África y los migrantes africanos en el imaginario y el territorio argentino
Nuestro país registró en los últimos años un notable incremento de migrantes originarios de países africanos, pero su integración a la sociedad rioplatense se ve dificultada por el desconocimiento social sobre África y sus habitantes. En este tiempo se ha pasado de la invisibilidad a una hipervisibilidad de este colectivo, generando en muchos casos el autoaislamiento de los migrantes, lo que no hace más que imposibilitar el goce efectivo del derecho a un trabajo digno, situación de exclusión que se extiende al ámbito educativo y de la salud.
| Por Orlando Gabriel Morales y Marta M. Maffia |
La presencia de africanos en el territorio rioplatense se remonta al siglo XVI, cuando los colonos españoles ingresaron africanos esclavizados. La esclavitud fue abolida en forma definitiva con la Constitución nacional del año 1853, y en adelante los africanos de distintas procedencias nacionales ingresaron a territorio argentino como ciudadanos migrantes libres.
Asimismo, desde aquellos tiempos, afroamericanos y afrodescendientes de nacionalidades diversas contribuyen a la historia migratoria del país. Parte importante de la población migrante de origen africano provino desde las islas de Cabo Verde, con distintas corrientes que se iniciaron entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Por otra parte, hacia fines de este último siglo adquirió protagonismo una nueva migración originaria de diversos países del África Subsahariana (Senegal, Mali, Costa de Marfil, Nigeria, entre otros).
El Censo Nacional del año 2010 registró un total de 2.738 migrantes originarios de países africanos, no solo subsaharianos. Esa cifra representó un crecimiento del 50 por ciento en relación con el censo del año 2001. Estos datos por sí mismos son significativos, pero se supone que el contingente de africanos en la Argentina es aún mayor, pues parte de los mismos ingresan en forma irregular o quedan en esa situación una vez que se vencen los plazos de estadía previstos por la normativa migratoria.
El colectivo nacional más numeroso dentro de los inmigrantes referidos es el senegalés, el cual está compuesto por una población predominantemente joven, masculina y ocupada en trabajos no calificados (en general el comercio informal y ambulante). Se trata de un grupo que muestra preferencia por la movilidad e inserción con base en redes religiosas y por la circulación sobre el afincamiento.
La presencia de estos migrantes se destaca en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, con menor densidad en el interior del país, pero con singular visibilidad a nivel nacional, en parte, por su circulación permanente (estacional y por criterio de oportunidad, atada a la actividad comercial ambulante). También son migrantes particularmente visibles por factores que hacen a su construcción social como Otros, mediante representaciones que se ponen en juego tanto en los medios masivos de comunicación como en interacciones personales (sobre lo que volvemos más adelante).
Paralelamente a este nuevo fenómeno migratorio africano, la sociedad rioplatense viene presenciando una “emergencia” de los afroargentinos, que comenzó a hacerse visible hacia la década de 1980 como un proceso de identificación étnica que se ligaba a la militancia política contra el racismo y por el reconocimiento histórico, social y cultural de los descendientes argentinos de africanos esclavizados en el período colonial e independiente temprano.
Hacia el año 2010, la aparición de los afroargentinos, sobre todo de forma institucional a través de varias organizaciones concentradas en la ciudad de Buenos Aires y otras dispersas en el interior del país, alcanzó su mayor expresividad y cristalización en la arena pública con el registro censal de los afrodescendientes, nativos y extranjeros. En esa oportunidad, el Censo Nacional contabilizó 149.493 personas que se reconocieron como afrodescendientes, lo que representó el 0,4% de la población del país.
Uno y otro fenómeno parecen articularse en algunas coyunturas, pero no se funden definitivamente en la medida en que se trata de grupos sociales distintos. Por este motivo, aunque en este artículo solo tratamos algunos de los asuntos que atañen al imaginario local sobre África y la migración africana (que venimos investigando desde hace varios años), muchos aspectos involucran o afectan por igual a los grupos africanos y afrodescendientes. Nótese aquí la referencia en plural, pues distinguir solo dos grupos es en algún aspecto una generalización. De hecho, al interior del colectivo de africanos la diversidad es mucha y lo mismo ocurre con aquellos que clasificamos como afrodescendientes.
