inmovilismo, sino que sus autoridades intentan revitalizarlo en el marco de la legitimidad establecida en la Constitución vigente. En efecto, desde la represión de Tiananmen, Deng Xiaoping y sus sucesores realizaron importantes cambios al régimen. Los principales han sido la eliminación del sistema vitalicio de cargos públicos; la sucesión pacífica en el mando político; y la expansión de la sociedad civil, inexistentes en el período anterior, pero sin erradicar las seis características básicas del “modelo de dictadura totalitaria”: la ideología oficial y monopólica; el régimen de partido único de masas; el control policíaco terrorista; el monopolio de las comunicaciones de ideas; el monopolio de las armas, y la dirección centralizada de la economía.

Los dirigentes chinos conocen el problema y evalúan posibles soluciones, aunque las mismas implican saltar al vacío, sin saber qué sucederá luego de dar los primeros pasos. Aquí se produce la resistencia al cambio, pues una vez iniciada la transición seguramente el PCCh perderá el control sobre el proceso y también su carácter monopólico. Estos son los “diques” de la política china que sus autoridades no están dispuestas a superar, pues deberán inmolarse junto a la caída del régimen. Barreras que están en íntima relación con su propia existencia y el cambio hacia la legitimidad democrática.

Las opciones giran en torno a la apertura del sistema político, aunque las autoridades chinas temen que una vez que abran la “caja de Pandora”, las fuerzas centrífugas se aceleren, con consecuencias similares a las acaecidas en la Unión Soviética. En tal sentido, las alternativas que tienen las autoridades oscilan entre: 1) continuar sin cambios en el régimen político actual, soportando las demandas sociales y respondiendo con su política represiva a la creciente conflictividad social; 2) realizar modificaciones gatopardistas como las que viene llevando a cabo, con pseudo-apertura política a niveles de aldeas y otros distritos administrativos menores, para conservar la dominación del PCCh sobre el aparato estatal y la sociedad civil; 3) realizar los cambios necesarios con la profundidad que aplicó Deng Xiaoping a fines de la década de los setenta en el plano económico, intentando separar partido y Estado de forma no traumática, con consecuencias imprevisibles sobre el control del proceso de cambio político por parte del PCCh; 4) perder abruptamente el control del proceso político y transitar hacia una nueva forma política. Las dos primeras tienden a mantener el statu quo, la tercera es un proceso monista, es decir, de arriba hacia abajo, donde el PCCh y la mayoría Han (los chinos) liderarían el proceso de cambio político, mientras que la cuarta sería pluralista, de abajo hacia arriba, implicando un proceso de transición política liderado por sectores sociales disidentes. A menos que el gobierno chino nos sorprenda con una reforma política, como lo ha hecho con la reforma económica en 1978, el carácter represivo del totalitarismo chino aumentará en los próximos años, coexistiendo con el agotamiento del modelo productivo orientado a la exportación.

Estas inestabilidades en ciernes despiertan, al menos, interrogantes sobre la política del PCCh hacia su modelo económico y el régimen político, cuyas alternativas de cambio (en caso de producirse) afectarían la alta interdependencia comercial y financiera establecida con el resto del mundo. En consecuencia, resulta de interés estimar la viabilidad de dichas alternativas ya que regiones como América latina no cuentan con políticas activas para afrontar posibles nuevos escenarios en China, tanto si la relación continúa con el ímpetu que ha mantenido desde principios de siglo hasta la actualidad, o bien si existiesen cambios, tanto en la orientación económica como política de China. Estudiar estas nuevas situaciones representa un desafío y, a la vez, resulta de importancia para detectar opciones o caminos a seguir en el vínculo con el país asiático.

Autorxs


Eduardo Daniel Oviedo:

Investigador independiente del CONICET. Profesor titular ordinario de Historia de las Relaciones Internacionales Contemporáneas en la Universidad Nacional de Rosario.