Adolescentes: el discurso de la sexualidad

Adolescentes: el discurso de la sexualidad

En la actualidad la información que reciben las y los adolescentes es parcializada. Poco se dice acerca de las necesidades de la sexualidad juvenil. Es responsabilidad de los adultos acompañar el tránsito de la niñez a la juventud sabiendo que los estereotipos y representaciones del mundo adulto suelen invadir la expresión propia y legítima del adolescente con todo lo que ello significa.

| Por Augusto Labella y Rodolfo Ramos |

Muchas veces nosotros como adultos nos encontramos frente a situaciones de diálogo con unos “otros” que nos resultan distintos y a veces un poco ajenos, tanto por la relación de diferencia notoria de edad como por una suerte de responsabilidad que se da casi de forma implícita. Hablamos de unos otros que son los y las adolescentes.

Lxs adolescentes representan a un sector de la sociedad actual que no tiene fronteras estructurales de edad, género, ni rasgos explícitos. Sabemos que se ingresa en la adolescencia una vez que aparecen ciertos rasgos físicos, acompañados por desarrollos psicológicos (conductas, comportamientos), pautas de identificación del niño en adulto, y el cambio de una dependencia a una relativa independencia, la cual se define como madurez social. Lo que nos queda claro es justamente lo oscuro. Es un “etapa-proceso” que transitamos los seres humanos de las sociedades actuales. Y como seres humanos nos relacionamos, interactuamos, nos comunicamos, dialogamos.

En este diálogo, ocurre un intercambio. Un ida y vuelta de “saberes” (formas de ver el mundo, de percepciones de lo real, de lo que me gusta y no me gusta, de lo que creo correcto, incorrecto, anormal, normal; normas, valores, reglas); un intercambio de lo que piensa, dice, hace, dice que hace, y siente cada sujeto.

Ahora bien, en este intercambio muchas veces sentimos la necesidad de dar “respuestas” o de “corregir” algún saber o creencia que sabemos que es incorrecta o poco saludable. Desde algo tan simple pero con tantas consecuencias como “si no uso forro no pasa nada” hasta algo más maligno y violento como “le pego porque se lo busca”. Es allí, en esa relación, cuando intentamos (a veces inconscientemente) que ese intercambio se transforme en un acto educativo.

Un acto educativo es un intercambio que produce nuevos saberes que tienen sentido en uno de los interlocutores en la medida en que estos conocimientos puedan ser aplicados a su vida cotidiana.

En esta relación siempre hay poder de por medio, el cual puede ser con una intención de buena fe o bien con un interés por colocar un discurso propio en boca de otro. Por ejemplo: transmitir con la intención de educar un valor como llegar virgen al matrimonio podría ocasionar que un o una adolescente no disfrute plenamente de su cuerpo (algo no propio del mundo juvenil hoy en día). Es por ello que debemos tener en cuenta que esta situación no provoque restricciones, desajustes, dificultades, obstáculos, angustias, en la cotidianeidad de lxs otrxs. A esto se denomina iatrogenia educativa, todas las acciones sociopedagógicas que no posibilitan a niños y adolescentes acceder al conocimiento y a los saberes que les permiten apropiarse de la realidad.

Entonces nos preguntamos: en ese intercambio, en ese acto comunicacional y hasta a veces educativo, ¿qué tipo de lenguaje debemos usar? ¿Debemos preguntar algo? ¿Qué debemos preguntar? ¿Cómo debo interpretar?

Si nos pusiéramos a recolectar las opiniones y comentarios de los adolescentes respecto de algún tema que nos interese abordar de su sexualidad sólo llegaríamos a obtener datos no respecto a las prácticas de estos y estas adolescentes, sino a los discursos de las prácticas sexuales.

Es decir que sólo podremos concluir acerca de la manera de decir y expresar discursivamente su sexualidad, en vez de las maneras “reales” de hacer y/o sentir. Cuando hablamos de discurso reconocemos una expresión del lenguaje que no siempre es hablado sino que incluye un código no verbal, como los gestos, las reacciones violentas, sonrojarse, tartamudear. Aun así, de estas expresiones somos nosotros los interlocutores adultos quienes a su vez decodificamos, interpretando subjetivamente lo que nos están respondiendo. Este discurso del que hablamos no es un discurso “limpio y objetivo” sino que ya está cargado de ideologías dominantes, de estereotipos y representaciones de un mundo adulto que invade una expresión propia y legítima del adolescente. Es lo que muchas veces llamamos el “deber ser” o lo que se espera de mí. Lo que se espera que se haga y se sienta, y que en el caso de los adolescentes la mayoría de las veces no pueden vivenciar; por lo cual construyen un discurso de proezas y fantasías, tratando de cumplir expectativas provenientes de ese mundo adulto.