Ahora bien, vamos al punto, hay que comenzar diciendo que la integración en la sociedad rioplatense de los africanos recientemente arribados se enfrenta con un escollo fundamental, que posiblemente se sostiene a cuenta de la sistemática e histórica negación de los afroargentinos: el desconocimiento social sobre África y sus habitantes. Ha sido necesario que en América y en Europa algunos militantes sociales y críticos del imaginario occidental eurocentrado adviertan que “África no es un país”. En efecto, en nuestro entorno social no pocos se sorprenderían con esa aclaración, pues “un país sin negros” parece ser también, necesariamente, un país donde reina lo que algunos han llamado “ignorancia blanca” (white ignorance).
El desconocimiento social, apoyado en el olvido y en la desinformación, adquiere en nuestro medio un carácter colectivo, compartido y co-construido. Por esta vía, la ignorancia facilita tanto la reproducción de imágenes estereotipadas como la construcción exotista de las alteridades africanas. Otredades que, por otra parte, también por desconocimiento y estereotipación, siempre son concebidas como negras.
La mediación de esas construcciones imaginarias en las interacciones cotidianas entre nativos (autoconcebidos como blancos) y migrantes africanos desencadena los primeros desencuentros, decepciones y conflictos interculturales. La experiencia directa podría ser, sin embargo, si se concreta en un esfuerzo de comprensión genuina, la vía para deconstruir los imaginarios viciados por la ignorancia. Seguramente desde el inicio del arribo de la nueva corriente migratoria africana a esta parte muchas imágenes tergiversadas de África y de los africanos se han puesto en cuestión a partir de la incidencia de las relaciones interpersonales.
Entre tanto, desde mediados de la década de 2000, la visibilidad social y mediática de los migrantes africanos arribados a la Argentina creció exponencialmente, podríamos hablar incluso de hipervisibilidad. Muchos medios de comunicación nacionales y extranjeros se hicieron eco del fenómeno africano en una sociedad “sin negros”. Más todavía, un indicador singular de esa visibilidad fue la multiplicación de las investigaciones académicas, con financiación local y foránea, que se abocaron al tema en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores.
Es probable que a la visibilidad de estos migrantes aporte lo suyo, junto con la gran exposición mediática y la presencia social de estos en los espacios públicos, la coyuntura de visibilidad/reconocimiento de las diversidades étnico-nacionales promovida por discursos y políticas de actores globales y supraestatales (entre ellos la Organización de las Naciones Unidas). También las iniciativas políticas y los “gestos” de reconocimiento de los afroargentinos que se sucedieron en la década pasada en nuestro país (inclusión de los afrodescendientes en el Censo de 2010, incorporación del Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la Cultura Afro, entre otros hechos).
Incluso puede haber incidido en esa visibilidad social y mediática la creciente intervención en la arena pública durante los últimos años de asociaciones de afroargentinos, afrodescendientes de otras nacionalidades y africanos, en ocasiones mediante una articulación con otras organizaciones de la sociedad civil y agentes políticos de diversa adscripción para reclamar al Estado argentino por el cumplimiento de sus derechos y para manifestarse contra el racismo.
Pero, en definitiva, lo que nos interesa señalar aquí es que, en lo sustancial, esa visibilidad (o hipervisibilidad) es resultado de una construcción social etnocentrada, configurada por apelación a múltiples aspectos identificados como ajenos y vinculados a la religión, vestimenta, lengua y fenotipo (o “raza”, en los términos del sentido común). Además, la visibilidad de los migrantes africanos es una construcción elaborada sobre la idea de la “extinción” de los afroargentinos de la sociedad rioplatense, y, consecuentemente, con base en la idea de “extranjeridad” y “extrañeza” de las personas afro que ahora son visibles en el contexto local. En la experiencia concreta, la hipervisibilidad de los Otros puede ser tan opresiva como la invisibilidad social, en tanto aquellos se transforman en objeto de un señalamiento diferenciador-excluyente.
