La salud sexual del varón luego de la segunda mitad de la vida

La salud sexual del varón luego de la segunda mitad de la vida

Los varones adultos mayores son una población que se incrementa numéricamente día a día. Con el envejecimiento del cuerpo, se van modificando también el ritmo y la intensidad de los encuentros sexuales. Es en este momento en que la intervención de los médicos urólogos se vuelve fundamental para retrasar una ancianidad limitante.

| Por Miguel Ángel Garcés |

A lo largo de la vida el cuerpo va envejeciendo y esto determina cambios que intervienen de una manera decisiva en la sexualidad y que influyen para que la misma, después de la segunda mitad de la vida, sea diferente. ¿Qué ha cambiado? No demasiado, debido a que el deseo sexual suele permanecer. Lo que se ha modificado es el ritmo y la intensidad del contacto amoroso.

A muchas personas se les hace difícil pensar que los hombres maduros posean todavía sentimientos, necesidades y relaciones de tipo sexual. Esta idea errónea de que la sexualidad en el ser humano adulto es inconducente es provocada por la tendencia habitual de los jóvenes de negar el proceso evolutivo que se desarrolla con el aumento de la edad.

No obstante, en algunas universidades a nivel global el tema está siendo considerado de creciente importancia y se ha confirmado en el año 2012 que la población adulta continúa siendo sexualmente activa. Esto se debe, en gran parte, a que en la actualidad existe un proceso de maduración personal digno, ya que la medicina aporta elementos para que ello se produzca.

Asimismo, existen factores que pueden obstaculizar la vida sexual de este grupo etario. Entre ellos se encuentran los siguientes: hipercolesterolemia, hipertensión arterial, tabaquismo, taquicardia durante el reposo, antecedentes de infarto de miocardio, alteraciones en el electrocardiograma, adicción a ciertas drogas, antecedentes familiares, diabetes mellitas, hiperuricemia (gota), hipotiroidismo, tensión psicosexual, entre otros.

En 1948 Alfred Kinsey presentó a la comunidad mundial su famoso libro La conducta sexual del varón. Allí remarcó que los hombres alcanzaban su máxima capacidad sexual hacia la edad de 25 años, para después comenzar un lento descenso cuya graduación y variabilidad dependería de cada individuo, pues cada uno representa un patrón aparte con todo un abanico de posibilidades. Para 1950 el profesor español Gregorio Marañón señaló que los hombres mayores presentaban en su proceso de envejecimiento una fenomenología similar a la de la mujer premenopáusica. Proceso que denominó como el climaterio masculino, término que levantó ampollas y originó acaloradas discusiones que periódicamente se reviven a la luz de los modernos conocimientos.

Para hacer una aproximación al tema del envejecimiento sexual, es necesario atender el proceso de envejecimiento general. El envejecimiento es una etapa de la vida que indica el inicio de la involución. Es el polo opuesto de la adolescencia, que es la etapa de la vida que marca los cambios evolutivos más importantes –físicos y psíquicos– en el paso de la niñez a la adultez. El envejecimiento hace su tránsito de la madurez a la vejez. Tal es el parangón paradojal desde el punto de vista psíquico entre la adolescencia y el envejecimiento al que se ha denominado como la segunda adolescencia. Puesto que similitudes paradojales también existen desde el punto de vista psicológico, ya que en la adolescencia se operan una serie de modificaciones en el comportamiento que tornan a la persona incomprensible, llena de contradicciones y claroscuros, pues se halla en el momento de búsqueda de su identidad como persona: necesita ser y hacer. En el envejecimiento, de igual manera lleno de claroscuros e incomprensiones, la persona también tiene una crisis de identidad, en el sentido de que ahora no quiere dejar de ser ni dejar de hacer, como pareciera que la sociedad se lo tratara de imponer.

El envejecimiento está caracterizado por una serie de cambios que suelen operarse durante una larga etapa y por cambios hormonales. La mayor y más evidente diferencia está en el aspecto endócrino y de reproducción. La mujer, una vez desaparecidas las menstruaciones, termina su época reproductiva. El hombre en cambio mantiene esta capacidad –así sea en menor cantidad y calidad– además de tener producción de andrógenos testiculares y de esperma. Así pues, desde el punto de vista hormonal y reproductivo, el hombre no tiene menopausia. Desde el punto de vista psicológico, ambiental, laboral, familiar y social, el hombre como la mujer tiene climaterio, una involución, un paso hacia la vejez, la vejez misma y la ancianidad, etapas lógicas del devenir humano, que no significan otra cosa, al haber llegado a estas avanzadas edades, que un triunfo sobre la enfermedad, puesto que los menos fuertes han quedado en el camino.