A partir de estas aproximaciones sobre el discurso, podemos enunciar también como una hipótesis que las diferencias en las respuestas de jóvenes de uno u otro género están vinculadas con la existencia de otros discursos de mayor orden ligados a modelos vigentes y conflictivos de masculinidad y femineidad, y a modelos de relaciones afectivas y sexuales aceptadas socialmente.

Estos discursos, estas “maneras de decir las cosas”, reproducen modelos dominantes que se legitiman grupalmente, como en colegios, barrios, grupos de amistades. A ello llamamos categorías intragrupos. Estas expresiones muchas veces chocan con las categorías intergrupos, es decir con grupos de otros jóvenes con otra formación, otra procedencia, otra práctica espiritual y (casi inevitable notarlo) con otros grupos de jóvenes y adultos.

Muchas veces pensamos que el silencio significa represión, timidez o negación por parte de lxs adolescentes respecto de algo que nosotros preguntamos y queremos conocer. Esas interpretaciones son propias de nuestro mundo adulto. Ello genera solamente una sensación de ansiedad y angustia en nosotros por no obtener una respuesta desde un lenguaje adulto. Debemos ser pacientes y respetar momentos y comprender que el silencio es parte del código adolescente y no siempre significa lo mismo que en el adulto.

Además debemos tener presente que los adultos tenemos una forma de entender y valorar la sexualidad, propia de cada unx, resultado de nuestra historia particular, nuestra educación y formación. Esa filosofía acerca de cómo entendemos y vivimos la sexualidad la llamamos sexosofía. Es como un par de anteojos desde lo cual vemos las sexualidades. Nos cuesta mucho despojarnos de ella a la hora de valorar las prácticas y conductas de lxs adolescentes. Tratar de separarnos y comprender lo que se nos dice desde el lugar del otrx es un ejercicio constante y complejo, que no siempre puede lograrse, pero la intención misma ya implica una movilización y un reconocimiento de las respuestas y opiniones de un otro diferente.

Las respuestas de los jóvenes dan cuenta de la existencia de estereotipos y representaciones, de mitos y falsas creencias, de gustos y temores, que a medida que van creciendo tendrán dos caminos posibles: o se aferrarán los miedos y temores, así como los gustos, o se resolverán dando lugar a una existencia sana, saludable, placentera.

Los estereotipos hacen de espejos que la sociedad presenta al adolescente para reflejar una imagen que él o ella llegan a considerar auténtica conformando su conducta hacia ella. Los adultos estamos, en la mayoría de los casos, convencidos de la validez de estos estereotipos ya que los legitimamos en nuestras acciones cotidianas. Por lo general lxs adolescentes se convencen de que lo que hacen es simplemente lo que todo el mundo espera que hagan; y la sociedad adulta en general se convence de que tiene que afrontar en este caso “un problema”. Se instala una imagen dicotómica en torno a estos estereotipos, dando lugar sólo a dos posibilidades: alejarse o acercarse de la forma correcta y esperada de ser. De esta dicotomía parte la repetición constante de un cierto modelo dominante, como es el hablar de su genitalidad, de qué es bueno y propio de su etapa psicoevolutiva. Pero ¿tienen conocimiento los adultos acerca de los procesos fisiológicos y de las expresiones afectivas que van acompañando estos procesos?

Comúnmente, si somos adultos no críticos, y no reflexionamos sobre nuestras acciones, caemos en las siguientes reacciones: en una reacción colectiva desde el estereotipo; en una reacción idiosincrática, basada en las formas de ser de cada uno y sus experiencias, y/o en una reacción de “transferencia” en la cual vemos el mundo de los adolescentes a partir de nuestros valores y reglas, de la percepción de lo que es correcto o incorrecto, a menudo en detrimento de la relación.

Debemos prestar atención a la muy nombrada “sobreprotección” que se expresa en una marcada inquietud y seguridad para con el adolescente. Ello puede llevar a prácticas para protegerlxs contra exposiciones prematuras a las tensiones físicas y emotivas del mundo adulto, lo cual concluye muchas veces en prohibiciones impuestas que frustran sus impulsos normales y necesarios.