Por otra parte, a los ojos del que observa, el extraño es siempre exótico (es decir, no es exótico per se, sino por efecto de una construcción del observador). Si asociamos este fenómeno al caso que tratamos se obtiene que: bajo la mirada nativa, los africanos son sujetos exóticos. Los relatos recogidos entre los migrantes africanos que entrevistamos, y nuestra observación participante en el marco de las investigaciones, dejan ver el exotismo en el medio social local.
El exotismo aporta en este caso tanto a la visibilidad como a la percepción social de “lejanía”, no solo geográfica sino también cultural. Pero hay una operación discursiva, que detectamos sobre todo al estudiar el discurso mediático, que trastoca el exotismo de los migrantes africanos por medio de una hipérbole: su extrañeza se exagera y es convertida en su esencia.
En vez de distinguir la unidad en la diversidad –el carácter de humano del prójimo–, el exotista hace hincapié en las diferencias que lo separan del Otro. Estas representaciones sustentan múltiples creencias sobre los negros descendientes de africanos, en general, y sobre los migrantes recientes, en particular, que obstaculizan su conocimiento genuino. No importa si las imágenes creadas pueden ser valoradas de modo positivo o negativo por el propio exotista, el problema es que el Otro no se reconoce en ese imaginario alterado por el exotismo.
En nuestra región el término exotismo suena menos familiar que la palabra racismo, aunque en el discurso social este último es negado en la medida en que existe la idea común, con carácter de certeza, de que aquí “no hay negros”. Si no hay negros, ¿cómo podría haber racismo? Pese a que el sentido común exculpa, los estudios que realizamos evidencian que africanos y afrodescendientes vivencian prácticas racistas.
El racismo con base en las diferencias culturales es acaso uno de los males de estos tiempos. Aportan en este sentido los mecanismos de representación, especialmente en el discurso mediático, que amplifican las diferencias al punto de un exotismo exacerbado. Los migrantes africanos en nuestro medio soportan las consecuencias del exotismo que focaliza en sus rasgos culturales, pero no únicamente. El señalamiento de sus rasgos somáticos (racialidad) también los vuelve objeto tanto de un esencialismo pintoresco, en la prensa, como de una contemplación incómoda o hasta de agresiones verbales, en la calle.
En este contexto, la percepción de una exposición extrema lleva a algunos migrantes a un autoaislamiento defensivo que los mantiene segregados. Esto en el marco de una sociedad cuyo primer indicador de desigualdad para ellos es la imposibilidad del goce efectivo del derecho a un trabajo digno, situación de exclusión que se extiende al ámbito educativo y de la salud.
Nuestra aproximación a los migrantes desde sus organizaciones y medios de comunicación institucionales ha registrado también tanto la denuncia de situaciones de discriminación y xenofobia (abusos policiales, manifestaciones de segregación en ámbitos laborales y de residencia) como un profuso trabajo de militancia de este grupo, muchas veces en articulación con los afrodescendientes, contra el racismo y la exclusión social.
Por todo lo dicho, no se puede cerrar esta exposición sin aclarar que las construcciones de lo que es y significa ser africano o afrodescendiente y negro en la sociedad argentina y rioplatense cambian en cada coyuntura histórica, a la vez que diversas representaciones coexisten en un mismo momento. Además, es posible que convivan representaciones divergentes entre sectores antagónicos e incluso en un mismo grupo en un contexto espacio-temporal específico.
Autorxs
Orlando Gabriel Morales:
Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Licenciado y Profesor en Comunicación Social. Becario Posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del Centro Científico Tecnológico, CONICET Mendoza.
Marta M. Maffia:
Doctora en Ciencias Naturales (orientación Antropología) por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Licenciada en Antropología y Profesora de Filosofía (UNLP). Profesora de Métodos y Técnicas de la Investigación Sociocultural (FCs.NyMuseo-UNLP) e Investigadora Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).