¿Qué parámetros usamos para designar “la segunda mitad de la vida”? Pueden existir varios, pero los 50 años en el varón puede ser una buena referencia. Esta decisión se puede construir desde lo social, cultural, familiar, laboral, etcétera.

Los expertos han confirmado que, con el paso de los años, se observa un descenso de los niveles de testosterona (hormona sexual masculina) y un aumento de los niveles de globulina transportadora de hormonas, lo que se deriva en un descenso de la testosterona biodisponible (biológicamente disponible), la que el organismo normalmente usa para sus funciones vitales. Definimos a las hormonas como sustancias de secreción de glándulas internas, que se vuelcan al torrente circulatorio sanguíneo. Existen variadas tanto en el cuerpo de la mujer como del varón.

En este último se produce –en ocasiones– un cuadro clínico debido al descenso hormonal, que se lo conoce (entre otros términos) como andropausia, definido como un síndrome (conjunto de signos y síntomas) bioquímico asociado con la edad y caracterizado por un déficit de niveles de andrógenos (testosterona) en el suero sanguíneo. Se puede ver afectada la función de múltiples órganos del varón y –sobre todo– una disminución de la calidad de vida.

Los rasgos clínicos más relevantes son:
• Disminución de la calidad de la función eréctil, con reducción de las erecciones nocturnas.
• Falta de libido, entendiéndose como tal al deseo de mantener relaciones sexuales con personas del otro sexo o del mismo.
• Cambios de carácter, con disminución concomitante de la actividad intelectual, de la memoria, de la orientación espacial, con fatiga, depresión, cambios emotivos e irritabilidad.
• Disminución del vello corporal y alteraciones de la piel.
• Disminución de la densidad ósea y osteoporosis.
• Aumento y redistribución de la grasa corporal.
• Menor predisposición a practicar deportes.

También aparecen signos y síntomas orgánicos como diabetes, hipertensión arterial, aumento del colesterol, etcétera.

Todos estos factores afectan la calidad de vida del varón. Por esto puede afirmarse, basándonos en estudios epidemiológicos realizados, que la disminución de andrógenos puede afectar la salud del hombre, que el aumento de la edad supone un descenso de la testosterona, situación que genera la aparición de síntomas concretos que afectan a un número importante de varones, por lo que surge la imperiosa necesidad de mejorar la información y la comprensión del problema.

Los especialistas convergen en la idea de que existen posibilidades terapéuticas para solucionar esta situación. La identificación clínica y analítica de este síndrome corre por cuenta del médico urólogo, dentro de un equipo multidisciplinario. Los tratamientos intentan prolongar la salud del varón y prevenir discapacidades, máxime cuando se ha constatado que los varones siguen viviendo entre 7 y 8 años menos que las mujeres.

El urólogo es el experto en el diagnóstico de las enfermedades urogenitales, tales como la hiperplasia benigna de próstata, el cáncer de próstata, la impotencia sexual o el déficit androgénico, entre otras, lo que facilita su papel como médico generalista del varón añoso.

En definitiva y como conclusión, el especialista en urología –aparte de diagnosticar y tratar los problemas de todo el árbol urinario– ha mostrado su convicción de que se impone un mayor conocimiento del “estado hormonal” del varón y que este estado puede ser la razón por la que el sujeto presente variadas deficiencias funcionales y enfermedades orgánicas superiores a las inicialmente sospechadas. Por lo tanto, la visión integral de la salud del varón añoso se impone sobre investigaciones parciales individualizadas. La misión del urólogo no debe centrarse únicamente en la hiperplasia benigna de próstata, el carcinoma de próstata, la disfunción o la deficiencia hormonal del varón, sino que debe pensar en la posibilidad de que todas estas alteraciones puedan estar presentes, en mayor o menor grado, en el varón que envejece. Por lo cual, repetimos, el urólogo puede convertirse en un plazo de tiempo breve en el médico generalista del hombre. No sólo se debe interrogar sobre la función de los distintos órganos que conforman el aparato genitourinario. Sino que también se debe interrogar acerca de la vida sexual, de su interacción y comportamiento sexual, sus frustraciones, sus incapacidades recientes, etcétera.

De esta forma tratará variadas patologías y –sobre todo– agregará calidad de vida al varón que tiene varios síntomas y no le hacen gozar plenamente de esta “expectación de salud”.

Es el objetivo retrasar la ancianidad limitante en la población que se incrementa numéricamente día a día, de tal modo que el famoso grito juvenil de “We are the world” (nosotros somos el mundo) ya es más aplicable a los varones de la segunda mitad de la vida que a los jóvenes.

Autorxs


Miguel Ángel Garcés:

Médico. Especialista Consultor en Urología. Master en Sexualidad Humana (UNED), España.