Las reacciones de los adultos frente a la sexualidad adolescente tienen gran relación con la aceptación de la sexualidad en la esfera familiar (ese círculo de relaciones compuesto por las personas que el adolescente considera cercanas afectivamente), y se manifiesta en las demostraciones de afecto entre los miembros de esta y en el nivel de conocimientos de los procesos fisiológicos.

Si nos pusiéramos a analizar las formas de comunicación entre los adolescentes y su familia nuclear (padres, madres, quienes ella o él identifiquen) puede ilustrar el modo en que ambas partes desempeñan sus roles de forma consciente e inconsciente respondiendo a deseos y miedos, placeres y temores, muchas veces implícitos.

Los adultos tenemos y necesitamos acompañar desde nuestro lugar de adultos a los adolescentes en ese tránsito de la niñez a la juventud. Acompañar los procesos involucrados en la evolución psicosexual de los adolescentes reconociendo sus curiosidades e inquietudes, dando respuestas con conocimientos científicos, fortaleciendo los vínculos sin dejar de lado lo afectivo y emocional. Un proceso que no es trabajado desde lo educativo es la Respuesta Sexual Humana (RSH), el cual además de ser un proceso que se da de forma particular en la adolescencia, responde a las relaciones interpersonales entre los adolescentes y repercute directamente sobre su vida adulta.

En la actualidad la información que reciben lxs adolescentes es parcializada. No se brindan las herramientas necesarias para que transiten los cambios propios de los procesos psicosexuales. Poco se dice acerca de las necesidades de la sexualidad juvenil, como la búsqueda del placer erótico, afectivo, o la sexualidad sana y sin consecuencias críticas.

Creemos que en lo sucesivo esto va a ser mitigado y superado. La ley 26.150 de Educación Sexual Integral ha ido habilitando en nuestro país un espacio que nos permite adoptar una perspectiva integral, articulada, que incluye lo sexo genital y lo sexo afectivo, visualizando al sujeto como complejidad, no separando entre cuerpo y mente, sino integrando lo físico, lo intelectual y lo afectivo. Reconociendo la perspectiva de género, desde su experiencia; notando y haciendo notar al sujeto todo y diverso como un sujeto de derecho.

Cualquier intención de diálogo consciente que establezcamos con los adolescentes debe ser funcional. Aquello de lo que queramos hablar debe estar relacionado con las situaciones prácticas que encaren los adolescentes en la vida diaria. Por ello, un objetivo educativo debería ser ayudar a comprender mejor sus problemas, discutir las razones por las cuales existen, y analizar la mejor manera de solucionarlos. Por consiguiente, los diferentes temas relacionados con la sexualidad deben ser considerados importantes por lxs propixs adolescentes.

La clave para adoptar nuevas ideas es la motivación que se encuentra dentro de ellos y ellas. La acción es voluntaria. La curiosidad inicial debe ser alimentada y resignificada en términos de lo saludable, placentero y aplicable prácticamente a su vida.

La información proporcionada debe ser simple, amena y fácil de aprehender, es decir que no se requieran altos niveles de escolaridad para entender. Utilizar términos criollos y populares para acompañar las descripciones científicas suele ser una buena herramienta, así como aprovechar las capacidades específicas de cada unx, combinando la comunicación verbal, la no verbal, el uso de la memoria para la retención de información, y las imágenes y percepciones sensoriales, etc. Utilizaremos así formas propias para entender y valorar las alternativas para aplicar en las situaciones diarias.

Lo óptimo, pero no imposible, es buscar constantemente un equilibrio entre lo que ellxs necesitan y lo que podemos proveer en cuanto al desarrollo de nuevos conocimientos y elementos de juicio para la toma de decisiones. Así crearemos un código propio de complicidad afectiva que permita un intercambio genuino y placentero de saberes.

Autorxs


Augusto Labella:

Antropólogo Social. Educador Sexual. Vocal de la Asociación Argentina de Sexología y Educación Sexual y Vocal de la Asociación de Sexología del Litoral. Coordinador General del Colectivo Misionero de Educación Sexual.

Rodolfo Ramos:
Profesor en Biología. Magíster en Salud Mental. Educador Sexual. Profesor Consulto de la U.N. de Misiones. Vicepresidente de la Asociación Argentina de Sexología y Educación Sexual y Vicepresidente de Asociación de Sexología del Litoral. Coordinador General del Colectivo Misionero de Educación Sexual.